#SE - Capítulo 3
ALEJANDRA NO RECORDABA nada de lo que había sucedido después de ponerse el vestido que Nikolav le había regalado. Se había despertado en otro sitio, pero no tenía la más remota idea de dónde estaba.
Se trataba de un espacio amplio y lujoso, y esta vez se había dormido vestida, lo cual era un alivio. Se levantó de la cama y se dirigió a la gran ventana ubicada a la derecha de la misma, corrió la cortina y lo que vio la dejó con la boca abierta: se encontró contemplando un vasto campo alrededor del lugar donde se encontraba, el cual estaba situado sobre una alta colina. Varias montañas podían verse a lo lejos, en el horizonte. La geografía no se parecía en nada a la de Buenos Aires, donde no había montañas en lo absoluto.
No podía siquiera imaginarse dónde estaba, pero era obvio que ese no era en su lugar de origen. Tal vez ni siquiera estaba en Argentina. ¿Qué le había sucedido?, ¿adónde la habían llevado? Su cabeza estaba comenzando a darle vueltas como un remolino ante tremenda confusión.
En ese momento, la puerta de su habitación se abrió y una chica de unos veinte años entró, trayendo un carrito con comida. Le dijo unas palabras en un idioma que ella no entendió y luego se fue. Ella no pudo evitar darse cuenta de que la chica tenía varias mordeduras en su cuello, similares a la que ella misma portaba. ¿Podría ser una casualidad?
Se percató también de que tenía mucha hambre; era posible que no hubiese comido desde ya hacía varias horas. En realidad, no recordaba cuándo había comido por última vez, ni siquiera se acordaba qué día era. Y lo peor de todo, no tenía su teléfono móvil para consultarlo. ¿En qué lío se había metido?
Tenía apetito y además se sentía débil. Se miró en un gran espejo con marco dorado, mientras se dirigía hacia donde estaba su comida, y vio que su rostro estaba mucho más pálido de lo normal. Esta vez, no era efecto del maquillaje, ya ni siquiera tenía rastros de este.
Decidió que comería y luego intentaría encontrar respuestas, además de la forma de volver a casa, por supuesto. Por suerte, ella vivía sola y nadie se preocuparía por su ausencia. Pasarían varios días hasta que sus padres se dieran cuenta de que algo estaba mal, ya que como vivían bastante lejos no la visitaban, y tampoco hablaban con demasiada frecuencia.
Alejandra comió demostrando mucho apetito. Nunca había probado esa comida y no sabía con exactitud qué era, pero sabía exquisita. Luego de haber comido, se limpió la boca y se volvió a levantar. Se repitió a sí misma que debía buscar la manera de salir de allí. No podía perder más tiempo.
Abrió con dificultad la pesada puerta dorada que guardaba la entrada a su lujosa habitación y se encontró con un pasillo igual de ostentoso. No pudo evitar admirar el arte en sus paredes, mientras caminaba en dirección a la escalera que pudo ver al final del pasillo. Bajó los escalones de mármol y se encontró ante un gran salón. Todo era oscuro, como le gustaba. El rojo y el negro eran patrones repetidos por doquier. Le agradaba mucho ese lugar, pero no era su casa, debía salir de allí sin importar si le encantaba o no. No podía quedarse
Caminó por el salón sin encontrar a nadie, hasta que llegó a una enorme puerta que conducía a un hermoso jardín. Allí se encontraban dos altos y robustos guardias que la miraban con profunda seriedad.
—Hola —les dijo ella tímidamente—, ¿me podrían decir dónde estoy?
Los guardias comenzaron a hablar entre sí en un idioma del cual ella no podía discernir una sola palabra. ¿Sería alemán?, ¿ruso, tal vez? No tenía idea.
Luego de unos instantes, y aparentemente dudando antes de hacerlo, uno de los guardias señaló en dirección al jardín. Alejandra miró hacia allí y descubrió a una hermosa chica con una larga y rizada cabellera color rojo profundo, quien estaba sentada frente a una pequeña mesa redonda. Jugaba con unos dados y parecía no tener problema alguno para divertirse por su cuenta.
Caminó hacia donde la chica estaba, a paso nervioso. Hasta ahora no había entendido a nadie con quién hubiera hablado. ¿Entendería a esta señorita?
Tenía la sonrisa más encantadora que jamás hubiese visto, y sus ojos eran de un color violeta, semejantes a dos enormes amatistas brillantes. Alejandra tampoco recordaba haber visto jamás ojos tan hermosos en su vida, aunque de cierta forma, le resultaban familiares. «Debo haber visto ojos de ese color en alguna parte con anterioridad», pensó.
—Hola —la saludó, fascinada por la belleza de la muchacha—, ¿sabés dónde estoy?
La chica la miró a los ojos, dejando sus dados a un lado, y a pesar de que ella no abrió su boca para hablar, Alejandra pudo escucharla claramente: «Estás en un lugar del que posiblemente nunca jamás podrás irte».
—¿Pero, dónde? —insistió Alejandra, sin prestar atención al mensaje críptico de la bella señorita.
«No sé bien cómo explicártelo... los humanos considerarían que está en algún remoto y oculto lugar de Bulgaria, supongo. Pero nosotros, los no humanos, entendemos que es un lugar diferente y lo llamamos de otra manera. De todas formas, no lo entenderías».
Alejandra decidió que ambas estaban locas. La chica pelirroja por decirle tremendas estupideces, y ella misma, por creer que la joven no estaba abriendo la boca para hablar. Pensaba que era imposible poder comunicarse de otra forma.
—No, no lo es —volvió a escuchar, sin que la joven abriese su boca.
—¿Cómo puede ser? —preguntó, sorprendida.
—Puedo oír lo que piensas con más fuerza... y puedo hacer que oigas lo que yo quiero que oigas, pero no con tus oídos. En realidad, me escuchas con tu mente. Yo ni siquiera te estoy hablando en español, tu propia mente descodifica lo que digo.
—¡Esto es una locura! —exclamó Alejandra, perdiendo la poca paciencia que le quedaba y dando la vuelta para marcharse.
Antes de dar unos pasos, volvió a escuchar la dulce voz: «Pronto todo tendrá sentido para ti, créeme. Y si me necesitas, piensa en mi nombre bien fuerte. Soy Lilum».
Siguió caminando, pero no hacia dentro del lujoso palacio, sino más bien lo más lejos que pudo de él. Se llevó una decepción: el jardín estaba cercado y la única forma de salir sería atravesando un puente custodiado por aún más guardias y, si era cierto lo que Lilum decía, no habría forma de que la dejaran salir de allí.
Volvió al interior del palacio, decidida a encontrar alguna forma de regresar a casa, sin importar lo que tuviese que hacer para lograrlo.
***
Como ya se lo había imaginado, los guardias no le permitieron salir cuando intentó marcharse por la puerta principal; le bloquearon el camino y se negaron a negociar con ella, aunque era posible que la barrera del idioma hubiera imposibilitado tal acción en gran manera. Todo el mundo hablaba en una lengua que no entendía, y el único medio viable para comunicarse era haciendo señas o emitiendo algunas palabras en inglés, que la mayoría entendía a medias, al igual que ella.
Estaba desesperanzada, no parecía haber una salida a tal situación, aunque aún esperaba despertarse en su habitación. Pensaba que tal vez todo lo que estaba viviendo era tan solo una alucinación de algún tipo, o un largo sueño. No podía ser real. Era imposible que lo fuera. ¿O no? Le costaba diferenciar lo real de lo que no lo era.
Terminó resignándose a la idea de que estaría por un tiempo más en ese lugar, y subió a la habitación que se le había asignado. La verdad era que no podía quejarse de ella, pero quería volver a su casa; no sabía para qué estaba allí y eso le generaba mucha inseguridad, e incluso un poco de miedo. ¿Qué destino le esperaba en ese extraño sitio?
Ya en su habitación, abrió la puerta del armario y se encontró con una sorpresa: el mueble era en realidad otra habitación llena de vestidos y todo tipo de ropas que ella no hubiera podido imaginarse. Todo estaba hecho a su exacta medida, y a su gusto. No había nada que le disgustase. ¡Y los zapatos!, ¡qué zapatos! Todos eran igual de hermosos y tenía carteras para combinarlos.
Luego, encontró la ropa interior. «¡Mi Dios!», pensó. Todas las prendas eran exquisitamente sensuales. No sabía qué elegir para ponerse, pero al final tomó un conjunto color negro con bordes rojos y acabado de terciopelo, un largo vestido negro con breteles color carmesí, que le dejaría la espalda al descubierto (permitiendo así que se viera su tatuaje), y también unos zapatos rojos de tacón alto.
Tras haber seleccionado su vestimenta, se dirigió al baño privado, al cual tenía acceso desde su habitación y que era, a su vez, el más lujoso en el que jamás hubiese estado. Se dio un baño de espuma con sales relajantes y, luego de un rato, salió de su habitación vestida, peinada y maquillada como una verdadera princesa. Le parecía que estaba viviendo en el palacio de un rey.
¿Sería posible que ese castillo perteneciera a la realeza búlgara?
Bajó despacio cada escalón de la escalera que conducía al salón de la planta baja. Ya era de noche, y todo le daba a entender que habría una fiesta. La música sonaba alto y había varios sirvientes recorriendo el lugar, preparándolo todo. Era obvio, la celebración todavía no había empezado, ya que los invitados aún no llegaban.
Cuando llegó hasta el último peldaño de la escalera, giró hacia su derecha y vio a Nikolav, esperándola, ofreciéndole su brazo derecho para que lo tomase al descender. Tuvo muchos sentimientos encontrados. Ese hombre por el que se sentía tan atraída la había traicionado, trayéndola a este lugar sin su consentimiento, y manteniéndola cautiva. Alejandra no podía evitar preguntarse, con cierto resquemor, qué clase de hombre era él.
A vampire, una suave voz femenina dentro de su mente le susurró. Alejandra no entendía demasiado bien el inglés, pero sabía que eso significaba «un vampiro». Efectivamente, debía estar enloqueciendo y ahora oía voces dentro de su mente. Algo estaba muy mal con ella.
Tomó a Nikolav del brazo, decidida a preguntarle todo lo que estaba sucediendo.
—Tenemos que hablar —le susurró, mientras lo acompañaba y se adentraban en el salón de baile.
—Claro que sí, mi princesa, más tarde podremos hablar todo lo que quieras, ahora quiero que veas algo —respondió él, esbozando una amable sonrisa.
—¿Qué? —preguntó ella con curiosidad, olvidándose por unos segundos de lo que le causaba tanta molestia.
Nikolav dio un giro y caminó unos pasos más llevándola junto a él, luego se detuvo.
—Mira frente a ti —le dijo.
Alejandra se quedó sin respiración y con la boca bien abierta. Frente a ellos, se encontraban dos enormes tronos, ambos de color púrpura, ricamente ornamentados.
—¡Era verdad que este es un palacio real! —exclamó ella, todavía sin dejar de sentirse sorprendida ante todo lo que veía.
—No exactamente —contestó él—. Pero pronto lo será.
Alejandra se sentía mareada. Nikolav, quien al principio parecía ser un chico enigmático, pero bastante normal, que buscaba trabajo en Buenos Aires, ahora resultaba ser parte de la realeza búlgara. ¿Cómo comprender eso?
—Wow —pronunció ella—... ¿Y este lugar es todo tuyo?
—Sí, lo es. Y desde aquí, voy a reinar... y tú estarás a mi lado.
Pensó que Nikolav tenía que estar más desequilibrado que ella. Recién la había conocido... ¿y ya estaba ofreciéndole que fuera su reina? Algo aquí no estaba bien. No podía estar hablándole con la verdad. Todo debía ser una farsa.
—¿Me estás hablando en serio? —le preguntó, sintiéndose un poco abrumada.
—Claro, claro que sí. Y ahora, mi querida, ¿qué era lo que deseabas preguntarme?
Alejandra suspiró, no sabía cómo empezar lo que iba a decir, pero lo hizo de todas formas.
—Bueno, no tengo ningún recuerdo de cómo llegué a este lugar, y eso me deja muy preocupada.
—No te preocupes querida —dijo él, hablándole en un tono de voz hipnótico—. Todo estará bien, ya verás. Tú has venido aquí por libre albedrío, pero tal vez todavía todo resulte demasiado para procesar. No te culpo. Pronto estarás bien, una vez que te hagas a la idea de que todo esto será tuyo.
Sonaba muy convincente, no había forma de no creerle a alguien tan magnético como él. Mas en su interior Alejandra sabía que alguna cosa no estaba bien, que él se estaba tomando demasiado a la ligera el hecho de que ella le confesara su descubierta inestabilidad psicológica, por así decirlo.
—Puede ser —dijo, tratando de pensar en otra cosa—. ¿Qué es todo esto?, ¿una fiesta?
—Claro que sí, mademoiselle. Es una fiesta en tu honor. Todos mis seguidores estarán pronto aquí —respondió él, sonriente.
A ella le inquietaba un poco la idea de estar frente a varias personas importantes esa noche, aunque decidió demostrar valentía. Pensó, mientras él la llevaba hasta el trono, que si en algún momento que no recordaba había decidido ir a ese lugar, entonces debía aceptar las consecuencias de sus acciones.
Se sentaron uno al lado del otro. El salón pronto comenzó a llenarse de personas: hombres y mujeres, todos vestidos de gala, y todos mirándola cuando entraban, algunos susurrándose cosas al oído, posiblemente hablando mal de ella. ¿Qué estarían diciendo?
No podía dejar de preguntarse qué pensarían los demás nobles de que hubiera traído a una simple y pobre muchacha de Argentina y la hubiera sentado a su lado. Posiblemente, creerían que todo era una tremenda locura; ella misma pensaba que lo era. Todos estaban por completo locos, en especial ella y Nikolav. Eso era indudable.
Varios nobles comenzaron a presentarse delante de Nikolav para hacer sus reverencias. En ciertos casos, él intercambió algunas palabras en su idioma. Alejandra estaba empezando a hacerse a la idea de que debía aprenderlo. Hasta ahora solo había logrado comunicarse con una persona además de Nikolav, y aparentemente había sido de manera mental, si no se lo había imaginado todo.
Alzó la vista y la vio: allí estaba Lilum. Se había puesto un largo vestido verde que resaltaba sus ojos y que quedaba bien con su roja cabellera, de un raro color carmesí natural que nada tenía que ver con el rojo del pelo de su amiga Miriam.
La bella y misteriosa muchacha estaba hablando con un hombre de alrededor de unos treinta años de edad, de cabello negro y lacio que le caía bajo los hombros. Alejandra notó que su piel era tan clara como la de Nikolav y sus ojos parecían ser similares también. «Tal vez sean parientes», pensó. Pero luego, al volver a mirar a su alrededor con mayor detenimiento, notó a muchas otras personas con características similares. La gran mayoría de los allí presentes tenía la piel pálida y los ojos bastante blanquecinos; algunos celestes claros como los de Nikolav, otros de un tono diferente, pero todos tenían un brillo particular que los asemejaba.
Otra porción de los presentes, aunque una muy minoritaria, no tenía la piel pálida, sino de un tono rosáceo, tal vez más rosáceo de lo normal. De estos, algunos tenían los ojos color violeta como Lilum, y otros de un tono azul o azul violáceo. Además, Alejandra pudo notar que algunos de ellos tenían las orejas un tanto puntiagudas, rasgo que no recordaba haber visto en ninguna otra persona. Todo era demasiado extraño en ese lugar.
Nikolav hablaba con uno de los nobles, mientras ella seguía observando a los invitados. De pronto, volvió a escuchar una voz en su mente, pero esta vez la reconoció como la de Lilum.
—Todo va a ocurrir más rápido de lo que yo esperaba... Debes estar preparada para grandes cambios, mi querida.
Alejandra pensó que en una de esas estaría bien seguir la idea que le había dado Lilum, y dirigió su atención a ella.
—No entiendo nada, ¿podés explicarme?
—No entiendes porque no quieres hacerlo —respondió Lilum—. Todo está más claro que el agua. Tan solo debes mirar a tu alrededor...
—¿Por qué no sos más clara? —preguntó mentalmente, sintiéndose un poco frustrada.
—Hay cosas de las que debes darte cuenta por ti misma... y yo ya me estoy arriesgando demasiado al hablar contigo. Ten mucho cuidado. Y, por favor, no ignores más lo que te dicen tus instintos. Necesitas darte cuenta de por qué te han traído aquí.
Pestañeó. Era cierto, todo había sido muy raro desde que había conocido a Nikolav. A veces perdía la noción del tiempo, tenía muchas lagunas en su mente, y un par de marcas en su cuello. Pero era imposible, debía haber otra explicación.
—¿Vos también crees en los vampiros? —preguntó.
—¡Niña necia! —respondió Lilum—. La mayoría de los cuentos de hadas de ustedes los humanos... y de los cuentos de terror también, son ciertos. ¿Por qué te niegas tanto a darte cuenta?
Alejandra no contestó. Todo era demasiado: vampiros... comunicación mental. Decidió que ni bien todo pasara debería visitar a un psiquiatra; sufría de alucinaciones y estaba oyendo voces. Pero... ¿y si todo fuera verdad?, ¿y si Miriam no hubiera estado loca?, ¿y si Nikolav realmente era un vampiro? Pensó que tal vez debía reconsiderar la idea. Y fue en ese momento, cuando ella estaba pensándolo un poco mejor, que Nikolav se puso de pie y la tomó de la mano para que se levantase con él. Todo el mundo los estaba mirando y él se disponía a hablar.
—Atención todos —dijo muy sonriente, captando la atención del público. Todos los presentes se quedaron en silencio, mirándolos a ambos.
Se puso de rodillas delante de Alejandra, y sacó de su bolsillo una cajita roja, la cual abrió, dejando ver un hermoso anillo de plata con un magnífico rubí engarzado en el medio. ¡Un rubí de verdad! Ella no podía creer lo que estaba sucediendo.
—Alejandra, ¿me harías el honor de ser mi esposa? —se declaró.
El mundo alrededor de Alejandra empezó a dar vueltas. No se había esperado tamaña propuesta de su parte; no tan pronto. Pero tampoco sabía cómo decirle que no, menos que nada delante de toda esta muchedumbre. Por más que quería hacerlo, no podía. Además... algo dentro de ella le decía que quería decirle que sí, aunque no era razonable.
—¡Di que no! ¡Hazlo por tu bien y el de nosotras! —Una vocecita decía en su cabeza. Pensó que debía ser la voz de Lilum, pero la ignoró.
—Sí, me encantaría ser tu esposa —respondió, sonriéndole a su ahora prometido, aunque por dentro se encontraba muy sorprendida por lo que estaba haciendo. Por más que lo quisiera, no podía controlarlo. Era como si las palabras hubieran salido solas de su boca.
Nikolav le puso la sortija en su mano izquierda. Era preciosa. Alejandra supuso que debía valer una fortuna.
Todos los presentes aplaudían a su alrededor, algunos hasta se inclinaron delante de ella. Se moría por entender lo que decían, pero todos parecían estar contentos con la elección de Nikolav, a lo cual no le hallaba sentido alguno.
Luego, él la llevó hasta el centro de la pista y empezaron a bailar. Bailaban el vals al unísono, manteniendo la mirada el uno en el otro; Ella no sabía cómo ni dónde había aprendido a bailar el vals, pero lo hacía a la perfección, como si fuera una bailarina profesional.
De pronto, pudo oír una conversación entre dos vocecitas en su cabeza mientras bailaba. Le pareció como si ellas realmente no se estuviesen dando cuenta de que podían ser oídas.
—¡Esa niña es una necia! ¿Cómo fue capaz de aceptar su propuesta? ¡No puede ser uno de los nuestros!
—Sí, lo es —dijo otra voz, que reconoció como la de Lilum—. Y por más que siga siendo mitad humana, es una de nuestra especie. No podemos ignorarlo.
—Ya sé que es una de nosotras. Pero no puedo explicarme que siéndolo, y más al ser un miembro de nuestra familia, caiga en las garras de un vampiro —dijo la otra voz. Su instinto debería ser más fuerte.
—Ya lo sé... pero puede ser su sangre humana que la atrae al vampiro en vez de repelerla, como haría la nuestra. Y además no sabe nada... absolutamente nada de dónde viene. No se acuerda de nada sobre sus orígenes —contestó Lilum—. Nosotras nos encargamos de que no lo hiciera.
—¿Has intentado contarle todo?
—Sí, pero no me quiere entender. Le han lavado el cerebro, pero tarde o temprano se dará cuenta ella misma.
—Eso espero... por lo pronto, trata de hacer lo que puedas dentro de tu precaria condición. Ni bien podamos, enviaremos a alguien que te libere, Lilum.
—Muchas gracias, madre. Haré lo posible, pero la bruja me tiene controlada. Solo puedo comunicarme con ella de manera mental, pero únicamente porque los vampiros no saben que ella tiene ese poder. Tal vez todavía tenemos alguna esperanza de llevarla de nuestro lado. —Luego de esta última oración, la conversación se cortó.
Alejandra poco a poco estaba comenzando a creer en lo que Lilum había dicho.
Necesitaba averiguar más.
Siguió bailando con Nikolav, mirando a los demás alrededor de ella, sintiendo un apretado nudo en su estómago. Pudo observar a algunas personas bebiendo, la mayoría tenía un líquido rojo dentro de sus copas; un líquido muy similar a la sangre.
¿Podría serlo?, ¿era posible que en realidad fuera sangre?
Cada vez se cuestionaba todo más y más. Algo estaba mal, y tal vez ella había estado por completo equivocada: los vampiros existían y había otra especie más de la que ella, aparentemente, también era parte. ¿Pero cuál podría ser?
***
La fiesta continuó hasta cerca del amanecer. Cuando faltaba una media hora para el mismo, todo el mundo se fue, incluso Nikolav. Pensó que aquella había sido una muy buena fiesta, pero cada vez estaba más segura de que en realidad los vampiros existían y de que acababa de comprometerse con uno de ellos. Uno de muy alto rango, ya que todos parecían respetarlo, y mucho.
No podía creer que hubiera aceptado casarse. Se sentía muy atraída a él, eso era algo que no podía evitar, pero apenas lo conocía; era una total locura contraer matrimonio tan pronto. Lo peor era que ahora no podía dar marcha atrás. O tal vez sí, pero, ¿cómo?
Se dirigió a su habitación. Entre la gran ventana podía ver el amanecer. Era realmente un hermoso paisaje. Cerró las espesas cortinas y se desvistió sin prisa. Luego, se acostó en ropa interior. Se durmió de inmediato. Estaba muy cansada.
***
Nikolav ya se había retirado a su aposento. Era una habitación que no envidiaba en lujos al resto del palacio, pero no tenía ventanas. Había sido construida de esa manera para evitar la entrada de luz solar. Dormía en una enorme y ostentosa cama. Por más que muchos vampiros aún prefiriesen descansar en ataúdes, él se había amoldado a los tiempos. No necesitaba dormir en un ataúd si la habitación misma ya lo protegía de la luz del sol.
Se acostó en su cama, pensando en su bella prometida. Era en verdad hermosa, y la única de su especie. No había nadie que pudiera igualarse a ella.
Pensó que sería un gusto pasar la eternidad con ella a su lado, acompañándolo y gobernando junto él. Pronto, y con su ayuda, expandiría su dominio y el de todos los vampiros. Sabía que no podría negarse a eso. Por muy buena y llena de luz que fuera, por dentro debía tener un poco de oscuridad lista para salir a flote, él estaba seguro de eso.
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