I: Frío


[1]

Frío. Tenía mucho frío.

Abrió los ojos. Estaba boca arriba sobre algo gélido que le aguijoneaba la espalda y le arrebataba el calor del cuerpo.

Por un momento pensó que estaba muerta. El primer pensamiento consciente que tuvo fue "¿Estoy en el Cielo?". Su mente lo descartó con desprecio. No era cristiana. Ni religiosa, en realidad.

Era todo tan blanco. Y frío. Bien podría haber sido el Purgatorio en vez de...

"Basta", su cerebro le recriminó. Gruñó en el frío aire invernal, expulsando nubes de vaho en el éter. Le pareció hipnótico.

Inhaló con fuerza, y el aire le arañó con fuerza la garganta y los pulmones. Se irguió, tapándose la boca. Miró alrededor mientras se abrazaba con el brazo libre el torso.

Estaba en un bosque, y había nieve. Además, estaba cerca del borde de lo que parecía ser un barranco de varias decenas de metros de altura. Intentó identificar los árboles, pero sus troncos estaban cubiertos de musgos y líquenes, y sus hojas yacían tras la capa de nieve sobre la que estaba sentada. Se levantó del frío suelo, sintiendo que sus nalgas se habían dormido.

Apretó los dientes mientras se frotaba las extremidades, intentando lograr algo de calor. Algo. Aunque fuera un mínimo.

"La fricción es calor" mascullaba entre dientes, no queriendo exponer su lengua al aire. El interior de su boca era húmedo y caliente, y quería que se mantuviera así. Pensando en otras cosas, sacó su teléfono móvil del bolsillo, buscando cobertura. Quizá pudiera llamar a su padre.

Nada. Ni siquiera se encendía. Estaba muerto y enterrado.

Maldita batería.

No recordaba con exactitud cómo había llegado hasta allí. La cabeza le dolía, y las últimas cosas que recordaba era que estaba volviendo a casa con un amigo,  que era el último día de instituto... y que estaban a comienzos de julio, más o menos.

Eso la pilló descolocada. Su mente, que abrazaba hechos y datos para estar segura de su propia existencia, se sintió desconcertada. ¿Nieve en pleno junio? Eso no podía ser verdad.

Miró el suelo blanco con desconfianza. Sintió deseos de coger un puñado y llevárselo a la boca, solo para comprobar que de verdad era nieve, pero su mente la paró antes incluso de que pudiera agacharse.

Había algo moviéndose entre los árboles, terreno arriba.

Durante un momento se sintió como un ciervo tras los faros de un coche: paralizada, sin saber qué hacer.

Aunque, claro: la mancha que se movía tenía forma humana, y ella estaba perdida, con las rodillas vibrando de tanto que tiritaba.

Agitó los brazos en el aire, sintiendo el horrible abrazo del invierno sobre su torso, y gritó. Comenzó a andar hacia la persona, que ya parecía haberla visto y avanzaba hacia ella. La cuesta la hizo resollar.

Sonrió. No estaba sola. No se había perdido al fin y al cabo...

Su mente comenzó a divagar mientras caminaba. Le apetecía un cuenco de fideos. De los que hacía su abuela: humeante, con garbanzos, trozos de patata, caldo de gallina...

Un silbido hizo que sus divagaciones se esfumaran junto con la neblina.

Parpadeó confusa, mirando alrededor. Había sido un silbido extraño, como el de...

Otro silbido.

El árbol que tenía delante estalló en astillas a la altura de sus ojos.

El silbido de un proyectil.

Se agachó tras el árbol. No la cubría por completo, pero al menos era algo.

Al mirar hacia arriba vio que la mitad superior del tronco había desaparecido. ¿Dónde...?

Oyó unos pasos acelerados, que se acercaban hasta donde estaba ella.

"Me están disparando" pensó, con los ojos abiertos de par en par.

Levantó las manos y gritó que no era un animal. Era un ser humano, no un corzo ni...

Otro silbido, que le pasó rozando la mano izquierda y le provocó un surco horizontal rojo entre el índice y el pulgar.

Agachó las manos y gruñó, esta vez de dolor. Quemaba como mil demonios.

Poniéndose nieve en la herida, su cerebro trabajó a toda prisa. ¿Por qué le disparaban? ¿Seguían pensando que era un animal, o...?

Quiso asomarse para poder ver bien quién la atacaba, pero su cerebro la volvió a parar en medio del proceso. "¿Estás loca? Mira por el otro lado, no justo por donde está disparando."

Apretó los dientes, y miró por el otro lateral del tronco.

El que le estaba disparando se había acercado mucho. Estaba a menos de treinta metros, y andaba con calma, como si supiera que la iba a alcanzar tarde o temprano.

Pero eso no era en lo que estaba mirando. Ella miraba su cara: o más bien, lo que debía haber sido su cara, y que no era más que dos círculos grandes y rojos, sobre otro círculo negro, en medio de lo que ella creyó que era una máscara blanca... al igual que el resto de su ropa.

Se volvió a cubrir en cuanto la figura levantó lo que tenía entre las manos.

Tenía que pensar en una manera de salir de ahí. Y rápido.

Apretó los dientes mientras pensaba, estrujándose el cerebro. ¿Pelear contra él por su arma? Muy de película. No funcionaría, y ella acabaría en la cuneta, muerta y desaparecida...

Aunque algo le decía que ya llevaba mucho tiempo sin dar señales de vida.

Él tenía armas, y ella no. Seguramente también estuviera en forma, o que al menos tuviera bastante fuerza, por lo que tampoco podía hacerle frente de esa manera.

¿Qué podía hacer entonces?

Miró a su alrededor, buscando cosas que pudiera usar. Algo. Cualquier cosa. Una rama, una piedra...

Pero el bosque parecía haberse puesto de acuerdo entre sí para no darle nada con lo que defenderse.

Frunció el ceño. La mano izquierda le palpitaba, y la cabeza le iba a mil por hora.

Si no podía atacar, entonces debía hacer lo contrario.

Correr.


[2]

Se deslizó ladera abajo, corriendo en zig zag, pero no tardó en llegar hasta donde se había despertado.

Sin salida.

"Buen trabajo" le felicitó su cerebro. Ella lo mandó callar. Habían otros asuntos más importantes a atender.

Vio que el terreno a su izquierda estaba lleno de hojas. "El invierno se acaba", pensó mientras caminaba sobre estas, agachada.

Se agachó tras un árbol, y esperó. Tenía una pared de roca a la derecha, y el camino por el que había venido a la izquierda. No había ningún otro lugar al que huir.

Se había acorralado.

El tipo de la cara extraña llegó trotando. Llevaba un anorak y unos pantalones blancos, además del rifle entre sus manos. Desde donde estaba, además, vio que llevaba una mochila de senderismo con cuerdas y correas asomando de entre los laterales.

Todo blanco impoluto. Como la nieve misma.

El tipo llegó hasta el lugar donde se había despertado. Había dejado un montón de huellas al despertarse y mirar alrededor, pero las más claras eran las que había dejado al ir a asomarse por el acantilado. Lo había hecho una vez, y no más.

Su estómago no recibía de buena gana tales vistas.

El tipo también pareció percatarse de las huellas. Estuvo un buen rato observándolas, mirando a derecha e izquierda, e incluso arrodillándose para, según pensaba ella, ver mejor el suelo. Apretó los dientes, esperando que no viera algo entre las hojas que lo llevara hasta donde estaba.

Al final pareció decantarse por las huellas que iban hacia el acantilado.

Las siguió, apuntando con el rifle hacia delante. Parecía uno de esos personajes que aparecían siempre en los juegos de su hermano, matándose entre sí por placer, simulando batallitas y guerras.

Apretó los labios. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente por no tiritar, pero le costaba. En cuanto el tipo se diera cuenta de que no había ido por allí abajo, probaría con la siguiente opción. El lugar por donde no hubiera dejado huellas si hubiera caminado por allí.

Y ella estaba ahí. Precisamente en ese lugar.

Tuvo una idea, y antes de que pudiera haber sido pasada por el filtro que era su cerebro racional ella ya estaba corriendo hacia la figura.

La embistió.

Por supuesto, su plan incluía el tirar al atacante por el borde y huir, pero sucedió que no había contado con un ligero detalle.

Que se girara y la agarrara mientras caía.

Hacia abajo.

Al fondo mismo.


[3]

Volaron en el aire.

Los escasos segundos que duró fueron de pura agonía y terror. La caída, el frío perforándole la cara, y el atacante intentando estrangularla la tuvieron bastante ocupada retorciéndose y mordiendo con desesperación, como si fuera un animal.

Hasta que al final tocaron fondo.

Atravesaron las copas de los árboles con crujidos y chasquidos sonando por todas partes, dándole golpes a ambos.

Y entonces llegó la dura realidad.

O más bien, el duro suelo.

Cayeron a plomo, ella encima de él. Hubo un crujido muy feo por parte del señor del anorak, mientras que ella se quedó sin aliento por el golpe.

Ya en el suelo, a salvo de las garras de la gravedad, rodó de encima de su persecutor hasta caer al suelo. Ahí al menos había un manto de hojas.. humedecido, pero mullido, y ni de lejos tan gélido como la nieve.

El cielo estaba precioso. Azul claro, sin contaminación. Solo nubes blancas como el algodón.

"Estoy viva", se dijo, en voz alta. Tardó un tiempo en procesar la información. La habían intentado matar, y había hecho frente al agresor...

Bueno, a su manera.

Pero, ¿lo había matado?

Se giró. Vio que el pecho del atacante ni subía ni bajaba.

Oh.

Se irguió un poco, obligando a sus doloridas extremidades a moverse, y le tomó el pulso en la muñeca.

Notó la piel dura y fría, como si no fuera humana. Y ningún pulso.

Suspiró, y volvió a tumbarse en las hojas. Lo había matado. ¿Homicidio en primer, o segundo grado? No lo sabía. Quería haber sido ingeniera química, no abogada, ni forense. Así que no tenía ni idea.

Cerró los ojos al pensar en las implicaciones que lo que había hecho conllevaban. Aunque hubiera sido en defensa propia, había sido un asesinato. Alguien había muerto. Ahí en España no era como en América, donde matabas a alguien que te intentaba matar y salías ileso y con una palmadita en la espalda. En España, matar era matar, lo miraras como lo miraras.

Su padre era Guardia Civil. Quizás buscaría una manera de salvarla. Pruebas. O algo...

Suspiró.

Cada cosa a su tiempo.

Temblando, sin saber ya si era por el frío o por el terror que tenía en los huesos, comenzó a mirar entre las cosas de su ex-persecutor.

La máscara fue lo primero. Era eso: una máscara, con dos lentes de vidrio de tono rojizo que parecían ahumados. Lo de la zona de la boca parecía algún tipo de filtro, como los de las máscaras antigás.

Miró en sus bolsillos. Encontró notas, escritas en un idioma que ella no comprendía. Parecía una mezcla de coreano y de algún lenguaje de Oriente Medio.

Hm.

¿No estaba en España?

La idea le hizo pensar. La hipótesis de que estuviera en otro país explicaría el que fuera invierno... aunque debía estar en el hemisferio sur del planeta, entonces.

No estaba en España.

Desesperada por más información, le dio la vuelta al tipo.

No tenía la mochila.

Tras buscar por la zona, la encontró. Estaba enganchada de una de las ramas bajas de un árbol, con las correas flotando en el aire.

Bajó la mochila y rebuscó en ella. Habían muchas cosas, algunas de ellas hechas añicos por la caída, y otras extrañas y que ella no tenía ni la más mínima idea de cómo usar.

Vio una chaqueta ligera, de color crema, y se la puso, junto con unos pantalones de algo parecido a la lana del mismo color.

Tenía mucho frío. Y tenía que saber dónde estaba.

Buscó una zona donde pudiera estar más cómoda mientras observaba las cosas.

El rifle había desaparecido, enganchado allá, en alguna de las ramas más altas.

Eso era otro dato que había pasado por alto: aunque ese tipo hubiera estado cazando, y hubieran estado en España, las pocas armas de fuego que se usaban para la caza eran escopetas de perdigones, no rifles de cerrojo.

Se detuvo durante un momento a mirar el cuerpo de su ex-persecutor. "¿Quién eres?", le preguntó por lo bajo.

Sabía que no podía responderla. Aun así, le reconfortaba oir el sonido de su voz.

Algo humano en medio de ese desierto gélido.

Suspiró, pensando en lo que debía hacer. La chaqueta térmica que llevaba calentaba un poco, pero no tanto como ese anorak que llevaba puesto su ex-persecutor.

Se mordió el labio. Ahora, además de asesina, era una saqueadora.

Minutos más tarde, ya vestida con el anorak y a salvo del viento gélido (o al menos, más protegida de él que con una camisa y unos pantalones cortos) observó el cuerpo. Debajo del anorak había tenido puesta otra chaqueta térmica, además de sendos pantalones. No se los quitó. Tampoco quería verle la piel, al fin y al cabo.

Lo que sí se llevó, tras pensarlo un poco, fueron las botas.

No quería morir de hipotermia en un país extranjero, para que al final la encontraran congelada hecha un ovillo en cualquier agujero y con todo el equipo invernal... junto a la adición de las deportivas frescas de verano.

Consideró una insensatez el parar con el anorak y los pantalones de invierno, por lo que le quitó las botas y se las puso, notando una oleada de gratificación por parte de sus pies helados.

Se tomó un momento para pedirle disculpas al cuerpo de su ex-persecutor. Al fin y al cabo, muy posiblemente ambos estaban en otro país, y él ya no iba a necesitar sus cosas. Ella tenía frío, estaba asustada, perdida, y comenzaba a tener hambre.

Se echó la mochila al hombro y la notó algo pesada.

Debía hacer inventario, tanto física y material, como mentalmente, pero también debía encontrar un lugar donde poder sentarse y hacerlo sin que se le congelaran los dedos. No podía quedarse ahí.

Echó un último vistazo al cuerpo y frunció el ceño.

Se giró, y continuó avanzando, en busca de un refugio.

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