Capítulo 9

—Entonces... te robaron... —dijo el agente con evidente desgano, mientras empezaba a llenar una planilla.

—Sí. Como expliqué en la seccional, me empujaron, entraron y revisaron todo; hasta que encontraron lo que buscaban y se fueron.

—Ajá... —anotó algo más en el formulario—, entonces es un hurto no un robo, porque los hiciste pasar...

—No. No los hice pasar. Como dije antes, me empujaron y me tiraron al suelo. Y ahí se metieron. Yo no los invité a entrar.

—Y decís que nunca los habías visto antes...

—No lo sé. He atendido a muchos vexianos, no los recuerdo a todos...

—¿Te parecen todos iguales?, ¿como los chinos? —preguntó con rudeza.

—No, yo no dije eso. Lo que digo es que no recuerdo a todas las personas que pasan por el estudio o que me cruzo por la calle...

Estuvo escribiendo un rato, sin decir nada. Después, retomó la conversación como si nada.

—Vas a tener que ir al hospital a que te revisen los golpes...

—No tuve lesiones. Solo caí de espaldas y me golpeé la cabeza. Nada grave.

—Si te negás a hacer la revisación, se puede interpretar como que es un ataque inventado...

Niko estaba haciendo acopio de toda su paciencia para no meterle una piña al policía. Había estado desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde esperando en la comisaría para que lo atendieran, porque el oficial que se encargaba de tomar las denuncias había salido a hacer unas diligencias y nadie más se la podía tomar.

Al ser atendido, tuvo que relatar varias veces lo sucedido, debido a que el policía parecía empeñado en poner su propia versión de los hechos; además, se encontró disculpándose en reiteradas ocasiones por no recordar con exactitud los rasgos de los intrusos. Aparentemente, el mal momento vivido no era una excusa válida para no haber contado cuántas pecas tenía cada uno.

Cuando al fin parecía que terminaba el trámite, le dijeron que tendrían que hacer una inspección ocular de la escena, dado que debían descartar que se tratara de una denuncia falsa, fundada en el odio interracial. Y, aunque les explicó que no tenía nada en contra de los alienígenas, que atendía vexianos en su estudio todos los días y que jamás había tenido problemas con uno de ellos antes, le indicaron que se quedara en el lugar para estar presente cuando un agente fuera a inspeccionar.

—Bueno, mostrame donde decís que te sustrajeron los bienes.

—Es por acá, en el privado —le dijo, guiándolo hacia el interior.

—Está todo en su lugar... no tendrías que haber acomodado, por si había alguna evidencia.

—No toqué nada, dejé todo como estaba en caso de que vinieran a ver. ¿Van a tomar huellas?

—¡Ni que fuera un homicidio! —se rio con ganas, mientras parecía querer meter la cabeza dentro del frigobar.

Niko se le quedó mirando con incredulidad.

—No hay nada que indique que hubo un robo. No hay desorden, nada tirado ni roto... muy sospechoso.

—La verdad es que parecían saber bien dónde encontrar lo que buscaban, porque fueron derecho a la heladera.

—Claro... —comentó, levantando las cejas, mientras hacía nuevas anotaciones en el papel—. Y aquí dice que lo que te robaron fue... sangre. ¿Por qué tenías sangre acá?, ¿es alguna clase de culto?

—No, ningún culto. Hago mis propios pigmentos para tatuar, a base de sangre vexiana.

—Eso no suena muy legal... ¿tenés algún permiso?

—No. Cuando fui al municipio a consultar, me dijeron que no había ninguna reglamentación al respecto, ni estudios que avalaran u objetaran su uso, por lo que no necesitaba un permiso para hacer algo que no estaba prohibido. Es lo que se dice, una zona gris.

—Sin permiso... —dijo lentamente, al tiempo que lo escribía en la planilla.

Con los brazos en jarra, Niko cerró los ojos y exhaló. Eran las siete y media de la tarde, estaba agotado; lo único que le había echado al estómago en todo el día, eran unas masitas secas y unos mates. Si no lograba controlarse, iba a terminar detenido por agresión.

—Bueno, eso es todo. Podés pasar a fines de la semana que viene por la seccional, si querés hablar con el fiscal sobre los avances del caso.

Niko lo acompañó a la salida y se quedó solo en el estudio. Miró alrededor y pensó en que era una suerte que Lena no hubiera tenido que pasar por todo aquello. Con su carácter, ella seguro que acababa presa.


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Anochecía cuando Aläis decidió que ya era tiempo de contactar a su amigo.

Marcó a su celular y fue atendido de inmediato por Umäin. Era claro que estaba esperando su llamada.

—¿Hola?

—Sunäe, kiodäi. Me alegra oír tu voz.

—Y a mí también la tuya.

—Algo no está bien...

Umäin cerró los ojos. Aläis lo conocía tan bien, que podía percibir el malestar en su voz.

—Me temo que no tengo buenas noticias...

—¿Julián está bien?

—Sí... y no...

Hizo una pausa. Por más que lo intentó, no consiguió concebir una buena forma de decir lo que tenía que decir, por lo que había concluido que lo mejor era ser directo.

—Julián ya no va a ayudarnos.

Aläis se quedó helado. Su mente empezó a divagar entre posibles alternativas, pero todas lo llevaban de vuelta a Julián. El asesor era la pieza clave. Sin él, no le sería posible trasladarse, ni cambiar de identidad, ni eliminar el CIP de su brazo y obtener uno nuevo. Todo lo que había hecho antes, gracias a lo cual sobreviviera tanto tiempo, ahora era inviable.

Siempre descartó la posibilidad de contactar a más de un asesor. Cuantos menos supieran sobre él, más seguro sería. Pero ahora veía la falla en su estrategia: estaba acorralado y no tenía a nadie más a quién acudir. Todo su mundo se desmoronaba.

Dio un grito de rabia y descargó su furia dándole un puñetazo a la pared. Sus pecas irradiaban un brillo intermitente de inusitada magnitud, como oleadas de ira. Si en ese momento alguien desde la calle observara a la ventana de su habitación en penumbras, seguramente pensaría que su ocupante tenía un arbolito de navidad encendido.

Nunca se había sentido tan traicionado. Respiró profundo varias veces, pero no lograba recobrar la calma.

—¿Cómo pudo hacerme esto! —dijo entre dientes, cuando recuperó el habla.

—Está asustado. Un grupo de los nuestros lo visitó y lo amenazaron a él y a su famil...

—¡¡No es excusa!! —gritó—. Él conocía los riesgos, sabía que mi vida estaba en juego y accedió a participar. No puede abandonarme ahora.

—Su familia es más importante...

—¡Dio su palabra! ¿No es eso importante, acaso?

—Entiendo cómo te sientes, Aläis, pero él tiene que pensar en los suyos. Me pidió que te dijera que «si sientes una mínima gratitud por las veces que te ayudó, que no trates de contactarlo».

—¿Y tiene el descaro de invocar una deuda de gratitud? ¿Qué hay de su deuda de honor?

Aläis iba de un lado al otro del cuarto, como una fiera enjaulada. Umäin no sabía qué decir para serenarlo. Si estuvieran cerca, una dosis energética lo ayudaría a recuperar el balance; pero estando tan lejos, no había nada que pudiera hacer.

—Mañana a primera hora, ven a buscarme en tu auto. Voy a verlo personalmen...

—No, Aläis, no podemos ir.

—¿Qué dices? ¿Tú también me abandonas!

—Por favor kiodäi, escúchame, no es seguro; ni para él, ni para nosotros. No sabemos si lo están vigilando. Podrían estar esperándonos... No estás pensando con claridad. Busca un nuevo alojamiento y descansa esta noche. Llámame de nuevo mañana cuando estés más tranquilo. Pensaremos en algo.

Aläis oyó el sonido de la llamada cortándose.

Imposible. Miró la pantalla para corroborar que, efectivamente, su amigo le había colgado. Volvió a gritar de furia y arrojó el celular contra la pared, dejando una abolladura donde golpeara el macizo aparato.

Se dejó caer de espaldas sobre la cama y trató de calmarse. No podía salir a la calle con la cara brillándole. Si usaba el tapiz de sus ancestros, podría recuperar el equilibrio más rápido, pero no quería mancillar la energía vital de sus antepasados con la bronca que sentía en ese momento.

Julián lo había abandonado cuando más lo necesitaba. Y Umäin... Umäin estaba de su parte. Eso era lo más insoportable.

El humano, era una cosa. Pero su amigo, su kiodäi... no podía creer que, después de todo lo que habían pasado, no le temblara la mano para dejarlo hablando solo.


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Lena no pudo volver a dormirse después de la llamada de Niko, aunque se había quedado todo el día en la cama para sobrellevar la terrible resaca que tenía.

Era casi la hora de cenar, cuando tomó su celular y llamó a Maia. No pensaba contarle lo sucedido en el estudio, pero necesitaba distraerse y qué mejor que su amiga para eso.

—¡Lena! —contestó al instante Maia—. Tenés que venir a almorzar mañana. Dice mi mamá que te va a hacer los tallarines caseros a la boloñesa, como te gustan.

—¡Eh! ¡Pará un poco, che! Primero, saludame.

—¡Hola, amiga! Cómo andás, ¿bien? ¡Qué bueno!... Ahora, lo que te decía: tallarines a la boloñesa, mañana, en casa, almuerzo...

—Parece que estabas desesperada por invitarme.

—¡Sí! Estuve esperando todo el día que me llamaras ¡ya no aguantaba más!

—Che ¿y por qué no me llamaste vos si tenías tantas ganas?

—Es que estoy sin crédito... —confesó, Maia.

Lena pudo imaginarla haciendo uno de sus típicos pucheros y no logró evitar soltar una carcajada.

—¡Sos terrible!

Se quedaron hablando como media hora, sobre la salida de la noche anterior, contando los tragos de más que se tomaron; criticando a los hombres que las miraban, pero que no se acercaron a hablarles; de la música actual, que no era como la de antes...

Cuando se despidieron, Lena se sentía mucho mejor. Maia tenía ese efecto curativo en ella.


Seccional: dependencia policial con jurisdicción sobre un sector determinado de una población.

Revisación: revisión médica.

Frigobar: minibar. Refrigerador pequeño que generalmente se encuentran en las habitaciones de hotel.

Masitas: galletitas. Biscochos dulces o salados a base de harina, horneados en pequeños trozos.

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