Capítulo 8
—Arriba, «Lena durmiente».
—Es temprano, un ratito más...
—Solo cerrá la puerta cuando me vaya y después te volvés a dormir.
—Mmm... Bueno, ahí voy.
Lena se levantó como pudo. La cabeza le daba vueltas y, debido al mareo, tuvo que contener una náusea mientras caminaba, sosteniéndose de los muebles. Se dirigió con mucho esfuerzo hasta la entrada. Tenía el maquillaje corrido, el pelo revuelto y una sed que le quemaba la garganta.
Maia, al verla en tal mal estado, se sintió culpable por hacerla levantarse.
—Perdón, pero me tengo que ir. Mi vieja me mata si no llego para ayudar con el almuerzo.
—¡Qué te va a matar tu vieja, si es divina! Andá, no la hagás renegar. Gracias por acompañarme.
—Amiga, siempre voy a estar para vos —le dio un abrazo—. Te quiero, nos hablamos.
Abrió la puerta y salió rápido. Lena echó llave y se arrastró de nuevo hasta la cama.
—¡Auch!... No tendría que haber tomado tanto...
La chica del cabello bordó abandonó decidida el edificio.
Desde un auto estacionado en la vereda de enfrente, un par de ojos castaños acompañaron su andar a través de los cristales polarizados, hasta que dobló la esquina. Enseguida, el vehículo arrancó y avanzó muy despacio, siguiendo los pasos de la muchacha a cierta distancia.
Estaba casi inconsciente de nuevo, cuanto el celular de Lena empezó a sonar.
—¡Oooh! ¿Qué te olvidaste, Maia! —exclamó al aire.
Tomó el aparato con los ojos aún cerrados, y atendió.
—¿Hola?
Una voz de hombre le estaba hablando. Miró la pantalla del celular, extrañada. La cara de Niko la miraba con sus ojitos dulces y una sonrisa a medias. Recordó el momento que le tomó esa foto para agendarlo, el día que empezó a trabajar para él. Se llevó de nuevo el teléfono a la oreja.
—¿Niko? ¿Qué pasa?
—Eh... no te asustés pero... los elfos que te atacaron, estuvieron acá en el estudio.
—¿¿Qué!! —Se incorporó en la cama; de pronto estaba totalmente despierta— ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?
—Estoy bien, tranquila.
—¿Fueron al estudio? ¿Vos estabas ahí?
—Sí. Yo pasé la noche acá y cuando abrí la puerta, me pegaron un pechón y se metieron. Pero no me pasó nada. Solo se llevaron uno de los tubitos con sangre. Al menos me dejaron el otro para poder hacer la tinta...
—Me alegro de que estés bien —dijo, con sincero alivio.
—Me alegro... de que te alegre.
—¿Cómo no me va a alegrar, Niko! Si te pasa algo, me muero. —Se hizo un silencio del otro lado—. Hola, ¿seguís ahí?
—Sí, acá estoy. Solo quería contártelo para que te quedaras tranquila. Ya no te van a molestar.
Lena no sabía qué decir.
—Gracias por llamarme —dijo con suavidad.
—No hay por qué. Nos vemos el lunes.
—Nos vemos.
La joven se quedó sosteniendo su teléfono junto al oído, hasta que se dio cuenta de que la llamada se había cortado hacía rato.
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Umäin estuvo estacionado una media hora en las cercanías de la casa de Julián, hasta que lo vio arribar en su auto. Iba acompañado de su esposa y tenía aspecto de cansado.
Al descender del coche, el hombre barbado, de unos cuarenta años y vestido con un traje gris sin corbata, reparó en el alienígena que lo observaba desde el interior del vehículo, a cincuenta metros del lugar. Cuando se disponía a entrar, intercambió unas palabras con la mujer, la besó en la boca y ella continuó rumbo al interior de la vivienda, mientras que él emprendió la marcha hacia donde estaba el vexiano.
En tanto se acercaba, miraba nervioso en todas direcciones, como si sospechara que lo podían estar vigilando.
—¿Quién sos? —preguntó en voz baja al llegar junto a la ventanilla del conductor.
—Hemos hablado algunas veces; mi nombre es Umäin.
El hombre lo miró fascinado: un vexiano con el cabello recogido, vistiendo jeans y remera y conduciendo un automóvil. Era el vivo ejemplo de que la asimilación de los alienígenas en la sociedad humana, era posible. Asintió y, en seguida, se subió en el asiento trasero del coche. Sus miradas se cruzaron por el espejo retrovisor. Los ojos que lo observaban del otro lado, de un color entre el azul y el violeta, le transmitieron la confianza suficiente como para hablar con libertad.
—El señor Somäi se comunicó conmigo y me avisó que vendrías. Dijo que te habías alarmado por el asalto a mi oficina.
—Así es, ¿está usted bien?
—Sí, estoy bien. Agotado de tanta burocracia policial. Te aseguro que pasé más tiempo adentro de la comisaría del que pasarían los asaltantes, si los atraparan —. Se notó que necesitaba desahogarse—. En cuanto a ellos, no te preocupes...: no les dije nada.
—¿A quién? —Umäin no pudo evitar sonar alarmado—. La policía dijo que no había nadie en el lugar cuando entraron.
—Trabajo en la integración interracial. ¿Te imaginás si salgo a decir que los vexianos atacan a los humanos? Me quedo sin laburo, pero además, se pudre todo. Tomé la decisión de minimizar el asunto en beneficio de la paz social. Es más, revolví todo para que pareciera un asalto común y corriente. Nunca haría nada que pudiera promover la xenofobia o la segregación de tu gente.
Umäin lo miró con admiración.
—Eso es realmente muy noble...
—Puede que sea noble, pero no soy estúpido...
—¿Disculpe?
—Los que me atacaron buscaban a alguien. Un prófugo de la justicia que escapó de las cárceles vexianas y que, de algún modo, llegó a la Tierra. Así que... —Hizo una pausa. Parecía dolerle lo que estaba por decir—: ya no puedo seguir ayudando a tu amigo «misterioso», ese que ha pedido el traslado varias veces y que salía de un asentamiento bajo un nombre y llegaba al otro con una nueva identidad.
Umäin sintió como si lo hubieran bañado con un balde de agua helada, con los cubitos de hielo y todo.
—¡Por el Gran Poder!, tiene que ayudarlo, solo una última vez. Le aseguro que las acusaciones en su contra no son verdaderas. Ha sido encarcelado injustamente desde que era un niño. Él no ha hecho nada malo...
—Mirá: no sé si es culpable o inocente, pero tampoco me interesa saberlo cuando amenazan de muerte a mi familia. A mi esposa y a mis hijos... Lo siento, pero no voy a seguir involucrado y te pido que le digas que no me busque. Si siente, aunque más no sea una mínima gratitud por todas las veces que lo ayudé, que no me comprometa.
Y dicho esto, se bajó del auto y se alejó rumbo a su casa.
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—Venae, tanëo.
—¡Les dije que no me llamaran! —sonó más agresiva que de costumbre.
—Me disculpo, tanëo. No queríamos demorarnos en comunicarle las buenas noticias.
—¿¿Lo eliminaron!!
—Eh... No, aún no...
Un gruñido de exasperación brotó de la garganta de la vexiana.
—¡No me molesten con tonterías! —gritó con fastidio.
—¡Pero eliminamos su sangre! —Se apuró a decir su interlocutor, antes de que le cortara—. La cambiamos por un poco de la nuestra.
Guardó silencio y analizó la información recibida. Al cabo de un momento, ya un poco más tranquila, respondió:
—Me impresionan. Estoy complacida con su desempeño.
—Mi familia se alegra de poder servirle, tanëo.
—Bien. Pero no se olviden de que debe morir.
—Estamos rastreándolo, tanëo. Anoche dimos con el humano que ha estado facilitándole la huida. No habló, pero lo asustamos bastante. No creo que consiga salir de la ciudad. Será más fácil ahora que lo tenemos acorralado.
—Muy bien, pero no se confíen. Recuerden lo que les dije de los que intentaron atraparlo antes que ustedes.
—Entendido, tanëo.
—Y no vuelvan a llamarme, no importa cuán relevantes sean las noticias. Yo los contactaré.
Cortó la comunicación sin darles tiempo a despedirse apropiadamente.
La reunión del Concejo había sido un completo desastre y eso la tenía de muy mal humor. Fueron vanos sus intentos de manipularlos. Pruebas, le exigieron. Y ella no podía darles ninguna.
Hacía 22 años los había engañado, culpando del magnicidio al traidor. Su poder absoluto como Regente fue suficiente para intimidarlos y acallar cualquier cuestionamiento.
Sin embargo, las cosas habían cambiado al llegar a la Tierra. Ya no estaban en Vexia y los Representantes no tardaron en percatarse de que se había vuelto una gobernante más, a la par de los demás mandatarios humanos. Incluso, inferior a éstos, ya que el pueblo vexiano no contaba con un territorio propio, ni autonomía absoluta; no poseía un ejército y su gente estaba dispersa alrededor del globo.
La respetaban, sí, pero ya no le temían; no como antes. El poder que detentaba había disminuido hasta volverse insignificante. Continuaba siendo Regente, pero solo porque los terrícolas se lo permitían y no podía tomar ninguna decisión importante sin contar con la aprobación de la NUII, las Naciones Unidas para la Inmigración Interestelar.
Pero eso se iba a enmendar. El plan detrás del éxodo que los había traído al tercer planeta del sistema solar, estaba en marcha. De manera silenciosa, iba dando sus frutos bajo las narices de los ingenuos seres humanos y, en unos años, Vexia volvería a ser grande y ella sería la persona más temida otra vez, ahora, en la Tierra.
Sólo tenía que eliminar al traidor. Era el único que podía arruinarlo todo.
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El camino de vuelta se le hizo eterno. Tenía la cabeza repleta de pensamientos fatalistas y aún no sabía cómo iba a decírselo a Aläis. Su amigo contaba con la ayuda de Julián; su negativa iba a ser un golpe realmente duro.
Ingresó a la ciudad, y se dirigió a la cochera para guardar el auto. Ya en la calle sintió que estaba demasiado alterado como para regresar al departamento, por lo que caminó hasta su casa en el complejo vexiano. Necesitaba estar solo.
Tras correr los ventanales, se sentó en el suelo y cerró los ojos. El aire fresco le acarició el rostro y le trajo aroma a jazmines y resina de pino. Desarmó la larga trenza y dejó que la brisa jugueteara con su cabello, tan negro como las sombras de la noche. Percibió cuando sus pecas empezaron iluminarse. Respiró profundo varias veces, tratando de calmar su mente acelerada. Deseó tener una alfombra ancestral como la de Aläis para que lo ayudara, pero en su familia no existía ninguna reliquia ni remotamente parecida. Comenzó a adentrarse en sí mismo, mientras pensaba en que su amigo estaba rodeado de un halo de misterio. Todo su pasado era una incógnita.
—Ha llegado el momento, Umäin. Esta noche liberaremos a Aläis. Ya está todo preparado para su escape. Tú vendrás conmigo, no quiero perderte de vista...
Mientras hablaba, recolectaba cosas y las iba colocando con prisa en un bolso. El muchacho, algo mayor que un niño, aunque no era un joven aún, miraba azorado cómo iba de un lado a otro.
—Mañana parte el primer transporte, va a haber guardias por todos lados...—dijo, algo confundido.
—Por eso es la mejor oportunidad que tendremos. La Regente no se atreverá a hacerle daño, no frente al pueblo. Si lo hiciera, tendría que dar explicaciones, y todo saldría a la luz. Y es lo último que ella querría que pase. Recuerda que la identidad de Aläis es un secreto y en ello se han basado todos estos años de cautiverio. Si se supiera quién es realmente...
—No lo entiendo ¿Por qué no lo divulgan? Tampoco a mí me has revelado quién es Aläis en realidad, ¿es que no confías en mí, dadäe?
El mayor dejó lo que estaba haciendo y estrechó al joven en un abrazo.
—No es eso, hijo —apoyó su frente en la frente del muchacho—. Tu madre nos dejó demasiado pronto. Y desde entonces, tú has sido mi única prioridad; eres lo más preciado para mí. No haría nada que pudiera ponerte en riesgo. Y conocer la verdadera identidad de Aläis antes de tiempo, es el mayor peligro al que te podría exponer. Pero no te preocupes, está cerca el momento en que te lo diga. Nuestro pueblo se dirige a un nuevo comienzo en otro planeta y para cuando lleguemos allí, te prometo que sabrás toda la verdad...
Umäin abrió los párpados y sus ojos lavanda destellaron de emoción. Una lágrima descendió lentamente por su mejilla aún iridiscente. Ese recuerdo siempre lo entristecía. Su padre no había cumplido su promesa: unas horas más tarde, ambos, junto a un grupo de rebeldes, habían burlado la seguridad de la prisión y liberado a Aläis. Pero a un costo muy alto: él y su amigo, fueron los únicos que lograron sobrevivir y abordar la nave que los traería a la Tierra.
Vieja: madre.
Renegar: Hacer enojar a alguien o molestarlo mucho.
Pechón: empujón.
Dadäe: Tratamiento cariñoso con que se llama al padre.
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