Capítulo 6

—¡No te puedo creer todo lo que me contás, boluda! ¡Qué cagazo!

—Sí, la verdad que sí. Nunca vi a los elfos como una amenaza, pero ahora como que me da miedo de volverme a cruzar con esos tres por la calle.

—¿Y cómo vas a hacer para ir a trabajar el lunes, vos que siempre caminás sola?

—Niko se ofreció a pasarme a buscar.

—¡Ahhh, bueno! ¿Y?

—Y, nada. Le dije que no viniera.

—¡¡¿Por qué?!! Pará, pará. ¿Qué pasó entre Niko y vos?

—¡Nada! Es que ayer me inventé un novio para desilusionarlo. ¡No me pongás esa cara que fue una medida desesperada!... Pero bueno, la cuestión es que hoy, con lo que pasó, le tuve que contar la verdad. Y como que tuvimos un momento, no sé, me sigo repitiendo que Niko no me gusta, pero ayer como que conectamos... igual, no pasó de ahí y ahora tengo miedo de que todo se vuelva incómodo...

Maia no supo qué responder, en tanto trataba de digerir lo que su amiga acababa de contarle. Estaba sentada en la banqueta del desayunador, con la lata de cerveza en la mano, mientras Lena se terminaba de arreglar para salir.

—La verdad es que a veces no te entiendo, amiga —dijo, cuando por fin pudo recuperar el habla—. Si a mí me diera bola un tipo como Niko, con lo bueno que está, con esos ojazos verdes, y esos brazos musculosos y tatuados... no lo pensaría dos veces.

Lena, que estaba dándole la espalda, la miró a través del espejo.

—No te hagás drama amiga, que no sos la única: yo tampoco me entiendo a veces —suspiró y tras una pausa, siguió poniéndose el rímel. —No sé qué me pasa, Niko es lindo...

—...está re-fuerte...

—... me trata bien, es un tipo responsable y sabe lo que quiere, no como los pendejos con los que he estado. Realmente no sé... Debo venir fallada de fábrica —sentenció.

Dejó el maquillaje sobre la mesa cercana y dio un paso atrás, para contemplar el resultado.

Lucía un cortísimo vestido negro, muy ajustado, con un pronunciado escote, tajo y espalda descubierta, que le quedaba de su época de bartender. Llevaba la melena sobre el hombro derecho y la boca pintada de rojo intenso; para completar, se había esfumado los ojos y pegado diminutos strass alrededor, simulando las pecas vexianas, para realzar su mirada.

—Bueno, ya. Basta de lamentarse. Ahora salimos, nos emborrachamos y te olvidás de todo lo malo que pasó hoy.

—Sí, sí. Eso es lo que necesito, porque la verdad es que desde temprano fue un día de mierda...

—¡Pará! ¡Me había olvidado! Me contaste lo que pasó cuando llevabas la sangre, pero no me dijiste cómo te fue con el elfo al que se la sacaste. Ese no te asustó, ¿no?...

—No hay mucho que contar, prácticamente no me habló... Ahora que lo pienso, lo único que dijo fue «hola». Y su nombre, que ni siquiera era su nombre real...

—¿Cómo es eso?

—Que se notó que se lo inventó en el momento.

—Bueno, a lo mejor era tímido —aventuró Maia.

—La verdad, tengo mis dudas...

—¿Por qué?

Lena pensó si era conveniente contarle a Maia de sus sospechas. Después de lo sucedido a la tarde, estaba más que segura de que el vexiano que la visitó en la mañana, andaba metido en algo raro. Decidió que lo mejor era no involucrarla, por si fuera peligroso. Cuanto menos supiera, mejor. Así que se guardó algunos detalles, como que ya lo había visto antes, y que había tomado nota del CIP que llevaba en el brazo.

—No, nada, boludeces mías nomás...

—Ok... ¿Y qué más? ¿Cómo era? Quedamos en que iba a ser con lujo de detalles, ¿te acordás?

—Veamos... alto, ¡bah! como todos...

—Cierto, son altos como vikingos... y elegantes. Con traje se ven divinos.

—Bueno, este no usaba traje. Llevaba un pantalón de lino y una camisola de mangas largas. Tenía un look medio bohemio, qué se yo.

—Mmm, bohemio...—se mordió el labio inferior— ¿Qué más?

—Tenía el cabello gris y unos ojos violetas, impresionantes.

—¡Uy! Parece que te pegó fuerte el elfo —dijo, con una risita—. Y... ¿cómo la tenía de grande?

—¿Cómo voy a saber eso? ¡Le tomé una muestra de sangre, no de semen! —Maia soltó una carcajada. —¡Qué mente sucia que tenés! ¡Pensás en eso nomás, vos! —y, como no paraba— ¡Cortála, boluda, que cuando venga de nuevo, no me voy a poder aguantar la risa!

Maia logró calmarse un poco y preguntó.

—¿Va a venir de nuevo?

—Es probable. El que contactó a Niko dijo que necesitaba un ingreso periódico de dinero, así que pienso que va a volver.

—Bueno, la próxima vez me avisás y "accidentalmente" caigo a la misma hora y me lo presentás.

—¿Y qué le digo? «Te presento a mi amiga, que está loca y solo piensa en ver lo qué tenés ahí abajo».

Maia soltó otra risotada. Se desató el pelo color bordó que tenía sujeto con una hebilla y lo arregló con las manos, para darle movimiento.

—¡Estaría buenísimo verle la cara cuando se lo digas!

Ahora era Lena la que se reía.

—¡Sos terrible!

—¿Ya estás lista? ¡Salgamos!

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Se había colocado un buzo con capucha para ocultar sus cabellos grises y sus rasgos vexianos y así cruzó la ciudad y se alojó en un hotel de tres estrellas, asegurándose de no ser identificado por el conserje. Dio un nombre humano y pagó en efectivo por una noche.

La habitación era pequeña y olía mal. La alfombra estaba grumosa al tacto con la planta de sus pies y las sábanas de la cama, bien podrían haber estado confeccionadas con finas tiras entretejidas de papel de lija. Por lo visto, al establecimiento le sobraban un par de estrellas en su clasificación.

Se recostó mirando el techo; debía descansar. Tenía agotadoras jornadas por delante, en las que se trasladaría durante la noche y permanecería oculto durante el día. Ya lo había hecho antes, así que sabía muy bien lo que le esperaba.

El plan de escape habitual era alejarse de su casa y permanecer en movimiento hasta que Julián, el humano que trabajaba en la oficina de empleo interracial, le consiguiera un puesto en otra ciudad donde hubiera un asentamiento de su gente.

Una vez que lo tuviera, solo quedaba hablar con el jefe del clan, para que le permitiera instalarse en el complejo vexiano del lugar, bajo una nueva identidad.

Así lo venía haciendo desde que llegara. Era un prófugo perseguido por la ley de Vexia y estaba habituado a no permanecer mucho en un solo sitio. Pero las seis veces que se había trasladado, lo habían agotado. Esperaba que, al diseminarse su sangre, le fuera más difícil a sus perseguidores dar con su paradero y así ya no tendría que pasar por todo eso.

Sin embargo, hasta que no se distribuyera por varios lugares, no podía estar tranquilo. Ante la posibilidad de ser puesto en evidencia, era mejor alejarse y seguir con su protocolo de evacuación, como lo llamaba Umäin, por lo menos hasta estar seguro de que su marca energética se había mezclado con la de cientos de humanos tatuados con su sangre.

Era tarde para llamar a Julián; lo mejor era dormir un poco y por la mañana, se comunicaría con él. Se concentró en bloquear sus agudos sentidos para no oír los gritos provenientes de la habitación de al lado, ni percibir el vaho que se desprendía del colchón y las cobijas y, en minutos, se sumió en un sueño inquieto.

Estaba en su hogar, en Vexia. Paseaba de la mano de una mujer hermosa por unos jardines extraordinarios. El sendero estaba bordeado de vegetación, frondosa y aromática. Las inflorescencias se giraban, acompañando su paso, atraídas por la energía que desprendían sus cuerpos. Ella vestía ricos ropajes bordados con cristales y su manita se veía muy pequeña en comparación con la de ella. Una sensación de calma y seguridad lo inundaban, se sentía a salvo. Le sonreía y ella le devolvía la sonrisa. Había amor incondicional es su rostro.

De pronto, una explosión; vio el terror reflejado en los bellos ojos de la mujer, violáceos como los suyos...

Se despertó, sobresaltado. Esos sueños siempre volvían. Estaba seguro de que eran recuerdos de su infancia. Aquella mujer, de incomparable belleza, sin duda era su madre. En el sueño la veía con claridad, pero al despertar, sus rasgos se volvían borrosos; todo aquello había sucedido mucho tiempo atrás.

Amanecía y casi no había descansado nada, entre sueños y pesadillas. Se calzó el buzo y la capucha, y salió. Había visto un kiosco de veinticuatro horas cerca de allí; entró, compró varios chips descartables para su celular, y regresó muy rápido a la habitación.

Le gustaban esos inventos humanos; quizá no habían conseguido viajar a galaxias lejanas, como su raza, pero no se podía negar que era una especie muy ingeniosa.

Su dispositivo móvil tenía como tres décadas y aún funcionaba. Existían equipos mucho más modernos, con infinitas funcionalidades; el suyo solo servía para hacer llamadas y enviar mensajes, pero era casi indestructible: grande y pesado, se le había caído varias veces, sin sufrir daño alguno.

Tras esperar un tiempo prudencial para no importunar demasiado temprano, colocó uno de los chips, buscó en la agenda el nombre de Julián y le llamó.

El tono de llamada se oyó unas siete veces y dio la contestadora. Esperó unos minutos y probó de nuevo. Nada. Un mal presentimiento lo invadió. Desechó el chip y colocó otro. Buscó un nombre conocido en la agenda del aparato y presionó la tecla para llamar.

—¿Hola? —contestó una voz somnolienta del otro lado de la línea.

Sunae, kiodäi.

—¿Aläis? Sunae, ¿qué ha pasado? Pensé que no me contactarías por un tiempo —dijo, preocupado. Se oyó que se incorporaba en su cama.

—Disculpa que te ponga en esta situación, pero no logro comunicarme con Julián y temo que algo pueda haberle sucedido.

—Eso sería una pena; es un humano muy amable, además de útil.

—No quisiera aparecerme por su oficina. Nunca nos hemos visto en persona y esperaba que eso siguiera así, por el bien de ambos.

—Iré a verlo enseguida —dijo Umäin, anticipándose al pedido de su amigo.

—Gracias, kiodäi. No me llames. Volveré a comunicarme más tarde desde otra línea.

Cortó y percibió que estaba muy alterado, por lo que buscó la alfombra familiar, la extendió con ceremonia en el pequeño espacio libre del piso de la estrecha habitación y se sentó sobre ella a meditar. No sabía cuánto tiempo tendría que esperar, lo mejor era aprovecharlo para armonizar su energía con la de sus ancestros.

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Bajó los pies de la cama y con una mano se acomodó los renegridos cabellos sobre el hombro.

—¿Quién te llamó tan temprano?

—No es nada, no te preocupes. Descansa —contestó, Umäin mientras con dulzura, acariciaba el abultado vientre de su mujer.

Ésta se giró con dificultad, y volvió a dormir.

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Comenzaban a arribar los Representantes y, al ver sus expresiones de fastidio, pensó en que quizá había sido apresurada la decisión de forzar aquella reunión en sábado. Si tenían mala predisposición, podía no obtener los resultados deseados.

Los observó uno por uno. Era evidente que todos ellos habían pasado demasiado tiempo con los terrícolas. Conversaban entre sí en diversos dialectos humanos, entre carcajadas y ademanes exagerados. El bullicio era indecoroso. Ya no quedaba nada del aire altivo que caracterizara a los grandes señores Representantes.

Su porte y sus modales solían ser las insignias que reflejaban el honor y la gallardía de cada clan. Ahora, no parecían más que «humanos en fin de semana».

Arrugó la frente con desagrado. Ni siquiera se habían dignado en vestir los ropajes tradicionales para honrar la presencia de la Regente.

—¿De qué tratará esta reunión? —quiso saber uno de ellos, acercándose de una manera más que informal.

La Regente se limitó a mirarlo; sus ojos azul claro destellaron de furia. El embajador palideció. El mensaje fue lo suficientemente claro como para que se apurara a reformular la pregunta en el idioma oficial de Vexia, el único permitido dentro del ámbito de la Colonia.

—Mis más sinceras disculpas, Tanëo... ¿De qué tratará la reunión?

—Lo revelaré cuando todos los Representantes hayan ocupado sus sitios y reine el respetuoso silencio que este Concejo merece.

Su voz metálica resonó en el recinto. Las incómodas palabras provocaron murmullos, que se extinguieron cuando todos se hubieron instalado en las pesadas sillas de roble, dispuestas alrededor de la gran mesa.

La mandataria dio un largo y significativo suspiro. Sentada en el sillón que presidía la sala y vestida con una rica túnica bordada en piedras, desprendía majestuosidad.

Se acomodó las mangas hacia atrás, con movimientos lentos y elegantes, liberando sus antebrazos y los extendió a ambos lados para tomar los de los Representantes más próximos. Éstos a su vez, se sujetaron de los seguían, y así continuaron uniéndose, hasta completar el círculo.

Cerraron sus ojos y permanecieron así un largo rato, dejando que la energía vital, los vinculara.


Cagazo: del lunfardo, significa: susto, miedo, julepe.


Hacerse drama: preocuparse, hacerse problema.


Estar (re)fuerte: que es muy lindo, atractivo.


Pendejo: inmaduro.


Bartender: persona que atiende la barra en una discoteca.


Look: estilo.


Caigo: llego de improviso.


Buzo: suéter confeccionado en tela de algodón y poliéster; puede tener capucha y bolsillos, éstos últimos suelen ser una sola pieza frontal en la que se introducen las manos por los lados, denominado canguro.

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