Capítulo 4
Caminaba lo más rápido que podía, tratando de no llamar la atención. Quería alejarse cuanto antes de aquella casa porque, con el pasar de los minutos, estaba cada vez más convencido de que no había sido una buena idea el ir sin tomarse el debido tiempo de observar previamente a la humana, estudiar sus hábitos y contactos, precauciones que siempre ponía en práctica antes de acercarse a un terrícola nuevo.
Estaba huyendo casi desde que llegó a la Tierra. Se mudó de colonia seis veces y cambió de país en dos oportunidades, para evitar ser hallado. Por fortuna, su extinto linaje era muy respetado e integrantes de su propio clan, como de otros, no dudaban en ocultarlo y alertarlo cuando sus perseguidores estaban demasiado cerca para darle la chance de escapar. Casi lo habían atrapado en dos oportunidades y consiguió evadirse gracias a los que lo habían ayudado.
Con su kiodäi habían ideado una nueva forma de despistar a quienes lo cazaban. Una maniobra que le permitiría perderse entre la multitud, no solo de su raza, sino también, entre los terrícolas.
Ocho mil millones de humanos eran muchos más que los tres millones de vexianos que coexistían dispersos en la Tierra, lo que aumentaría exponencialmente sus posibilidades de desaparecer. O por lo menos, de hacerlo por un periodo más prolongado. Pero en este momento, temía haber cometido un grave error que podía delatarlo y comprometer a quienes, con tanta lealtad, lo habían ayudado durante todo ese tiempo.
Esperaba donar sangre varias veces en aquel sitio, sin embargo, ya no estaba tan seguro de volver. La joven le había parecido lo suficientemente inteligente como para percatarse de que tenía una motivación oculta. Y cualquier mínima sospecha, cualquier comentario a la persona equivocada, podía ser lo que lo pusiera en evidencia.
Si iba a seguir haciéndolo, tendría que ser en otro sitio. Conseguiría un comprador distinto en otra ciudad. Después de todo, cuanto más se extendiera entre los humanos el uso del perlado fluido extraído de sus venas, mayores serían las posibilidades de que le perdieran el rastro. Sí, lo mejor sería no volver nunca más allí.
Recorrió con prisa el último trayecto hasta su alojamiento, en el complejo vexiano local. Su pueblo estaba completamente integrado a las sociedades humanas pero para vivir, la inmensa mayoría prefería el estilo de vivienda de Vexia: amplias habitaciones, totalmente construidas en vidrio, cuyos paneles se abrían por completo, dejando pasar el aire fresco del área boscosa en el que estaban emplazadas.
Las unidades se ubicaban cercanas unas de otras, separadas por gran cantidad de vegetación, la que les proporcionaba privacidad y la suficiente sombra para protegerlos de los abrasadores rayos solares, por demás intensos para sus delicadas pieles.
Llegó a su vivienda respirando con dificultad debido a la agitación. Corrió todas las puertas hasta quedar encerrado dentro. La sensación de ser perseguido lo atormentaba otra vez. Se sentó en la alfombra que lo había acompañado desde Vexia y se sumergió en su inconsciente.
—Sigo sin entender por qué no podemos sacarte de aquí...
—No te atormentes, Umäin, ya llegará el momento —respondió el joven prisionero.
—Es lo que siempre dice mi padre, pero no puedo seguir esperando. Ya no resisto verte encerrado, día tras día, año tras año...
Aläis se acercó a la reja que lo separaba de su amigo; con su mano lo tomó del hombro y lo atrajo, para finalmente apoyar su frente en la frente del chico, un par de años menor que él.
Cerraron los ojos y por un instante se volvieron uno.
—Si no fuera por ti, kiodäi, me habría perdido hace mucho tiempo —dijo Aläis, antes de separarse.
Las pecas iridiscentes de ambos brillaban aún cuando Umäin se alejó un poco y se pasó el dorso de la mano por sus aguados ojos. Sentía mucha impotencia.
—Mi padre sigue sin contarme por qué estás aquí. Lo único que me dice siempre es que no hiciste nada malo, sino que te aprisionaron por no poder matarte, como a tus padres; que pronto llegará el día en que seas adulto y quien te encerró, vendrá a terminar el trabajo. Entonces, habrá llegado el momento de liberarte. Pero hasta entonces, no debo hablar del tema.
—El que lo repitas cada vez que vienes a verme, no hará que el tiempo pase más rápido —esbozó una sonrisa irónica.
—No es gracioso —rezongó el niño—. Me molesta no poder ayudarte y también me molesta ni siquiera poder recordar qué fue lo que sucedió.
—Eras muy pequeño. Ni yo recuerdo mucho... —suspiró, con tristeza. — Quisiera poder hacerlo. Sé que mis padres eran importantes... de algún modo. Pero no sé por qué lo sé. La mayoría de mis memorias se han vuelto nebulosas; apenas si logro evocar sus rostros.
Oyeron ruidos y Aläis temió por su amigo.
—Debes irte, ¡ahora! —susurró.
—Volveré en cuanto pueda, kiodäi.
Aläis lo observó alejarse entre la vegetación, hasta perderse en las sombras de la incipiente noche.
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Se cambió la ropa y se arregló un poco el cabello. Pasó por la cocina y sacó de un cajón una bandeja de telgopor rectangular, con reborde; buscó una compresa de gel frío que guardaba en la heladera, y regresó a la habitación de huéspedes. Dobló la bandeja descartable en medio, sin llegar a partirla; colocó dentro el refrigerante y acomodó los viales, para luego cerrarla sobre sí misma y sujetarla con una banda elástica, formando como una caja, que guardó en su cartera, y salió para el estudio.
El viaje era corto, unos cuarenta minutos a pie. La zona por la que siempre iba, no solía ser muy transitada por peatones a esa hora, pero los vehículos, no dejaban de pasar, al punto de tener que esperar largos segundos para poder cruzar en las esquinas.
Cuando había recorrido unas pocas cuadras de su casa, se cruzó con un par de vexianos que estaban simplemente parados en la vereda y que se le quedaron mirando fijo. Ambos tenían el cabello muy negro y la siguieron atentamente con la mirada a medida que pasaba. Sus ojos, de un rosa muy pálido, le dieron la impresión de estar intentando penetrar en su mente. A Lena se le erizaron los vellos de los brazos. Bajó la cabeza, los esquivó y siguió su camino, tratando de pensar que solo era una coincidencia.
No era común cruzarse con ellos. Estaban ahí, trabajaban a la par de los humanos, compraban sus alimentos en los mismos supermercados e incluso algunos hasta manejaban autos, como cualquier hijo de vecino. Pero eran muy laboriosos y responsables, por lo que sería bastante extraño encontrar a alguno paseando o simplemente vagueando por ahí.
Unas calles más adelante, un grupo de cinco alienígenas salieron a su encuentro y se pararon a pocos metros de donde ella debía pasar. Procuró no levantar la vista tratando de no reparar en sus filosas miradas. Sin embargo, no pudo evitar sentir la sensación de que la escrutaban de tal modo que sintió como si le desgarraran la piel, abriéndose paso a través de su carne, hasta llegar a sus huesos.
Exhaló con un gemido, cuando los hubo pasado, para sacarse esa horrible impresión del cuerpo y prosiguió su caminata. Aceleró el paso porque se había puesto muy nerviosa y un sudor frío le cubría la frente y le bajaba por la espalda.
Estaba llegando a una zona más concurrida, debido a la presencia de vidrieras y paradas de colectivos. Respiró hondo varias veces para tratar de calmarse, reparando en la cantidad de personas que había por allí a las que podía acudir por ayuda. Sin embargo, nadie parecía percatarse de su estado de nervios ni de la actitud sospechosa de los extraterrestres.
Continuó caminando y respirando, caminando y respirando. Ya faltaba poco pero, en ese momento, la distancia que la separaba de su destino, le parecía interminable.
Cuando estaba casi llegando a la galería, en pleno centro de la ciudad, tres vexianos se le atravesaron, de manera flagrante y sin disimulo. Siguió con la vista fija en el suelo. No quería detenerse, así que al ver que no le cedían el paso, trató de esquivarlos. Pero estos se le volvieron a cruzar, impidiéndole avanzar.
—¿Qué llevas en la bolsa? —preguntó una voz rasposa.
Lena los miró por primera vez. El que había hablado estaba ubicado en medio y parecía ser el mayor de los tres. Se impresionó con sus ojos rojos. Con el cabello, cejas y pestañas blancas, le recordó a un conejo: un gigantesco y perturbador conejo blanco.
Los dos que estaban a los costados dieron un paso al frente, encerrándola. Estaban tan cerca que casi podían rozarla. El de la derecha, de cabellera renegrida y ojos de un lila tan pálido que parecían transparentes, le respiraba encima y podía sentir su rítmico aliento acariciándole el cuello.
—Nunca había oído de vexianos chorros —comentó en voz alta, tratando de no mostrarse intimidada.
La gente circulaba a su alrededor, bastaba con gritar por ayuda y una muchedumbre se abalanzaría sobre los alienígenas. Aunque estos no parecían en absoluto preocupados.
—Solo queremos saber qué llevas, no vamos a robarte —le susurró en el oído el vexiano de los ojos lilas.
Esta vez se le erizaron los vellos de todo el cuerpo. No creía que supieran del cargamento que transportaba pero, el solo imaginar cómo podían reaccionar si lo descubrieran, le hacía latir el corazón a mil.
—Lo que yo llevo en mi cartera, no es asunto suyo. Me dejan pasar o voy a gritar —amenazó, apretando con fuerza el bolso contra su vientre.
Cerca de allí, un hombre unos años mayor que Lena vio lo que pasaba y descendió de su vehículo con vidrios polarizados, decidido a intervenir. Pero antes de siquiera llegar a cruzar la calle, los vexianos dieron un paso atrás y se dispersaron en distintas direcciones.
Lena soltó la respiración que, sin darse cuenta, estaba conteniendo y, tras recuperar el control de sus temblorosas piernas, prosiguió su camino, primero a paso rápido y luego corriendo, hasta que entró en la galería donde quedaba el estudio.
Ella ni se percató de la presencia del desconocido, pero éste había regresado a su coche y conducido muy despacio, siguiendo sus pasos hasta el pasaje comercial. Estacionó a media cuadra y se limitó a quedarse allí, observando la entrada.
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Cuando Lena llegó a su lugar de trabajo, las risotadas de Agus y Sebas se cortaron en seco como era costumbre cuando ella entraba. Niko se dio cuenta enseguida de que algo pasaba y se le aproximó sin demora.
—¿Pasó algo, Lena? No te veo bien...
Agus soltó una risita tonta, pero de inmediato recibió un codazo en las costillas de parte de su compañero, que también había notado la palidez en la cara de la chica.
—Es...estoy bien —respondió de manera entrecortada.
Niko lo tomó como la confirmación de que algo no estaba para nada bien. Le acercó una silla y tomándola del brazo suavemente, la hizo sentarse.
Corrió a traerle un vaso con agua y después de verla dar un par de sorbos, se acuclilló a su lado y volvió a preguntar con suavidad:
—¿Qué te pasó? ¿Alguien te hizo algo?
—Decinos, que entre los tres vamos y lo reventamos —afirmó Agus.
Niko se limitó a mirarlo con fastidio.
—Bueno, no lo reventamos... pero le decimos que no te moleste más.
—No es nada, solo que todo el camino me crucé con elfos...
—Pero no te hicieron nada, ¿verdad? —inquirió Niko, sin poder disimular su preocupación.
—Los primeros, no. Pero cuando iba llegando, unos me cerraron el paso y querían que les dijera qué traía en la cartera.
El tatuador se puso de pie. Había perdido los colores del rostro y su expresión era de miedo.
—La sangre.
Lena asintió lentamente. Muy despacio, abrió su bolso, sacó el contenedor improvisado y se lo extendió a su jefe. Éste se lo recibió y después de un momento, la tomó de la mano y la llevó hacia el vestidor.
Agus y Sebas, contemplaron la escena con la boca abierta. Los observaron mientras cruzaban el salón y se miraron sorprendidos cuando desaparecieron en el privado del estudio.
Niko cerró la puerta tras de sí. Acercó un par de sillas y después de que ella se sentara, extrajo del contenedor los tubitos con el líquido perlado y los guardó en la pequeña heladera que conservaba los pigmentos y también alguna que otra cerveza.
Acto seguido, giró la otra silla, poniendo el respaldo entre los dos y se sentó a horcajadas.
Cerró los ojos, y se tomó la cabeza con ambas manos, tratando de ordenar sus ideas. Dio un profundo suspiro, la miró y le dijo atropelladamente.
—Podrían haberte hecho algo. ¿Por qué no viniste acompañada?, ¿por qué no le pediste a tu novio...?, o si él no podía ¿por qué no me avisaste?, te iba... te íbamos a buscar.
Lena tenía expresión de culpa. Podía palpar la angustia que lo embargaba.
—Niko, perdón. Nunca pensé que podían darse cuenta...
—Ellos perciben la energía que emana de la sangre —la interrumpió.
—¿Qué?
—Tendría que habértelo dicho ayer, pero yo estaba...y vos dijiste que...
Ahora era él quien mostraba remordimiento en su rostro.
—Niko, no es tu culpa, ¿sí? Lo que dije ayer... olvidate. Fue un mal chiste. No tengo novio, solo... solo me quería ir temprano.
Era otra mentira, pero una menos grave. Después de todo, no podía decirle que lo había hecho para desilusionarlo. El muchacho enmudeció, dolido. Sus ojos le examinaban el rostro, tratando de verificar si lo que decía era cierto.
—Perdón... —alcanzó a decir ella con la voz quebrada y ya no pudo contener el llanto.
Se cubrió la cara con las dos manos y lloró como no lloraba desde hacía mucho. Toda la tensión contenida, el miedo que había sentido durante el encuentro con los elfos, la culpa que la carcomía por mentirle... era demasiado.
Sin darse cuenta cómo, se encontró llorando en su pecho, mientras él la abrazaba y le acariciaba el pelo enmarañado.
Estuvieron así un rato, como quince minutos. Cuando se hubo calmado, la apartó un poco y le secó las mejillas con ambas manos.
Lena se percató de que había estado arrodillado todo el tiempo, cuando lo vio incorporarse con dificultad. Se notaba que estaba adolorido. Atrajo su silla como pudo, la dio vuelta y con esfuerzo, se sentó frente a ella de la manera normal.
—Perdoname por haberte mentido...
—No, vos perdoname por no advertirte que era peligroso andar por ahí con la sangre de elfo... Yo no soy así, no sé qué me pasó.
—Si me lo permitís, creo que puede tener que ver con dos amigos que no paran de molestar. No dejés que te afecten; hacé como yo, que los ignoro.
Se miraron en silencio; ella con los párpados hinchados y él con sus ojitos aguados.
—Sí... puede ser eso —reconoció, un tanto avergonzado.
—Y contame, ¿cómo es eso de que los elfos perciben la energía de la sangre? —preguntó al fin Lena, recuperando la compostura y recordando lo que le dijera antes.
Niko se alegró del cambio de tema.
—Su sangre es como su huella digital energética. Por ella, saben a qué clan pertenece un individuo; incluso pueden identificarse y reconocerse entre ellos.
—¡Wow! Igual no entiendo por qué me atacaron así. Muchos humanos llevan tatuajes con sangre vexiana y no tienen problemas. Todo lo contrario.
—Es cierto —reflexionó, Niko—. Quizá sea una cuestión de concentración. Mientras un tatuaje tiene una mínima cantidad de sangre, vos cargabas dos tubos llenos.
—Sí, puede ser —respondió, no muy convencida.
Niko se puso de pie. Sus piernas ya se habían recuperado. Acomodó la silla en su lugar y se dirigió a la puerta del vestidor.
—Me tengo que ir —le dijo, con evidente pesar—, ya debe haber un cliente esperando. Tomate todo el tiempo que necesites.
—Gracias. Ya estoy más calmada. Me cambio y voy.
Lena, se quedó sola, pensando en que Niko la trataba muy bien y la cuidaba. Era evidente que la quería de verdad. ¿Por qué no podía sentir lo mismo hacia él? ¿O sí lo sentía y estaba tan acostumbrada a negarlo, incluso a sí misma, que ya no sabía qué era cierto y qué no?
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Cuando Niko salió al salón, Agus se encontraba sospechosamente cerca de la puerta.
—¿Estabas escuchando?
—No, yo... eh... te quería avisar que ya hace rato que llegó el cliente del primer turno. Pero no quise interrumpir. Estaba esperando que salieras.
Niko dio un resoplido y se fue a recibir al hombre de cabeza rapada y lleno de tatuajes que aguardaba sentado, con cara de poca felicidad por la demora.
Agus suspiró aliviado y corrió a cuchichearle a Sebas lo que había alcanzado a oír antes de que su amigo saliera.
—Parece que se reconciliaron... y parece —hizo una pausa para darle suspenso— que Lena no tiene novio en realidad: era todo un invento.
Sebas, con la boca abierta, procesó la información recibida, con los ojitos entrecerrados.
—¿Por qué se inventaría un novio? ¿Dijo por qué lo hizo?
—Supuestamente, para poder irse temprano.
—Mmm... Yo creo que fue para darle celos a Niko.
—¿Y para qué querría darle celos? —preguntó Agus, con cara de desconcierto.
—¡Sos más lento, vos! Es obvio que a ella le gusta Niko y como él no avanza, ella quiso hacerlo reaccionar.
—¡Uh! Tenés razón. Pero entonces el lento es Niko, que no se le tira de una vez.
—Hoy, cuando Lena se vaya, le hacemos una intervención. Si no le da motivos para quedarse, ella se va a ir en poco tiempo...
—Sí, dale, hoy a la salida, lo agarramos.
Dicho esto, se separaron. Sebas se acercó al cliente para ofrecerle una afeitada a navaja y Agus, se quedó acomodando en un estante las toallas limpias que estaban un poco revueltas.
Niko los había estado vigilando de reojo. Le hubiera gustado oír qué era lo que tanto murmuraban, pero no podía descuidar al cliente. Así que siguió esbozando el diseño solicitado en uno de los pequeños lugarcitos del brazo, donde el hombre aún no tenía tinta.
Kiodäi: vínculo que se da entre amigos muy cercanos. Significa literalmente: «más que amigo; hermano por elección».
Telgopor: poliestireno expandido.
Chorros: del lunfardo, ladrones.
Tirársele a alguien: declararle a una mujer intenciones amorosas, lanzársele a alguien.
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