Capítulo 35

Vexia, 29 años atrás (aprox., en años terrestres).

El recién nacido pataleaba sobre las suaves pieles en las que fue depositado apenas abandonó el canal de parto. La humana que acababa de darlo a luz yacía sobre la mesa, casi inconsciente debido al esfuerzo y balbuceaba algo que parecía una súplica ininteligible. Mientras limpiaba y revisaba el producto final de su último experimento, Marakamäe se limitó a ignorarla. La mujer ya no importaba; había servido a su propósito y sería desechada como todas las demás. Lo único que merecía toda su atención en ese momento era el pequeño y perfecto bebé que tenía enfrente.

Acarició con suavidad la diminuta cabeza y se volvió hacia su equipo de científicos que permanecían expectantes del veredicto sobre la viabilidad de la criatura, tal como lo hiciera en cada nacimiento. Hasta ahora, tanto madres como vástagos terminaron siendo descartados tras resultar negativa la comprobación. Sin embargo, para sorpresa de todos los presentes, esta vez una sonrisa asomó muy despacio en los labios de la jefa de científicos y creció hasta transformarse en una risa eufórica. El grupo de trabajo vitoreó a una voz. Sus rostros se iluminaron y mostraron diferentes patrones de lucen intermitentes, desbordados de alegría y delirando entre la satisfacción y el alivio. Al fin lo habían conseguido: el niño era por completo vexiano.

Marakamäe no permitió que el éxito la cegara. Sabía que quedaba mucho trabajo por delante. Aún tendrían que desarrollar la forma de replicar en la población lo que habían conseguido de manera experimental.

***

Analizándolo en retrospectiva, aquella jornada fue la más relevante en su lucha por salvar a su raza; el punto de inflexión que le permitió poner en marcha el plan que había ideado. Aunque concretarlo le estaba llevando más tiempo de lo previsto, Marakamäe se sentía más lista que nunca para terminar de encajar la última pieza, esa que cargaba desde hacía 29 años.


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—No vendrá.

El par de mujeres quedó desconcertado. Estaban conversando de la manera más animada cuando el vexiano llegó y las dejó a ambas de piedra. Eli se levantó con bastante esfuerzo del sillón y fue a abrazarlo. Umäin hundió el rostro en el cuello de su compañera y ésta lo consoló acariciándole suavemente el cabello. Luego de unos momentos, él se incorporó y se saludaron como siempre, uniendo sus frentes, para después agacharse y besarle el vientre. La invitada estaba un poco incómoda, pero no movió un músculo para no perturbarlos.

Cuando Umäin se apartó, tenía los ojos enrojecidos y sus rasgos estaban adornados con un leve brillo iridiscente que le daba un aura de tristeza.

—¿Estás bien? —preguntó Lena al percibir su aspecto—. Sabíamos que podía elegir no venir, lo hablamos antes de que te fueras. ¿Pasó algo más?

El joven alienígena se dejó caer en el sillón. Parecía que necesitaba estar sentado para lo que tenía que decir. Eli ocupó el lugar junto a él y en ningún momento le soltó la mano.

—Sí, algo pasó —dijo y la voz se le quebró—. El vínculo se rompió. Ya no puedo sentirlo...

Ahora fue Lena quien se acercó y lo estrechó en un abrazo. Ella no tenía ningún tipo de unión con Aläis sin embargo, su alejamiento le había provocado una dolorosa sensación de vacío. No podía ni imaginar lo que Umäin estaría sintiendo.

—Lo siento —fue lo único que pudo decir.

En ese momento, cualquier palabra de condolencia parecía quedar corta. Eli se sumó al abrazo y se quedaron ahí los tres por un rato que parecieron horas.

***

El resto del día el ambiente emuló el de una casa de duelo. A la noche, empezaron a asomar de a poco algunas tímidas sonrisas y para la mañana siguiente, el clima había recuperado su espíritu combativo.

—Anoche he hablado con Somäi y le he pedido que nos consiga un paso seguro a la Colonia. También se comprometió a hacer un discreto reclutamiento. Dijo estar en condiciones de contactar a los jefes de otras colonias para que envíen refuerzos. Es conocido que nuestro clan nunca fue adepto a la Regente y, aunque estemos separados por miles de kilómetros, si el clan los convoca, vendrán.

Golpearon a la puerta y los tres se pusieron en alerta. Eli se dirigió a la cocina sin pérdida de tiempo y se envolvió en la versátil capa vexiana. Lena, que la había escoltado, se asomó por una rendija de la puerta vaivén. Cuando las mujeres estuvieron resguardadas de la vista de los visitantes, Umäin se aproximó a la entrada y verificó por la mirilla quién estaba del otro lado.

—Es Somäi —las tranquilizó.

Quitó la llave y le dio la bienvenido al jefe local del clan. Luego del saludo de rigor, el jefe observó a su anfitrión con gravedad.

—¿Qué ha sucedido? ¿Acaso...?

El de los ojos color lavanda asintió en silencio.

—Es terrible, yo lo pasé... —se aclaró la garganta para despojarse de la emoción que amenazaba con dominarlo, y de inmediato, cambió de tema—. Tengo novedades...

En ese momento, las jóvenes invadieron la sala, hambrientas de información.

—Hola Eli, Lena, qué gusto verlas —saludó.

—¿Qué noticias son esas, Somäi? Decinos que al menos nosotras dos, no leemos la mente como vos.

El vexiano dejó oír una carcajada bonachona en respuesta a las palabras de Lena.

—Algo increíble ha pasado que puede ser la mejor oportunidad que tengan de llegar hasta sus amigos: la Regencia ha convocado a un Concejo extraordinario, para mañana.

—¡Esas son excelentes noticias! —Se alegró Umäin, y la esperanza de recuperar a Niko con vida, renació en su pecho.

—Así es. Los Representantes han dispuesto que no se escatimen recursos para que todos los jefes de clan de cada colonia, estemos presentes. Incluso, han solicitado que la cabeza de las principales familias, también participen. Será un concilio con una concurrencia sin precedentes. Sin lugar a dudas, el Gran Poder está de nuestra parte —concluyó.


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Vexia, 6 años atrás (aprox., en años terrestres).

—¡Por aquí, corre!

—¿Adónde nos dirigimos? Nunca debimos desviarnos del recorrido marcado; es muy peligroso.

—Era necesario.

—¿De qué hablas, kiodäi?

—Ya te lo he dicho, debo hacer esto antes de partir. Confía en mí, es más importante que mi escape.

—Me estás asustando. Dime dónde vamos —insistió, jadeando a causa de la carrera en medio de la oscuridad.

—Detente —. Atravesó el brazo frente al pecho del menor—. Hemos llegado. Espera aquí, tengo que hacerlo solo.

—¿Qué es este lugar?

—No hay tiempo para explicar, Umäin. Sólo espera.

Podía ver la ansiedad en el resplandor que coloreaba el rostro del más joven. Sabía que su padre, liderando un grupo de adeptos, hizo posible su huida y le encomendó a su hijo que no se separase de su kiodäi. Que lo condujera a salvo por otro camino hasta una de las naves preparadas para abandonar el planeta. Debido a su corta edad, le fue asignada esa sola tarea y era consciente de que había fallado de manera estrepitosa al no lograr mantenerlo sujeto al plan. El que acababa de ser liberado lamentó no poder confortarlo en ese momento pero, lo que iba a hacer, no podía esperar. Se adentró en la oscura caverna encajada en la roca de la más sagrada montaña de Vexia, dejándolo atrás.

Ya en el interior, repitió el pequeño ritual que vio realizar a su padre mucho tiempo atrás y el gigantesco recinto, se iluminó con la iridiscente luz de las fatsimäe que crecían en sus paredes.

Minutos después, para alivio del más joven, el de los ojos heterocromáticos emergió de la cueva cargando un envoltorio de una tela muy liviana, el cual guardó entre sus ropas.

—¿Qué es eso?

—Estoy listo. ¿Nos vamos? —respondió, ignorando la pregunta del de la renegrida cabellera.

—Sí, vamos. Debemos llegar al lugar de encuentro, o mi padre va a matarnos.

Volvieron sobre sus pasos hasta el sitio en que se habían desviado y continuaron por el camino previsto. La ruta de escape cruzaba una zona de esteros y manglares, de difícil acceso, por lo que no debían salirse del sendero si querían llegar al otro lado con vida.

La ansiedad los dominaba, lo cual era bueno, ya que la persistente luminiscencia de sus párpados, frente y mejillas, les ayudaba a encontrar las marcas dejadas previamente para que pudieran seguirlas en plena noche. La vegetación se hallaba en reposo a esa hora, sin embargo, el ruidoso chapoteo de sus zancadas en el anegado lodazal, ponía en alerta aquí y allá a alguna que otra planta que resplandecía a su paso, siguiendo el desplazamiento de los fugitivos con sus tentáculos refulgentes, hasta donde les permitían las enmarañadas raíces aéreas que las sujetaban al suelo.

Faltando poco para llegar, oyeron gritos y corridas. Y a sus oídos llegaron vibrantes detonaciones, el sonido inconfundible de disparos. Se arrojaron detrás de unas rocas y aguardaron. Sus aliados se estaban enfrentando a la guardia.

—¡Resistan! —arengaba una voz familiar— Estarán aquí en cualquier momento.

Umäin ubicó el origen de los gritos en el extremo opuesto del claro que los separaba y que conducía al área de carga de las inmensas naves en las que se ultimaban detalles para el despegue, que estaba previsto para el día siguiente. A una buena distancia del otro lado, multitud de migrantes vexianos, ignorantes de la lucha que se estaba desarrollando, se aglomeraban antes de abordar para ser inoculados con la medicina que los mantendría a salvo de las enfermedades existentes en el planeta al que se dirigían, que todo vexiano debía aplicarse obligatoriamente.

—¡Debemos hacer algo! —exclamó Umäin y había súplica en su voz—. Mi padre está rodeado. Si no nos hubiéramos desviado...

—No podemos, no hay dónde cubrirse. Seríamos blanco fácil. Si nos ven, estaremos perdidos y todo habrá sido en vano.

Los rebeldes, provistos de rudimentarias armas arrojadizas, no eran rivales para las fuerzas de la regencia. La desventaja era evidente: a cada momento, un alarido les indicaba que alguno de ellos había sido alcanzado por una descarga y su número se reducía de manera alarmante.

El grupo aguantaba apenas, cubriéndose como podían tras la vegetación y los accidentes del terreno y evitando lo más posible el combate cuerpo a cuerpo. Simulando ser ladrones de suministros, habían mantenido una brecha abierta en el perímetro de despegue, con la idea de que fuera la cubierta para que Umäin y Aläis cruzaran. Una vez dentro del sector de carga, debían colarse en una de las naves sin ser identificados y mezclarse entre la masa de migrantes.

—¡Ataquen! —gritó el líder.

Los había divisado. Debía despejar la zona y llevar el foco del conflicto hacia otro lado. Tenía que alejar la lucha del lugar si pretendía brindarles una oportunidad de cruzar.

—¡No! —gritó Umäin, al percatarse de las temerarias intensiones de su padre.

Pero Aläis lo retuvo.

—Es nuestra señal, debemos continuar con el plan. Rápido, agáchate y corramos

La expresión expectante del joven lentamente se volvió sombría. El brillo de sus ojos se apagó y la energía que siempre emanaba de él, de pronto, ya no estaba allí. Tras dirigir una última mirada hacia el lugar donde su padre estaba entregando la vida para que ellos sobrevivieran, sin emoción en la voz, acordó:

—Sí, vámonos.

Una vez superada la distancia que los separaba del arca más cercana, ayudó a su kiodäi a ocultarse en las bodegas de la gigantesca nave, y finalmente, se unió al gentío que se amontonaba para recibir su dosis medicinal.

***

Aläis llevaba años reprimiendo ese recuerdo. No solo porque aquel que fuera como su segundo padre se sacrificó por él, sino especialmente porque su kiodäi, también había muerto un poco ese día. Su accionar fue la estocada que le arrebató la inocencia. Umäin quedó solo y no pudo más que aferrarse a lo único que le quedaba: él.

Desde que abandonaron Vexia, Umäin no había vivido más que para seguirlo. Y eso se volvió la zona de confort para ambos: saber que sólo se tenían el uno al otro. Sin embargo, en algún momento, su kiodäi había vuelto a vivir. Sus colores regresaron, como también su sonrisa. Su energía se tornó cálida, a pesar de que tratara de ocultarlo. Algo causó que él volviera a ser el mismo que antes y aunque lo notó, decidió ignorarlo, hasta negarlo. Quizá, porque él no había cambiado en nada; seguía solo y vacío.

Incluso ahora que pensaba en eso, su instinto le decía que fue un cambio gradual en un momento indefinido lo que afectó a su amigo. No obstante, si se esforzaba por sincerarse, la verdad era que Umäin había recuperado la alegría de golpe, al poco tiempo de llegar a la Argentina. Y eso solo tenía una explicación: Eliana.

Había llegado a destino. Llamó a la puerta y esperó. 

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