Capítulo 32

El tono de llamada sonaba insistentemente, sin embargo, tras más de diez intentos, el resultado seguía siendo el mismo: Niko no contestaba. Umäin cerró los ojos y se concentró en su amigo humano, en su recuerdo, tratando de visualizar la psiquis del tatuador en el interior de su mente. Su rostro refulgió con intensidad por el esfuerzo. Nada, no podía verlo. No es que creyera que iba a funcionar —no era su kiodäi, después de todo—, pero había tenido la esperanza de poder, aunque más no fuera, percibirlo.

Elian estaba descansando en su cuarto y Lena, aunque también se sentía agotada, se esforzaba en mantener sus ojos abiertos y lo siguió con la mirada cuando el vexiano comenzó a ir y venir por la habitación.

—¿Nada?

—Nada —contestó él con un suspiro, al tiempo que su piel recuperaba el color natural y se sentaba en el otro extremo del sillón. Desde allí, Umäin advirtió la preocupación de Lena y también la culpa que la atormentaba. La chica se removió intranquila.

—No aguanto más. Voy al estudio a ver si está bien.

—No es seguro que salgas, y menos sola.

—Podés venir conmigo, si querés, pero la verdad es que ya no le tengo miedo a los Ronsoj. Si se me acercan de nuevo, esta vez voy a estar preparada —. Se tronó los nudillos—. No fueron tan bravos la última vez que nos vimos...

—Ellos ya no te molestarán, puedes quedarte tranquila.

—¿Cómo sabés?

—Me lo dijo el viejo.

—¿Y le creíste?

—Había honestidad en sus palabras y en su mente.

—No sé por qué de golpe se volverían buenos, son unos sicópatas... De todos modos, si ellos ya no me buscan, ¿por qué me decís que no es seguro salir?

—La Regente está en la ciudad.

—¿¿Qué!! ¿Vino por Aläis en persona?

—Quizá ahora entiendas mi preocupación cuando llegaste en compañía de Somäi. Ella es muy peligrosa, Lena. Su poder se nutre del pueblo de Vexia. El estatus que ostenta le otorga la fuerza de un ejército. Se necesitaría un gran número de vexianos para siquiera tratar de competir con el poderío de sus habilidades mentales.

Tras pensarlo un momento, la chica inquirió.

—¿Y a las balas? ¿También es inmune?

Umäin se sorprendió primero, mostrando en todo su esplendor sus grandes iris lavanda y en seguida se rio con ganas.

—Mi kiodäi debió de estar encantado por cómo funciona tu mente... Los vexianos no usamos armas con municiones como los terrícolas. Usar una de ellas contra uno de nuestro pueblo, al igual que si alguien usara un arma vexiana contra un humano, podría desatar una guerra entre las especies. El principio de no agresión pactado cuando arribamos al planeta, ha sido la base fundamental de la paz interracial.

Lena suspiró con impaciencia.

—Umäin, vos y yo sabemos que ustedes están en ventaja acá. Tienen la capacidad de alterar los recuerdos. Vaya uno a saber a cuántos pueden haber agredido y luego simplemente, les borraron la memoria...

El vexiano pareció algo ofendido con el comentario.

—Reconozco que tenemos la capacidad, pero no somos una raza agresiva ni deseamos dañar a los humanos... ¡hay excepciones! —aclaró, al ver la expresión de exagerada incredulidad en el rostro de Lena—, mas no es la norma. Además, intervenir en la psiquis de una persona no es un juego; el daño puede ser irreparable. No es algo que ninguno de nosotros haría por entretenimiento, no está en nuestra naturaleza.

—Bueno, como sea. Si querés venir, vení, pero yo me voy para el estudio...

—Sí, iré.

—...y también me gustaría pasar por la comisaría para informar que estoy bien, así dejan de sospechar de Niko.

—Eso no puedo avalarlo. La Regente de seguro tendrá espías ubicados en puestos de poder como ese.

—Está bien, a la policía no —masculló—, pero a Niko lo veo sí o sí. ¡Y a Maia! Es mi mejor amiga y debe estar preocupada. Necesito verla a ella también.

Umäin estuvo a punto de decirle que ya había tenido el gusto de conocerla, pero entonces tendría que contarle sobre la existencia de un hermano perdido y no le pareció que fuera correcto que se enterara por él. Dejaría que las dos humanas se pusieran al corriente sin intervenir. Eso sería lo mejor.


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Había vagado por la ciudad durante no sabía cuánto tiempo. El vexiano que lo tuvo prisionero, el kiodäi del Traidor, le dejó saber en su mente que aquel logró escapar, por lo que su sobrino habría regresado del complejo con las manos vacías y el resentimiento intacto. Él ya había hecho las paces con la idea de que su presa era otra víctima más del poder de Vexia, pero estaba seguro de que el otro sobreviviente de su estirpe, lo culparía de su pérdida personal. Y no se sentía capaz de mirarlo a la cara. Por ello, siguió caminando sin rumbo por las calles abarrotadas de humanos que iban y venían ajenos a su profunda pena.

Cuando finalmente consideró que era momento de regresar a su morada y enfrentar al muchacho de aguados ojos lilas, se dirigió hacia el barrio de mala muerte donde se alojaban. Ya llegando a la puerta percibió otra presencia dentro de la ruinosa vivienda, además de la de su joven pariente.

Abrió la puerta de golpe y encontró a su sobrino sentado a la mesa, de manera demasiado civilizada junto a un terrícola de cabello castaño que lucía algo compungido.

—A él me refería cuando te hablé de mi tío: fue el kiodäi de mi padre y me acogió casi como a un hijo cuando él fue condenado a muerte. No te hará daño —trató de tranquilizarlo, pero Facundo había empezado a sacudirse del pánico que sentía.

—¿Qué estás haciendo?

—Acércate y percibe a este humano —invitó el más joven.

El viejo se aproximó con cautela porque el muchacho de ojos café tiritaba de una forma que parecía que iba a convulsionar. Enseguida lo notó: había algo en él que le resultaba familiar.

—¿Quién es? —preguntó, confundido.

Colocó sus manos en las temblorosas sienes del terrícola y se concentró. Sus párpados cerrados, enmarcados entre cejas y pestañas blancas, se volvieron iridiscentes. Abrió los ojos de golpe.

—No puede ser... ¿qué posibilidades hay de que...? ¿Acaso es...?

Lo liberó del agarre y el joven resbaló de la silla como si se hubiera derretido, quedando acurrucado en el suelo. Respiraba con dificultad y se masajeaba rítmicamente el pecho con una mano; tenía la cara desfigurada en una mueca de horror. Parecía estar sufriendo un infarto, aunque lo más probable es que fuera un ataque de ansiedad. El viejo Ronsoj miró a su sobrino con incredulidad.

—Está en muy mal estado, pero reconozco la sangre que corre por sus venas. ¿Cómo lo encontraste?

—El Gran Poder lo puso en nuestro camino; está dándonos una última oportunidad de recuperar el honor de la familia.

—¿Qué le sucede?

—No lo sé. Ya estaba así de dañado cuando lo hallé.

El patriarca asintió muy despacio, mientras en su mente, hasta entonces desolada, comenzaba a encenderse la llama de la ilusión. Con ceremonia, apoyó la mano en el hombro del más joven, quien imitó el gesto.

—¡Hasta las últimas consecuencias! —exclamaron.


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Leni, ¿sos vos? ¡No lo puedo creer, estábamos tan preocupados! ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Cuando nos veamos, te cuento todo, pero quedate tranquila que no me pasó nada... Estoy buscando a tu retoño.

Maia se fue a ver a tu jefe y no regresó todavía. ¿La llamaste al celular?

—Sí, pero no me pude comunicar. Deben ser las líneas que andan mal... —trató de sonar despreocupada.

Ahí intento yo...

—¡No! Dejá, Sarita. Yo ahora me voy para el estudio y la veo ahí.

—¿Está todo bien, Leni? Si hay algún problema, sabés que podés contar con nosotros para lo que sea.

—¡Gracias, Sari! Sí, no te estreses que está todo bien —mintió—. Te dejo así me voy a encontrar con Maia.

Bueno, un beso Leni.

Cortó la llamada, le devolvió el celular a Umäin y con tono apremiante, le dijo.

—¡Tenemos que ir ya al estudio! Sarita dice que Maia estaba con Niko y ahora ninguno de los dos contesta el teléfono.

Umäin no pudo contener el fulgor de sus pecas al oír la noticia de voz de Lena. Sus ojos lavanda buscaron los de su compañera quien, con ternura en la mirada, asintió.

—Vayan. Yo voy a estar bien.

El vexiano se despidió apoyando su frente en la de ella por un momento y acarició su vientre.

—No salgas, por favor —le susurró.

—No lo voy a hacer, no te preocupés. Andá a ver a tu amigo. Mucha suerte, Lena. Espero que no sea nada y si querés volver, acá tenés un lugar para quedarte todo el tiempo que quieras.

Lena le agradeció. La saludó con un rápido beso en la mejilla y junto al alienígena abandonaron la casa, se subieron al auto que esperaba estacionado enfrente y pusieron rumbo al estudio.

Anochecía y ya quedaban pocos comercios de la galería abiertos. Arribaron a la entrada tras atravesar el corredor semioculto, avanzando con cautela y observando en todas direcciones. Nada se veía sospechoso, excepto que al tocar la puerta del local que parecía ya estar cerrado, ésta se abrió porque estaba sin llave.

—¿Niko? ¿Maia? —preguntó Lena y se metió al salón, escabulléndose de entre las manos de Umäin, que intentaron inútilmente retenerla. La muchacha encendió las luces y el vacío interior apareció ante sus ojos. Todo estaba en su lugar, no había desorden ni nada que indicara que se hubiera usado la fuerza. Miró a su acompañante.

—Estuvieron aquí.

La sombría voz del vexiano, que contrastaba con las rítmicas luces sobre sus facciones, le dio la pista de que no eran buenas noticias.

—¿Estuvieron? ¿Quiénes?

—Niko y Maia; Agustín y Sebastián...—enumeró, mientras recorría el lugar e iba percibiéndolos— y también la Regente y otros de mi raza, al menos cuatro. Su guardia personal, supongo.

—¿Y dónde están? ¿A dónde se llevó a mis amigos esa vieja arpía?

Lena de pronto estaba histérica y se esforzaba por no entregarse al llanto. Umäin, por su parte, respiraba de manera entrecortada, pero trataba de recuperar el control de sus emociones.

—Hay un solo lugar —reflexionó— donde podría llevarlos y retenerlos sin tener que rendir cuentas a nadie: la Colonia. Allí estaría segura, lejos de la vista de los humanos y rodeada por su comitiva y los Representantes.

—¿Cómo llegamos allá? Yo ni siquiera sé dónde queda... —se lamentó la chica, al tiempo que con un movimiento brusco se secaba las lágrimas acumuladas en sus ojos, las que se negó a derramar. El vexiano, que ya había logrado dominar el resplandor de su rostro, razonó.

—Lo mejor es seguir adelante con lo que planeamos. La idea de Elian es buena, incluso tiene más sentido ahora.

Abandonaron el estudio y corrieron al auto que habían dejado estacionado cerca de la entrada de la galería.

—No podemos llevarlo a cabo nosotros dos solos. Necesitamos más gente —dijo Lena, cuando Umäin encendió el motor y puso el vehículo en marcha.

—No cualquier gente. Debo convocar a Aläis.

—¡Pero si eso es justamente lo que quiere! —casi gritó—. Tiene que haber otra forma. No estoy dispuesta a sacrificar a uno para salvar a los otros. Y vos tampoco deberías estarlo: ¡Aläis es tu kiodäi!

—Eso lo sé muy bien. Pero tengo una idea, Lena. Tendrán que confiar en mí. Te llevaré de regreso con Elian y me reuniré con Aläis tal lo previsto. Traeremos a Niko y los otros de vuelta. Tú sólo cuida de mi compañera y de mi pequeña.

—Si estás pensando que me vas a dejar afuera de esto, estás muy equivocado. Perdoname, pero no me voy a quedar atrás.

—Sabes que puedo disuadirte, ¿verdad? Escucha: es peligroso. Tanto Niko como Aläis estarían de acuerdo en que debes mantenerte a resguardo.

—¿En serio? No me digás. Entonces tanto Niko como Aläis se pueden ir juntos a freír churros, porque no deciden por mí. Soy yo la que elige pelear.

—Esta no es tu lucha...

—Se volvió mía cuando esa vexiana se metió con mis amigos. Ellos son mi familia, Umäin, son todo lo que tengo. Estoy segura de que lo entendés...

El vexiano no dijo nada. Claro que la entendía. Llegaron de regreso a la casa de Eli y al poco tiempo, el joven de cabellera azabache y ojos color lavanda volvió a salir, luego de disuadir a Lena de quedarse por esta vez y prometerle que regresaría por ella. Se encaminó para dejar la ciudad con rumbo norte. La capital estaba a solo dos horas y media por autopista, como ya lo había comprobado días antes al visitar a Julián. De todos modos, no había tiempo que perder; su kiodäi no lo esperaría para siempre.

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