Capítulo 31
—¡Lena! ¡Qué gusto! Yo soy Eliana, pero podés decirme Eli... o Elian (así me llama Umäin).
Tenía una vocecita suave y cantarina, y en su rostro, una sonrisa de oreja a oreja. Si el kiodäi de Aläis se había emocionado al conocerla, Eli estaba emocionadísima. Se limpió las manos en un repasador, se acercó con su gran barriga y la estrujó en un abrazo cortito.
—¡Estoy tan feliz de que estés acá! Vení, sentemonós —dijo, señalando la mesa—. Ya casi termino con el bizcochuelo y podemos tomar mate o café o una chocolatada fresquita, lo que vos quieras. Y me contás todo: cómo se conocieron, qué planes tienen para el futuro... Uh, a lo mejor no querés hablar de eso, disculpá. Es que estoy tan aislada desde... bueno —se señaló la panza—, que extraño el chusmerío.
Lena no podía articular palabra y tenía una sonrisa tonta en el rostro. Pensaba en lo mucho que aquella desconocida le recordaba a Maia. Decidió que sin lugar a dudas podían llegar a ser buenas amigas. Se sentó mientras la joven de cabellos tan blancos como la espuma, seguía conversando y se apuraba a untar el dulce de leche en las distintas capas de la torta. Observó que parecía tener demasiada energía considerando su estado. Y se la notaba tan entusiasmada de haber encontrado a alguien con quien conversar, que no sabía cómo hacer para decirle que ella no tenía nada con Aläis, sin causarle una gran desilusión.
—Emmm, ¿Eli? —dijo cuando la joven estaba por empezar a contarle de la primera vez que vio a Umäin—. Perdoná, pero es que hay un malentendido: Aläis y yo no... bueno, no te voy a negar que hay química, tiene ese exotismo que resulta tan atractivo, mas no de un modo erótico o romántico. No sé cómo explicarlo. ¿Viste cuando encontrás a esa persona que te entiende y su mente funciona como la tuya? Me genera un sentimiento de afinidad tan profundo que la única forma en que podría describirlo sería diciendo que es mi alma gemela...
La voz de Lena se extinguió al reparar en la cara de incredulidad de Eliana, parada a mitad de camino, con la torta terminada en las manos.
—Pero yo hablaba de Niko...
Por el rostro de Lena desfilaron todas las expresiones faciales, una tras otra, desde la sorpresa —pasando por la incomodidad— hasta llegar a la vergüenza.
—¡Oh! No, entre Niko y yo no hay nada. Solo es un buen amigo.
En eso, Umäin entró en la cocina.
—¿Ya has podido hablar con Niko? Seguramente se alegró de oírte bien.
Acababa de regresar del asentamiento alienígena y había alcanzado a oír el nombre de su amigo humano. Lena sintió alivio por la oportuna irrupción del vexiano. Mientras se relamía por el trozo de torta que Eli acababa de servirle, explicó.
—No, no me pude comunicar, llamé dos veces y no me atendió. Pero estoy segura de que no es nada. Me imagino que debe estar trabajando y cuando se concentra en un proyecto, no atiende ni el teléfono.
Umäin asintió, aunque la explicación de Lena no lo tranquilizó. Sabía que Niko había estado fuera de su estudio por un par de días y que no estaba listo para volver al trabajo tan pronto, ya que su principal preocupación era la humana que ahora, cual boa constrictor, se estaba metiendo media porción de bizcochuelo en la boca, justo frente a él.
Lena descubrió que la observaba con expresión divertida y cuando pudo terminar de masticar y engullir el bocado que se había echado, dijo algo avergonzada.
—¡Perdón! Estaba famélica.
Y para ayudar a bajar la comida, le dio un gran sorbo al café que Eli también le sirviera, el que le hizo saltar las lágrimas de lo caliente que estaba.
—¡Uh! Disculpá, te serví café y a lo mejor preferías otra cosa.
—¡No te preocupes! Está perfecto. Sólo tengo que tomarlo despacio y voy a estar bien.
Umäin besó a Eliana en la frente y luego apoyó la suya en la de ella. Se quedaron ahí unos segundos y Lena tuvo que desviar la mirada al sentir que estaba entrometiéndose en un momento muy íntimo entre los dos. Luego, el vexiano acarició el vientre de su pareja, se agachó y depositó también un beso en ella. Se sentó junto a la joven mujer y su expresión era radiante.
Lena pensó que iba a explotar de la curiosidad.
—Lamento ser una metida, en serio, pero realmente necesito saber... ¿cómo pasó esto? —Y al ver que las pálidas mejillas de Eli se volvían sonrosadas, agregó—. O sea, sé cómo pasó, no necesito que me expliquen eso... Lo que no entiendo es ¿cómo pueden dos especies diferentes reproducirse? No creí que eso fuera posible.
—Nosotros tampoco lo entendemos —respondió con suavidad la joven—; mi mamá dice que es un milagro. Yo creo que puede tener que ver con mi condición genética. Pero la verdad es que no lo sabemos. No hemos oído de otros casos, sin embargo, podría haber, sólo que, como las relaciones interraciales se mantienen es secreto por ser tabú... bueno, la verdad es que no nos hemos animado a preguntarle a nadie.
—¿No te has hecho controles? —se preocupó Lena.
—Solo uno. Cuando la ginecóloga no pudo usar sus instrumentos porque la energía que emanaba del bebé bloqueaba cualquier tipo de lectura, nos dijo que daría parte a las autoridades para que me estudiaran... ahí fue que, nos fuimos y no volvimos más.
—Y vos Umäin, te encargaste de que no recordara haberlos visto nunca, ¿no? Es terrible esto...
La pareja se miró sorprendida.
—Así que Aläis te puso al tanto de nuestros poderes y sus posibles usos...
—Eh..., sí, bastante —respondió, y se apuró a agregar—. Pero no te preocupés, yo no le voy a decir a nadie. Le debo mi vida y sé que vos sos su kiodäi, su persona más importante, por lo que, en lo que los pueda ayudar..., me extraña que él no me lo haya comentado.
Umäin agachó la cabeza con pesar y Eliana deslizó su mano por la nuca de su pareja, tratando de confortarlo.
—Esperá... ¿Aläis no lo sabe?
El vexiano de los ojos color lavanda negó brevemente. Se lo veía avergonzado, pero sobre todo, triste. Miró a Eli.
—Iba a decírselo. Cada día me levantaba decidido y luego, por diferentes motivos, no lo hacía. Conocer a Elian es lo mejor que me ha pasado y nada quería más que compartir lo que estaba sintiendo con mi kiodäi. Luego, recordaba que ya no podría acompañarlo. Soy lo único que tiene e iba a abandonarlo... y no podía. No podía mirarlo a la cara y decírselo.
»El tiempo pasaba y cada vez se hacía más difícil. Mas seguíamos en el mismo sitio y eso me daba esperanzas; por primera vez existía la posibilidad de que ya no tuviera que continuar huyendo. Quizá su perseguidor se había rendido; tal vez lo dejaría tener una vida normal y podríamos al fin establecernos y ver crecer a nuestros hijos. Y entonces...
—Aparecí yo y la cagué...
—¡No!
—No te preocupés, es la historia de mi vida. Le cagué la vida a mis padres cuando nací; a Niko, cuando se me ocurrió trabajar para él y es casi seguro que la cagué cuando los Ronsoj me descubrieron llevando la sangre de Aläis. Al menos con el malvado conejo blanco, me pude desquitar...
—Espera... ¿tú lo golpeaste? —recuperó por un momento la sonrisa—. ¡Ahora entiendo por qué no quiso hablarme de lo que pasó y bloqueó en su memoria el recuerdo de lo sucedido!
—¿Estuviste con él? —se alarmó Lena.
—Así es, pero ahora eso no es relevante. Lo importante es que no debes culparte. Hay cosas que desconocemos; todo parece conspirar contra mi kiodäi y es porque la influencia de la Regente está por todas partes. De seguro que hubiera sucedido de una u otra forma, aunque tú no estuvieras ahí. Lo que pasa es mucho más grande de lo que podemos imaginar.
Los tres quedaron en silencio y bebieron sus infusiones. Lena se terminó el trozo de torta que tenía servido sobre una servilleta, con su mente trabajando a mil revoluciones por minuto. Tomó otro sorbo del café mientras le daba vueltas al asunto que evidentemente la excedía. Miró a sus anfitriones y exteriorizó su frustración a modo de pregunta.
—¿Qué se puede hacer contra alguien tan poderoso?
Umäin le sostuvo la mirada. Él tampoco tenía una respuesta, por eso su reacción ante el peligro siempre había sido el escape. La mano de Eli ahora apretaba la suya, mientras que con la otra, se acariciaba el vientre de modo maternal, recordándole que ya no estaba solo, que la huida ya no era una opción. Entonces, para sorpresa de Lena y de él mismo, fue ella quien rompió el silencio, con su dulce voz aniñada.
—Enfrentarlo juntos. Esa es nuestra única posibilidad.
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Vexia, 30 años atrás (aprox. en años terrestres)
Después de varios ciclos de buscar, recolectar y experimentar sin resultados, planeta tras planeta, aquellos nuevos especímenes traídos de un mundo ubicado en un lejano punto de la galaxia, parecían tener lo que necesitaban. Eran formas de vida superiores, con un cerebro altamente desarrollado; su estructura genética, sus células, sus mismos órganos y sistemas, todo aparentaba ser una fuente inagotable de recursos. Hallarlos había devuelto la esperanza a los científicos de Vexia.
Llegaban cargamentos seguido pero así como llegaban, también se acumulaban los cadáveres de los que debían deshacerse cada pocos días, arrojándolos a las fosas vexianas, para hacer lugar a una nueva tanda de esos seres que se llamaban a sí mismos humanos.
Cortaron, diseccionaron, extirparon, desmembraron, analizaron y probaron en ellos todas las técnicas conocidas y otras experimentales. Sin embargo, nada parecía funcionar. La cura debía estar ahí, pero los eludía; sus cuerpos diferían en tan poco y aun así, la distancia era abismal. Parecía una broma de mal gusto del Gran Poder.
Llegó el momento en que cada prueba había sido repetida hasta el cansancio y otra vez estaban como al principio: desahuciados. Cada día aumentaba el número de mujeres vexianas que se volvían estériles, y la jefa de científicos, la misma que cargaba sobre sus hombros con la tarea de salvar a su pueblo, tomó una decisión desesperada y demencial: si no podía curarlas, criaría una nueva generación sana en el vientre de las humanas. Así fue que para el siguiente cargamento ordenó que trajeran solo hembras jóvenes, saludables y fértiles. El monarca no necesitaba saber de la aberración que iba a cometer, por lo que todo se llevó a cabo en el más completo secretismo.
El protocolo dictó que la mitad de las féminas fueran inoculadas con embriones fecundados in-vitro. El mismo se descartó cuando, al cabo de tan solo dos días, todas y cada una de ellas habían muerto tras un atroz martirio, con sus vientres carbonizados desde el interior, como si en sus úteros hubiera anidado una brasa.
Para entonces, se resignó a que no tenía más opción que probar la más sacrílega de las experimentaciones. Quizá era la última oportunidad, por lo que se encomendó al Gran Poder y mandó impregnar al resto de los sujetos de prueba directamente con la simiente vexiana. Todas, menos una, que ya había venido embarazada de apenas unos días. A ésa, se limitó a inyectarle sangre vexiana en su placenta, para observar los efectos sobre el feto humano.
Las horas pasaban y la tanda entera de mujeres aullaba de dolor, se rasguñaban el cuerpo y los ojos, y se arrancaban los cabellos de a puñados. Incluso con sedantes, no lograban mantenerlas calmadas por más de unos instantes, al cabo de los cuales reiniciaban el desgarrador llanto que evidenciaba su terrible tormento.
Una tras otra fueron sucumbiendo, y al final, solo quedó la que había llegado preñada. Sufría como las demás, lo mismo que su engendro, pero por alguna razón, no morían; las aplicaciones de sangre vexiana, aunque cruelmente dolorosas, parecían fortalecerlos. Marakamäe cubrió a la joven hembra con su secreción mentolada. No impedía que padeciera pero, al menos, ya no tendría que oír sus alaridos.
Como había perdido a todos los demás ejemplares demasiado pronto, tendría que esperar hasta la llegada del próximo cargamento. Así que, aprovechó el tiempo para observar la evolución del pequeño feto humano que, a pesar la propia agonía y la de su madre inmovilizada, crecía fuerte y sano, recibiendo una dosis diaria de sangre vexiana a través de la matriz. Se concentró en hacerle un celoso seguimiento y lo esperó como si fuera propio. Incluso, para cuando arribó una nueva carga de mujeres, dejó a su equipo experimentar con ellas a su antojo, para no perderse de nada de lo que pasaba con el nonato terrestre que se convirtió en su principal proyecto. Los meses pasaron, el pequeño creció hasta llegar a término y entre convulsivas contracciones, al fin fue expulsado del vientre.
Las mejillas de la científica se volvieron iridiscentes y hasta unas lágrimas se derramaron de entre sus párpados al ver finalmente su obra materializada. Sin embargo, aquél no era un llanto de alegría, sino uno de amargura y frustración. Cargando en sus brazos a la criatura aún unida a su madre por el cordón umbilical, podía sentir cómo la energía vexiana abandonaba su cuerpecito. Para cuando aquella terminara de fluir, quedaría solo un niño humano ordinario, cuya única evidencia de que hubiera sido expuesto al perlado fluido vital, sería el iris de uno de sus ojos que mostraba un intenso color carmesí. Por lo demás, un espécimen tan desechable como el resto.
Estuvo a punto de aventarlo contra la pared y terminar con su incipiente vida, más lo pensó mejor y decidió que, al no saber cuánto de vexiano había realmente en él, no podía arriesgarse a contrariar al Gran Poder. De todos modos, conservarlo no era una opción ya que se exponía a que el Monarca terminara enterándose de sus pruebas heréticas. Entonces, uno de sus guardias personales fue encomendado a la tarea de deshacerse del niño. Y, aunque en principio se mostró reticente al percibir vestigios de energía vexiana en el pequeño paquete que le entregaron, Marakamäe le recordó su sitio y al final, partió a cumplir con su misión de algún modo que no significara matarlo de manera directa. Para su desgracia, la madre no sufrió la misma suerte: viendo que había sobrevivido sin mayores secuelas físicas, por el contrario, su cuerpo parecía haberse adaptado de algún modo, a la jefa de científicos se le estaban ocurriendo nuevas ideas que, si daban resultado, revolucionarían la ciencia conocida hasta el momento y posiblemente, garantizarían la supervivencia de su raza.
Desde que llegó a la Tierra, era la primera vez que se le cruzaba por la cabeza el recuerdo de aquel niño, lo más cercano a un hijo que había tenido. Después hubo otros incontables experimentos que estuvieron cerca de funcionar, pero ninguno la había marcado como aquél.
Sacudió la cabeza y sus pecas iridiscentes menguaron su brillo. No iba a permitir que esos pensamientos del pasado la perturbaran, por lo que continuó supervisando los preparativos para el traslado de los prisioneros. Había sido complejo de organizar, pero sus credenciales diplomáticas y sus extraordinarios poderes fueron más que suficientes para conseguir sacarlos a todos del país en un vuelo chárter directo a La Colonia.
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