Capítulo 30
—Pasa. Luces cansada, toma asiento, por favor. ¿Deseas algo de beber?
—Agua está bien —balbuceó Lena, que aún no se recuperaba del bochorno.
—Yo la buscaré —dijo Somäi—, ustedes necesitan ponerse al día.
Y se marchó hacia el interior de la casa, ante la mirada temerosa de Lena. No estaba preparada para quedarse a solas con el kiodäi de Aläis tan pronto.
—Somäi me ha hecho saber que te preocupaba conocerme...
—¿Cómo...? ¡Oh! Dejame adivinar: aparte de leer la mente, también transmite el pensamiento. Es eso, ¿verdad?
—Algo así... —sonrió, divertido—. Disculpa si fui un tanto hosco cuando llegaron. La preocupación por mi kiodäi me estaba enloqueciendo. Ahora que sé que no está herido y que ya abandonó la ciudad, puedo volver a ser yo mismo.
—¿Y no te preocupa ya no volver a verlo?
—Iré a su encuentro y acordaremos reuniones a futuro —respondió, complacido—. Lo importante es que se haya alejado. Nunca el peligro había estado tan cerca de alcanzarlo.
Somäi volvió con dos vasos de limonada casera y los depositó en la mesita de la sala.
—Debo marcharme, Lena. Pero no te preocupes, regresaré mañana —. Y dirigiéndose a Umäin— Eli dice que puede quedarse todo el tiempo que sea necesario.
—No podría esperar menos de ella —hinchó el pecho de orgullo.
—¿Eli?
—Elian, mi pareja —respondió el más joven de los vexianos—. Ésta es su vivienda.
—¡Ah! Ok, si a ella no le jode... decile que le agradezco.
—La conocerás más tarde; ahora descansa. Carga a nuestra hija en su vientre y los días calurosos se le hacen muy pesados.
—¡Oh! ¡Qué lindo, felicidades!
Lena, que justo se estaba preguntando por qué la dueña de casa no había venido a recibirla ni a presentarse, pensando que a lo mejor era algo de la cultura alienígena que desconocía, en el acto se olvidó de eso y se llenó de ilusión ante la perspectiva de conocer un bebé vexiano. No solo que debían de ser adorables, sino que significaba que la salud de la raza alienígena estaba mejorando y tenía esperanza de sobrevivir.
Somäi se marchó y se quedaron a solas. Lena tomaba su bebida de a sorbitos tratando de disimular la ansiedad que le causaba el vexiano que tenía en frente. Él seguía observándola, como escrutando cada centímetro de su rostro, con una sonrisa divertida, que ella no sabía cómo interpretar.
—Espero que no me estés leyendo la mente —comentó, incómoda—. Demasiado he tenido que aguantar a Somäi todo el camino hacia acá sin que me dejara casi hablar en voz alta, porque se enteraba de lo que iba a decir antes de que llegara a pronunciarlo.
Umäin soltó una risita infantil.
—No, no lo hago. He aprendido que entre los humanos eso se considera una indiscreción. Somäi no lo tiene internalizado porque él no ha estado en contacto con los terrícolas tanto como yo.
Se hizo un silencio durante el cual Lena terminó su bebida y luego pidió permiso para pasar al baño. Umäin se incorporó y le solicitó que lo siguiera.
—Éste será tu cuarto; allí está el baño privado. Hay toallas dentro del cajón, y allí también encontrarás algunas prendas que pueden servirte para cambiarte.
—¡Wow! No sé qué decir. ¡Muchísimas gracias! No se les escapó nada...
—Esa fue Elian... tiene la capacidad de estar en todo. Si deseas descansar, hazlo, pero si prefieres comer, la merienda estará lista para la hora diecisiete.
—La verdad es que me muero de ganas de bañarme y estoy un poco cansada, pero ya con el hecho de no tener que caminar más por hoy, me conformo. No, ¡de en serio! Siento que, desde que conocí a Aläis, no he hecho más que caminar: si no tengo que volver a andar por una semana, ¡no me voy a quejar! Igual, me relajo un rato y seguro que me agarra hambre. Comimos unos frutos silvestres que encontramos en el monte mientras veníamos para acá y es lo único que le he echado al estómago desde el almuerzo de ayer. Así que...
Umäin seguía sonriendo, como si le hiciera ilusión conocerla.
—Parecés realmente feliz de verme...
—He llegado a apreciar mucho a Niko y sé que él estará contento de que estés a salvo.
Lena sintió la culpa aguijoneándole la conciencia.
—Me estuvo buscando ¿no?... ¿se preocupó por mí y te contactó?
—Así es. Además, la policía pensó que tenía algo que ver con tu departamento revuelto y tu desaparición, así que lo tienen como principal sospechoso.
—¡Ay, no! ¡Pobre Niko! Necesito hablar con él, pero no tengo celular. Aläis me lo hizo pomada.
—Tranquila. Usa el mío.
Colocó su móvil en la palma de la chica y manteniendo el contacto con la pantalla, dijo con voz fuerte y clara:
—«Autorizo a Lena».
De inmediato el aparato emitió un sonido de notificación y se oyó la voz de la inteligencia artificial.
—«Identificando a Lena, espere... Autorizada».
Lena le agradeció con un asentimiento y se quedó mirando la superficie espejada. El vexiano sintió que era su momento de retirarse.
—Te daré privacidad.
—¡No, no es eso! —exclamó, afligida— Es que no me sé el número.
Umäin rio con ganas, al tiempo que tomó el móvil de la mano de la chica.
—Abrir agenda —volvió a ordenar.
Cuando el teléfono le mostró lo solicitado, rebuscó en el índice y se lo entregó nuevamente.
—Ahí está.
A Lena le llamó la atención cómo estaba registrado.
—«¿Otro Kiodäi?».
—No le digas, o se le subirá a la cabeza.
Ni bien estuvo a solas, tocó el número seleccionado. El tono de llamada se oyó varias veces y la atendió el contestador. Probó de nuevo, «quizá está durmiendo la siesta», pensó, pero el resultado fue el mismo.
Suspiró. Lo volvería a llamar luego de bañarse. Dejó el aparato sobre la cama, se despojó de la ropa demasiado sucia que llevaba e ingresó al sanitario.
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—¿Me recuerdas?
El muchacho de cabello renegrido y llamativos ojos verdes luchaba tratando de zafarse, pero la fuerza invisible que inmovilizaba su cuerpo era demasiado poderosa, muy superior a la de Umäin. Incapaz de girar la cabeza para ver a sus amigos, prestó atención a los sonidos que emitían, tratando de averiguar su estado.
Agustín bufaba como una bestia salvaje atrapada en la red de un cazador; tras unos segundos, oyó un golpe seco y luego, reiniciaron los gruñidos desde algún lugar al ras del suelo, por lo que dedujo que se había caído. Maia daba grititos de frustración y profería insultos ininteligibles ya que, con la mandíbula y lengua inmovilizadas, no lograba articular palabra. Por último, Sebastián no se escuchaba en absoluto, lo que indicaba que estaría analizando la situación y maquinando algún plan como era su costumbre. Todos parecían estar bien.
—Contesta —ordenó la fría voz femenina y Niko recuperó la movilidad de su quijada.
—¡Nunca la había visto en mi vida!
La vexiana soltó una inquietante carcajada.
—¡La mente humana es tan maleable!
—¡Déjelos ir! Si el tema es conmigo, deje a mis amigos en paz.
—¡Oh! ¡Cuánta nobleza! Pero no. El asunto no es contigo. Tú no lo recuerdas porque personalmente me encargué de extraerlo de tu memoria; lo cierto es que desde un principio solo fuiste el medio para un fin. Un instrumento; un peón, como dicen, nada más. No se suponía que siguieras aquí: deberían haberte eliminado. «Exterminen a todo el que interfiera con la misión», fue la orden que di, pero los encargados de ejecutarla no tuvieron las agallas... Por fortuna... porque ahora, junto a los otros, servirás para un último propósito: atraer al Traidor de Vexia.
—¡Está loca, señora! Ni siquiera nos conoce. ¿Por qué iba a venir por nosotros?
—No vendrá por ustedes; lo hará por ella. Su mascota humana tiene un extraño dominio sobre él. La chica vendrá por sus amigos y él, por ella. ¡Chiquilla idiota! Sin siquiera darse cuenta, me lo entregará como una ofrenda.
Dicho esto, volvió a acallarlo con su mente, al tiempo que hacía un movimiento desdeñoso con la mano. Cruzó el salón pasando entre los cuerpos inertes de los demás prisioneros y puso cerrojo en la puerta, no sin antes girar el cartelito para que mostrara la palabra cerrado hacia el exterior.
El celular de Niko empezó a vibrar en el bolsillo trasero de su pantalón. La llamada se cortó y volvió a sonar una vez más. Él no pudo atenderlo ni ver el nombre de quién intentaba comunicarse; al cabo de un minuto, la pantalla se apagó.
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Mientras Lena tomaba un baño, Umäin aprovechó para regresar a su vivienda.
—¿Pensaste que me había olvidado de ti?
El anciano atado a la silla no contestó. Lo siguió con la mirada hasta que se hubo sentado frente a él.
—¿Puedo confiar en que, si te dejo marchar, ya no perseguirás a mi kiodäi?
El aludido suspiró antes de contestar.
—Si te digo que sí, ¿creerás en mi palabra?
El más joven lo pensó y el viejo negó con la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios.
—¿Para qué preguntas si no estás dispuesto a confiar realmente?
—Quiero confiar, mas tu accionar hacia mi kiodäi te precede: le diste caza incluso después de que, quien ordenó abatirlo, asesinó a tu propio hijo.
—No fue así exactamente —dijo al cabo de un momento.
—¿Cómo?
—Iniciamos la persecución sin conocer la identidad de la presa, sólo teníamos una gota de sangre seca en un trozo de papel. Y en cuanto lo descubrimos, decidimos que se había acabado; pero fue demasiado tarde. Ella vino por nosotros y mi hijo pagó con su vida... Ningún hijo debería pagar por las faltas de su padre...
Umäin no estuvo seguro de si se refería a Aläis o a su propio hijo. Quizá era a ambos.
—Si así fue, ¿por qué lo atacaron?
—Quería hablar. Deseaba retenerlo lo suficiente para poder explicarle. Pero tu kiodäi no es de los que se quedan a escuchar razones y mi sobrino... bueno, de su encuentro anterior... las heridas seguían abiertas.
El joven de ojos lavanda empezaba a entender lo que Niko había visto en aquel viejo.
—Voy a liberarte, ¿te marcharás de la ciudad?
—Aún necesito hablar con él...
—Le haré llegar tu mensaje, si lo deseas.
—No. Lo que debo decirle no puedo compartirlo con nadie más. Es una verdad muy poderosa, capaz de destruir la Regencia y poner el trono de Vexia a sus pies. Además, no tengo pruebas, sólo mi palabra.
Umäin lo miró confundido.
—¿El trono de Vexia? ¿Pruebas? ¿De qué hablas? Explícate.
—Ya he dicho demasiado, tendrás que creer en mí.
El muchacho se preguntó qué harían Aläis y Niko en su situación. Se paró, rodeó la silla del anciano y le liberó los brazos que estaban atados al respaldo con una gruesa soga.
El vexiano de los ojos rojos se incorporó con dificultad, tenía las piernas entumecidas y despacio se fue acercando a la salida de la habitación. Antes de que cruzara el umbral, Umäin preguntó:
—Tu hijo... ¿cuál era su nombre?
El que acababa de ser liberado, se detuvo. Al voltear, el más joven pudo ver sus mejillas encendidas y sus ojos vidriosos.
—Maröi. Ese era el nombre que eligió al nacer.
Dicho esto, reanudó la marcha y abandonó la vivienda.
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Lena se despertó sobresaltada; temía haber dormido demasiado. Se incorporó en la cama y miró alrededor de la habitación que Umäin y Elian habían dispuesto para ella.
Todo lucía demasiado normal. Nada parecía indicar que allí vivieran alienígenas. Bajó los pies, recuperó el móvil que reposaba sobre la cómoda e intentó inútilmente comunicarse con Niko una vez más. De nuevo el contestador frustró sus ganas de escuchar su voz y de hacerle saber que estaba bien. Estaba por dejarle un mensaje, pero luego se arrepintió y cortó. Prefería esperar para hablar directamente con él.
Observó la hora en la pantalla y vio que aún no eran las cinco de la tarde, pero su estómago rugió de manera aparatosa por lo que decidió buscar a sus anfitriones. Quizá podía ayudar con los preparativos de la merienda y así distraerse del hambre que sentía. Se calzó las zapatillas y abandonó el cuarto.
Deshizo el camino que la había llevado hasta ahí y llegó a la sala en la que el vexiano la recibiera. Aguzó el oído y el tintineo de la vajilla chocando entre sí le indicó hacia dónde quedaba la cocina. De seguro que Umäin y Elian, que habían demostrado ser por demás serviciales, estarían ultimando los detalles por si ella decidía unírseles a la hora de la merienda. Cuando estuvo frente a la entrada, pensó en si era correcto aparecer antes de tiempo; no quería importunarlos. Pero concluyó que peor era estar ociosa mientras ellos hacían todo el trabajo, así que de un tirón abrió la puerta vaivén y se encontró en una habitación de aspecto muy hogareño, parecida en estilo a la de la familia López, donde Sarita, la mamá de Maia solía preparar toda clase de exquisiteces.
De espaldas a la puerta vio a Elian, ocupada con los quehaceres. Era bastante alta y muy delgada —apenas si se le notaba el embarazo desde donde la observaba—; tenía el largo y lacio cabello blanco recogido en una ajustada cola de caballo en la base de la nuca. Envolvía la parte superior de su cabeza un pañuelo anudado al estilo de los piratas, para prevenir que alguna hebra de pelo terminara en la comida, y llevaba sobre su piel muy blanca, un vestido gris de hombros descubiertos confeccionado de una tela tan liviana y vaporosa que Lena reconoció enseguida como el mismo material del que estaba hecha la capa de Aläis.
Dio un paso al interior y aspiró el delicioso aroma del ambiente: olía a torta recién horneada, a esencia de vainilla y coco rallado. Sobre la mesada, Elian manipulaba un bizcochuelo del que aún salía un poco de vapor; Lena observó que lo partía en tres con un cordel para rellenarlo. Sobre la mesa, ya estaba dispuesta toda la loza en una bandeja y había una jarra de café caliente y un termo, que probablemente contenía agua a la justa temperatura para el mate.
La muchacha se sintió muy emocionada por la generosidad de la pareja de Umäin quien, sin siquiera conocerla, le había abierto las puertas de su casa y no escatimaba en atenciones hacia ella a pesar de su avanzada gravidez. Por un segundo se preguntó si habría aprendido a cocinar así sólo para ella.
Estaba a punto de saludar, cuando la futura mamá, que aún no había notado su presencia, se giró a buscar un cuchillo para desparramar el dulce de leche. Sus ojos, de un celeste demasiado pálido rodeados de pestañas blancas, se cruzaron con los castaños de Lena, que se habían quedado muy abiertos de la sorpresa: Elian era una chica albina, tan humana como ella.
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