Capítulo 29

Facundo abandonó la casa de Umäin espantado pero sobre todo, avergonzado por permitir que el miedo lo dominara de ese modo. No había tenido antes problema alguno con los alienígenas, sin embargo, algo en ellos le encendía todas las alertas y cada célula de su ser le gritaba que se alejara, que eran peligrosos. Sentía tal bochorno que en ese momento, no toleraba que nadie siquiera lo mirara.

¿Qué clase de hermano mayor sería para Elena, si no podía dejar de sentirse así? Necesitaba trabajar ese aspecto de manera urgente, si quería estar ahí para ella. Y lo quería, estaba seguro de eso. Desde que supo que sus padres biológicos tuvieron otra hija, todo lo que deseaba era conocerla y ser parte de su vida.

Desde pequeño fue diferente y ello provocó que siempre sintiera que no pertenecía; el acoso sufrido a lo largo de su infancia, no hizo más que reafirmar lo que presentía en su interior: había algo mal con él.

Pero cuando se enteró de que era adoptado, todas las piezas empezaron a encajar. Tenía la certeza de que la recién descubierta nueva integrante de su linaje, era la clave para encontrar todas las respuestas.

Tenía los ojos enrojecidos, especialmente el derecho, de tanto restregárselos y no podía esperar a reunirse con sus cosas para poder echarse unas gotas que calmaran la irritación. Llevaba como tres cuartos de hora caminando por ese sinuoso y polvoriento sendero, sufriendo las consecuencias del clima caluroso y húmedo que caracterizaba la región, cuando al fin divisó la salida que daba a la calle de acceso; solo le faltaban unos doscientos metros para abandonar aquel lugar. Junto a la entrada, había dejado estacionado su auto; Agustín insistió en que ingresaran al complejo en un solo vehículo, para no alarmar a los residentes y que éstos pudieran dar parte a las autoridades. Tuvo sus reservas, pero no le quedó otra que aceptar. Por fortuna, toda aquella pesadilla estaba a punto de acabar, solo un poco más y estaría afuera...

A su espalda empezó a oír el ruido del motor de una motocicleta de gran cilindrada que se acercaba. Se mantuvo andando junto al margen derecho, esperando que el vehículo de dos ruedas simplemente lo sobrepasara, pero no lo hizo. En su lugar, ralentizó la marcha y parecía seguirlo a la velocidad de sus pasos.

Sus piernas empezaron a temblarle y cuando ya no pudo continuar caminando, se giró para enfrentar aquello que el destino había conducido hasta él.

La Harley-Davidson detuvo el motor y de ella descendió un intimidante vexiano, de casi dos metros de alto. Uno que ya había visto antes, de cabellos renegridos y ojos lilas tan pálidos, que parecían transparentes.


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Pasaba del mediodía cuando la puerta del estudio chirrió para darles paso al interior a Niko, Sebas y Agus. Maia se había ido, con la promesa de sumárseles en un par de horas. El tatuador dio un profundo suspiro: al fin había regresado a casa. Parecía que se hubiera ausentado por meses y no solo por un par de días.

Recorrió el local con la vista y observó con satisfacción que su área de trabajo no había sido alterada en absoluto. Cruzó el salón y se sobresaltó al ver su imagen en el espejo; tardaría en acostumbrarse al nuevo look que sus amigos, junto con Maia, le habían creado para que dejara de ser el blanco de los controles policiales.

La cara libre de barba, le daba un aspecto varios años más joven. Su cabello, antes una melena corta con la que podía hacerse una pequeña coleta, ahora estaba cortado a cero en la nuca, permaneciendo largo en la parte superior; en el frente, lucía un jopo que le caía sobre los ojos mientras que el resto, lo llevaba peinado hacia arriba y atrás y, al igual que las cejas, lo tenía teñido de color aguamarina.

—¿Pongo la pava y nos tomamos unos amargos? —propuso, sacándole una sonrisa nerviosa a sus amigos que hasta el momento permanecían tensos, esperando su reacción.

—¡Sí, Niko! Cebá nomás.

Cuando se fue para el privado, Agus miró a Sebas con ansiedad.

—Pensé que nos iba a querer matar por lo que hicimos...

—¡Chito!, que si no se da cuenta, es como si no hubiera pasado.

—¿Vos decís que no se va a dar cuenta?

—No, tenés razón... pero al menos, si no se percata hoy, ¡vamos a vivir para ver otro día!

Para cuando Niko regresó, las risitas ya se habían apagado y los dos muchachos, acomodaban con diligencia su puesto de barbero. Terminó de tomar el mate del zonzo y, en seguida, cebó otro y se lo entregó a Agus, que estaba a su derecha. El silencio reinante le resultó sospechoso, solo que se sentía tan contento de estar de vuelta, que decidió que no le importaba qué travesura hubieran hecho sus amigos, nada podía arruinar su buen humor.


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Tras abrirse paso por entre ramas espinosas y pastizales que le sobrepasaban la altura de las rodillas, Aläis halló un sendero angosto y lo siguió hasta llegar a un camino rural tan poco transitado que por momentos desaparecía, invadido por la maleza.

Había mantenido el ritmo toda la noche, cuidando de tener siempre la cruz del sur a su izquierda y, para cuando el sol comenzó a asomar a su espalda, notó que el terreno empezaba a elevarse poco a poco. Pasado el mediodía, había llegado al límite con la provincia vecina y el suelo se volvió rocoso y árido. Se detuvo a descansar; debía alimentarse para reponer fuerzas, por lo que extrajo de su mochila un puñado de fatsimäe que recolectara durante su paso por los túneles. Estaban mustias, aun así, le aportarían la hidratación y los nutrientes que su cuerpo necesitaba; luego, extendió la alfombra ancestral y meditó una hora entera.

Cuando estuvo listo para continuar, lo hizo siguiendo la línea de las sierras hacia el norte en sentido a la capital; su intención era rodearla y seguir así hasta la frontera, evitando las más importantes vías de circulación humanas y con ello, todo control de tránsito vexiano.


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La Tierra, 23 meses atrás.

Hacía pocos meses que los sobrevivientes de su pueblo habían arribado al planeta y algunos humanos, si bien no les temían, aún actuaban de manera cautelosa. La programación que utilizaron para subyugarlos surtía efecto tal lo esperado: no querían un ejército de autómatas sin albedrío, sino anfitriones amistosos, predispuestos a la convivencia y proclives a la cooperación. Todo marchaba de acuerdo al plan lo que, convenientemente, coincidía con su otro proyecto, el que llevaba a cabo sin conocimiento ni autorización del Concejo de Vexia.

La institución de gobierno poseía su sede en «La Colonia» la que, a diferencia de los demás complejos vexianos, que también recibían el nombre de «colonias», concentraba al poder de Vexia en la Tierra. Allí residían tanto la Regente y su comitiva, como los Representantes de cada clan, cuya principal función era reunirse en cónclaves y tratar temas inherentes a su raza. Sin embargo, y a pesar de presidir dichas reuniones, tenía que contar con el apoyo de los embajadores para concretar sus propuestas o tomar cualquier medida que afectara al pueblo vexiano. Y a ello había que sumarle el control de la NUII que debían superar cada una de sus decisiones. Y como de ninguna manera le permitirían ejecutar el plan que pusiera en marcha mucho antes de dejar su planeta de origen, fue que ese día abandonó su residencia oficial y se embarcó en un viaje de incógnito a aquella desconocida ciudad de un país al otro lado del mundo, llamado Argentina. Allí estaba construyéndose una más de las colonias que en poco tiempo se inauguraría y albergaría a unos diez mil vexianos, una cantidad proporcional al tamaño de la urbe en la que estaba emplazada, de acuerdo con la normativa terrestre, que no permitía que los asentamientos superaran la relación de veinte a uno con respecto a la población local.

Envuelta en una capa que, además de cubrir sus rasgos ocultaba su marca energética gracias al material con el que estaba confeccionada, fue que llegó a la puerta de una galería comercial en el centro del poblado.

Era tarde y los comerciantes ya hacía rato que habían bajado las persianas metálicas de sus establecimientos y se retiraron a descansar. Todos menos el joven artista al que iba a buscar: un tatuador que, una noche al mes, solía quedarse para fabricar pigmentos que usaba en sus propias obras y también, los comercializaba.

—Buenas noches... —saludó, sobresaltándolo.

El joven de melena negra, piel trigueña y ojos verdes, que se encontraba cerrando la puerta de su estudio, se volvió con cara de sorpresa, seguro de que no había visto a nadie al salir, momentos antes.

—Buenas noches, ¿en qué te puedo ayudar? —preguntó el muchacho, con cautela, algo intimidado por la capucha que escondía sus facciones.

—Eres el tatuador que fabrica pigmentos, ¿verdad?

—Sí, soy yo. Si es por una compra mayorista, te pido que volvás por la mañana. Ya cerramos.

Marakamäe se descubrió la cabeza llevando hacia atrás la parte de la capa que la envolvía, mostrando su blanca cabellera y revelando sus ojos, de un extraño color azul claro. Lo miró fijo y en su mente formuló un concepto muy específico; al instante lo transmitió al inconsciente del humano, quien la miraba como embobado. Momentos después, el joven pestañeó varias veces hasta que se ubicó en tiempo y espacio.

—¿Querés pasar? —la invitó con entusiasmo— Se me acaba de ocurrir una idea muy loca de fabricar tintas para tatuajes a base de sangre alienígena. ¿Creés que sea posible? ¿Vos me podrás orientar sobre ese tema?

—¡Qué interesante que idearas algo así! Será un placer asesorarte, pero no quiero llevarme el crédito: todo será de tu invención, ni siquiera recordarás haber hablado conmigo.

Dicho esto, sonrió con malicia y siguió al joven humano al interior de su local, para luego cerrar la puerta tras de sí.



Pensando cuál debía ser su próximo paso, aquel recuerdo asaltó su mente. Algún misterioso designio más allá de su comprensión, había dispuesto que ese humano en particular, elegido al azar en el lugar más alejado posible para desencadenar el resurgimiento de Vexia, fuera el que terminara en el centro del conflicto. Interpretó aquella revelación como una señal del Gran Poder, que le estaba indicando que era hora de cosechar lo que había sembrado alrededor de dos años atrás.


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A medida que iban retornando a la ciudad, los pensamientos de Lena discurrían hacia Aläis; le tomaría al menos dos días alcanzar la capital, y de allí, vaya a saber cuánto tiempo para llegar a su destino final, el cual desconocía. Somäi le comentó que pensaba que su protegido iba a salir del país, pero no le había compartido esa información, para no comprometerse.

Unas loras verdes cruzaron bulliciosas en vuelo rasante sobre sus cabezas y ambos las siguieron con la mirada hacia una arboleda en la que seguramente anidaban.

—Tengo un hambre que me comería una vaca entera y esas dos loras de postre.

Somäi la miró consternado.

—¡Tranquilo!, es una forma de decir, no me las voy a comer de verdad... aunque se me ocurre que...

Lena se dispuso a abandonar el camino rural trepando la barranca no muy alta que conformaba uno de los lados, como si fuera una pared de escalada: agarrándose de las raíces y pajas bravas que nacían en la pared, y pisando en los huecos, que esperaba fuesen nidos de lechuzas y no de serpientes. Al llegar arriba, se arrastró hasta subir todo su cuerpo y se perdió de vista internándose en el monte.

—Eh..., ¿Lena?

—Ya voy, esperame ahí —se oyó por toda respuesta, desde alguna parte del bosque serrano.

Al cabo de unos minutos, la chica regresó y el preocupado Somäi exhaló como si hubiera estado conteniendo el aliento desde el momento en que se fue. Se descolgó del terreno elevado como pudo y se sentó al borde del camino. El vexiano se le unió.

—No identifico todas las plantas comestibles, pero creo que con estas nos podemos arreglar —dijo, al tiempo que desataba la parte delantera de su remera, la que había anudado a modo de saco para guardar cosas.

Al descubrir el contenido, el alienígena se sorprendió con la gran cantidad de apetitosos frutos que recolectara.

—Tenemos uvitas de campo, frutillas silvestres, piquillín —fue señalando, mientras las nombraba.

—No son venenosas, ¿verdad? Porque le di mi palabra a Aläis de que te cuidaría.

Lena se rio.

—No, quédate tranquilo, que a estas las conozco bien: las supe comer de chica. Crecían en un campito cerca de mi casa y más de una vez, me salvaron de irme a dormir con solo un mate cocido en la panza.

Devoraron la totalidad de los frutos, y reemprendieron la marcha. Mientras seguían aquel camino rural de regreso al centro urbano, la muchacha observó a su acompañante. El alienígena aparentaba tener mucha más edad que Aläis —aunque no tanto como el viejo Ronsoj—, sin embargo, permanecía en un estado impecable. Había comenzado a especular que los vexianos, además de un excelente estado físico, debían de tener alguna especie de poder auto-limpiante en sus cuerpos ya que, a pesar de la distancia recorrida (y él incluso había caminado varias horas para reunirse con ellos en los túneles), sumado a que durmieron a la intemperie, expuestos a los elementos, no se le notaba cansado ni desarreglado: su piel y cabellera se mantenían impolutos. Mientras que ella, caminaba arrastrando los pies y dado que llevaba un par de días con la misma ropa y se le adhería el polvo en suspensión del camino por estar cubierta de sudor a causa del ambiente caldeado y húmedo, parecía una indigente.

En esos momentos, deseó con todas sus fuerzas tomar un baño y cambiarse. Sabía que no podía regresar a su departamento y el mal humor amenazó con apoderarse de su estado de ánimo.

—Estoy seguro de que Umäin no tendrá problema en que utilices su cuarto de baño para asearte cuando lleguemos —comentó el alienígena, que evidentemente había leído sus pensamientos.

Lena, que ya comenzaba a acostumbrarse a no tener privacidad dentro de su propia cabeza en presencia de Somäi, ni se molestó en reñirlo y continuó la conversación hacia un tema más interesante.

—Así que es ahí adónde vamos... voy a conocer al famoso Umäin.

—¿Aläis te ha hablado de él?

—Sí. Me contó del vínculo que los une; de cómo pueden percibirse, aun estando lejos y reconfortarse, estando cerca. Todo me sonó muy loco, pero a la vez súper especial. Sé que no es lo mismo, pero con mi amiga Maia tenemos algo parecido: podemos estar horas en silencio sin aburrirnos; hablar de lo que sea e incluso llorar juntas y siempre nos sentimos mejor al despedirnos. Estar la una con la otra nos hace bien. ¿Usted también tiene un kiodäi?

—Lo tuve una vez...

—Cuánto lo siento... —contestó de inmediato Lena, recordando que Aläis le había dicho que era una unión para toda la vida.

—Eres muy generosa con tus sentimientos... Me pareció curioso al principio, mas creo que ahora lo entiendo...

—¿Qué cosa?

—Cuánto ha llegado a apreciarte Aläis en tan poco tiempo. Y por lo que veo, es mutuo.

—No estoy segura de qué cree que pasa entre nosotros, pero no es lo que piensa —respondió la chica algo incómoda, cuando ya entraban al éjido urbano.

—Casualmente fue lo que dijo Aläis... pero tienes razón... y aunque lo fuera, no sería de mi incumbencia —reflexionó, avergonzado—. Lamento si he sido entrometido. Lo cierto es que su relación me intriga, porque los vexianos no experimentamos sentimientos como los humanos, excepto por los vínculos kiodäi y el afecto entre padres e hijos.

—¿No se enamoran?

—No

—¿Y cómo eligen a sus parejas? Quiero decir... para procrear.

—El clan se ocupa de emparejar a cada integrante con alguien... complementario.

Lena se quedó con la boca abierta.

—Entonces ¿tienen matrimonios arreglados?

—Podría decirse así...

El vexiano se aclaró la garganta y se quedó en silencio. La muchacha quería seguir preguntando, pero cayó en la cuenta de que las mujeres de su planeta habían sido las más afectadas por la enfermedad causada por su estrella, y consideró que aquel podía llegar a ser un tema inapropiado.

Caminaron unas diez cuadras más hasta que el vexiano comentó.

—Ya estamos cerca.

Y a Lena se le formó un nudo en la boca del estómago.

—Puedes estar tranquila. Conozco a Umäin y estoy seguro de que va a adorarte.

—No me preocupa. Me da igual si le caigo bien o mal —respondió, tratando de sonar serena, más para convencerse a sí misma que al vexiano que la acompañaba.

La verdad era que estaba aterrada. El kiodäi de Aläis era el ser más importante en su vida y quería agradarle. Quizá no volvería a verlo en mucho tiempo y él iba a ser el nexo. Ambos tendrían algo en común y podrían hacerse compañía en su ausencia.

Somäi le sonrió; otra vez debía de estar leyéndole la mente. La coraza tras la que se había protegido del mundo exterior durante su vida entera y a la que sólo Maia tenía permitido ingresar, se había vuelto obsoleta. Lena suspiró.

Sin previo aviso, el vexiano se detuvo frente a una vivienda de barrio, con garaje y un pintoresco jardín delantero. Con determinación se acercó a la puerta e hizo sonar el timbre. Lena se mantuvo detrás de él, nerviosa e inquieta.

Al cabo de un minuto, la puerta se abrió y entraron directamente. Un vexiano muy alto de brillosa cabellera azabache trenzada y mirada color lavanda, los observó ingresar sin decir una palabra y con expresión seria escrutó a Lena de arriba abajo. De inmediato, cerró la puerta. Una vez en la sala de la casa, Somäin y el que supuso debía ser Umäin, se tomaron de los brazos y unieron sus frentes, como ya lo había visto hacer con Aläis. Ella solo se limitó a quedarse callada, por respeto a esa costumbre alienígena.

Al separarse, el residente de la casa había cambiado por completo su semblante; sus ojos se volvieron alegres y una luminosa sonrisa le adornó el rostro.

—¡Así que tú eres Lena! —exclamó, divertido, al tiempo que la envolvió con sus brazos de gigante y la levantó varios centímetros del suelo.

Y como si esto no fuera suficiente para sorprenderla y hacer que se sonrojara, agregó.

—¡Me alegra conocerte al fin! ¡Niko me ha contado mucho de ti!



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Mate del zonzo: el primer mate que se ceba que, por lo general, tiene sabor fuerte y no suele dársele a nadie porque se puede interpretar como una falta de consideración o de respeto, por lo que el cebador se lo toma o bien lo desecha.

Campito: Sitio baldío.

Éjido urbano: espacio urbanizado de un municipio. Espacio dentro de los límites de una ciudad. (La pronunciación esdrújula del vocablo «ejido», es propio del habla coloquial del sur de la provincia de Córdoba, entre otros lugares de la Argentina).

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