Capítulo 28
—Bienvenidos. Ustedes son... —dijo el vexiano de ojos color lavanda a los humanos que nunca antes había visto.
El grupo acababa de llegar a la vivienda de Umäin y estaban de pie en la sala principal. Los nuevos permanecían algo rígidos, tan nerviosos como estuvieran Sebastián y Agustín en su primera visita al barrio, dos días antes. Eran las ocho de la mañana de un día muy caluroso y húmedo.
—Yo soy Maia —contestó la chica, de unos veintitantos, cabello teñido de color bordó y una diminuta argolla en uno de los lados de su nariz. Aunque se notaba que le intimidaba el imponente vexiano, de melena azabache, daba la impresión de tener mucha más confianza que el joven que estaba a su lado, que se veía pálido, se restregaba el ojo derecho, quizá para disimular las lágrimas que se estaban amontonando en sus ojos y respiraba de manera entrecortada.
—Ella es amiga de Lena —explicó, Sebas—. En realidad, no tiene nada para aportar, pero no hubo forma de evitar que viniera. Es bastante... ¿cómo decirlo?... pesada.
La aludida le hizo una mueca de sentirse ofendida y decidió ignorar la sonrisita burlona que decoraba la cara de Sebastián, por respeto al vexiano, aunque por dentro, juró que se lo iba a hacer pagar.
El muchacho tatuado se acercó para presentarse, sin embargo, antes de que tuviera tiempo de decir nada, la chica se le colgó del cuello de un salto.
—¡Niko! Al fin te conozco. Leny siempre habla de vos.
Se quedó de piedra y si bien una parte suya se moría por preguntar qué le había dicho, no era el momento ni el lugar; Lena estaba desaparecida y posiblemente herida, así que se limitó a decir.
—Lena es una buena amiga y estoy preocupado por ella. Sólo que tuve que escaparme porque me iban a encerrar, y tras las rejas no podría hacer nada para ayudarla.
—No tenés que justificarte conmigo, yo sé que vos la querés bien...
En un acto reflejo, Agus y Sebas lo miraron, esperando notar alguna reacción, pero el tatuador ni se inmutó, dejándolos con la boca abierta.
—Y éste es Facundo —presentó, Agustín—. Dice que es hermano biológico de Lena y... Emmm, ¿por qué no seguís vos, mejor? Contales todo lo que nos dijiste anoche.
El muchacho, de cabello y ojos castaños, un par de centímetros más bajo que Sebastián y quizá uno o dos años mayor que Niko, tenía una cara de miedo que parecía que en cualquier momento, saldría corriendo despavorido.
Como no mostraba indicios de que fuera a empezar a hablar pronto, el dueño de casa dijo:
—Antes de comenzar, por favor, pónganse cómodos. Traeré algo de beber.
El vexiano se marchó para la cocina y regresó en seguida con unos vasos largos conteniendo una infusión helada de hierbas que los humanos probaron con desconfianza, pero que luego bebieron gustosos, ya que era muy refrescante.
Umäin se sentó frente a los visitantes, complacido por ser un buen anfitrión. El grupo de amigos, empezó a intercambiar comentarios para ponerse al día y hasta Maia y el vexiano, fueron incluidos en la charla. El único que permaneció un poco apartado y en silencio, fue el hermano de Lena, que al principio parecía horrorizado con lo bien que se llevaban todos, aunque luego pareció relajarse un poco.
Con el último sorbo y sintiéndose con mucha más predisposición para contar lo ocurrido, Facundo empezó a narrar la forma en que se enteró de que tenía una hermana; relató con lujo de detalles sus incursiones tras Lena al trabajo, al boliche, a la casa de sus amigos; la última de las cuales, acabó con su desaparición en los brazos de un alienígena que parecía protegerla de un grupo presuntamente violento. El monólogo se extendió como por media hora; el muchacho hablaba con una fluidez inusitada. Por último, rememoró cómo decidió seguir a los maleantes hasta las afueras de la ciudad, hasta el lugar donde uno de ellos había sido asesinado por una vexiana vestida con lujosos ropajes.
En ese momento, el vaso de Umäin resbaló de su mano y se estrelló contra el piso, sobresaltándolos a todos. Se incorporó con rapidez y abandonó la habitación. Al mismo tiempo, Facundo soltó una ruidosa exhalación y se llevó ambas manos a la cabeza.
—¿Qué me hizo ese elfo? ¡No podía parar de hablar! —Exclamó, aterrorizado.
Maia se alarmó y trató de contenerlo, aunque no sabía bien de qué manera ayudarlo.
—¿Qué acaba de pasar? —inquirió con voz aguda.
Agustín, que estaba aún más desconcertado que ella, se encogió de hombros y dirigió su mirada a Niko quien, en el acto, comprendió lo sucedido y corrió tras los pasos de Umäin. Lo halló sentado en el suelo de su habitación, observando fijo al viejo Ronsoj, el que continuaba atado a una silla y seguía como en estado de contemplación.
—¿Eso era necesario? —lo regañó el humano, cruzado de brazos y apoyado en el umbral de la puerta. Como no contestaba, se le acercó.
—¡Ey! ¿Estás bien?
Umäin tenía la mirada fija en los ojos rojos del prisionero y la piel de su rostro encendida en un resplandor iridiscente que parecía ir aumentando de intensidad a medida que se balanceaba levemente hacia adelante y atrás, mientras abrazaba sus rodillas. Niko agitó su mano frente a la mirada perdida del joven alienígena, sin obtener respuesta.
—¡Umäin! ¡¡¡Umäin!!!
Al momento, volvió en sí y lo miró directo a los ojos. Niko pudo ver pánico en ellos.
—¿Qué pasa, boludo? Me asustás...
—Está aquí... la Regente... y Aläis está ahí afuera, solo.
—Bueno, no está solo; Lena está con él. Y, además, está el que mandaste a buscarlo; dijiste que era de confianza.
—No entiendes, es muy poderosa. Aniquiló a un Ronsoj fácilmente —dijo, señalando al anciano, que no había movido un músculo, pero en cuyas mejillas podían observarse lágrimas resbalando muy despacio—. Acabo de confirmarlo en su memoria: sucedió como lo relató el hermano, lo mató sin piedad ni remordimiento.
Y tras una pausa, durante la cual su rostro reflejó el horror que estaba pasando por su mente en ese momento, agregó.
—Mi kiodäi es fuerte, pero ella lo es mucho... mucho más.
Niko le puso una mano en el hombro y el vexiano dejó de moverse. Con toda la confianza que fue capaz de reunir en ese momento, el tatuador le dijo.
—¡Ey! Como dice el dicho: «no está muerto quien pelea». Algo se nos va a ocurrir, ya vas a ver.
Le tendió la mano, la que tras unos segundos, Umäin tomó por el antebrazo, y lo ayudó a levantarse.
—Vamos, volvamos la sala. Tenemos un plan que idear.
Al otro lado de la casa, la discusión estaba subiendo de tono: los dos amigos y Maia trataban de impedir que el hermano de Lena escapara a causa de la angustia que le había provocado el ser compelido a hablar.
—...no, no hay nada que puedan decir para convencerme, ¡me voy!
—¡Pero, Facu! ¿Te puedo decir Facu? Ellos no son el enemigo, quieren traer a tu hermana de vuelta, igual que vos e igual que yo, que soy su mejor amiga...
—Mirá, loco, no te conozco pero te digo algo: a mí tampoco me caen bien los elfos y a pesar de eso, estoy acá... por Lena. ¿No es eso a lo que viniste vos también?, ¿porque querías nuestra ayuda para recuperarla? —cuestionó, Agustín, sosteniéndolo con fuerza del brazo, evitando que saliera huyendo.
Le sacaba casi una cabeza y era bastante más corpulento, por lo que no le costaba demasiado someterlo.
—No lo entienden: ¡no me puedo quedar ni un segundo más acá! —exclamó, al tiempo que tironeaba, tratando de zafarse del agarre de Agus—. Ustedes no estuvieron ahí, no vieron lo que yo vi... y ahora encima me hacen pasar por esto...
—Si se quiere ir, que se vaya —interrumpió Sebas, con su acidez característica—. Dejenló. A Lena la vamos a rescatar nosotros, no le hace falta un hermano cagón.
—¿Qué pasa acá?
Niko acababa de regresar a la sala, seguido de Umäin.
—Pasa que este cobarde le tiene tanto miedo al vexiano, que ya ni se acuerda que Lena nos necesita a todos —explicó, Agustín, con desprecio en la voz.
Y tras soltarle el brazo, se apartó de la puerta, dejándole vía libre para que se marchara.
—Espera —intervino Umäin y Facundo dio un respingo—. Si quieres irte, no te lo impediré, pero antes, déjame decirte que siento mucho haber usado mis poderes mentales contigo. Eso fue excesivo y, como me lo ha hecho notar Niko, innecesario. Si te marchas, ten por seguro que aun así, haré todo lo que esté a mi alcance para traer a tu hermana y a mi kiodäi de regreso a salvo. Tienes mi palabra.
—¿Cómo puedo creer que tu palabra vale algo, si vengo a contarte lo que sé y me torturás? —recriminó con la voz quebrada, para luego esquivar a Agus y salir por la puerta.
—Si te vas ahora, la estás abandonando. Sos igual que tu padre.
El grito de Maia retumbó en el parque autóctono. Facundo se detuvo a cinco pasos de distancia y, sin volver su vista atrás, habló muy despacio, enfatizando cada frase.
—Mi padre no me abandonó, él no sabía de mi existencia, es diferente. Y yo no la estoy dejando a mi hermana: la voy a seguir buscando por mi cuenta. Venir acá... fue un error.
Y dicho esto, reemprendió la marcha en dirección a la calle de acceso del complejo, poniendo distancia con la vivienda. Los cinco se miraron desalentados y se volvieron al interior. Mientras lo hacían, Sebastián no pudo contenerse.
—«Mi padre no me abandonó... no sabía que yo existía, es diferente...» —remedó, con voz aguda—. ¡Qué pedazo de pelotudo!
Y al ver la cara de desaprobación de Maia, dejó la teatralidad y se puso a la defensiva.
—¿Qué? ¡No me vas a decir que estás de su lado!
—¡Yo no dije nada, idiota! Solo no me gusta cuando hablan mal de alguien que no está presente para defenderse...
Sebas, que tenía sus ojitos color avellana como dos rendijas y estaba preparado para continuar con la pelea, se detuvo en seco.
—No, si tenés razón... pero estás de acuerdo con que es un imbécil, ¿no?
Maia revoleó los ojos y no continuó con el tema. Los ánimos habían quedado por el suelo. En tanto, regresaron al salón y se sentaron.
—Y ahora, ¿qué hacemos? Lo que nos contó Facundo es relevante, sí, pero no nos dice cómo seguir... Y yo teniendo que esconderme, no soy muy útil que digamos... —dijo el tatuador, con frustración.
—¡Niko! —Maia dio un gritito con entusiasmo, lo que los sobresaltó a todos—. Me acabo de acordar que estuvimos hablando con Agustín y sabemos que la policía tiene un identikit tuyo, medio choto y, como que no te han ido a buscar al estudio, así que es obvio que no saben quién sos, sólo conocen más o menos tus rasgos y características...
—Sí, ¿y eso qué tiene?
—Que tenemos una idea para que puedas salir de acá. ¿Te prendés?
Umäin, que sin mucho esfuerzo había leído lo que Maia tenía en mente, largó una carcajada.
—¿Qué? ¿De qué te reís, boludo?
ꞔ Ł ʘ ∫󠅷 Δ Հ ǂ ѻ
Cagón: persona miedosa, cobarde, floja, temerosa, pusilánime.
Medio choto: mal hecho, de mala calidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top