Capítulo 26

Lena quería gritar, pero apenas si lograba respirar a causa del vértigo y se aferraba con desesperación del torso de Aläis; su cabello y ropa se sacudían con violencia por la velocidad de la caída, mientras que él lucía extrañamente calmado, como ajeno a lo que estaba pasando. Sin despegar la mano de su frente, el vexiano repitió tres veces la invocación que recitara en la piedra e instantáneamente, el descenso cesó y se encontraron parados en el inicio de un amplio corredor, apenas iluminado.

Lena estaba mareada y confundida. Miró a Aläis y vio cómo sus mejillas iridiscentes, comenzaban a perder su brillo hasta volver a la normalidad.

—¿Cómo... hiciste... eso? —preguntó jadeando.

—Te lo dije: ilusión. Solo caímos dos metros —respondió, señalando con su dedo el agujero en el techo, ubicado sobre ellos, el que comenzaba a cubrirse con la roca, por obra de alguna clase de mecanismo automatizado—. ¿Te encuentras bien?

La chica se dio cuenta de que seguía agarrada a él e intentó alejarlo, pero la adrenalina liberada en su cuerpo, estaba agotándose y sintió que se desvanecía. Aläis la sostuvo y la ayudó a sentarse, respaldándola en la pared.

—No podemos quedarnos. Todos los vexianos tenemos conocimiento de la forma de acceder, incluso los Ronsoj; debemos darnos prisa o nos alcanzarán... Aunque quizá podamos tomarnos un par de minutos para reponer fuerzas...—dijo, al notar que se sentía exhausto y se sentó pesadamente a su lado

Tenía el cuerpo adolorido y la mente agotada. Estuvieron apoyados el uno en el otro por largos minutos. A Aläis le hubiera gustado meditar sobre su alfombra ancestral, pero no podía darse ese lujo.

—Go, team! —exclamó ella, levantando apenas un puño, cuando empezó a sentirse mejor— ¡Somos un equipo de la puta madre!

—No debiste regresar; eso fue imprudente...

—Mirá si no iba a volver...

El vexiano sonrió para sí; después de todo, quizá aún había esperanzas.

En eso, la piedra sobre sus cabezas empezó a emitir unos crujidos, como si el mecanismo estuviera preparándose para funcionar. Alguien estaba a punto de cruzar la entrada.

Haciendo acopio de voluntad, se levantaron y empezaron a correr lo más rápido que podían, adentrándose en el túnel. El pasaje adelante estaba totalmente oscuro. Notaron que, a medida que avanzaban iba iluminándose y se volvía a oscurecer una vez que se alejaban, como si estuviera equipado con sensores de movimiento.

Miraron hacia atrás y divisaron el comienzo del corredor, que ahora se veía como con la luz encendida y ésta parecía venir hacia ellos. Alguien había entrado y se aproximaba.

Continuaron corriendo, rogando hallar un lugar donde ocultarse. Las paredes no mostraban ninguna bifurcación y lo único que interrumpía la monotonía del camino, eran las columnas que se encontraban cada cierta distancia a ambos lados, y sostenían el techo abovedado. Pero éstas no tenían un tamaño suficiente como para esconderse ni presentaban salientes que les permitiera treparlas ni utilizarlas de ningún otro modo.

En un momento, el terreno pareció elevarse y el trayecto cuesta arriba se les hizo pesado; luego descendió en una curva que los llevó a una zona más amplia, llena de monolitos de roca, dispuestos al azar.

Redujeron la velocidad para recuperar el aliento; Lena tuvo que apoyarse en una de las piedras rectangulares, que le recordaron a los moáis de la Isla de Pascua, y se dobló por la cintura a causa del dolor que le punzaba el costado.

—Por aquí —le dijo su compañero, señalando uno de los bloques más alejados. Se escondieron tras la roca que estaba a un lado, sin embargo, aunque dejaron de moverse, la zona no se oscureció.

—¿Por qué no se apagan las malditas luces! —Se quejó, Lena.

Aläis reparó en que la fuente de luz era la descolorida vegetación bulbosa que brotaba de las paredes y comprendió lo que sucedía.

—No son luces: son fatsimäe, plantas vexianas —explicó—, no reaccionan al movimiento, se alimentan de la energía que emana de mi cuerpo.

Cerró sus párpados y se concentró en tratar de apagarlas. Sus mejillas se encendieron y las paredes brillaron con más intensidad.

—Mala idea —comentó Lena, nerviosa, espiando por el costado de la roca en la que se ocultaban, por si veía llegar a sus perseguidores.

Al cabo de un momento, Aläis desistió.

—¡Es inútil! —exclamó con frustración y de un manotazo, arrancó varias plantas del muro, las que cayeron al suelo y se fueron apagando del mismo modo que las luciérnagas al morir, quedando blanquecinas como inflorescencias de coliflor.

De pronto, oyeron un un chasquido procedente de un lugar que permanecía en penumbra, un poco más adelante.

—¡Ey! ¡Ustedes dos! —dijo una voz desde del mismo sitio.

Se quedaron congelados; los habían encontrado.

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Umäin seguía sin hallar el rastro de Aläis, en su lugar, rastreaba la huella energética del vexiano repudiado. Podía sentir su creciente intensidad. Estaba sangrando profusamente, lo que era un buen augurio.

Caminaron como diez minutos más, oyendo solo el crujido de la hierba bajo sus pisadas, hasta que, entre unos matorrales, hallaron numerosas salpicaduras plateadas, que emanaban una leve luminiscencia.

—¿Es de tu amigo? —quiso saber Niko.

—No, él está bien. Pero el anciano Ronsoj parece estar malherido.

Continuaron hasta hallar una especie de camino de herradura y lo siguieron. Se acercaban a la entrada del pasaje y la ansiedad de Umäin por ver a su kiodäi crecía con cada paso que daba.

Tras recorrer unos quinientos metros más, ubicaron al claro buscado, pero no vieron a Aläis ni a Lena por ninguna parte. Habían llegado tarde, seguramente, ya estaban del otro lado.

Cuando estuvieron junto a la roca que cubría el inicio del túnel, hallaron al patriarca de los Ronsoj. Tenía una herida cortante encima del ojo y el cabello de ese lado, estaba empapado en sangre argéntea.

Umäin solo se le quedó mirando, con los brazos en jarra; no parecía tener la intensión de prestarle ningún tipo de auxilio. Niko fue el que se aproximó y, arrancando la manga izquierda de su remera, la presionó sobre la ceja del maltrecho vexiano, para detener la hemorragia.

—Mi kiodäi te dio tu merecido.

El viejo lo miró con rencor, mas no emitió sonido.

—No lo podemos dejar acá —opinó Niko.

La respuesta inmediata de Umäin fue un resoplido. No pudo reunirse con Aläis, pero aquél había podido escapar y eso era lo que importaba.

—No, no podemos dejarlo. Vamos, llevémoslo a mi vivienda.

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—¡Por aquí! ¡Rápido! —insistió la voz.

Dudaron por un momento, totalmente desconcertados. Luego, como si sintonizaran la misma frecuencia, asintieron y corrieron semiagachados hacia el origen del llamado.

Ingresaron en la abertura, que era la entrada de un pasillo estrecho y sombrío. Una vez adentro, el desconocido, bloqueó la puerta y quedaron sumidos en la más cerrada oscuridad.

—¡Vamos, no hay tiempo que perder! —arengó el extraño.

Lena encabezó la marcha. Caminaba apoyando una mano en la pared y con el otro brazo, tanteaba el aire para no chocarse con nada. A un paso de distancia, la seguía Aläis y un poco más atrás, venía el desconocido: un vexiano de edad adulta, con ropaje informal humano, por lo que pudieron ver antes de que todo se volviera negro.

Continuaron andando por unos minutos, cuando Lena se detuvo de golpe: había tocado algo viscoso y húmedo en la pared, lo que la hizo retirar la mano de inmediato y limpiarla en su pantalón, con mucho asco. Un segundo después, Aläis chocó con ella, con todo su cuerpo.

El estrecho pasaje se iluminó con el resplandor de sus pecas.

—Lo... lo siento.

Lena se volteó y lo miró maravillada.

—No te disculpes. Es más: lo que sea que esté pasando por tu mente en este momento... mantené ese pensamiento, así alumbrás el camino —dijo, con una risita.

Dio la vuelta y siguió marchando, por lo que no se percató de que las mejillas de Aläis se volvieron más brillantes aún y, por un momento, se quedó sin poder moverse. La mano del desconocido en su hombro, lo trajo de vuelta a la realidad.

—Andando —exclamó, con una mueca divertida.

—No es lo que parece...

—¿Qué parece? —dijo el mayor, y lo sobrepasó deslizándose de costado por el estrecho pasadizo, para escoltar a la chica que comenzaba a alejarse.

—No es de tu incumbencia... —masculló Aläis, cuando se hubo alejado unos pasos y luego los siguió.

Avanzaron otro par de minutos hasta que Lena anunció que se había acabado el camino.

El vexiano más viejo la alcanzó casi al instante y se ubicó frente al muro. Ella no podía distinguir lo que hacía con sus brazos, aunque adivinó que estaba tratando de accionar a ciegas algún complejo mecanismo que les permitiera salir de allí, por lo que retrocedió un par de pasos para darle espacio y chocó una vez más con Aläis, que recién llegaba. El resplandor volvió a prenderse.

—Empiezo a notar un patrón aquí —bromeó y se giró para quedar frente al fascinante espectáculo de su piel.

En la total oscuridad, sus pecas parecían haberse vuelto más brillantes y moverse más rápido. Lo observó con curiosidad; estaban muy cerca y tuvo que refrenar el impulso de acariciar su rostro. Las luces pululaban y podía ver cada detalle como nunca antes. Su rostro era una obra de arte; le recordó a las medusas bioluminiscentes que alguna vez investigara para un trabajo de la escuela, tan hermosas y letales.

Con un nuevo chasquido como el que escucharon antes, la pared mostró un hueco similar al que habían usado para entrar.

—Vamos— dijo, el desconocido—, tenemos un largo camino por delante.

Atravesaron la puerta y se encontraron en un túnel muy parecido al que dejaran atrás, solo que más abandonado. Las fatsimäe se encendieron muy despacio, como si estuvieran despertando de un largo letargo. Cuando la luz fue suficiente, reveló las grandes telarañas que colgaban por doquier y los numerosos insectos y otras alimañas que reptaban por los muros, alarmados por la repentina claridad.

«No parece que nadie haya entrado aquí en mucho tiempo», pensó Lena.

—Nunca ha sido usado, desde su construcción... —explicó el vexiano de mayor edad.

Lena se sorprendió. «Es como si leyera mi mente...», pensó y de inmediato alzó la vista para encontrarse con los risueños ojos color bordó del desconocido en los que pudo ver que era justamente eso lo que había estado haciendo.

—¡Ey! ¡Salí de mi mente!

—Lo siento, sucede de manera involuntaria —sonrió.

—¿Dónde estamos? —quiso saber Aläis, mirando alrededor con desconfianza. —¿Por qué nos ayudas? Y más importante aún, ¿quién curajo eres tú?

—«Carajo» —lo corrigió Lena, por lo bajo.

El vexiano de cabellos gris oscuro, se puso serio.

—Debo admitir que estoy decepcionado. Nunca nos habíamos visto en persona, sin embargo, pensé que reconocerías mi voz... Aläis.

—Conoces mi verdadero nombre...

—Recuerdo que al principio te mostraste reticente a decírmelo. Pero con el tiempo, llegaste a confiar en mí y me lo confesaste...

—¿Jefe Somäi?

Sunae —respondió, con expresión bonachona y los brazos abiertos.

Aläis dio un paso hacia él, estrechó sendos brazos a la altura de los codos con los de Somäi y unieron sus frentes cerrando los ojos. Permanecieron así por apenas unos segundos, los suficientes para irritar a Lena.

—Bueno, qué lindo que se conozcan. ¿Nos vamos?

Los alienígenas sonrieron y el grupo reemprendió la marcha.

Aläis le contó a Lena cómo conocía al jefe vexiano y cómo éste lo había ayudado en tantas oportunidades desde que llegó a la Tierra, que prácticamente le debía la vida. No obstante, no fue necesario que le contara a Somäi sobre su amiga humana; Umäin lo había enviado, no sin antes ponerlo al corriente de todo lo sucedido hasta que se separaron.

Aläis se sintió aliviado de saber de su kiodäi después de tanto tiempo incomunicados, pero sobre todo, de que intentaba ayudarlo. Sus sospechas habían sido infundadas y, aunque continuaba necesitando verlo, al menos aquello le devolvió la paz.

Somäi tranquilizó a Lena al contarle que el oscuro pasillo que habían usado para trasladarse de un túnel a otro y su contraseña de acceso, solo los conocían los integrantes de su clan, por lo que los Ronsoj no podrían seguirlos, al menos no por ese camino.

Caminaron lo que pareció una media hora, mientras la humana acribillaba con preguntas al más viejo del grupo, que parecía disfrutar de la conversación.

—... y este túnel es uno de los escapes alternativos que se construyeron bajo los asentamientos de nuestro pueblo. Cada uno empieza como un único pasaje, pero se ramifica por medio de pasillos ocultos que los distintos clanes construimos de forma separada para hacerlos aún más seguros. Por cada entrada, puede haber cinco o seis salidas diferentes, incluso más, distantes varios kilómetros entre sí, interconectadas por incontables pasajes secretos, lo que lo vuelve un verdadero laberinto.

»Desde la llegada, hemos mantenido una muy buena relación con los humanos; aun así, preferimos tener alternativas, por si tu pueblo un día decide que ya no le agradamos tanto.

—Es entendible —reflexionó Lena, sintiéndose en total confianza con el nuevo alienígena. —Ustedes son muy pocos y nosotros, más de ocho mil millones. Están en una considerable desventaja, incluso con todos sus gualichos mentales.

Somäi perdió la eterna sonrisa que lucía desde que apareció, al observarla mover sus deditos en el aire cuando habló de los «gualichos» y se volvió hacia Aläis, con gravedad en la mirada, en busca de una explicación.

—Ella lo sabe —se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

—Esto no es bueno...

—No es posible coexistir con humanos y no revelar en algún momento nuestra verdadera naturaleza. Yo lo hice durante mucho tiempo, porque estaba en la clandestinidad y limité lo más que pude el contacto con terrícolas y vexianos por igual; quizá a usted le sucedió lo mismo, al estar tan ligado a la Colonia y los Representantes en su función como Jefe del clan... Pero allá afuera, las razas están conviviendo y mezclándose. El secretismo es insostenible.

Somäi continuó caminando, mientras cavilaba en silencio. Después de como un minuto, le dijo.

—Debes hablar con tu kiodäi, cuanto antes.

—¿Por qué? ¿Qué sucede? —Se alarmó, Aläis.

—Nada malo, pero es importante; debe ser él quien te lo cuente.

Esperó que Aläis le expresara su conformidad y, señalando el muro más cercano, dijo:

—Vamos por aquí, entonces.

Tras unos toques en lugares específicos y unas palabras murmuradas, la pared emitió otro chasquido y volvió a abrirse un pasadizo oscuro.

—¡Ay, no! Otra vez, no —se quejó Lena, al tiempo que los otros dos desaparecían dentro del pasaje.

No tuvo más remedio que seguirlos.

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