Capítulo 25
Cuando en el parque detectó la presencia de sus perseguidores en la mente de Lena, en lo único que pudo pensar fue en dar la alarma y retenerlos lo más lejos posible de ella, para que tuviese alguna oportunidad de escapar...
Tras el grito de alerta, notó su voz rasposa a causa del largo rato sin emitir palabra. Se dio cuenta de que estaban a merced de sus atacantes, los que los superaban en número; sus posibilidades de sobrevivir eran escasas y él tenía tanto que decirle. Pero la oportunidad había pasado, ahora ya no era importante.
—¡Escapa! —pidió— ¡Busca a Umäin!
La apartó para que no fuera a salir lastimada y se volvió, al tiempo que sintió cómo sus mejillas se encendían como brazas. Se abalanzó sobre el vexiano que tenía más cerca, que resultó ser el Ronsoj de ojos lilas. Éste tardó un momento en reaccionar a su ataque, pero era muy fuerte y diestro en el uso de sus poderes mentales y le bastó un instante para someterlo. Su rostro refulgió y una aplastante fuerza invisible comprimió a Aläis contra el suelo; sintió que el otro estaba disfrutándolo en exceso, quizá en venganza por lo sucedido en casa de Lena.
Aläis trabajó en cerrar su mente; primero la parte consciente y luego la psiquis profunda. Sus regulares sesiones de meditación con la alfombra ancestral, le habían servido de preparación para un enfrentamiento como éste. En poco tiempo, estuvo otra vez en control de su cuerpo, logró liberarlo y ponerse de pie.
El joven Ronsoj no cesaba en sus ataques y él se defendía para no dejarlo entrar de nuevo. Si llegaba a someterlo otra vez, estaría perdido.
Al ver que no conseguía nada con sus poderes, el de los ojos casi transparentes se le vino encima y se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, en la que medían tanto sus fuerzas físicas como mentales.
—No te resistas y no te haré daño —le prometió, justo antes de meterle una trompada que le dio de lleno en la boca.
En tanto, la primera reacción de Lena fue obedecer el pedido de Aläis y trató de alejarse. Sabía que él tendría más posibilidades si no debía estar preocupándose por ella. Había alcanzado a recorrer unos quince metros, cuando sus piernas dejaron de responderle y cayó de boca sobre la maleza, que amortiguó el golpe.
—¡No! —gritó, sobreponiéndose al embotamiento que comenzaba a invadir su cerebro.
Se levantó con ayuda de los brazos y escapó corriendo. El de los ojos rojos la observó mientras se perdía en la noche; no se podía negar su fuerza de voluntad: muy pocos humanos tenían lo que había que tener para sobreponerse al control que ellos eran capaces de ejercer. La dejó ir porque, a sus años, no tenía chances de alcanzarla y después de todo, la chica ya no importaba. Habían ido hasta allí por el Traidor de Vexia, con la certeza de que usaría el pasadizo. Llegaron antes de que oscureciera y se quedaron ocultos, aguardando hasta que lo esperado sucedió: detectaron su marca energética. Todas esas espinas alrededor del parque habían conseguido hacerlo sangrar. No importaba lo oscuro que estuviera ni el sigilo con que se desplazara, una vez que su sobrino captó su rastro, no se detendría hasta alcanzarlo. El recuerdo de su kiodäi se lo demandaba.
Se volvió hacia el lugar de donde provenía el ruido de lucha y los divisó combatiendo. En ese momento, no se golpeaban, solo se empujaban y se lanzaban de un lado a otro, contra los arbustos espinosos. Ambos trataban que su contrincante perdiera la concentración y el muro mental que protegía su cerebro, fallara. El primero que no lograra sostener sus defensas, caería presa del otro.
De pronto, Aläis se lanzó sobre su oponente y lo tomó por la renegrida cabellera, muy cerca del cuero cabelludo. Tiró con fuerza hacia atrás y le soltó un cabezazo, pero el miembro de la familia repudiada lo esquivó y aprovechó para agarrarlo con ambas manos del cuello, cortándole el suministro de aire.
Forcejearon, cayeron al piso, y tras girar sobre sí mismos, el de ojos lilas quedó en ventaja, sentado a horcajadas sobre el cuerpo tumbado de Aläis. No dejó de apretar su garganta en ningún momento. Con el brazo derecho libre, Aläis le dio un puñetazo en la nariz, pero el Ronsoj era muy resistente y sus golpes no hacían mella.
Otra trompada fue a dar al mentón mientras que la que le siguió, ya no logró alcanzar su objetivo: la falta de oxígeno comenzaba a afectarlo; en pocos segundos más, fallaría su determinación y el vencedor se apoderaría de su mente.
Por el rabillo del ojo, vio acercarse al patriarca de cabellos blancos y mirada escarlata. A pesar de la confusión que empezaba a invadir su cerebro, tenía claro que, si los dos lo atacaban juntos, no tendría ni la más mínima posibilidad. Golpeó de nuevo al que estaba inmovilizándolo en el suelo, pero esta vez dirigió su ataque a las costillas. Esto lo desestabilizó y aflojó por un momento sus manos, lo suficiente para que una bocanada de aire le devolviera un poco de lucidez.
Recordó que aún lo sostenía de los cabellos y tiró con todas sus fuerzas hasta que se quedó con un puñado entre los dedos, pero no fue suficiente para quitárselo de encima.
El anciano ya estaba a un par de pasos cuando, de pronto, algo impactó en el costado de su cabeza. Sus ojos se desorbitaron a causa del golpe, y cayó pesadamente. Alzó en súplica un brazo hacia su atacante.
—¡Espera! —pudo decir, antes de que Lena dejara caer una vez más, la roca que cargaba en su mano derecha contra su nívea frente.
El sobrino, al ver al anciano en el suelo, soltó de su agarre a Aläis y corrió a socorrerlo.
—Pero ¿¿qué has hecho!! —le recriminó.
Solo que Lena no lo escuchó porque ya corría a levantar a Aläis y lo arrastraba hacia la espesura del monte, apartando las espinosas ramas con un brazo y tirando de su compañero con el otro.
Aläis recuperó el aliento y logró pensar con claridad justo a tiempo para indicarle que debían desviarse en el próximo molle y tomar por un angosto sendero para así alcanzar la entrada del pasaje, oculta en un claro. Siguieron corriendo sin parar y sin mirar atrás. Cuando el vexiano se sintió recuperado, tomó la delantera, avanzando a la mayor velocidad que sus largas piernas le permitían y llevando a la chica casi volando detrás de sí.
Hallaron la zona despejada de follaje y en el centro, una gran roca. Sin pérdida de tiempo, Aläis apoyó ambas manos en ella y comenzó a empujarla, la vez que pronunció tres palabras en una lengua ininteligible a modo de contraseña. Nada pasó; por su tamaño, no podía pesar más de trescientos kilos, debería poder moverla. Concluyó que algo faltaba.
Retrocedió un paso para ampliar su perspectiva; miró alrededor buscando una pista que lo ayudara. Al posar su mirada en Lena, la chica se encogió de hombros, disculpándose con la mirada por no poder aportar nada. Tenía que ser algo relacionado con Vexia. Se rascó la cabeza y se limpió distraídamente la sangre que brotaba de su labio inferior partido. Al ver sus dedos untados con el líquido plateado, lo supo. De inmediato, los restregó entre sí para que toda la mano se manchara, y volvió a colocarla sobre la fría piedra.
Pronunció una vez más el salto y seña y al instante, sin necesidad de emplear fuerza alguna, la saliente rocosa se desplazó hacia un costado revelando un pozo de metro y medio de diámetro: era la entrada. Lena se acercó al borde, miró hacia el interior de la oscura abertura y un escalofrío le sacudió el cuerpo porque no se divisaba el fondo.
—Es una gran caída...
—No te preocupes, es sólo una ilusión para desalentar a los humanos que pudieran descubrir el pasaje por accidente —la tranquilizó Aläis.
—A mí me parece muy real... —insistió Lena, y trató de dar un paso atrás, para alejarse del abismo.
Sin embargo, Aläis ya la había envuelto con su brazo y apretado contra su pecho, al tiempo que colocaba la mano manchada de sangre sobre su frente.
—Tranquila, terminará pronto —le dijo, justo antes de arrojarse con ella al vacío.
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