Capítulo 24
La respuesta del extraño que había aparecido en el estudio, salido de vaya a saber dónde, los tomó desprevenidos. Maia guardó su sonrisa y muy despacio, retiró su mano de la del tal Facundo. Sintió que Agus y Sebas la tomaban de sendos hombros y tiraban levemente de ella, haciéndole dar un paso atrás, alejándola del recién llegado.
—No sabía que Lena tuviera hermanos... —comentó Agustín.
—Eso es porque no los tiene —aseveró Sebastián— ¿Quién carajo sos?
—Dejémosle que explique, che. Total, mal no nos va a hacer —intervino Maia.
—Sí, me parece bien —acordó, Agus— escuchemos lo que tiene que decir.
Sebastián lo miró con el interrogante en el rostro.
—¿Qué?
—¿Ahora hacés todo lo que ella diga?
—¡Eeeh! —Agus se rio—. ¡Pero no te pongás celoso! Si sabés que yo te quiero solamente a vos... —le dijo, mientras le hacía un mohín risueño y le tiraba un beso.
El aludido puso sus ojos en blanco y de mala gana se fue para el privado y trajo una silla; la puso en medio del salón y señalándolo con el dedo y luego al sitio, le indicó al supuesto hermano de Lena que se sentara.
A pesar del intimidante gesto de Sebastián, Facundo asintió y fue a tomar asiento en el lugar que éste le había asignado, mientras Agus y Maia hacían lo propio en el sofá de dos cuerpos y el de la afilada mirada avellana, se acomodaba en el sillón de la barbería, el que previamente giró para quedar frente a frente con sus amigos y con el desconocido, sin ocultar su cara de disgusto.
—Escuchen, sé que lo que les voy a contar suena increíble. Me enteré hace unos meses y al principio, yo tampoco lo podía creer. Pero hablé con mi padre biológico y me confirmó lo sucedido.
—¿Tu papá es el mismo padre de Lena? Porque es un borracho y un vago... no sé si podés creerle algo de lo que te diga —terció, Maia.
Sebas y Agus se miraron con desconcierto, porque desconocían ese aspecto de la vida de su amiga.
—Él dejó la bebida hace muchos años, después de que Elena se fue de la casa. Se metió en Alcohólicos Anónimos y a partir de ahí, se ha mantenido sobrio; incluso tiene un trabajo estable desde hace un buen tiempo.
Maia levantó ambas cejas con incredulidad, lo que no pasó desapercibido para Facundo.
—Miren, yo no vine acá a bregar por él ni a arreglar su relación con Elena. Yo solo quería conocerlo y eso hice. Punto. No me interesa que forme parte de mi vida tampoco, porque yo tengo un padre que fue genial conmigo. Solo que, cuando supe que había sido adoptado, sentí que quería encontrarlo y que me contara por qué me habían abandonado. Necesitaba darle un cierre a esa parte de mi historia.
»Pero resulta que él ni sabía que yo existía. Mi madre biológica, parece que era medio inestable y cuando estaban de novios se fue; desapareció por un tiempo. Y todo indica que para ese momento estaba embarazada de mí. Me tuvo y me dio en adopción, sin nunca decírselo a mi padre biológico.
»Con el tiempo, ellos volvieron a estar juntos y tuvieron a Elena. Cuando me enteré de que tenía una hermanita... bueno, se podrán imaginar. Me crie como hijo único, siempre con la sensación de que algo faltaba en mi vida... Así que le pedí que me la presentara y él me contó de su pelea. Que cuando Elena era una pibita se había ido y que no quería saber nada de él.
»Así que la rastreé y desde entonces la he estado observando...
—¿Observando? —interrumpió Sebas, con el ceño fruncido— ¿Como un acosador?
—¡No!... Es que tenía miedo de que ella me rechace. Sé que es muy probable que le recuerde a mi padre biológico y todo lo mal que la debe haber pasado con él. Así que, esperaba reunir el valor suficiente para presentarme un día y decirle: «Elena, soy tu hermano» y enfrentar lo que pasara después. En tanto, la he estado viendo de lejos y siguiendo de la casa al trabajo y del trabajo a la casa; cuando va de sus amigos, cuando sale a bailar...
Y tras oírse enumerar todo aquello en voz alta, rectificó.
—¡Uy! Creo que sí soy como un acosador... Pero nunca tuve mala intención —se defendió antes de que nadie tuviera tiempo de decir nada.
Sebas seguía con mala cara; tenía sus brazos cruzados y estaba un poco reclinado en el sillón. Se enderezó para hablarle.
—Todavía no nos dijiste qué hacés acá, ¿a qué viniste?... Seguro ya te percataste de que Lena no está...
—Ya lo sé, se la llevó un elfo...
Los otros tres se miraron, nerviosos.
—¿Vos viste que un elfo se la llevaba? —quiso confirmar, Agus—. O sea, ¿vos estabas ahí al momento preciso de que el elfo se la llevó?
—Sí.
—¿Y no hiciste nada para evitarlo? —la vocecita de Maia, sonó más aguda de lo normal.
—Es que pareció que estaba cuidándola. Tuve la impresión de que intentaba protegerla de otros tres elfos con pinta de patovicas. Para cuando se fueron, traté de seguirlos, pero ya no pude encontrarlos.
—Y ahora querés que nosotros te ayudemos a buscarla, es eso, ¿no?
—Sí... pero pasó algo más...
El grupo lo miró expectante.
—Como no pude dar con Elena y el elfo que se fue con ella, se me ocurrió seguir a los otros tres, para intentar averiguar qué querían con mi hermana.
Facundo se removió incómodo en su silla. No sabía cómo decir lo que tenía que contar a continuación, no lograba articular palabra.
—¿Y? —se impacientó, Maia.
—¡Desembuchá! —ordenaron los dos muchachos al unísono.
—Está bien, es que no es fácil... Los estuve siguiendo y... hoy más temprano... antes de venir para acá...
La tensión del ambiente crecía. Sebas se paró, nervioso y se llevó ambas manos a la cabeza.
—Dale, largalo de una vez, porque te juro que...
—¡Presencié un asesinato!...
Los demás se quedaron inmóviles, procesando lo que acababan de escuchar.
—Vine para acá a buscar refuerzos, porque hace un rato vi cómo mataban a uno de esos elfos. ¡No sabía qué más hacer! No podía ir a la policía, ¿qué les iba a decir?...
»No sé qué está pasando, pero creo que Elena está en peligro y necesito que me ayuden a encontrarla.
Cuando terminó de hablar, los dos amigos y la chica se quedaron en silencio; sólo se oían sus respiraciones. Se debatían internamente si podían confiar en el desconocido y qué hacer a continuación. Finalmente, fue Maia la que tomó la palabra.
—No sé qué opinan ustedes, chicos, pero yo creo que ahora sí se justifica esa llamadita a Niko...
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Aläis no pronunció palabra desde que salieron del hotel. Lena había hablado un poco al principio y cuando percibió su humor, se calló y continuaron así en silencio. Caminaron durante más de una hora y ya había oscurecido, cuando divisaron la entrada del complejo habitacional alienígena, a las afueras de la ciudad. Se metieron por un campo aledaño atravesando el alambrado e invadieron una plantación de soja.
Siguieron hacia el interior del cultivo hasta que Aläis consideró que estaban en una zona segura, donde ayudó a Lena a cruzar por sobre el paredón de tres metros de alto, que luego él mismo traspasó sin mucha dificultad.
Ya dentro del barrio vexiano, se adentraron en el parque, tratando de no acercarse demasiado a ninguna de las viviendas. Las ramas de los árboles les rayaban la piel con sus largas y filosas espinas, dibujándoles finísimas líneas de las que enseguida brotaban diminutas gotitas de sangre, incluso bajo la ropa.
Estaban en medio de un monte autóctono, rodeados de espinillos y algarrobos, molles y quebrachos; además de los típicos yuyos cordobeses: salvia, tomillo, peperina.
Lena no podía ver casi nada en la oscuridad, apenas si vislumbraba como un bulto blanco la espalda de Aläis quien lideraba la marcha, unos metros por delante de ella. Sin embargo, su poderoso sentido del olfato distinguía a la perfección el olor característico de las plantas aromáticas que rozaba a su paso, especialmente el de la menta peperina, que invadía sus fosas nasales y comenzaba a marearla.
«Un momento...», alcanzó a pensar cuando Aläis, que ni siquiera había percibido la fragancia mentolada, lo leyó en su mente, y gritó:
—¡Los Ronsoj! ¡Corre!
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Niko miraba hacia afuera, tratando de penetrar la oscuridad al tiempo que aguzaba el oído. Umäin le había pedido que estuviera atento mientras él iba a chequear a su pareja. Según le dijo, presintió que Aläis tomaría la decisión de abandonar la ciudad esa misma noche. Pero él llevaba horas intentando distinguir algo y comenzaba a frustrarse.
Vio las luces de un coche que cambiaban de dirección cada cierta distancia y recordó que el camino que ingresaba al barrio, lejos de ser recto, zigzagueaba en toda su extensión. Un par de minutos después, Umäin estacionaba su auto al costado de su vivienda.
Tras descender, se ubicó junto a Niko frente a la casa completamente en penumbras, y comenzó también a escrutar las sombras.
—¿Todo bien con la...?
Y dibujó un semicírculo frente a su abdomen, como si tuviera el vientre abultado. Umäin sonrió.
—Todo bien, ambas están bien.
—¡Oh, es nena! —se emocionó— ¿Ya tiene nombre?
El vexiano lo miró extrañado.
—Aún no... Como es natural, será revelado tras el nacimiento.
—No entiendo, ¿por qué no lo saben de antes?
—¿Quizá porque hasta que nazca no puede decirnos cómo quiere llamarse? —respondió, e ignorando la cara de desconcierto de Niko, quiso saber—. ¿Y por aquí, alguna novedad?
—No, solo la negrura más densa que jamás haya visto. Nada como una noche de luna nueva para colarse en un pasadizo ultra secreto.
Umäin asintió y estaba a punto de decirle que se fuera a descansar, que él haría la primera guardia, cuando oyeron el grito:
«¡Los Ronsoj! ¡Corre!»
Los dos se lanzaron a la carrera en la dirección a donde había venido la voz de Aläis. Recorrieron unos doscientos metros y tuvieron que detenerse; la noche era tan cerrada que, sin una nueva señal, no podrían encontrarlos.
Niko tomó una bocanada de aire y estaba a punto de gritar el nombre de Lena, cuando Umäin lo acalló apoyándole dos dedos en los labios.
—Espera —susurró.
Cerró los párpados y un tenue resplandor iluminó sus facciones. Se concentró en hallar la energía de su kiodäi, pero en lugar de ello, percibió la presencia de los Ronsoj. Su rastro era tan fuerte que bloqueaba cualquier otro que pudiera existir.
—Ven.
El vexiano se internó a paso rápido en la espesura del monte, seguido de Niko.
—¿Sabés a dónde vamos?
Pero Umäin no contestó; estaba muy ocupado tratando de dar con el rastro de Aläis. La última vez que su kiodäi había intentado ponerse en contacto, él no lo atendió; no podía permitir que las cosas quedaran así. Tenía que encontrarlo. Necesitaba encontrarlo.
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Patovicas: Persona encargada de la seguridad en locales nocturnos, por lo general, hombres corpulentos y de aspecto intimidante.
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