Capítulo 23
Niko pestañeó varias veces, apretando los párpados y en instantes, las facciones de Umäin volvieron a ser las que conocía.
—¿Qué me hiciste? ¿Te metiste en mi cabeza para que te viera como un monstruo?
—Por el contrario: desactivé por un momento la programación neuronal que altera tu percepción de mi raza; así es como los humanos nos verían si no les hubiéramos modificado su forma de percibirnos.
»A propósito ¿monstruo?... Eso hiere mis sentimientos —rio, al tiempo que extendía su mano, invitándolo a volver a sentarse.
Niko, hizo una mueca muy parecida a una sonrisa de disculpa y relajó el cuerpo al darse cuenta de que estaba tensionado. Respiró profundo varias veces para desacelerar el ritmo cardíaco y regresó junto al vexiano.
—Me asustaste, boludo.
Los dos se echaron en el sillón, retornando a su postura relajada. Niko no aguantó la curiosidad y tuvo que preguntar.
—¿Y todos se ven así?
—Así es. Entre nosotros, nos percibimos como me ves ahora. Sin embargo, la mente humana tiene una forma de procesar el concepto de la belleza un tanto... diferente y tuvimos que ayudarles a que nos vieran como nosotros nos vemos, digamos que... más bonitos y de acuerdo a sus estándares, o nunca nos hubieran recibido en su planeta.
—Y ahora que me lo mostraste, ¿los voy a ver de esa forma?
—No, quédate tranquilo: solo fue un atisbo momentáneo. De todos modos, no puedes negar que fue un tanto divertido...
—No, no lo fue.
—... no sé por qué no lo había hecho antes. Podría repetirlo a diario, solo por diversión...
—¡Que no fue divertido!... Aunque pensándolo bien, al menos no te arrancaste la piel para mostrarme las escamas...
—¿Qué?
—Nada.
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El lujoso auto eléctrico oficial de la Regencia se detuvo frente a la casucha destartalada. Su presencia, contrastaba con la precariedad del entorno, viéndose por completo fuera de lugar.
El chofer vexiano se descolgó de la puerta delantera izquierda y corrió por la calle de tierra para abrir la puerta trasera derecha, por donde una anciana alienígena, de cabello blanco intrincadamente trenzado y envuelto alrededor de su cabeza, de ojos azul claro y gesto adusto; y ataviada como para una cena con la realeza británica o el Sumo Pontífice, descendió hundiendo su enjoyado pie en un charco lodoso y maloliente.
La vexiana dirigió una mirada de repulsión alrededor y le hizo seña al conductor para que la dejara sola. El asistente dudó por un momento, observando el lugar de mala muerte al que habían llegado, sin embargo, no se atrevió a contradecirla.
Cuando el vehículo se hubo marchado, la mandataria caminó por el estrecho sendero que conducía hasta la entrada de la vivienda. Antes de llegar, se abrió la puerta y vio aparecer a uno de los vexianos que había ido a buscar, para brindarle la cortesía del recibimiento.
Como los últimos de la familia Ronsoj no eran bienvenidos en ningún asentamiento vexiano, vagaban como nómadas de una ciudad a otra y se acomodaban en el primer sucucho humano que encontraban, por lo general, en los barrios marginales a las afueras de los centros urbanos.
—Venäe, tanëo —saludó el vexiano de grandes ojos rojos y larga cabellera blanca, haciendo una reverencia hasta casi rozar el piso con la melena.
La vexiana no respondió y se introdujo en la humilde morada de los Ronsoj.
Una vez adentro, los demás integrantes de la mermada familia se acercaron a presentar sus respetos, los que también fueron ignorados. Quedaron los tres en silencio, expectantes (y temerosos) de las palabras que la gran Regente de Vexia, diría a continuación. Su mutismo llegó a su fin con una pregunta.
—¿Lo hicieron?
—Tanëo, nosotros... —empezó a decir el jefe de la familia.
—¿Lo hicieron o no? —lo interrumpió con brusquedad—. No me interesan sus excusas, sólo quiero oír sobre el resultado.
—Tanëo, la verdad es que no dimos con ninguna pista que nos condujera al paradero actual del Traidor de...
El repentino alarido desgarrándole la garganta a su hijo, lo hizo enmudecer. Apretó los puños, impotente, al verlo caer como un peso muerto y empezar a retorcerse en el piso.
—Lo sentimos, tanëo —habló el de los ojos lilas, casi transparentes.
Su primo era su kiodäi y podía sentir el dolor que lo atravesaba, como en carne propia.
—Por favor, tanëo, tiene que detener esto —imploró el más viejo.
Para entonces, la víctima ya no emitía sonidos. Había empezado a sangrar lágrimas plateadas, y su boca y oídos, se teñían con el perlado líquido vital que escapaba de su cuerpo.
El padre se derrumbó sobre sus rodillas y apoyó la frente en el suelo. Las luces recorrían las facciones de Marakamäe en una danza letal.
—Hicimos lo que nos pidió, pero no había nada allí. No ha sido nuestra culpa. Por favor, perdone la vida de mi hijo.
—Sabían lo que les pasaría si fallaban —expuso, inmutable ante las súplicas—. Se los advertí. Les dije que no eran los primeros a los que les encomendaba esta tarea...
El joven vexiano tendido en el suelo jadeaba, luchando por respirar, pero el aire ya no circulaba por su tráquea y sus pulmones estaban a punto de colapsar. La mandataria continuó hablando con monótona frialdad.
—... y no les oculté lo que le sucedió a los que me fallaron antes: terminaron muertos o gravemente heridos.
El mayor de los Ronsoj, comprendiendo su equivocación casi al instante, se puso de pie con dificultad, lleno de horror. Miró a su sobrino y vio en su semblante que había llegado a la misma verdad: el Traidor de Vexia no era quien abatió a sus predecesores.
El de los ojos lilas empezó a perder el control, sus pecas iniciaron una vorágine rabiosa sobre su piel y estaba a punto de arrojarse sobre la anciana matriarca, pero el padre de su kiodäi, lo retuvo por el hombro y, negando lentamente, lo obligó a desistir. Ella era muy poderosa, no podía arriesgarse a perderlo también.
Resignados, cerraron sus ojos para no presenciar el momento en que la energía vital del más joven del grupo, se extinguía para siempre.
Cuando el silencio inaudito les anunció que todo había acabado, abrieron sus párpados para enfrentar las consecuencias de su mal juicio: la Regente ya no estaba allí y solo quedaba el cuerpo inerte del menor de un linaje a punto de desaparecer, a causa del poder de Vexia.
Afuera, un joven horrorizado tras haber presenciado la nefasta escena por la rendija de una de las desvencijadas ventanas traseras, corrió hasta donde aguardaba su automóvil de vidrios polarizados, se metió lo más rápido que pudo y, tras refregarse el ojo derecho que lo tenía reseco por haber estado tanto rato sin parpadear, se alejó del lugar a toda velocidad.
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El encierro comenzaba a hacer mella en la paciencia de Lena que ya había contado más de diez veces todas las flores de las cortinas, y el hecho de que Aläis estuviera otra vez meditando sobre su alfombra de cabello, no ayudaba.
Cuando al fin salió del trance, el vexiano se puso de pie y comenzó a enroscar el tapiz con devoción para luego envolverlo con aquella tela tan extraordinaria.
—Debemos irnos.
—¿Alguno de tus antepasados te lo dijo en una visión? —preguntó la chica, tratando de acallar el sarcasmo que le nacía cuando estaba molesta.
Él no lo percibió y le dio una respuesta sincera.
—No es así como funciona: no siempre tengo visiones; la mayoría de las veces solo me concentro y siento su energía reparadora fluir a través de mi ser.
—Entiendo. Bueno, mientras estuviste recargando tu batería ancestral, se me ocurrió que, para andar por ahí, podrías modificar tu apariencia para que todo el que te mire, vea a un humano común y corriente.
—Otra vez: no es así como funciona...
—¡Ok, ok! Entonces, te vendrían bien un par de anteojos negros, un poco de maquillaje para tapar las pecas y por qué no, un corte de cabello. Yo misma podría...—y al ver el repudio en su expresión— o aunque sea un poco de color. O sea, si tuvieras, no sé, el pelo verde, con la ropa bohemia que usás, no llamarías tanto la atención. Parecerías un hípster con una marcada fijación por la década del 2010... ¿o era del 2000?... no recuerdo. Solo sé que mi vieja en su juventud usaba el pelo de colores y la ropa hippie... en fin, solo era una sugerencia.
Aläis había terminado de envolver la alfombra, que ahora parecía un pequeño e inocente paquetito, que escondió en la cintura de su pantalón. Obvió recordarle que para los vexianos el cabello era sagrado y desvió la conversación.
—Me doy cuenta que no te he preguntado nada sobre ti. Cuando dices vieja, te refieres a tu madre, ¿verdad? ¿Puedes contarme algo de tus padres?
—La verdad es que no es una linda historia para contar, pero con todo lo que me has dicho sobre vos y tu planeta, siento que te lo debo. Disculpame si lo resumo un poco, no me gusta hablar de mi pasado.
Aläis asintió y Lena inició el relato.
—Mi madre sufría de trastorno por ideas delirantes. Se le manifestó cuando nací. Creía que la abdujeron los ovnis y le hicieron toda clase de experimentos. Ahora no suena tan loco, pero en su momento... la cuestión es que la internaron cuando yo tenía unos tres años y el día de mi quinto cumpleaños, se suicidó.
»Y mi padre... él no funcionaba sin mi madre. Cuando estaban de novios ella se fue, desapareció y él se deprimió mal. Como te conté, la vieja era medio hippie y se piró como por dos años, nadie sabe dónde estuvo. Cuando reapareció, se juntaron otra vez; al tiempo, quedó embarazada de mí y se casaron. Dicen que no había tipo más feliz que mi viejo en esa época. Pero después, nací yo y se pudrió todo.
»Cuando se mató, él se volvió un ente. No comía, no se bañaba, no trabajaba; se la pasaba borracho.... Me cuidaron unas tías de él por un tiempo, pero eran muy mayores y no podían seguirme el paso, así que me devolvieron. Recuerdo no tener más de ocho o nueve años y ser la mujer de la casa: limpiaba, cocinaba... o salía a pedir, si no había nada para comer.
»Mi amiga Maia y sus padres me salvaron. Me cuidaron, me alimentaron, no dejaron que abandonara la escuela... Por eso son tan importantes para mí. En cuanto tuve edad suficiente, me fui y ya no miré atrás.
Se perdió por un momento en sus pensamientos, pero al instante reaccionó.
—En resumen: madre loca, padre abandónico; a una prácticamente no la conocí, al otro, hubiera sido mejor no conocerlo...
Aläis guardó silencio. Ambos habían tenido una infancia difícil; quizá por eso se sentía tan cercano a Lena.
—Pero bueno, volviendo al tema. ¿A dónde vamos? Porque todo muy lindo esto de salir de la ciudad, sin embargo, no me has dicho a dónde iríamos y lo más importante, por cuánto tiempo.
El vexiano se removió incómodo. Había evitado tocar ese tema adrede; esperaba tener más tiempo... Hizo lo que pudo para evitar el contacto visual.
—Lena... —empezó a decir, y enseguida se detuvo; le costaba continuar. — No regresaré, al menos no en mucho tiempo. Iré a vivir a otro país...
Era consciente de que sus mejillas habían empezado a resplandecer de manera muy tenue y luchaba contra ello con todas sus fuerzas. Tenía la esperanza de que su melena las cubriera para que ella no lo notara.
—...puedes venir conmigo... si quieres.
Lo dijo de manera que sonara como si le diera igual su respuesta, pero la observó con disimulo entre los mechones que caían al costado de su rostro, para ver su reacción.
Ella se tomó su tiempo y luego respondió sin rodeos.
—En otras circunstancias, habría aceptado: ir a recorrer el mundo en compañía de un vexiano con superpoderes... suena a algo que yo haría —se rio.
»Pero no se trata de unas vacaciones o de un año sabático para vivir una aventura como mochileros. Estamos hablando de huir y desaparecer; de tener que esconder nuestra verdadera identidad, de estar siempre mirando por encima del hombro porque nos siguen para matarnos...Yo... no podría.
—Lo entiendo, es muy peligroso...
—¡No!, no es eso... —Suspiró.
—Con todo lo ocurrido en los últimos días, he estado reflexionando sobre cómo voy a continuar con mi vida de ahora en más. Me di cuenta de que soy una sobreviviente, Aläis, desde que tengo uso de razón ha sido así. No quiero correr y ocultarme, porque no soy una víctima ni una damisela en apuros; usualmente no espero que alguien me rescate o me mantenga a salvo. Cuando era chica, sí, pero ya no.
»Todo esto que pasó me abrumó; sobrepasó mi capacidad para asimilar las cosas y reaccionar. Pero ya recuperé mis cabales. Lo que me contaste me ayudó a procesar lo ocurrido. Ahora ya no tengo miedo, porque tengo conocimiento. Así que... decidí que te voy a acompañar fuera de la ciudad, pero después, cada uno seguirá por su cuenta.
Los colores abandonaron las facciones de Aläis y su rostro se volvió algo sombrío. Una sensación extraña, como una opresión, había comenzado a crecer en su pecho. Seguro Umäin podría ayudarlo a entender ese sentimiento desconocido, pero su kiodäi no estaba allí y no sabía cuándo volvería a verlo. Así que tendría que lidiar con esto solo.
Lena preparó sus pertenencias y en cuanto estuvo lista, abandonaron el cuarto. El joven vexiano, con su mochila al hombro y cubierto bajo su habitual capucha, se encargó del check-out. En cuanto finalizó el trámite, dejaron atrás el hotel y tomaron la avenida hacia el sur, en dirección al asentamiento vexiano.
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—Agustín, ¿me contás otra vez lo que te dijo Niko?
—Mirá, flaca, acá nadie es empleado tuyo. ¿No tenés otro lugar adónde estar?
—Sí, pero elijo estar acá aguantando tu mala leche porque Lena es mi mejor amiga, somos familia y quiero saber que está bien.
—No te preocupés, Sebas: yo no tengo problema en contarle de nuevo. A lo mejor entre los tres se nos ocurre algo.
—¡Eso! Tenemos que idear algo para ayudar. ¡No puedo más de la impotencia! Por eso apenas pude liberarme, me vine para acá. ¡Y me voy a quedar todo lo que sea necesario!
Sebas le dio una mirada de fastidio. En realidad, no estaban ocupados ni nada, porque hacía rato que no entraba un cliente pero esa chica tenía la habilidad de sacarlo de las casillas con su sola presencia.
—Niko dijo que Lena y el elfo están bien porque, por lo que pudo percibir el otro elfo, se habían ido por sus propios medios —recitó, Agustín por cuarta vez—. Y que nos iba a mantener al tanto.
Maia repasó las palabras de Agustín en su mente.
—Ya sé que dijo que nos va a mantener al tanto y no digo ir, pero ¿y si le llamamos?
—¡No, nena! Si dijo que nos va a mantener al tanto, es precisamente para que no lo llamemos.
Y Sebas puso los ojos en blanco de tal forma, que Maia estuvo a punto de meterle una cachetada. Ignoró sus palabras y continuó hablando con Agus.
—¿Y qué tal si le mando yo un mensaje? Él no me conoce, así que me presento y le digo que estoy muy preocupada por mi amiga Lena y que por favor, me diga dónde cree que está...
—¿Ustedes son amigos de Elena?
La pregunta los sobresaltó. No se habían percatado de que alguien hubiera ingresado al estudio.
Al instante se volvieron hacia la puerta y descubrieron el origen de la voz grave y enérgica que acababan de escuchar: un joven alto, como de treinta años, cabello castaño ondulado y corto, y ojos cafés, que vestía con una camisa estampada, jeans negros y unos zapatos náuticos, los observaba desde la entrada.
Lo que no sabían era que esa misma persona momentos antes había estacionado su auto con vidrios oscuros muy cerca de la galería, la misma que hasta hace poco, solía vigilar. Así que la pregunta era solo una forma de iniciar la conversación; en realidad, sabía muy bien quiénes eran ellos.
—No conocemos a ninguna Elena. Y si así fuera, no lo comentaríamos con un desconocido —espetó, Sebas.
El recién llegado dio un paso en dirección al grupo y estos se tensionaron.
—Tranquilos. Estoy de su lado. Si me dejan hablar... —señaló el sillón, pidiendo permiso para sentarse— les digo quién soy y a qué vine.
Los chicos se miraron entre sí con sendos gestos de desconfianza y luego dirigieron su vista a Maia quién, irreflexivamente, se acercó al extraño.
—Hola, yo soy Maia, la mejor amiga de Elena. Bueno, en realidad, soy más como su hermana postiza —y le tendió la mano con expresión amigable y decidida.
El muchacho se la estrechó, sorprendido. La chica tenía un apretón fuerte y lo miraba directo a los ojos. Concluyó que su carácter despreocupado combinaba a la perfección con su flamígera melena y la argolla a un lado de la nariz. Sin soltarla todavía, esbozó una sonrisa torcida.
—Y yo soy Facundo, su verdadero hermano.
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