Capítulo 22

A Lena le tomó largos segundos reponerse del impacto. El solo tratar de pensar en las implicancias de la revelación, le hizo doler la cabeza.

Se levantó otra vez y caminó sin rumbo, murmurando y arguyendo para sus adentros. Finalmente, volvió a sentarse.

—Ahora que lo decís, es casi que obvio —dijo, aun atando cabos en su mente—. O sea, todos sabemos que ustedes tienen poderes mentales. ¿Por qué no pensar que pueden usarlo para controlarnos? Incluso... si tienen semejante poder podrían esclavizarnos... podrían conquistar la Tierra sin mucho esfuerzo.

—Somos una especie pacífica. Como te conté antes, tuvimos que abandonar nuestro planeta porque la estrella que nos proveía de energía vital envejeció y comenzamos a enfermar.

»Cuando nuestros científicos descubrieron la causa, emprendieron la búsqueda de un nuevo mundo en el que pudiéramos habitar, hasta recobrarnos. Nunca fue nuestra motivación el deseo de invadir ni someter.

—Espera...las mujeres vexianas... no quedaron muchas, ¿verdad?

Aläis negó lentamente. Estaba sorprendido de que ella lo hubiera notado.

—Fueron las más afectadas.

—Lo pensé hace poco; al ver una nota sobre un avance tecnológico muy importante, Inteligencia Artificial, era el tema. De pronto, me percaté de que nunca había visto a una vexiana antes... «¿Cómo no lo noté?», pensé.

—Tu percepción fue alterada, al igual que la de los demás habitantes del planeta.

—Sigo sin entender cómo lo hicieron...

—¿Recuerdas el día de la llegada?

—¡Sí! Es algo difícil de olvidar el momento en que de golpe te enterás de que no somos la única especie inteligente del universo y que además, los vecinos recién descubiertos, se vienen a vivir con nosotros.

»Me acuerdo del bolonqui de los primeros días, cuando aún no conocíamos sus intenciones: pánico, manifestaciones, saqueos; fanáticos anunciando el fin del mundo en cada esquina... Era un caos.

—¿Y recuerdas cómo se solucionó?

—Mmm... A ver... —Trató de rememorar—. Estaban las naves ahí flotando en el espacio, acechándonos como quien dice; pero no se movían, no atacaban, no hacían nada. Después, como a los diez días, se comunicaron. La espera fue atroz, pero cuando al fin hablaron ¡lo hicieron en nuestros propios idiomas!

»Dijeron venir en paz y les creímos... Entonces bajaron y se dispersaron en varios países. No todos los aceptaron: algunos les cerraron las fronteras. Pero ahora que lo pienso... nadie los atacó... y las manifestaciones... se fueron apagando con el correr de las semanas.

A Lena iba pareciéndole todo cada vez más raro a medida que hablaba.

Se paró y reinició la marcha de aquí para allá. Moverse le ayudaba a ordenar las ideas.

—Nos hicieron algo desde el día uno ¿verdad?... nos manipularon la mente para que los recibiéramos, para que los dejáramos entrar sin ofrecer resistencia. Y nosotros, como borregos, les construimos viviendas y los integramos y... tantas cosas más. ¿Pero cómo?

—En realidad fue muy simple: usamos sus satélites. A través de ellos accedimos a su tecnología y llegamos a cada vivienda que contara con un televisor o cualquier otro artefacto conectado a la red, los que nos sirvieron de estaciones repetidoras.

»Era imperativo que confiaran en nosotros así que, mediante mensajes subliminales, les implantamos la idea de que no íbamos a hacerles daño. Y disimular que casi no había mujeres en nuestro pueblo, tuvo que ver con ello: no debían saberlo o eso podía ponerlos nerviosos.

»No suelo elogiar a la Regente, pero aquella fue una decisión acertada.

Lena se había detenido al pie de la cama, lo miraba entre consternada y defraudada.

—Decís que no vinieron a invadirnos, pero de alguna manera se ganaron nuestra confianza a base de mentiras y manipulación...

La chica esperaba una respuesta y Aläis no encontraba las palabras. ¿Qué podía decir para que ella dejara de mirarlo así?

—Nos quedamos sin opciones, debes creerme... —su expresión se volvió de súplica—; tuvimos que elegir entre usar nuestros poderes o enfrentar la extinción de nuestra raza.

—¡Pero de qué carajo me hablás! —De pronto ella estaba furiosa—. Si con la tecnología que tienen podrían haber encontrado otro planeta, uno que no estuviera ocupado, y asentarse ahí.

—Ese fue el plan desde el principio: el destino de nuestro viaje era un mundo desierto ubicado a unos ciento veinte këitz de la Tierra...

Lena arrugó la frente ante la medida desconocida.

—Uno coma tres pársec... —probó de nuevo, el vexiano.

La chica negó con la cabeza.

—...poco más de cuatro años luz... —Intentó una vez más, recibiendo en esta oportunidad un breve asentimiento, como respuesta, por lo que prosiguió.

»Por increíble que parezca, nuestras provisiones alcanzaron un nivel crítico en las cercanías del sistema solar. Aun moviéndonos a máxima potencia, nos quedaban varios meses de viaje. Y no faltaba mucho antes de que tuviéramos que empezar a devorar a los más débiles para subsistir. Fue así que se tomó la decisión de aventurarnos en el primer planeta habitable que encontramos.

»No sabíamos a qué nos enfrentábamos, hasta que accedimos a sus registros históricos. Y con ellos entendimos que eran una especie territorial, propensos a la violencia y con la capacidad de aniquilarse entre sí...

»¿Quién podía asegurarnos que no usarían todo su potencial de destrucción para exterminarnos?

La pregunta quedó flotando en el aire y Lena las meditó en silencio. Era cierto: nada garantizaba que no hubieran terminado esclavizados, siendo objeto de experimentos o exhibidos en zoológicos.

«Como los Kawésqar», pensó.


———— ∫󠅷   ҉   Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ ————


Eran alrededor de las dos de la tarde cuando la puerta de vidrio se abrió y los tres vexianos ingresaron al recibidor del modesto hotel.

Si bien no era un establecimiento muy céntrico, por lo que tenía poca ocupación la mayor parte del año, eligieron esperar hasta esa hora por ser el momento del día en que la mayoría de la gente duerme la siesta, y las calles están vacías.

La primera impresión que provocaba al entrar, tampoco contribuía a su popularidad: la alfombra verde musgo bastante desgastada y los sillones de terciopelo púrpura, no combinaban en absoluto con el empapelado, roído y amarillento. Para completar la deprimente imagen, los óleos enmarcados que colgaban de la pared, mostraban signos de humedad en sus amarronados lienzos.

El vexiano de mayor edad se aproximó al mostrador de la recepción y carraspeó. El conserje estaba tan concentrado en la pantalla de su celular que tardó en levantar la vista.

—¿En qué los puedo ayudar? —preguntó, al tiempo que sacaba el lápiz óptico del cajón y lo colocaba sobre la mesa.

No iba a arriesgarse; había aprendido por las malas que no era buena idea tomar por sorpresa a un alienígena.

—Buscamos a un vexiano que se hospedó aquí. Tenemos información de que el día de ayer fue identificado en estas viviendas por medio de su CIP.

—¡Ah! Ustedes vienen de la Asociación de Alienígenas esa que controla todo, ¿no?

El mayor de los Ronsoj, miró a su hijo que estaba a su lado, y éste se encogió de hombros.

—Sí, correcto. Venimos de la Asociación de Alienígenas que controla todo y necesitamos toda la información que tenga de este vexiano.

Le extendió un trozo pequeño de papel cartulina que parecía haber sido arrancado de una pieza más grande, en el que, en un costado se leían los caracteres:

∫󠅷   ҉   Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ

Todo lo que tenga... —remarcó.

—Bueno, mirá, todo lo que tengo... es lo que está en el sistema. Los datos que me dio, los cargué ahí: así que no sé qué más les pueda decir.

—La habitación... —dijo el alienígena de ojos demasiado claros, que permanecía junto a la puerta —. Enséñenos la habitación donde durmió.

Lo acompañaron al tercer piso e ingresaron al cuarto que el conserje abrió para ellos. El hombre observó desde el pasillo, cómo los vexianos registraban exhaustivamente cada milímetro del lugar.

Uno destendió por completo la cama mientras otro, a gatas, parecía olfatear la alfombra. El tercero, abrió el placar y se acuclilló para revisar su interior.

Dadäe, ven, tienes que percibir esto.

El más viejo abandonó sobre el colchón el montón de ropa de cama que tenía bajo el brazo y se aproximó a su hijo. Cerró los párpados y se concentró en los vestigios de energía que emanaban del interior del amoblamiento.

Tras un breve momento de duda, abrió sus ojos rojos y en su mente, todas las piezas encajaron. Con gravedad, apremió a los jóvenes:

—¡Vámonos! Tenemos que salir de aquí... ¡ahora!

Abandonaron el motel casi corriendo. El más viejo lucía perturbado y los otros dos apenas si podían seguirle el paso, con sendas caras de preocupación. No repararon en las quejas de un solitario transeúnte que casi derriban por cruzarse en su camino ni en el joven que, tras los vidrios tintados de un auto estacionado muy cerca de allí, los estaba vigilando y se disponía a seguirlos.


———— ∫󠅷   ҉   Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ ————


El ambiente estaba caldeado a esa hora de la siesta, pero el interior de la vivienda de Umäin se sentía tan fresca, que Niko se adormilaba en el sofá, más relajado de lo que debería estar, dadas las circunstancias.

—Tendría que ir buscar mi moto de lo de tu amigo.

El dueño de casa, sentado en el suelo de la habitación, donde las corrientes de aire le traían el suave perfume de los quebrachos blancos y espinillos en floración que abundaban en el jardín circundante, se limitó a contestar.

—Ya no está ahí.

El joven abrió sus ojos verdes y se incorporó en el sillón donde estaba desparramado.

—¿Cómo que no está? ¿Qué le pasó?

Umäin sonrió, se paró y fue a sentarse junto al humano.

—Cálmate, no le ha pasado nada. Sólo la moví a otro sitio para que no llamara la atención. Recuerda que la policía te está buscando por todas partes, menos aquí. Si los humanos que realizan el mantenimiento del parque descubren tu vehículo abandonado, podrían alertar a las autoridades y éste ya no sería un lugar seguro para ocultarse.

»Tu amiga y mi kiodäi pasarán por el complejo en cualquier momento y no es bueno para ellos tampoco que haya policías merodeando.

—Entiendo sólo que no me queda claro por qué no la trajiste para acá.

—Tengo la sensación que donde está ahora, podría resultar más útil que aquí.

No pareció que Umäin quisiera ser más explícito sobre el lugar exacto en que se encontraba la moto y Niko se enfurruñó un poco, aunque pensó que el vexiano debía tener sus buenas razones para hacer algo así. Decidió dejar el tema por el momento.

—¿Es seguro que la persona que enviaste a buscarlos podrá convencerlos de vernos antes de partir?

—No. Pero mi pueblo tiene la habilidad de ser muy... persuasivo.

Niko se alarmó otra vez.

—Tranquilo, no va a hacerles daño. Sin embargo, puede que les ayude a cambiar su percepción sobre ese asunto...

—¿Y eso qué quiere decir?

Umäin sonrió abiertamente; sabía que iba a cometer una maldad. Para justificarse, se dijo que de todos modos tenía que mostrárselo en algún momento, así que ¿por qué no así?

—¿Quieres ver a lo que me refiero?

El otro asintió no muy convencido.

—Ven, pon tus manos así —dijo, tomándoselas y apoyándolas en sus sienes y colocando las suyas en la misma ubicación, en la cabeza de Niko.

»Entorna tus párpados y concéntrate en visualizar mis ojos en tu mente. Olvida el resto de mi rostro, mis facciones; solo recuerda mis ojos...

Su tono de voz era bajo, casi hipnótico. Un cosquilleo subió por la espalda del humano, como una suave corriente recorriendo su sistema nervioso.

—Ahora, ábrelos.

Niko separó sus pestañas muy despacio y cuando su mirada se enfocó en Umäin, se levantó de un salto.

—¡Mierda! ¿Qué te pasó en la cara! —exclamó, al tiempo que ponía un par de pasos de distancia entre ambos, por seguridad.

El vexiano soltó una carcajada, pero Niko no sabía qué pensar de lo que estaba viendo.

La nariz demasiado corta y los orificios muy grandes, sumado a los huesudos pómulos, le recordaron a una calavera.

Las pecas seguían allí, sin embargo, la piel que era clara y sonrosada se había vuelto grisácea; las cejas se veían mucho más arqueadas, al punto de otorgarle una mirada de aspecto maléfico.

Sus ojos eran lo único que permanecía igual: iris demasiado grandes, de color lavanda. El resto de sus facciones, antes atractivas, habían mutado a una versión más cercana a un duende malvado que a un elfo de «El Señor de los Anillos».

—No me pasó nada: este es mi verdadero aspecto.



 ꞔ Ł ʘ ∫󠅷 Δ Ԅ ǂ ѻ

Destendió (de destenter): deshacer la cama. Quitar el tendido o cubiertas de la cama; desacomodar las sábanas, cobertores, cobijas de una cama, cuando está armada.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top