Capítulo 21
—Bueno... bueno... sí...está bien, no te hagás problema. Yo sé que no tuviste mala intención. Y estoy seguro de que Maia es una buena persona y no le va a decir a nadie lo que le contaste... Bueno... dale... te tengo que dejar, Agus... Sí, quedate tranquilo; te mantengo al tanto. Gracias por cuidar del estudio. Nos hablamos.
Niko cortó la llamada ante la paciente mirada de Umäin, sentado al otro extremo de la mesa.
—Perdoná. Es difícil tener una conversación breve con Agustín: habla hasta por los codos.
—No te disculpes. Comamos.
Niko observó con emoción la comida que el vexiano había dispuesto frente a él, en un plato que estaba a rebosar.
—¿No es de tu agrado? —quiso saber, al ver que el humano admiraba el alimento, pero no lo consumía. —La mujer que lo preparó dijo que le llaman... lasaña.
—¡No! Todo lo contrario. Pensaba en el tiempo que hace que no como algo decente—. Y tras zamparse un bocado demasiado grande, agregó. —Eftá fuenífimo.
Al cabo de un par de minutos, los platos quedaron vacíos y Umäin se dio a la tarea de lavar, secar y guardar todo: en instantes la cocina había quedado tan limpia y ordenada que parecía uno de esos amoblamientos de exhibición que arman en los negocios especializados en venta de mobiliarios.
El vexiano retornó a la mesa y esta vez fue Niko el que se levantó y se apoyó en la mesada, con los brazos cruzados.
—¿Me vas a contar qué hiciste esta mañana cuando regresamos del departamento de Lena y me dejaste acá solo? O sea, no me quejo: tu casa es el escondite perfecto para mí. Pero pensé que estábamos en esto juntos. Y desde que volviste no me dijiste nada.
—Fui a ver a mi pareja, a chequear que estuviera bien. Ella... ambos vamos a tener descendencia; nacerá pronto.
—¿Vive en otra vivienda del complejo?
—No. Ella vive en la ciudad... Le gusta allí.
Niko se sintió tentado a seguir indagando, pero se dijo que no era de su incumbencia.
—Bueno, y aparte de eso... ¿pensaste algún plan para encontrar a tu amigo? ¿Se te ocurrió dónde podrían estar, para ir a buscarlos?
—Su táctica ha sido siempre mantenerse en movimiento. Sin embargo, las veces anteriores fue por un corto tiempo, mientras se ordenaban los papeles para su traslado y le autorizaban a tatuarse un nuevo CIP.
»Ahora, la situación es diferente: sin la ayuda de Julián, el humano de la Oficina de Empleo, y con los Ronsoj persiguiéndolo de cerca, la única opción es abandonar la ciudad y desaparecer por un tiempo; una década o dos, hasta que todo se calme y pueda contactar con otro asesor de empleo de un asentamiento diferente que lo ayude a reingresar al sistema con una nueva identidad y sin ser detectado.
—Esperá...¿una década o dos, dijiste? ¿Cuántos años viven ustedes! Porque a los humanos en una década o dos, ¡se nos pasó la vida!... ¿Piensa llevarse a Lena con él?
—Para protegerla, sí. Aläis no la abandonará, ni permitirá que sea herida por su culpa.
—Tenemos que encontrarlos. Lena no puede desaparecer así. Tiene amigos que la queremos...
Umäin lo observó como si le escaneara el alma.
—Entiendo..., pero será elección de ella. Mi kiodäi jamás se la llevaría contra su voluntad.
Niko sintió cómo el pánico inundaba sus pensamientos. Lena era muy voluble y propensa a tomar decisiones apresuradas. Necesitaba verla, aunque fuera una última vez. Después, si de todos modos se marchaba con el vexiano, al menos él sabría que ella había hecho su elección teniendo todas las opciones sobre la mesa.
—¿Cómo saldrían de la ciudad sin ser detectados? Hay controles en todos los accesos...
—Creo que sé lo que harán. Existe un pasaje seguro, desconocido por los humanos. Está cerca, pero no podemos ir allí sin llamar la atención —. Y antes de que Niko pudiera protestar, agregó. —No te preocupes: ya he contactado a alguien para que los intersecte...
—¿No era que íbamos a esperar que ellos se comuniquen?
Umäin dio un profundo suspiro, cargado de algo entre la nostalgia y la tristeza.
—Mi amigo: no eres el único que desea tener la oportunidad de una última conversación...
Niko asintió y por un momento se perdió en sus pensamientos. Antes de que se diera cuenta, Umäin se levantó y fue a apoyarse en la mesada, junto a su nuevo compañero de alojamiento, adoptando la misma postura de brazos cruzados y con la cabeza levemente inclinada hacia la derecha.
Se miraron mutuamente y luego se vieron a sí mismo, notando la sincronía.
—Esto es raro... —comentó el vexiano.
Niko rio, descruzó los brazos y metió las manos en los bolsillos delanteros del jean.
—Sí, puede ser... ¿Pero sabés qué es más raro? Que nunca imaginé que un día un elfo me pudiera llamar «amigo».
Umäin asintió con una sonrisa cómplice.
—Con que un elfo, ¿eh?...
—¡Oh!, perdón. ¿Preferís que te diga alienígena... vexiano... o algo peor?
—¿Y tú prefieres humano... argentino... o algo peor?
—¡Ey!
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—¿Qué es este lugar, dadäe?
El mayor juntó sus palmas entre sí y las acercó a su frente. Sus pecas refulgieron y la caverna oscura que los cobijaba, se inundó de luz, proveniente de unas plantas sin hojas ni flores, que emergían de las paredes.
Creciendo en racimos, sus cortos y retorcidos tallos apenas si podían con el peso del bulbo esférico que sostenían en sus extremos. Adaptadas a la completa oscuridad, eran de color blancuzco, pero ahora un brillo iridiscente recorría sus nervaduras. Las bombillas vegetales iluminaban el abovedado techo, hasta donde alcanzaba la vista.
La majestuosidad del recinto intimidó al pequeño, que se agarró del borde de la túnica de su padre, asomándose tímidamente.
—Este es un lugar sagrado, Aläis. Aquí realizamos nuestras ceremonias en presencia del Gran Poder.
—¿Qué es ceremonia?
—Es un acto de gran importancia para nuestra raza.
—¿Y por qué no hay nadie más aquí?
El padre le dirigió una mirada cargada de satisfacción.
—Siempre haces las preguntas correctas, Aläis, un don que espero no te abandone al crecer.
Lena lo observaba con curiosidad, mientras el vexiano permanecía sentado en el suelo, sobre la alfombra en tonos grises, con las piernas cruzadas. Después de aquel arrebato de emociones, le había explicado que necesitaba recobrar el balance, por lo que se dispuso a meditar. Ya lo había visto hacerlo antes y en esa ocasión le dejó muy claro que no debía hablarle, así que ella solo aguardaría sentada sobre la cama, a que decidiera salir del trance para continuar con las preguntas.
Sin nada mejor que hacer, se dio a la tarea de observar detenidamente sus finas facciones. Era agradable mirarlo, poder recrear la vista en tan bello espécimen, sin tener que disimular.
En la visión de Aläis, el adulto apoyó su mano suavemente en la espalda del niño y lo escoltó hacia el centro de la cámara, donde el techo parecía perderse en lo alto.
Había allí un altar y sobre él, un tapiz monocromático, confeccionado con un sinnúmero de mechones de cabello, representando igual cantidad de generaciones de vexianos.
—Esto será tuyo algún día, Aläis. Hasta que ese momento llegue, permanecerá aquí, al amparo de aquellos que quieren hacernos daño.
Y tomando el tejido con ambas manos, lo elevó sobre su cabeza con solemnidad.
Sus ojos garzos se tornaron negros como la más honda fosa de Vexia y sus largos cabellos de un gris oscuro, se agitaron con violencia alrededor de su cuerpo.
Con profunda y potente voz, realizó una invocación en un dialecto antiguo que el niño jamás había oído antes.
De improviso, el Aläis joven que estaba sentado en el suelo, comenzó a murmurar y todas sus pecas empezaron a brillar en oleadas multicolores. Lena tuvo que hacer un esfuerzo sobre-humano para no zamarrearlo por lo perturbador que se había vuelto a la vista y al oído.
El murmullo se convirtió en una especie de canto monótono e ininteligible. Sus cabellos empezaron a removerse como las serpientes en la cabeza de Medusa. Abrió los ojos, que ahora eran completamente negros y los dejó fijos al frente. Continuó elevando la voz, hasta que de su garganta brotó lo que parecía ser un atronador cántico macabro: era casi seguro que serían multados por ruidos molestos.
El pequeño sentía tanto miedo que apenas si podía respirar. Un rumor creciente subió por las paredes hasta que el recinto entero tembló con un estruendo.
Entonces, sobrevino el silencio y el monarca depositó con devoción la alfombra circular sobre el altar. Y sacando una hoja afilada de la cintura de su ropaje, procedió a cortar un mechón de cabello al pequeño, que permanecía inmóvil del susto.
Con esmero, lo entretejió junto al mechón un poco más oscuro de su propia cabellera que ya formaba parte de la urdimbre. Al terminar, observó con orgullo su obra.
—Está hecho. Por la gracia del Gran poder y tu sangre de Vexia, ahora tienes un lugar entre los ancestros.
El canto de Aläis cesó de golpe y sus ojos se decoloraron rápidamente hasta regresar a la tonalidad violácea habitual. Se removió como si despertara tras haber estado inconsciente y le costara entender dónde estaba. Lena en tanto, temblaba.
—¡Wow!... Eso fue...¡Wow!... ¿Podrías... podrías no volver a hacerlo... nunca más?
—Lo siento si te ha inquietado mi aspecto durante el trance.
—¡No!, si tu aspecto ya lo conocía. Lo que me incomodó un poquito fue el cantito de ultratumba. Ni se te ocurra hacer algo así en medio de la noche, ¿estamos?
—¿Cantito?
—Algo que repetías, primero despacio, pero después más y más alto. Y tu voz se volvió grave, como si estuvieras poseído.
—Tuve una visión de mi padre. No lo recordaba, porque fue algo que hicimos cuando era muy pequeño; me llevó a un lugar sagrado y realizó una especie de rito. Luego entretejió un mechón de mi cabello en la alfombra.
—Esperá... ¿eso está hecho de cabello? ¡Qué asquete! —Lena arrugó la nariz con repulsión.
Aläis se enderezó y tomó el tapiz entre sus manos con suavidad y volvió a sentarse en el piso.
—Este reliquia venerable y ancestral, ha estado en mi familia desde el inicio de los tiempos. Contiene la huella de cada uno de los monarcas que precedieron a mi padre. Y cada uno de ellos, agregó el cabello de su hijo para unirlo al linaje real.
Hizo una pausa, pensativo. Y respondiendo a la pregunta que estaba formándose en la mente de Lena, agregó.
—No sé cómo lo sé, pero de algún modo, el conocimiento está contenido allí. Y cada vez que entro en trance, accedo a él.
Sus palabras sonaron cargadas de fascinación y por un momento Lena se sintió por completo seducida por ese inmenso nuevo mundo que se abría a través de Aläis. Pero al notar que su cara tenía dibujada una sonrisita tonta, sacudió la cabeza para regresar al mundo real.
—Emmm... Dijiste que teníamos que planear el escape de la ciudad. Arranquemos con eso, ¿te parece?
—Es cierto. Debemos irnos cuanto antes. Pensemos en las posibilidades.
—No nos podemos ir manejando, ni en colectivo. Y el aeropuerto tiene muchísima seguridad y vigilancia —enumeró.
Las opciones eran pocas, pero esto no le molestó a Lena y la idea de que quizá, si no encontraban una forma de irse, él decidiera quedarse, cruzó de manera fugaz por su mente.
—Debemos escapar por un lugar donde no haya ningún puesto de control...
—¡Es que ese es el tema: están por todos lados! No tenemos forma de salir sin que nos registren —exclamó—. Todas, o sea, absolutamente todas las salidas están controladas.
El vexiano se tomó un momento. Estaba a punto de revelarle algo que ningún humano sabía y eso podía traer consecuencias para toda su raza.
Suspiró: empezaba a cansarse de actuar siempre porque no le quedaba alternativa.
—Todas no... Existe un pasaje secreto bajo el barrio vexiano que conduce a las afueras de la ciudad. Los humanos no lo conocen, porque nos encargamos de ocultarlo, así que allí no hay controles. Es nuestra única posibilidad viable.
El semblante de Lena cambió al comprender la seriedad del asunto.
—Esperá... ¿Me estás diciendo que hay una obra de arquitectura, cual túneles del metro, que fue excavada bajo las narices de la gente y nadie se dio cuenta?
—Así es.
—¿Y cómo lo hicieron? Explicame, porque los complejos habitacionales fueron construidos por humanos, bajo estricto control de los gobiernos; miles de operarios, cientos de supervisores... ¿y me vas a decir que nadie vio nada? Es más: hasta el día de hoy son hombres, no vexianos, los que hacen el mantenimiento de la infraestructura del barrio... ¡Ah! Simplemente, no me lo creo.
—Te conté sobre nuestra habilidad para alterar la percepción humana. La obra se llevó a cabo frente a muchas personas, sin que éstas pudieran verla. Sus ojos miraban, pero sus cerebros les decían que no había nada allí.
—Pero estamos hablando de miles de personas... —insistió y al momento se le ocurrió otra cosa— ¿Y qué me decís de las cámaras? Me acuerdo que la prensa cubría a diario los avances de la construcción, ¿cómo hicieron para engañar a los televidentes en sus casas?
Aläis reflexionó en silencio, al tiempo que Lena se bajó de la cama y empezó a pasearse como león enjaulado por toda la habitación. Parecía ser demasiado para procesarlo.
Se había mostrado mucho más que receptiva a todo lo que le había contado, sin embargo, al verla ir y venir, pensó que quizá ése era su límite. Había sido tan fácil hablar con ella, pero después de escuchar con la mejor predisposición cosas que para otros humanos serían absurdas, parecía haber llegado el momento de la duda.
Por lo que era hora de elegir entre seguir adelante y terminar de abrirle la puerta a los secretos vexianos, o evadir la situación con alguna excusa y mantener a Lena en la misma ignorancia en la que estaban sumidos el resto de los humanos.
Ella dejó de deambular, se sentó frente a él en el suelo y lo observaba con la misma curiosidad voraz de antes.
—Podés decirmeló. Te doy mi palabra de que no se lo voy a contar a nadie.
Sostuvo la inquisitiva mirada café de la chica, sonrió apenas y tomó su decisión. Después de todo, se lo debía. De entre los ocho mil millones de humanos, ella era la primera en la que sentía que podía confiar de verdad. Percibía que había algo en Lena que la hacía única, especial. Y era el momento de ser coherente con ese instinto.
—¿Recuerdas lo que hice con el humano en el quiosco para que no recordara que estuvimos allí? ¿Y con las personas que aguardaban el transporte público en la calle, cerca del hotel, para que no notaran nuestra presencia? —Aguardó por el asentimiento de la joven y aseveró—. Eso lo hice yo solo.
»Ahora piensa lo que puede hacer un grupo de vexianos... Lo que podemos hacer, digamos... tres millones...
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