Capítulo 20
—Hola... ¿hay alguien?
La chica de la cabellera bordó paseó su vista por el interior del estudio vacío.
—Sí —dijo un muchacho grandote, de cabello castaño claro y aire bonachón, apareciendo de una habitación del fondo— ¿en qué te podemos ayudar?
—Estoy buscando a Lena, ¿se encuentra?
—No, ella no está, no ha venido hoy...
—¿Y quién la busca? —interrumpió un segundo joven, que salió del mismo sitio, con más brusquedad de la necesaria.
No era tan alto ni fornido como el primero, pero su rostro afilado e incisiva mirada avellana insinuaba una personalidad de temer.
—Yo soy Maia. Vos debés ser Sebastián; sí... Lena me contó todo sobre vos —respondió la chica, remarcando la palabra «todo» y esbozando una sonrisita maliciosa.
A Sebas se le cayó la expresión de superioridad que siempre llevaba puesta, como quien pierde el sombrero con una ráfaga de viento.
—Emmm, ¡qué raro! A vos nunca te nombró; tan amiga no debés ser... —trató de remontarla.
—¡Pero sí, Sebas!, ¿no te acordás? Si Lena habla todo el tiempo de su amiga. No le hagás caso, Maia.
Sebas no dijo nada mientras en su cabeza repasaba alfabéticamente las mil y un maneras de asesinar a su mejor amigo.
Maia se puso seria porque recordó de golpe a qué había ido hasta ahí.
—¡Escuchen!, esto es importante: estoy muy preocupada por Lena. Pasé temprano por su departamento y lo encontré sellado con una faja de la policía. ¡Casi me muero del susto! Hablé con el portero del edificio y me dijo que está desaparecida y que la policía busca al novio: grandote, motero, con tatuajes... Y yo pensé: «ese es Niko», pero no puede ser. Primero, porque no son novios, si no ella me lo hubiera contado; y segundo, porque Niko es un divino. O sea, no lo conozco, pero por lo que Lena me cuenta, nunca le haría mal. Es su príncipe azul y su caballo blanco es una Harley-Davidson...
Sebas la miraba con la boca abierta. Aprovechó la pausa que la chica hizo para recobrar el aliento y comentó despectivamente:
—Hablás mucho.
—...Y vos sos un tarado. Pero concentrémonos en lo que no sabemos: el paradero de Lena. ¿Tienen idea de dónde puede estar? ¿Pasó algo entre Niko y ella? ¿Puede que se hayan ido a algún lado y que estén juntos?
—No, mirá, Niko también la está buscando... ¡Augh! No me pegués, boludo, que estoy hablando.
—¡El codazo es para que callés, tarado! Niko nos pidió que lo cubramos y vos le contás todo a la primera que aparece.
—¡Pero es su amiga! Imaginate que a mí me secuestran unos elfos y Niko me está buscando, ¿vos no querrías saber qué me pasó?
—A esta altura estoy pensando en pagarle a unos elfos para que te lleven...
—¡Wow! ¿Cómo que a Lena se la llevaron los elfos? Me cuentan todo, ¡pero ya!
Sebas levantó ambas manos hacia el techo y soltó un gruñido de frustración. Con los ojitos como rendijas, le dio una mirada cargada de odio a Agus y se marchó para el privado, dejándole a su amigo la tarea de poner al corriente de lo ocurrido a la chica del cabello color remolacha.
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Lena se removió bajo las sábanas. Había disfrutado de un sueño profundo y sereno y, estando aún entre dormida, empezó a tomar conciencia de que tenía la ropa puesta y que la cama no se sentía como la propia. En seguida notó el extraño silencio reinante: faltaban los sonidos habituales de los vecinos iniciando la jornada. Pero lo que la hizo despabilarse por completo, fue notar la presencia de alguien más en la habitación.
Se incorporó muy rápido, bajando los pies de la cama y estaba a punto de salir corriendo cuando vio a Aläis sentado con las piernas cruzadas sobre la extravagante alfombra circular que parecía por completo ajeno a su turbulento despertar. Tenía los párpados cerrados y los brazos descansaban relajados a los lados del cuerpo, como si meditara.
—Buenos días, Lena —saludó con parsimonia, abriendo lentamente sus ojos heterocromáticos.
—Buen día —respondió, enfurruñada.
De pronto había empezado a recordar lo sucedido la noche anterior y la indignación por ser embaucada rivalizaba con la vergüenza de haber caído como una colegiala.
—Lamento haberte obligado a dormir, pero lo necesitabas.
Como estaba muy ofendida para darle la razón, se limitó a ofrecerle su mejor cara de fastidio y fue a encerrarse en el baño.
Al salir, Aläis había dispuesto el desayuno que solicitó que le trajeran al cuarto, sobre la mesita auxiliar que estaba junto a la puerta, la que ubicó cerca de la cama. Y en el lado opuesto, colocó la única silla con que contaba la habitación.
Esperó a que Lena se decidiera por uno de los dos lugares para sentarse. Como ella eligió la cama, se acomodó en la silla de enfrente.
Por un par de minutos solo se oyó el ruido de las tazas, al tiempo que devoraban los criollitos calientes untados con manteca y mermelada. El vexiano primero observó cómo la joven preparaba uno y al verla comerlo con tanto gusto, decidió imitarla. No se arrepintió.
Cuando la fuente de los panificados y las tazas estuvieron vacías, y sus estómagos, por demás satisfechos, Lena miró fijo a su compañero de cuarto.
—Llegó la hora de las respuestas, vexiano.
—Está bien... humana. Pregunta.
Lena sintió que la cabeza le daba vueltas. Había tanto que quería saber. Los interrogantes venían acumulándose en su mente desde el momento en que lo conoció y ahora se agolpaban tras sus labios, pugnando por salir.
Decidió empezar con algo sencillo y continuar a partir de allí.
—¿Por qué les brillan las pecas?
Aläis la miró confundido ladeando su cabeza como un cachorro. De todo lo que esperaba que preguntara...
—Funciona de manera similar a cuando los humanos se sonrojan: si no controlamos alguna de nuestras emociones, se iluminan. Es en sí una réplica fisiológica de los cambios energéticos que se producen a nivel molecular en el interior de nuestras células; por ello también puede observarse esta reacción orgánica cuando usamos nuestras habilidades psíquicas.
—¿En qué consisten esas habilidades psíquicas? ¿Todos las tienen?
—Nuestros poderes son muy diversos y todos los tenemos. Podemos leer la mente y generar modificaciones en ella, tales como alterar la percepción, manipular las ideas e inducir cambios de opinión; todo ello sin que el sujeto se percate de que alguien se ha metido en su cerebro. También es posible compeler a hablar e infligir dolor físico. Éstos suelen ser menos... sutiles.
Lena se estremeció. El día anterior había experimentado esos últimos dos en carne propia.
—Desde que llegamos —continuó— hemos desarrollado la habilidad especial de acceder a las conexiones tecnológicas humanas, básicamente por su similitud con la sinopsis neuronal; también tenemos la facultad de combinar nuestros poderes para amplificarlos...
—¿Y qué hay del perfume a mentol? ¿Qué es eso? ¿Cómo lo producen?
—Es, en esencia, lo que ustedes llaman feromonas: una enzima que segrega el cuerpo y se exuda por la piel, con la capacidad de provocar un comportamiento o respuesta involuntaria en el otro. La diferencia es que nosotros hemos aprendido a controlar su dispersión a voluntad, como también su concentración: así, los efectos pueden variar desde el atontamiento y la inmovilidad, hasta el sueño profundo y el estado de coma. Nuestros científicos creen que es un rasgo evolutivo vestigial.
—Supongo que lo habrán desarrollado a lo largo de su historia, como arma para someter a sus enemigos en las guerras...
—En realidad, se supone que nuestros ancestros menos evolucionados, lo usaban durante el cortejo: los varones incapacitaban a las hembras para poder aparearse con ellas sin que opusieran resistencia.
Lena se horrorizó. Los vexianos parecían tan civilizados que el hecho de que antiguamente pudieran tener un comportamiento bestial como ese, era impensado.
Aläis percibió el rechazo en la mirada y los pensamientos de la joven.
—No he estudiado mucho de la evolución humana, pero creo recordar que los antepasados de su especie eran propensos a utilizar la fuerza bruta durante el apareamiento.
A la memoria de Lena vino la imagen de un cavernícola arrastrando con una mano un garrote, y con la otra, a una fémina sujeta por los cabellos, camino de una cueva; decidió que no estaba en condiciones de juzgar y continuó con el interrogatorio.
—¿Y por qué vinieron a la Tierra?
—Eso ya lo sabes, fue revelado desde el primer momento: el planeta Vexia perdió la aptitud para albergar vida a causa de que nuestro sol envejecido comenzó a emitir radiaciones perjudiciales, lo que provocó que enfermáramos.
—Sí, pero ¿eso es realmente cierto? —insistió, Lena.
—Sí —ratificó con total seguridad, Aläis.
«Al menos esa parte», pensó después, aunque no lo dijo en voz alta. Tragó saliva; el límite entre la omisión y la falta de honestidad se volvía difuso en este punto y no se sentía bien, en especial con ella. Lena no se percató de su dilema moral interno y continuó.
—Muy buen. Creo que llegamos a la parte crítica; me dijiste que sos un prófugo, pero no me explicaste por qué. Supongo que no sos un delincuente común porque no te sigue la justicia, sino un grupo de matones. Así que voy a arriesgar y decir que enojaste a un vexiano muy poderoso...
—La Regente
—Ajá.
Lena subió ambas piernas y las cruzó sobre la cama, acomodándose para escuchar el resto de la historia, que prometía ser interesante.
—¡Y qué carajo le hiciste a la máxima autoridad vexiana para que envíe a unos mercenarios psicópatas a cazarte?
—Nada.
—¡Ah, claro! ¡Se quiere deshacer de vos de gusto nomás!
—Quiero decir, que no pude haber hecho nada, porque era un niño pequeño. No recuerdo qué sucedió, pero tengo sueños en los que veo a la Regente con un grupo armado entrando en mi vivienda y asesinando a todos. Mis padres, los sirvientes, los guardias... todos muertos, excepto yo.
—¿Guardias? ¿Sirvientes? ¿Sos de la realeza o algo así?
—No puedo recordarlo, sin embargo, he tenido sueños y visiones de mi niñez que me lo confirman. Aunque el único que conocía mi origen real y podía corroborar mi verdadera identidad, era el padre de mi amigo Umäin. Pero él pereció durante la fuga de la prisión, antes de que pudiera siquiera revelármelo.
—¿Y qué pasó con vos? ¿Por qué no te mataron?
—Nuestra raza tiene una única ley sagrada: está terminantemente prohibido asesinar a un niño. De hacerlo, la energía vital abandona nuestro cuerpo y morimos. Así que, la Regente me encerró en una prisión hasta que creciera lo suficiente y así poder matarme sin sufrir las consecuencias.
»Sin embargo, me rescataron a tiempo y logré ingresar furtivamente a una de las naves que abandonaban Vexia.
—¿Y nadie se dio cuenta? O sea, sos el príncipe heredero perdido... ¿ninguno de los que viajaban con vos te reconoció?
—Estuve la mayor parte del tiempo oculto y evitando el contacto con mis compañeros de viaje. Y cuando llegamos, me perdí entre la multitud. He vivido en continuo movimiento y bajo identidades falsas.
»En dos oportunidades desde que llegué a la Tierra, percibí que me estaban rastreando, pero logré escapar antes de que estuvieran lo suficientemente cerca. Esta es la primera vez que me alcanzan, aunque no estoy seguro de si ellos saben a quién están persiguiendo. Nunca me he arriesgado a preguntarle a nadie, por temor a ponerme en evidencia, pero creo que los habitantes de Vexia creen que morí. Todos los que me rodeaban fueron masacrados, y esto fue hace tanto tiempo, que es probable que nadie pudiera reconocerme, aunque me tuviera en frente.
Aläis suspiró con tristeza en la mirada. No se había percatado de lo mucho que esto lo afectaba hasta ahora que lo decía en voz alta.
—Y tu amigo ¿tampoco sabe nada?
—Ambos éramos niños, él es aún más joven que yo. Su padre no quiso ponernos en riesgo dándonos información comprometedora a tan temprana edad.
—Entiendo —dijo, comprensiva— ¿Y qué opina de tus sueños?
—Nunca se los he revelado. La pérdida de su padre fue un duro golpe para él, y si lo supiera...
—¿Qué pasa si se entera?
—Seguramente no pararía hasta organizar una revolución que me devolviera al trono, solo para honrar la memoria de su predecesor. Estuvo años cuidando de mí y planificando todo para rescatarme. Fue muy injusto que muriera para salvarme.
—¿Y vos no querés ser rey?
—¡No! —La respuesta terminante de Aläis retumbó en la habitación.
—¡Bueno, calmate! Era solo una pregunta...
Al ver la cara de preocupación de Lena se dio cuenta de que se había levantado de golpe, haciendo que la silla cayera hacia atrás.
—Disculpa... —dijo, bajando el tono y recogiendo el asiento para volver a sentarse— No, no me interesa gobernar Vexia. Lo único que siempre he deseado es ser libre y poder vivir en paz.
Lena reflexionó cuidadosamente las palabras que diría a continuación.
—Tu amigo... me da la sensación de que es muy importante para vos...
El rostro de Aläis se volvió iridiscente y la emoción le vidrió los ojos.
—El vínculo kiodäi que nos conecta, es mucho más que una amistad. No existen palabras humanas para describirlo. Estamos conectados de tal forma que podemos sentir las emociones del otro, por más lejos que nos encontremos. Nuestras mentes y nuestros corazones, se vuelven uno cuando estamos juntos... Es una unión muy poderosa y para toda la vida.
—Entonces... ¿cómo pudiste ocultarle la verdad?
El semblante de Aläis perdió el brillo muy despacio y dos gruesas lágrimas desbordaron sus ojos, resbalaron por sus mejillas y terminaron humedeciendo el hombro de Lena quien, sin proponérselo, se encontró estrechándolo en un abrazo y tan conmovida, que tuvo que contener un sollozo que se ahogó en su garganta. Sus párpados también se humedecieron y por un momento, creyó comprender lo que un vínculo kiodäi significaba.
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