Capítulo 19

—Ven pequeño.

—Sí, dadäe.

—¿Sabes cuál es el nombre de nuestro mundo? —preguntó, cuando se hubo sentado a su lado.

—Vexia.

—Eso es correcto. Es importante que siempre lo tengas presente. —Ante la mirada curiosa del niño, continuó—. Es posible que en poco tiempo debamos irnos de aquí, abandonar nuestro hogar en pos de la supervivencia. Pero, donde sea que el Gran Poder nos lleve, recuérdalo: la sangre de Vexia corre por tus venas. Tu eres parte de Vexia y Vexia es parte de ti.

—Sí, dadäe...

El padre sonrió con ternura.

—Ahora no lo entiendes, pero sé que el Gran Poder se encargará de evocarte mis palabras en el momento preciso.

—¿Cómo me encontrará el Gran Poder, dadäe?

—Tranquilo. Él no necesita hallarte porque lo llevarás contigo, en donde estés. Forma parte de ti, de mí, de todos. Es el aliento que nos da vida, la energía que anima nuestro ser. Nos ha precedido y prevalecerá cuando nos hayamos extinguido.

—¿Qué es "extinguido"?

—Significa que ya no estaremos aquí.

—¿Y a dónde iremos?

—No iremos a ningún lado. Ya no existiremos como individuos porque nos habremos fundido con el Gran Poder, como lo han hecho nuestros ancestros antes que nosotros.

—No quiero dejar de existir, dadäe.

—No temas, Aläis. El Gran Poder nunca dejará de existir y como formarás parte de él, aunque ya no estés aquí, vivirás para siempre.

—¡Aläis! ¡¡ALÄIS!!

Los estridentes gritos de Lena lo sacaron del trance. Sin abrir aún los ojos, se tomó un momento para combatir la migraña que amenazaba con partirle la cabeza en medio.

—No... vuelvas... a hacer... eso —le reprochó, remarcando las palabras.

La iridiscencia de su piel fue opacándose. Parpadeó varias veces hasta que sintió que recuperaba por completo la lucidez.

—¿Qué sucede? ¿Por qué gritas?

—Es que parecías como ido y no contestabas... ¿Me podés explicar por qué mi celular está destruido?

—Era un aparato rastreable, incluso estando apagado. No lo lamento, es algo que debía hacerse.

Lena se le quedó viendo con la boca abierta y al cabo de un momento, suspiró mirando con resignación el montón de trozos de plástico y metal que hasta media hora antes, conformaran su dispositivo móvil.

Vestía con la misma ropa de antes; solo el cabello oscurecido por la humedad y las mejillas sonrosadas, daban cuenta de que había tomado un baño. Con los brazos en jarra y aún molesta por lo de su teléfono, lo apremió:

—Tenemos que hablar: necesito saber qué está pasando. ¿Por qué esos tipos me torturaron?, ¿por qué te buscan? ¿Hay alguien a quien podamos acudir?, como la policía vexiana, el gobierno o yo qué sé...

Pasaba de las doce de una jornada increíblemente larga. Desde donde estaba sentado, observó las ojeras en el rostro de la joven: se le notaba el agotamiento. Su alfombra ancestral le había brindado descanso y renovado sus fuerzas. Ella en cambio, necesitaba varias horas de sueño reparador. Lo mejor sería postergar la conversación para el día siguiente.

—Es más de medianoche, puedo ver que estás cansada. Vete a dormir, hablaremos por la mañana.

—¡Oh, no! ¡No, señor! —exclamó ella, y corrió a abrir la única ventana del cuarto.

Separó las hojas de vidrio de par en par y sacó medio cuerpo afuera para respirar el aire nocturno. Se volteó a verlo.

—¡No me vas a engatusar nunca más con el perfumito mentolado ese!

Aläis se sorprendió al verse descubierto.

—Pero si apenas había comenzado a...

—Tengo un buen olfato... —explicó ella, dándose dos suaves golpecitos con el dedo índice en la punta de la nariz—. Ahora: ¿me vas a responder lo que te pregunté? Quiero saber eso... y todo lo demás. Desde el principio. Si voy a morir por tu causa, al menos quiero entender por qué.

Aläis nunca había estado a gusto abriéndose con los humanos. Y la experiencia le terminó demostrado que su desconfianza era atinada: el único terrícola de quien se fio, lo abandonó cuando más vulnerable estaba. Sin embargo, esta humana en particular tenía algo especial que lo hacía sentir sereno, como si ella no fuera una desconocida de otra especie, sino alguien... cercano. Al mismo tiempo, no le temía y lo desafiaba todo el tiempo.

—Está bien.

Lena tomó asiento en el suelo, con las piernas cruzadas, frente a él. Aläis cerró los ojos y respiró pausadamente varias veces, sintiendo la energía proveniente de la alfombra sobre la que estaba sentado, ascender por su columna y erizar los translúcidos vellos de sus brazos. Su grisácea cabellera empezó a agitarse alrededor de su cabeza, como si una corriente de aire lo envolviera. Abrió los párpados, ahora iridiscentes, dejando ver el iris de sus ojos, que se habían vuelto negros.

La belleza hipnotizante de la escena no evitó que Lena se removiera, incómoda. El recuerdo de otros iris igual de negros, los de su torturador, estaba aún fresco en su memoria.

—No temas. Acércate y te mostraré todo lo que sé... —comenzó a decir.

Cerró los ojos una vez más y, con ambas manos, atrajo su rostro hacia el suyo.

Ella entendió enseguida lo que iba a suceder y con un acto reflejo, entornó los párpados y humedeció sus labios, de los que escapó una suave exhalación. Un sutil estremecimiento le sacudió el cuerpo. Se dejó llevar, aproximándose al inevitable roce de su boca. Cuando al fin se fundieron en un beso, por un instante pudo sentir el suave y ardiente contacto de sus labios, y su exquisito sabor a... menta.

—... pero será mañana, luego de que descanses —concluyó, sin disimular una mueca de victoria.

Con presteza se incorporó cargando el cuerpo profundamente dormido de Lena, el que depositó en la cama y cubrió con las sábanas. Acarició su mejilla con el dorso de su mano.

—Hasta mañana.


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La noche había sido corta, pero el sueño profundo. Niko sospechaba que Umäin podría haber tenido algo que ver con eso.

Con Agus y Sebas ocupándose del estudio, podían dedicarse de lleno a investigar el paradero de sus amigos desaparecidos, así que, abandonaron el barrio vexiano y se dirigieron a la ciudad.

Arribaron al lugar con las primeras luces del día y divisaron un móvil policial apostado frente a la entrada. Decidieron continuar con lo planeado: entrar fingiendo ser vecinos del edificio.

Niko al volante, protegido bajo su gorra y lentes oscuros, condujo el vehículo pasando junto al patrullero y se introdujo en el ingreso de la cochera subterránea. Se detuvo frente al lector de acceso. Como no tenían llave, Umäin debía ocuparse de activar el mecanismo que abría el portón. Habían corrido hasta el tope el asiento del acompañante y el vexiano se encontraba apretujado en el suelo.

—Ya podés empezar, estamos en posición —lo arengó, Niko, sacando el brazo por la ventanilla, simulando que acercaba la llave magnética al lector y vigilando por el retrovisor el coche patrulla que estaba en la vereda de enfrente.

Umäin había cerrado sus ojos y éstos no dejaban de moverse bajo los párpados.

—¡Shhh! Necesito concentrarme.

Los segundos pasaban y el portón permanecía inmóvil.

—Apurate, che, que es muy sospechoso que estemos parados acá sin hacer nada.

—En un momento... ya casi... lo consigo...—respondió, arrugando la frente; sus pecas refulgían de manera intermitente.

En eso se oyó el golpe de la puerta de un auto al cerrarse. En una milésima de segundo los ojos de Niko volaron del rostro iluminado del alienígena hacia el espejo. El policía había descendido del móvil y estaba cruzando la calle. Sin duda se dirigía hacia ellos.

—Ahí viene el cana. ¡Tenés que abrir ya!

Umäin tenía la cara desfigurada por el esfuerzo.

—Aläis lo hace parecer muy fácil... pero no lo es... en absoluto.

El lector emitió un pitido y el portón inició el ascenso. Los dos exhalaron. El agente se detuvo en la acera tras el auto; parecía indeciso entre continuar acercándose o marcharse. Niko levantó el brazo que tenía fuera del habitáculo para hacerle saber que todo estaba en orden; tras un momento, el policía le devolvió el saludo y regresó al patrullero.

Abandonar la cochera no les tomó mucho. Los vecinos empezaban a bajar al subsuelo por sus vehículos para partir al trabajo o llevar los niños a la escuela. Solo tuvieron que esperar que uno de ellos pasara por allí y atajaron la puerta antes de que se cerrara.

En poco tiempo estuvieron en el cuarto piso, frente al departamento de Lena. La puerta tenía una faja de seguridad, que Niko cortó con la llave del auto y entraron.

Los muebles estaban corridos de lugar y había salpicaduras de sangre vexiana en las paredes.

—Hubo una pelea —comentó Umäin, agachado junto a una mancha en el suelo, llevándose hacia la espalda, la larga y renegrida trenza que caía sobre su hombro izquierdo.

—Hasta yo puedo darme cuenta de eso. Hay sangre plateada por todos lados. Esto quiere decir que el atacante era alienígena y Lena se defendió con uñas y dientes. Cuando eso salga a la luz, la policía va a dejar de buscarme como sospechoso —se alegró, Niko.

—Yo no estaría tan seguro...

—¿Por qué? Es más que obvio que...

—No creo que esa versión se sepa nunca —lo cortó el vexiano. —Lo siento, pero mi pueblo tiene más poder e influencias de lo que los humanos pueden siquiera imaginar.

Niko se quedó con la boca abierta.

—¿Me estás diciendo que voy a ser el chivo expiatorio en todo esto?

—No conozco esa raza de animal en particular, por lo que no puedo decirte si la comparación es correcta...

—Olvidate. ¿Qué hay de tu amigo? ¿Estuvo acá?

—Sí. Puedo percibir rastros de su energía; está por toda la habitación. La pelea fue entre Aläis y otro vexiano. Mmm... un Ronsoj, diría.

—¿Un qué?

—Un Ronsoj. Integrantes de una familia que fue expulsada de su propio clan y su linaje repudiado por el último monarca de Vexia. Desde entonces, sus miembros no respetan las tradiciones ni reconocen a la autoridad. Perdieron el honor.

—Suena a que son unos lindos elementos... Mirá, acá hay más sangre.

Siguieron por el pasillo hasta llegar a la cocina. Allí hallaron otro desorden. Niko se estremeció.

—¿También lo sientes? —inquirió Umäin, pero la cara de desconcierto de su acompañante le reveló que no era capaz de traducir lo que percibía su sexto sentido, dormido en la mayoría de los humanos. —Tu amiga fue torturada aquí.

—¡No!

—Dos Ronsoj y una humana... puedo leerlos claramente.

Umäin continuó recorriendo el departamento, mientras Niko se quedó en la cocina, sin poder moverse, tratando de asimilar lo que acababa de revelarle su compañero alienígena.

—Registraron toda la vivienda, pero solo aquí la tuvieron a ella... — comentó a su regreso.

Los movimientos de sus manos, acompañaban su razonamiento, tratando de llegar a una conclusión.

—... Aläis no pasó de la primera habitación. Y no percibí su rastro fuera de la puerta... es decir que... al entrar y salir, estaba cubierto con un bloqueador de energía, lo que significa... ¡que se fue por sus propios medios!

Miró expectante al humano que estaba a su lado, pero éste no pareció reaccionar a la buena noticia.

—¡Ellos están bien!

La alegría en la voz de Umäin trajo de vuelta a Niko.

—¿Estás seguro?

—¡Estoy seguro! Huyeron juntos.

Bajaron las escaleras casi corriendo y sin poder ocultar su alegría. Buscaron el auto y abandonaron el edificio.

En el camino de regreso, intercambiaron lugares. Con Umäin al volante, Niko intentó nuevamente llamar a Lena.

—Directo al contestador —se lamentó—. ¿Dónde estás, Lena?

—Es muy probable que se hayan desecho del celular de tu amiga. Sólo podemos esperar que ellos se comuniquen. Lo siento.

—Los dos están bien, eso es lo único que importa...


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Venae.

—Ve... venae, tanëo. No esperábamos saber de su excelencia hasta más tarde.

—¡Silencio! Tengo algo para ustedes: una dirección. Es el último registro del CIP del traidor. Es astuto, ya no estará allí, pero quiero que registren el lugar, interroguen a quien pueda haberlo visto y encuentren una pista de su paradero. Deben hallarlo antes de que consiga un nuevo CIP y desaparezca otra vez.

—Haremos lo posible, tanëo.

—No hagan lo posible, ¡sólo háganlo!

La comunicación se cortó y en instantes, llegó el mensaje de texto con la calle y el número.

Los tres vexianos miraron la pequeña pantalla. El de cabello blanco, entrecerró sus ojos escarlatas.

—Ya la oyeron. El linaje Ronsoj se extingue a causa del Monarca. Pero la Regente tiene el poder de restaurar el honor de esta familia. Puede que no nos quede otra oportunidad, así que...

Los dos más jóvenes apoyaron sendas manos en el hombro del patriarca.

—¡Hasta las últimas consecuencias! —exclamaron a una voz.

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