Capítulo 18

Caminaron varias cuadras en silencio, sin rumbo fijo. Dos vexianos se acercaban en sentido contrario lo que los llevó a desviar y meterse en una callejuela poco transitada.

La caminata le había ayudado a calmarse pero, en su cabeza, seguía reviviendo a cada instante lo acontecido en la recepción del hotel y esto lo mantenía enfurruñado e iridiscente.

—¡Pará!

Habían ingresado media cuadra en el pasaje, cuando Lena se plantó y se soltó de su agarre. Con los brazos cruzados y mirándolo ceñuda, lo increpó en voz alta.

—¡Se acabó! No doy un paso más si me vas a andar arrastrando así por la calle. Te seguí el juego porque acepto que me equivoqué. Pero no lo hice a propósito, ¡así que no te permito que me tratés mal! ¿Vos nunca te equivocás, don «elfo perfecto»?

Sus palabras retumbaron en la noche. En una casa cercana, la puerta de calle chirrió al abrirse y un vecino se asomó a ver qué pasaba. De inmediato, Aläis levantó la vista y las luminarias de todo el sector se apagaron, dejando el pasaje a oscuras; lo único que se distinguía en medio de la noche, era el tenue resplandor de sus mejillas, frente y párpados.

—Tenés que contarme cómo hacés esas cosas... —pensó ella en voz alta, maravillada por el extraordinario cielo estrellado que parecía descender sobre ellos a medida que su vista se acostumbraba a la penumbra.

Cuando lo miró de nuevo, su cara ya no brillaba; por el contrario, lucía sombría.

—Tienes razón.

—Sí, casi siempre...

—Te he convertido en cómplice de un prófugo, sin darte explicación alguna, como si estuviera haciéndote un favor, cuando en realidad, tu vida corre peligro por mi culpa. —Y tras un largo suspiro, agregó—. Ha sido un muy mal día y no lo he manejado bien.

Lena se quedó callada. Aquel vexiano tan alto (ya le dolía el cuello de mirarlo a la cara de cerca), realmente fuerte y con poderes, al que había visto hacer cosas increíbles y sobrenaturales, y eso solo en las últimas horas, estaba haciendo un mea culpa. No era un pedido de disculpas propiamente dicho, pero sí más de lo que hubiera esperado.

—Me asusté en la garita porque pasaron unos elf... vexianos —explicó—. Entré en pánico, por eso te fui a buscar. Pero nunca me imaginé que podía arruinar tu coartada... Vos me salvaste y yo la cagué.

—No fue tu culpa. Lamento mucho haberlo insinuado.

Aläis sonaba exhausto. Había sido una jornada agotadora; necesitaba descansar, reponer fuerzas y contactar a Umäin. Con todo lo que sucedió, se le pasó el día y no se comunicó. Su kiodäi debía estar preocupado y triste. Aunque su prioridad ahora era encontrar un lugar donde pasar la noche.

—Debemos hallar otro hotel. ¿Estás de acuerdo en acompañarme? Sé que puedo mantenerte a salvo, si me lo permites.

Lena meditó sus opciones: no quería volver a su departamento, donde horas antes fuera torturada; no podía ir al estudio hasta la mañana siguiente, porque no tenía llave. La última alternativa era la casa de Maia, y no le parecía bien aparecerse a esas horas y sin previo aviso. Así que asintió.

Hacía frío y ella había empezado a tiritar. Aläis se descubrió la cabeza y la escrutó; sus ojos violetas en la penumbra parecían tan oscuros como el cielo nocturno, excepto cuando le dio el reflejo de las luces de un automóvil que ingresó al pasaje y pasó junto a ellos; en esos momentos, se tornaron rojos como brazas. Amagó a quitarse el buzo para dárselo.

—¡Ni se te ocurra! —lo paró en seco —. Te permito que me salvés de unos vexianos psicópatas, pero un poco de frío, me lo puedo bancar, gracias.

Él solo se le quedó mirando, confundido.

—Emmm... en serio, te agradezco —dijo, con un poco menos de énfasis—. Y perdón por llamarte elfo...

Aläis sonrió, aunque no respondió. Empezaron a caminar de vuelta hacia la avenida que los había traído hasta ahí. Antes de abandonar el pasaje, se detuvo un momento y miró fijo sobre el hombro, a lo que las lámparas del alumbrado público comenzaron a encenderse a sus espaldas.

Lena se asombró otra vez y, tras un momento, reanudaron la marcha y continuaron hacia el centro.


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—A ver si entendí: este fulano tiene un amigo prófugo que se le ocurrió donar su sangre para hacer tatuajes, para que así se esparciera y esto hiciera más difícil que lo encontraran... —recapituló Agus, ante la mirada de fastidio de Umäin.

—Así es —confirmó, Niko.

—Y vos sos el gil con la mayor mala suerte del planeta, que fue elegido para sacársela, y quedaste en medio del quilombo —continuó.

—En realidad, fue Lena —acotó Sebas, que estaba sentado sobre la mesa y, con descaro, se sirvió un puñado de gomitas que nadie le ofreció, de un frasco que había a su lado, junto a otros más que contenían dulces, como merengues y confituras de maní y chocolate.

—Cierto —concedió Agus— y ahora Lena está desaparecida al igual que el amigo del E. T. ...

Niko, que estaba apoyado en la mesada, se apuró a interponerse entre los dos, cuando el vexiano se le aproximó peligrosamente a Agustín. Éste no se acobardó y dio un paso al frente. El tatuador quedó en medio, con sendas manos apoyadas en el pecho de ambos, esforzándose por mantenerlos separados; los dos lo superaban en tamaño y por un momento, temió que aquello no terminara bien.

—Lo que dije antes de que tus amigos me agradaban... me retracto —sentenció el vexiano, conteniendo la furia.

—Agus... no estás ayudando, amigo.

—Él empezó —dijo, señalando con el índice a su iridiscente contrincante.

—No tiene sentido pelear entre nosotros; tenemos más en común de lo que pensás. Además, lo que está en juego acá... es la vida de Lena. Eso está por encima de cualquier prejuicio que podamos tener. ¿No estás de acuerdo?

El endurecido ceño de Agustín se suavizó ante la suplicante expresión de Niko y, pasados unos segundos, retrocedió hasta ubicarse al lado de Sebas, aunque manteniendo su actitud altiva.

La habitación de cristal, muy amplia y con un estilo minimalista que estaba iluminada por numerosas lamparitas led, distribuidas por todo el techo, de pronto, se sintió sofocante. Umäin procedió a abrir las puertas que daban al exterior para que ingresara el aire nocturno. Luego, giró una perilla y la intensidad de las brillantes luces se redujo, lo que contribuyó a calmar los ánimos.

Sebastián, por su parte, parecía estar divirtiéndose con todo aquello y no se molestaba en ocultar la risa burlona que tenía dibujada en la cara desde que llegó, en tanto se echaba a la boca, una tras otra, las golosinas de gelatina azucarada, y balanceaba de manera infantil sus piernas, que colgaban de la mesa.

—Si les pedí que vinieran, es para que me ayuden. Alguien me vio acompañando a Lena antes de que la atacaran y me reconoció cuando estuve en su edificio esta noche, así que voy a tener que andar con cuidado, porque si me agarran, me van a encerrar como el principal sospechoso de su desaparición y ya no voy a poder buscarla. No creo que el que me señaló sepa quién soy, solo me reconoció de vista pero, en caso de que llegaran a rastrearme hasta el estudio, necesito que me cubran. Y con los clientes, claro... van a tener que cancelar los turnos que tengo dados para los próximos días y si llega alguien nuevo, los derivan para la semana próxima o el mes próximo... o no, ¿saben qué?, tomenlé el teléfono y diganlé que le vamos a llamar para acordar el día y la hora.

—Pará, pará ¿qué pensás hacer?

—No sabemos bien qué pasó, ni quién se la llevó, Agus. Por eso, tenemos que entrar al departamento de Lena para investigar.

—¿Vos te creés que la policía no revisó ya todo el lugar? —la ironía en la sonrisa torcida de Sebastián era insoportable, por lo que Niko tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por ignorarla.

—Claro, pero es casi seguro que no encontraron nada. Y, aunque así fuera, como que no podemos ir a preguntarles qué averiguaron, ¿no? Ahí es cuando entra Umäin.

—¿Y qué va a hacer? ¿Va a usar su visión de rayos laser? —rio, Sebas. — ¿Y vos qué ganás con todo esto, vexiano?

Umäin tomó su taza y le dio un sorbo a la infusión que contenía. Todos tenían servida una bebida igual, pero el resto no se había animado a probarla.

—Mi amigo está perdido al igual que la suya. Tengo la esperanza de que se hallen juntos.

—Pero decís que los que lo persiguen son peligrosos, entonces ¿por qué no los mataron y ya?

—Justamente por eso tenemos esperanzas —interrumpió, Niko—. No hay cuerpos, así que, o se los llevaron o se escaparon. En cualquier caso, siguen con vida y tenemos que encontrarlos.

—Igual, si se hubieran escapado, ¿no se habrían comunicado para avisar que están bien?

—Mi amigo lleva mucho tiempo huyendo, sabe lo que hace; no va a comunicarse hasta que sea seguro.

Las palabras de Umäin no fueron suficientes para contrarrestar la pregunta de Sebas. Umäin y Niko se miraron y reconocieron la propia desazón en los ojos del otro.

—A diferencia de vos, tratamos de ser optimistas... —dijo Niko, al tiempo que tomaba otra de las tazas con infusión que estaban servidas sobre la mesada y bebió dos grandes tragos— ¿nos van a ayudar o no?


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El registro en el nuevo hotel no fue complicado. Lena decidió dejarlo en manos de Aläis y permaneció al margen mientras él hacía el check-in. Después de todo, el vexiano se desenvolvía como un experto en el arte del engaño de conserjes.

El hombre, bajo y delgaducho, los miró con cierto recelo. Aunque al principio pareció intimidado por el tamaño del encapuchado que tenía enfrente, luego de que pagó en efectivo por el cuarto, se limitó a recalcarles que aquel era un establecimiento respetable y familiar, por lo que se esperaba un comportamiento discreto de parte de los huéspedes. La chica no captó la indirecta hasta que subieron y comprobó que sólo había una cama matrimonial.

Ya instalados en la habitación, él ingresó a darse un baño, mientras ella se recostó. Con la ropa puesta, a excepción de los zapatos que fue lo primero que se sacó al llegar, y mirando el techo del cuarto, rememoró lo sucedido aquel interminable día que bien podía haber durado setenta y dos horas con todo lo vivido y lo agotada que estaba. Casi no había dormido nada la noche anterior y, luego de trabajar, cuando Niko la dejó en su departamento (de eso parecía haber pasado una eternidad), no tuvo oportunidad de descansar porque fue emboscada y torturada. Y desde ahí, no paró.

Le pesaban los párpados, sin embargo, tenía demasiadas preguntas que no la dejaban dormir.

—Es raro... —empezó a decir, al oír que Aläis cerraba la ducha—. Apenas te conozco, pero ya te tengo la suficiente confianza como para compartir una habitación de hotel. Nunca me había pasado. No soy una persona confiada, todo lo contrario...

La puerta del cuarto de baño se abrió y Aläis cruzó el dormitorio chorreando agua y completamente desnudo.

—¡Wow, wow, wow! —exclamó Lena, incorporándose entre las sábanas y cubriéndose los ojos con ambas manos—. ¡Demasiada confianza! ¡Demasiada confianza!

—¿Te molesta mi desnudez? —dijo, incómodo—. Me meteré en la cama...

—¡Nooo! Ponete una toalla encima, por favor. Están ahí sobre la silla, en el rincón —dijo, señalando con una mano, pero sin dejar de taparse los ojos con la otra.

—Está bien. Ya está.

Lena se descubrió la cara, dio un suspiro de resignación y comenzó a reírse sola, como desquiciada.

—¿Sabés qué? Yo también me voy a dar una ducha mientras vos te secás y te vestís —dijo, dejando la cama y evitando el más mínimo contacto visual con su compañero de cuarto.

Entró al baño y de inmediato, salió cargando una parva de prendas y las depositó sobre la cama.

—Acá tenés tu ropa. Asegurate de tenerla puesta para cuando salga, ¿sí?

—No hay problema... Pero ¿por qué te ríes? —preguntó Aläis, confuso.

—Estoy pensando que en este momento mi amiga Maia, donde quiera que esté, se debe estar revolcando de las carcajadas.

Y llevándose un toallón de la pila, se encerró en el sanitario, dejando a Aläis más confundido todavía, sosteniendo muy fuerte las puntitas de la toalla de mano que momentos antes se había echado sobre los hombros.


Bancar: Soportar una situación difícil.

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