Capítulo 16
Lena abrió los ojos y al momento comenzó a retorcerse con todas sus fuerzas, tratando de zafarse.
Estaban en el zaguán de una casa cercana al departamento, donde Aläis se refugió sabiendo que andar por allí cargando a una humana inconsciente, podía ser contraproducente para su intento de pasar desapercibido. Aún la sostenía contra su pecho porque no había querido recostarla en la dura loza, cuando Lena se despertó. De inmediato, la dejó como pudo en el piso, esquivando sus manotazos y patadas.
—Tranquila —dijo, cubriendo con su cuerpo la abertura que quedaba entre las dos puertas entornadas que daban a la calle, y manteniendo ambas manos en alto para que supiera que no quería lastimarla; aunque no bajó la guardia por si ella intentaba atacarlo.
—¡Dejame ir! —masculló Lena, al tiempo que buscaba a su alrededor algo con qué golpearlo. Al fin, se decidió por una de las macetas con flores que adornaban la entrada.
—Deja eso, no voy a hacerte daño.
—Entonces ¿por qué no me dejás ir?
—Acabo de salvarte —le hizo ver, Aläis, algo preocupado por el tamaño del potencial proyectil que ella sostenía en alto.
Lena se quedó con la vasija de arcilla en el aire y repasó en su confundida cabeza los sucesos previos, lo poco que se acordaba.
—Fui a tu vivienda... —continuó él, para ayudarla a recordar— porque creí que podías estar en peligro y no me equivocaba. Si no te hubiera sacado de allí...
Dejó el resto a la imaginación. Lena bajó despacio la planta y después de unos segundos, la devolvió al lugar de donde la había sacado.
—Gracias —balbuceó al incorporarse, algo avergonzada.
—¿Estamos en paz? —preguntó Aläis, bajando sus brazos e irguiéndose— debemos movernos, no es seguro aquí.
Y dicho esto, se asomó por el resquicio que había entre las puertas y escudriñó la calle. No percibió ningún movimiento extraño, solo el tránsito habitual de vehículos y peatones.
—¿Quién sos y por qué te persiguen esos elf... vexianos?
Aläis volteó a mirarla con seriedad. Cuando no estaban iluminadas, sus pecas lucían normales y le conferían un aire infantil, aunque su estatura y amplitud de hombros, contrastaban y lo hacían parecer algo desproporcionado.
—¿Cómo te llamas?
—Lena
—Te lo contaré, Lena... cuando estemos a salvo.
Acto seguido, se subió la improvisada capucha hecha con una parte del manto que tenía colgado de los hombros y abrochado en el cuello, y se dispuso a abandonar el escondite.
—¿No hace como calor para cobija? —preguntó ella, arrugando la frente.
—Esta manta obstaculiza mi reconocimiento —explicó.
—Ya, pero llama mucho la atención. Mejor caminemos normal, sin parecer terroristas. Así nadie se nos queda viendo.
Aläis pensó que tenía sentido y desprendió la capa para luego doblarla con mucho esmero hasta volverla del tamaño de un pañuelo, el que enroscó sobre sí mismo como una bandana y lo ató en su muñeca. Lena se quedó impresionada con aquella tela, en apariencia gruesa y rústica, que resultó ser en realidad muy sutil y versátil.
Abandonaron el pórtico y caminaron a la par. Recorrieron unas cuantas cuadras, siempre alertas, vigilando que no los siguieran, para luego cambiar de dirección. Se desplazaban en silencio. Lena se preguntaba a dónde la estaría llevando, pero era consciente de que, si hubiera querido lastimarla, lo podría haber hecho mientras estaba desmayada.
Pasaron junto a una vecina que lavaba la vereda; con la manguera en su mano vertía agua indiscriminadamente sobre las baldosas, la que escurría hasta la calle y corría por la cuneta. Vestía unas calzas rosas chillón con lentejuelas y ojotas azul marino, y llevaba una redecilla atada sobre los ruleros.
Aläis no pudo evitar quedársele viendo con la boca abierta y la mujer respondió a la indiscreción, latigueándolo con el chorro de agua y enumerándole una larga retahíla de calificativos dirigidos a su raza, su persona y a todos los ancestros de su árbol genealógico alienígena, del lado materno.
—¿Eso es un terrorista? —quiso saber en cuanto se hubieron alejado lo suficiente.
Lena solo pudo negar con la cabeza, conteniendo la carcajada.
La caminata se prolongó por varias calles más. El trayecto podría haber sido más rápido si Aläis no hubiese tenido que refrenar sus zancadas para que Lena no necesitara correr. Cuando al fin se detuvieron frente a un kiosco, ella estaba agitada y se tomaba el costado derecho, donde un intenso dolor le punzaba el hígado.
—¿Me vas a decir a dónde vamos?
—Me alojo en un hotel que se encuentra a diez calles de aquí. Debo recuperar algo de allí y luego buscaremos un nuevo sitio donde pasar la noche. Entremos.
Acto seguido, ingresó al pequeño comercio. Lena no entendía nada; tardó un momento en reaccionar y lo siguió al interior. Se ubicó detrás de él y con cautela se asomó por el costado de su delgado cuerpo.
—¿Qué hacemos acá? —susurró.
—Silencio —respondió, también en voz baja.
Aläis saludó con un movimiento de cabeza al empleado que atendía el mostrador.
—¡Eh, volviste! Ahora te la doy —dijo el joven, con una sonrisa y ni bien terminó de cobrarle a una clienta, la que enseguida se marchó, se agachó detrás del exhibidor.
Lena observó pasar a la señora que acababa de comprar y vio cómo miraba de arriba abajo al vexiano, agarrando muy fuerte el monedero, creyendo acaso que se lo podía arrebatar.
Al momento, el muchacho reapareció sosteniendo una mochila que le entregó por encima de los chicles y paquetes de caramelos confitados.
—Te lo agradezco.
—¿Querés llevar algo?
—Sí. Necesito dos chips para teléfono móvil, por favor.
El muchacho perdió la sonrisa como si Aläis hubiera insultado a su madre. Aquellos artilugios ya casi no se vendían, porque los celulares no utilizaban esa tecnología desde hacía como una década atrás. Sin embargo, seguían circulando en el bajo mundo de los malandros, reclusos y estafadores, por ser más difíciles de rastrear. Buscó la mercancía solicitada y la colocó sobre la mesa.
Aläis reparó en su cambio de actitud. Sacó del bolsillo del pantalón unos billetes prolijamente doblados y se los entregó.
—Puedes conservar lo que sobre... si nunca me viste.
—Nunca te vi, pero..., la cámara sí tiene buena memoria —dijo, señalando con su cabeza el aparato instalado en la pared, que enfocaba directamente hacia el lugar donde el vexiano estaba parado.
Tras observarla un momento, se acercó por el costado, por donde se accedía detrás del mostrador.
—Con tu permiso.
El chico dio un paso atrás y lo dejó ingresar. Aläis extendió su largo brazo y alcanzó el artefacto. Cerró los ojos y se concentró en comprender su funcionamiento. Su rostro empezó a iluminarse. Su mente siguió la conexión que la unía con un servidor. Una vez allí, corrompió los registros de todo el día.
Lena, que había quedado parada en la entrada, retrocedió hasta apoyarse en la puerta. Estando allí impediría que nadie pudiera entrar, además de cubrir con su espalda el cuadrado de vidrio por el cual, los viandantes podían llegar a ver hacia el interior.
Aläis abrió los ojos cuando estuvo seguro de que ya no quedaban rastros de su presencia en aquel comercio. El brillo de su piel se desvaneció y su cara volvió a lucir su aspecto pecoso.
El empleado estaba visiblemente nervioso por todo aquello. En ese momento, se percató de la presencia de Lena.
—A ella tampoco la viste —dijo Aläis, con vos suave—. Nunca nos has visto.
—Nunca los he visto en mi vida —coreó el muchacho, casi como un autómata.
Momentos después sintió un leve mareo y sacudió la cabeza para despejarse. ¿Qué era lo que estaba haciendo?
Observó el local vacío y la puerta entreabierta; sí, de seguro era eso lo que estaba por hacer. Dio la vuelta alrededor del mostrador, cruzó el reducido salón y la cerró. Listo. Sin embargo... había algo más, pero no podía recordarlo. Se encogió de hombros y regresó a su puesto.
Extrañado, observó que la cámara de seguridad tenía la lucecita apagada. Deseó que no se hubiera quemado Ya le diría al dueño cuando viniera a la noche por la recaudación. Con suerte, no se la descontaría de su salario.
Afuera, una extraña pareja, conformada por una humana y un vexiano, se alejaban del lugar.
———— ∫󠅷 ҉ Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ ————
Estacionó la moto frente al edificio y, al ver a los muchos curiosos que pululaban en la entrada, chusmeando y señalando hacia arriba, un escalofrío le subió por la espalda.
Cruzó la calle y le preguntó a una señora que allí estaba, qué había sucedido.
—Parece que hubo una pelea en el cuarto piso; los vecinos escucharon golpes, pero viste como es, nadie se mete. Ahora la chica está desaparecida y el departamento, todo revuelto. Alguien le avisó al conserje que subió a ver y encontró la puerta abierta... Aquella mujer del tercero dice que nunca la vio con novio, pero que le gustaba salir de noche, con vestiditos cortos. Así que vaya a saber si no tenía algún macho por ahí. Pueda ser que no termine en femicidio —concluyó y se persignó.
Niko le agradeció la información y pensó en colarse hasta el departamento a ver si encontraba alguna pista de dónde podía estar Lena, pero en eso llegaron dos patrulleros. Él la había traído a la tarde y, si bien ya estaba bastante oscuro, si alguno de los habitantes de la zona lo identificaba...
Dos policías ingresaron al inmueble, mientras que otros dos empezaron a hacer preguntas a los potenciales testigos. Se quedó solo unos minutos más, con sus manos en los bolsillos y fingiendo estar de curioso. Después, con disimulo, se fue moviendo hacia donde estaba su vehículo de dos ruedas. Lo puso en marcha y avanzó a muy baja velocidad.
—¡Eh! ¡Pare!
Niko clavó los frenos ante el agente que se le había atravesado con los brazos en alto.
—Apague el motor. ¿Usted vive por acá?
—No, señor. Paré para ver qué pasaba, nada más.
—Muéstreme su identificación.
—Salí sin la billetera —se excusó, tanteándose los bolsillos y poniendo cara de inocencia.
Al policía no le convenció mucho su respuesta y con la pequeña linterna led que cargaba en una mano, le alumbró la cara al tiempo que lo escudriñaba de arriba abajo.
—Bien, puede irse. Pero se pone el casco.
Él obedeció, saludó con un asentimiento y reemprendió la marcha.
—¡Ese es el novio! —oyó que alguien gritaba.
—¡Pare! —ordenó el policía.
Niko aceleró, dobló en la esquina y en segundos puso varias cuadras de distancia entre su moto y la sirena del patrullero que había iniciado su persecución. Sin embargo, se acercaba.
De más joven solía participar en las picadas que se corrían por toda la ciudad: carreras clandestinas en las que se hacían jugosas apuestas. Aunque ése no era su principal atractivo: lo más adictivo de aquella actividad pseudo-delictiva, era evadir la redada policial cuando éstos llegaban de improviso, tras una denuncia por ruidos molestos a causa de los escapes libres a altas horas de la madrugada.
Habían pasado varios años, pero recordaba al detalle varios escondites y atajos que utilizara en sus andanzas adolescentes.
Así fue como terminó a la vera del arroyo que atravesaba la ciudad de oeste a este, protegido por las sombras proyectadas por el puentecito que muchas veces lo librara de ser detenido. Estando allí varado, casi a las afueras de la ciudad, se preguntó qué hacer a continuación. A lo lejos se veían las luces de los vehículos policiales ir y venir, cerrando todos los accesos.
Pero él no tenía la intención de abandonar la población: antes tenía que encontrar a Lena.
———— ∫󠅷 ҉ Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ ————
—Venae, ¿me oyen?
—Venae, tanëo.
—¿Está hecho?
El silencio que siguió a la pregunta le dio la pauta de cuál era la respuesta.
—Nos sorprendió desprevenidos, tanëo —argumentó uno de los más jóvenes del reducido grupo, de ojos lilas, tan claros, que casi eran transparentes.
—¡¡Lo tuvieron a su alcance y no pudieron eliminarlo??
—Pero ya lo hemos visto, tanëo. Ahora sabemos cómo luce —argumentó el mayor.
Ella guardó silencio. No terminaba de decidir si aquello era bueno o malo. Se suponía que no debían involucrarse. De hecho, tenían que saber lo menos posible, al menos hasta que estuviera muerto.
El que aún no había hablado, tomó la palabra.
—Tenemos algo mejor, tanëo: encontramos su CIP actual.
—¡Esa sí es una buena noticia! —dijo, con una escalofriante alegría en la voz—. Envíenmelo por escrito, de inmediato. Estaré llegando al país en dieciocho horas.
Los Ronsoj se miraron con temor. Empezaban a dudar de que esto fuera a terminar bien para ellos.
—¡Ni se les ocurra ir a recibirme! No dejen de patrullar; quiero ver su cadáver para cuando termine la semana. ¡Venae!
Y la comunicación se cortó.
Zaguán: pasillo entre la puerta exterior, que da a la calle y por lo general permanece abierta durante el día, y la puerta principal, que conduce al interior de una vivienda y permanece cerrada.
Cobija: Frazada. Pieza grande y cuadrangular de tejido grueso y tupido que sirve para abrigarse, especialmente en la cama.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top