Capítulo 15
Lena empezaba a recuperar la motricidad de sus miembros. A pesar de que le dolía todo, flexionó muy despacio los dedos de las manos y encogió los de los pies para corroborar que volvía a estar en control de su cuerpo. Se había pasado el efecto de lo que sea que le hubieran hecho.
Muy lentamente giró la cabeza, para ubicar al vexiano a cargo de vigilarla que se encontraba fuera de su campo visual. Corroboró que seguía sentado sobre la mesada, apoyando su espalda contra la heladera. Estaba por completo distraído, ojeando una revista que había encontrado por ahí.
Tensionó sus músculos. Podía sentir la adrenalina borboteando en su torrente sanguíneo, acelerándole la respiración y los latidos. Tenía que ser lo suficientemente rápida como para llegar a la puerta y abandonar el departamento, antes de que la atraparan. Una vez afuera, lo único que debía hacer era gritar y los vecinos saldrían. Solo en su piso, había al menos ocho hombres jóvenes y robustos quienes, sin mucho esfuerzo, podrían someter a los tres elfos que la atacaron.
Estaba lista. Inspiró una gran bocanada de aire preparándose para correr cuando el ruido de la puerta del departamento abriéndose de golpe al ser pateada, la detuvo.
El alienígena de los ojos lilas se paró de un salto y salió hacia el pasillo, pero fue interceptado por el cuerpo del de los ojos rojos, que le aterrizó encima. Alguien lo había lanzado por los aires. Ambos cayeron de espaldas, junto a la cabeza de Lena.
Ella aprovechó la confusión para incorporarse y salir corriendo, pero una mano la tomó por el tobillo y cayó de boca al suelo, a la altura de la puerta de la cocina.
Lena se volvió con furia y vio al vexiano que momentos antes la torturara, aplastado por el cuerpo desvanecido del más viejo. Le sostenía la pierna con fuerza. Sus pecas refulgían.
No lo dudó y con el pie que tenía libre, lo golpeó en la cara. El quejido que le arrancó al romperle la nariz y el sonido de la sangre salpicando el piso, le provocaron una gran satisfacción. Lo pateó una vez más en el rostro, procurando darle con el talón y el alienígena se desmayó.
Podía oír que en la otra habitación estaba librándose una pelea. Los muebles crujían al recibir el impacto de los cuerpos que se aventaban de un lado al otro. Sacudió su pierna para librarse de la mano que aún la aprisionaba y se levantó. Asomó la cabeza al pasillo y vio a los dos titanes forcejeando, hasta que el último del grupo de atacantes terminó en el piso y comenzó a retorcerse. Pudo reconocer sus convulsivos movimientos como los que ella misma diera antes, al no poder controlar sus extremidades.
El que lo había sometido permanecía de pie, inmutable, obstruyendo la salida. Era tan alto como el otro y mantenía una postura altiva, con los brazos rígidos a los costados de su cuerpo y los puños apretados. Vestía una especie de manto color plomo sobre sus ropas claras. El cabello gris le caía a los costados de la cabeza y cubría parte de su cara, ocultándole las facciones.
—Dejame ir... —pidió, Lena.
El agresor inmediatamente apartó la mirada de su víctima y la clavó en la pared. Al cortar el contacto visual, el que estaba en el suelo exhaló con un lamento y desfalleció.
—... ¿por favor? —susurró.
Fue entonces que la miró y entre sus párpados refulgentes, ella reconoció sus ojos violetas, uno más oscuro que el otro.
La mirada de la chica lo perturbó. El tormento era algo a lo que nunca antes había recurrido y el hecho de que ella lo presenciara, lo llenó de vergüenza. Pero no había tiempo para lamentarse; no estarían inconscientes por mucho. Acababa de comprobar que el viejo Ronsoj, su hijo y su sobrino eran bastante fuertes. Sólo pudo con ellos porque los encontró separados y con la guardia baja; si los tres lo atacaban a la vez, no tendría ninguna chance. Lo mejor era salir de allí mientras pudieran.
—Debemos irnos —dijo en un tono bajo.
Extendió su brazo hacia ella, invitándola a tomar su mano, en tanto los colores de su rostro se desvanecían.
—¿Qué? ¡Yo con vos no voy a ningún lado...! ¡Lásgole, Elodiän o cómo sea que te llames!
—Aläis... es mi verdadero nombre —expresó, y de una zancada estuvo junto a ella, casi rozándola.
Lena atinó a dar un paso hacia atrás, pero en seguida recordó que a su espalda estaban los alienígenas que la habían torturado. Su cabeza se debatía entre salir corriendo y gritar por auxilio. El vexiano estaba demasiado cerca, la fragancia mentolada que emanaba de su cuerpo empezaba a marearla.
—Ese aroma... —dijo, algo confusa—, ya lo he sentido antes...
Las piernas se le aflojaron y Aläis la atrapó, evitando que fuera a parar al suelo.
—Lo siento, pero de verdad debemos irnos.
Se colocó la capucha, la levantó en andas y salió del departamento cargándola en sus brazos.
Cerca de allí, un desconocido dentro de un vehículo con los vidrios oscuros, los vio salir por la puesta del frente. Concluyó que parecían huir de algo.
Desde hacía un rato, se debatía entre entrar al edificio y esperar un poco más. Había visto al vexiano escabullirse al interior poco después de que Lena arribara con su jefe. Hubiera querido saber qué estaba pasando, pero no podía arriesgarse a ser descubierto. Se contentó diciéndose a sí mismo que quizá solo se trataba de una visita social. Después de todo, sabía que la chica trabajaba en el salón de tatuajes que atendía vexianos e incluso, que allí realizaban tatuajes con su sangre.
Ahora el alienígena se alejaba; corría haciendo gala de una velocidad inusitada, considerando que cargaba el peso muerto de la muchacha, en apariencia inconsciente.
Decidió seguirlos de a pie, por lo que descendió del auto en el momento justo en que tres vexianos de aspecto intimidante, salían del edificio.
Se agachó detrás del coche y aguardó a ver qué dirección tomaban. Lucían desorientados; miraban en todas direcciones y se los veía indecisos. Uno tenía el rostro magullado y otro, de mayor edad y cabellera completamente blanca, se tomaba el costado del tórax con gesto adolorido.
¿Quién era aquel alienígena que se había llevado a Lena? Sería alguien muy poderoso o al menos, lo suficientemente hábil como para enfrentarse contra estos tres y salir ileso. Debería tener cuidado con él, si quería llegar a la chica.
Finalmente, el trío emprendió la penosa marcha hacia la esquina y se perdieron por la calle lateral.
Subió al vehículo y manejó en la dirección que viera desaparecer a Lena pero, por más que buscó y rebuscó por el vecindario, no pudo hallar ni rastros de ellos.
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Ya antes de abrir los ojos, Niko percibió la punzada en su rostro. Se llevó la mano al pómulo golpeado y al contacto dio un respingo, un poco por el dolor, pero sobre todo al percibir lo inflamado que estaba.
Despacio fue separando los párpados y observó a su alrededor. Seguía tendido en el piso de la vivienda vexiana. Notó la corriente de aire por lo que adivinó que las puertas permanecían abiertas, a pesar de que ya estaba bajando el sol.
Con esfuerzo se incorporó hasta quedar sentado y se sorprendió al distinguir una oscura silueta sentada frente a él, que lo vigilaba desde la penumbra.
—¿Quién eres y qué quieres? —preguntó una voz proveniente de la sombra.
—¿Siempre golpeás antes de preguntar, vos? —indagó, al tiempo que se levantaba ayudándose con los brazos.
El vexiano se apuró a ponerse de pie y se le vino encima. Por un momento, se midieron, mirándose fijo a muy corta distancia. Tenían casi la misma estatura, —el otro tendría a lo sumo, unos cinco centímetros más— pero sus contexturas no podían ser más dispares: mientras él era macizo y ancho, el alienígena poseía una complexión espigada y grácil. Aun así, no le faltaban fuerzas, como lo había podido comprobar en carne propia.
—¿Qué haces aquí? —espetó el vexiano, remarcando las palabras—. No volveré a preguntar.
—Estoy buscando al elfo llamado Elodiän —respondió, y se sorprendió de que las palabras escaparan de sus labios sin siquiera proponérselo.
Esto lo incomodó bastante, en especial porque nunca se hubiera atrevido a llamar «elfo» a un vexiano en su cara.
—¿Por qué lo buscas?
—Porque, después de donar su sangre, mi amiga fue atacada por un grupo de elfos —otra vez los llamó «elfos», ¿qué le pasaba que no tenía filtro?— También me atacaron a mí y se robaron la sangre.
El alienígena se quedó impactado con su revelación. Tras pensar un momento, volvió a interrogarlo.
—Entonces ¿su sangre no pudo usarse para hacer tatuajes?
—Me dejaron una parte y con eso preparé mis pigmentos.
—¿Estás completamente seguro de que era la suya y no otra?
A esa altura, Niko ya había comprendido que estaba siendo forzado a hablar con algún tipo de manipulación neurológica. El vexiano se valía de la capacidad de su avanzado cerebro para interrogarlo y él no iba a permitírselo. Se concentró en oponerse al impulso que lo compelía a contestar. Cerró los ojos anulando el contacto visual y apretó los labios.
El otro lo tomó por ambos brazos y lo zamarreó.
—¡Responde!
Pero él había logrado imponerse dentro de su cabeza. No tardó en oírse un gruñido de frustración. Suspiró.
—Por favor... —La voz del alienígena se tornó suplicante.
Niko abrió los párpados y se impresionó al ver de cerca la tenue luminiscencia azulada en el rostro del alienígena. Sus pecas parecían tener el fulgor de las luciérnagas, y se encendían y apagaban rítmicamente. Sus ojos, de un lila azulado lo examinaban como buscando un atisbo de compasión en sus rasgos.
—...es mi amigo... y está en peligro —continuó, al tiempo que lo liberaba de su agarre.
Con aire abatido, se alejó un par de pasos hacia atrás y se sentó en el suelo, abrazando sus piernas. Hundió la cabeza entre las rodillas flexionadas y el cabello, negro como la noche, le cubrió el rostro. Niko se quedó mirándolo, incrédulo. El gigante que lo noqueara y luego lo obligara a hablar con el poder de su mente, estaba ahora arrebujado en el piso, rendido.
Miró hacia afuera a través de la puerta abierta y pudo ver su motocicleta, estacionada a solo unos metros. Analizó sus opciones y no le tomó mucho decidirse. Exhaló y procedió a sentarse de nuevo en el suelo, frente a su agresor. El vexiano levantó la vista y lo contempló con clara sorpresa en el semblante. En seguida, reparó en su mano extendida. Se lo notaba confundido. Volvió a mirarlo a la cara.
—Soy Niko —dijo, y con un movimiento de sus espesas cejas, le señaló su palma abierta que esperaba a ser aceptada.
El vexiano se enderezó un poco. Era evidente que se debatía entre la duda y la desconfianza. Sin embargo, tras reflexionar unos segundos, asintió y se la estrechó.
—Umäin —respondió.
El sincero apretón de manos cumplió su cometido y se quedaron en paz. Los dos tenían preguntas y la cooperación parecía ser el único camino hacia las ansiadas respuestas.
—Tenés una buena derecha... —comentó Niko y se tanteó el pómulo hinchado, haciendo una mueca.
Umäin sonrió con disimulo y se sobó los nudillos que aún le dolían.
—No tanto; tú tienes el rostro frágil... Te traeré algo para la inflamación.
Se marchó y en menos de un minuto, regresó cargando en su mano una bolsa de legumbres congeladas. Se la entregó y volvió a sentarse frente a él. Lo observó cuando la apoyaba con cuidado sobre el lado izquierdo de la cara.
—Lamento haberte golpeado y... hacerte hablar.
—Yo lamento haber espiado dentro de la casa —respondió, Niko—, pero si pudieras ayudarme a llegar a tu amigo... te lo agradecería. Necesitamos saber qué está pasando. Mi amiga está muy asustada y yo...
Umäin pudo percibir la sensación que desbordaba a Niko; era de impotencia.
—Creo saber cómo te sientes. Por desgracia, no puedo hacer nada. Mi amigo se encuentra desaparecido. Temo que sus perseguidores, los que te atacaron a ti y a tu amiga, lo hayan encontrado.
—¿Y en qué anda tu amigo?
—No comprendo...
—Quiero decir ¿en qué problema está metido? ¿Por qué lo persiguen?
—¡Oh! Es una larga historia.
—¿Me la podés resumir?
Umäin suspiró con cierta nostalgia. El problema de Aläis se remontaba hasta su niñez y su origen era desconocido para ambos.
—Mi amigo fue encarcelado cuando era un niño pequeño e iba a ser ejecutado al llegar a la juventud, pero logró escapar en el momento justo y llegar hasta aquí. Desde entonces lo persiguen.
—Pero ¿qué hizo?
—No hizo nada, era solo un niño...
—Sí, pero tiene que haber un motivo —insistió Niko, con terquedad, al tiempo que se sacaba la bolsa fría y descubría el morado que le coloreaba la parte alta de la mejilla, hasta el ojo—. Nadie se toma la molestia de encerrar un crío durante años para matarlo cuando sea grande, solo porque sí.
—Los motivos son un misterio. Lo único que sabemos es que sus padres fueron asesinados. A él se lo llevaron y lo mantuvieron oculto, encerrado bajo cargos falsos.
Niko giró el paquete que tenía en las manos y con una mueca, se lo apoyó de nuevo en la cara, del lado que estaba más frío.
—Es peor de lo que imaginé: es un perseguido político...
—Sí, creo que ese sería el término más acorde en tu lenguaje. —Y tras una pausa, agregó— Es mi turno de preguntar.
—Está bien, te respondo lo que quieras. Pero dejame que llamo a mi amiga; le tengo que advertir que tenga cuidado.
Umäin accedió. Niko sacó el celular del bolsillo del pantalón, marcó y esperó.
El tono de llamada sonó siete veces y atendió el contestador. Cortó y volvió a marcar. De nuevo, la voz pregrabada de Lena, lo invitó a dejar un mensaje.
—¡Lena! Me imagino que te planchaste. Escuchame: no salgás, ¿sí? Cuando termine acá, me voy para tu departamento y te explico todo. Pero, mientras tanto, por nada del mundo salgás sola. ¿Me escuchás? Quedate adentro... Nos vemos.
Un mal presentimiento lo invadió.
—¿Qué querés saber? —dijo, con determinación.
Cuanto antes terminara el interrogatorio, más rápido podría llegar con Lena.
—El plan era que la sangre se distribuyera, ¿estás seguro de que la que utilizaste en tus pigmentos era la sangre de mi amigo?
—No —respondió, y la cara de Umäin palideció—. La verdad es que en ese momento lo único que me importó fue que me dejaron algo para poder preparar mis tintas, no me preocupé porque fuera su sangre u otra... pero lo cierto es que estoy casi seguro de que se llevaron los dos viales que tenía. Aunque luego, me encontré con que había quedado uno. No sé, puede que la cambiaran.
—En efecto, me temo que es eso lo que ocurrió —Umäin, sonaba devastado.
—No entiendo por qué es tan importante. ¿Tiene que ver con su huella energética?
—¿Cómo sabes sobre eso? —inquirió, impresionado.
—Bueno, podría decirse que, antes de largarmea producir mis pigmentos especiales, «hice los deberes» e investigué lo más que pude sobre el asunto. Pero, fue gracias a la ayuda que tuve de parte de alguna gente de tu pueblo, que me orientó, que llegué a entender bastante cómo era el tema de su sangre. Si no fuera por ellos, no habría sido capaz de concretarlo. Además, me animaron a que vendiera mis productos. Y así terminé distribuyendo por todo el territorio nacional; incluso los he exportado a los países limítrofes.
—¿Lo que me dices es que todas las tintas que se usan, provienen de ti?, ¿eres el único, de entre todos los humanos, que fabrica estos pigmentos para tatuajes con sangre vexiana?
—Sí, al menos de este lado del mundo. ¿Por qué?
Umäin cerró los ojos y apretó los párpados. Ahora sí, que estaban perdidos.
Plancharse: quedarse profundamente dormido.
Largarse: Decidirse resueltamente a ejecutar algo.
Hacer los deberes o hacer la tarea: expresión que refiere a llevar a cabo todo lo que fuera necesario. Cumplir con todos los pasos previos a algo.
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