Capítulo 13

Cuando se hizo la hora de ir a trabajar, Lena hacía rato que estaba lista. Incluso se había puesto una buena base de maquillaje para cubrir las ojeras de su rostro trasnochado. Llamó un remisse y bajó la escalera para esperarlo en la entrada. Ni bien lo vio aparecer frente al edificio, abrió la puerta de un empujón y corrió a subirse al vehículo, sin detenerse a mirar si los vexianos estaban aún por ahí.

Una vez que estuvo en la seguridad del automóvil, escudriñó alrededor y, aunque la sensación de ser observada persistía, no vio a ningún alienígena en las cercanías. Solo un vehículo de cristales polarizados estacionado en la esquina; le resultó sospechoso, pero no tenía tiempo de ponerse paranoica.

El trayecto al estudio se le hizo corto y entró en pánico al darse cuenta de que estaba llegando demasiado temprano. Rogó en su interior que Niko ya hubiera abierto el local, para no tener que esperar afuera.

Por fortuna, cuando el coche se detuvo en la galería, Niko y Agus iban entrando; el primero con el casco en la mano y el otro, cargando su bicicleta en el hombro.

—¡Ey! Buen día ¿me esperan? —preguntó a través de la ventanilla abierta, mientras le pagaba al remisero.

—¡Sí, claro! —contestó, Agus.

—Esperala vos. Yo voy abriendo ­—le dijo Niko a su amigo.

—No hay problema, yo la espero. ¡Vamos, nena, que no tengo todo el día! —la apuró Agus, con una risita pícara, al ver que ya se estaba bajando del auto.

—¿Cómo andás, Agus! —lo saludó con un beso en la mejilla—. ¿Y Sebas?

Agustín se puso serio.

—¡Qué sé yo! No soy la madre, no tengo por qué saber dónde está todo el tiempo.

—No, si no digo que tengas que saber. Pero como siempre los veo llegar juntos...

—Vos nunca nos ves llegar, ¡porque siempre llegás más tarde!

Lena soltó una risita nerviosa. Era cierto, pero Agus no era de echar las cosas en cara de ese modo. Entraron al estudio y el chico subió al depósito a guardar su bicicleta, mientras Lena ingresó al privado a ponerse su uniforme y ahí se encontró de frente con Niko que iba saliendo.

—Alguien se levantó con la patita izquierda... —comentó, abriendo exageradamente los ojos.

—¿Qué? ¡Oh, sí, Agus! Creo que se pelearon con Sebas y la cosa no quedó muy bien.

—¡Uh! No me lo creo, ¡si esos dos son como carne y mugre!

—Como «carne y uña»...

—¿Qué?

—...o como «uña y mugre» —. Y ante la cara de desconcierto de ella, explicó—. «Carne y mugre» no existe.

Lena lo miró con fastidio.

—Vos me entendiste.

Salieron del privado y Agus ya estaba acomodando sus cosas. El incómodo silencio reinante por primera vez no se debía a las bromas y cargadas de los dos amigos.

En eso, entró Sebas y todos se quedaron paralizados. El recién llegado revoleó los ojos color avellana y pasó para el vestidor a dejar su mochila, sin saludar a nadie.

—¿Tenés muchos clientes hoy, Niko? —preguntó Lena, como para distender el ambiente.

Sebastián regresó al salón y se puso a acomodar su espacio, al lado de Agus, quien parecía no poder creer que su amigo, ni siquiera lo mirara.

—Emmm... No, la verdad. Tengo un cliente a las diez y otro a las doce y media —respondió el tatuador, mientras revisaba su agenda—. ¡Ah!, y un elfo a las catorce. Es todo. Va a estar tranquilo, si no se presenta ningún imprevisto —y mirando a sus compañeros, agregó bajando el volumen—, aunque no sé si «tranquilo» sea la mejor palabra para describirlo.

—Pongo la pava y cebo unos mates, ¿te prendés?

—¡Dale! —exclamó, contento de tener un motivo para alejarse de los dos muchachos, y ambos se fueron para el privado.

Agus y Sebas se miraron, chocaron sendos puños y se largaron a reír, aunque conteniéndose para que no los oyeran.

—¡Te dije que teníamos que cambiar de estrategia para que funcionara! —dijo en voz baja, Sebas—. Miralos a los dos juntitos, cuchicheando en el privado.

—No, si yo siempre digo que sos un genio... Bueno, no. «Genio» es mucho; digo que «no sos tan idiota como parecés».

Sebas le revoleó un chirlo a la cabeza, que Agus esquivó y se lo devolvió en forma de puñetazo al estómago, y continuaron forcejeando por un rato, divertidos.

—¡Uh! Se están pegando... —comentó Lena, preocupada, espiando desde el pequeño cuarto multipropósito por el resquicio de la puerta.

—Mejor. Así arreglan las cosas y se amigan de una vez —contestó Niko, restándole importancia—. No los aguanto peleados.

Lena se dispuso a vaciar en el cesto el mate de la noche anterior y a preparar uno nuevo, con la yerba del paquete abierto que estaba sobre la mesita. Llenó el termo de agua caliente y se sentó frente a su jefe, que ya estaba a horcajadas en la otra silla, inusualmente tranquilo.

—Niko... te quiero contar algo. Solo espero que no pienses que me estoy volviendo paranoica —dijo, mientras le daba un largo sorbo al mate recién cebado—. Es sobre el elfo al que le saqué sangre la semana pasada: creo que anda en algo raro. Tengo la idea fija de que los otros que me siguieron y que entraron acá, lo andaban buscando.

—No creo... ¿Qué te hace pensar eso? —preguntó, recibiéndole el mate que Lena le extendía.

—El tipo quería confidencialidad y no quiso venir acá: eso lo entiendo. Pero cuando fue a casa, casi que ni habló y me dio un nombre falso. Después, se fue corriendo como si se hubiera arrepentido. Y, de la nada, a partir de ese momento, nos empiezan a acosar los elfos. No sé, me parece todo muy sospechoso —dijo agarrando el mate vacío que Niko le entregaba de vuelta.

—Qué se yo. A lo mejor solo era tímido. Muchos elfos ni se acercan a la gente. O sea, los ves acá y allá, pero siempre están aislados. No son de hablar mucho, me parece. Puede que tuviera miedo, andá a saber qué piensan. No nos conoce y...

—Ese es el tema: a este elfo lo conocía de antes. De hecho, los dos lo conocemos... —sorbió la bombilla para imprimirle suspenso a la historia.

—¿Cómo? ¿Estás segura? Yo los veo a todos iguales...

—Que no te escuche el INADI... No, hablando en serio: éste tenía el cabello gris y los ojos violetas, pero uno más oscuro que el otro. ¿Te suena? Yo recordaba haberlo visto en algún lado, solo que no estaba segura de dónde, hasta que le vi el tatuaje —dio el último sorbo al mate y lo volvió a servir para pasárselo al muchacho.

—¿Qué tatuaje?

—El mismo que te vi haciéndole el día que te conocí.

Niko trató de rememorar. Recordaba a la perfección el momento en que había visto a Lena por primera vez, pero del vexiano, ni registro. Tomó el mate despacio, con el cerebro trabajándole a mil.

—¿Te acordás los símbolos, Lena? —preguntó de golpe, mientras le devolvía el mate vacío.

—«Soy Leiah»

Niko levantó una ceja, confundido.

—¿Te cambiaste el nombre?

—¡No! Digo que el CIP parecía que decía: «Soy Leiah», como Leia de Star Wars, —explicó— pero con una hache al final.

—Si ves los símbolos, ¿los reconocerías?

—Sí, creo que sí —contestó, tomando un nuevo mate recién cebado.

—Porque estoy obligado a llevar un control de todos los CIP que tatúo. Me pasan una ficha con la foto del tipo y el conjunto de símbolos que tengo que tatuarle a ese elfo en particular. Esperá que lo busco —dijo y salió.

Cruzó el salón, pasando junto a Agus y Sebas que estaban atendiendo a un cliente habitual: un vecino de la zona que tres veces por semana venía para hacerse afeitar a navaja. Subió al depósito y abrió una de las puertas inferiores del mueble que también guardaba los químicos para la elaboración de sus pigmentos. Extrajo una carpeta de cartón negra que se encontraba en posición vertical y regresó al estudio.

—¿Todo bien ustedes dos? —preguntó al volver a pasar junto a los amigos.

—Sí... —contestó Agus pero, al ver a Sebas negando con la cabeza, enseguida rectificó—, más o menos.

Niko, esbozó media sonrisa y se metió al privado donde había dejado a Lena esperando.

—¿Qué te causa gracia?

—Parece que ya se arreglaron aquellos dos.

—¡Menos mal! Nunca pensé que llegara el día que diga esto, porque son hartantes, pero extraño su humor de siempre.

Rieron los dos; en eso coincidían. El tatuador los trajo de vuelta al tema.

—Mirá, estas son las fichas que te decía. ¿Te acordás la fecha aproximada?, ¿habrá sido en octubre? —preguntó, abriendo la carpeta y pasando varias páginas a la vez.

Ella llevó los ojos arriba y a la izquierda en un esfuerzo por recordar.

—Creo que fue más bien a principios de noviembre...

—Tomá, revisalo y decime si lo ves.

Lena hojeó lentamente los registros. A la tercera página, desistió en su intento de identificarlo mirando las pequeñas fotos ya que, como eran en blanco y negro, no le permitían distinguir la tonalidad del iris, rasgo característico del vexiano que buscaba. Así que se concentró en los símbolos que conformaban el CIP.

Niko se cebó otro mate, mientras esperaba que Lena ubicara al alienígena.

—¡Acá está! —exclamó Lena, enseñándole la ficha— ¿Viste?, como dije: el nombre que me dio, era falso. Acá dice que se llama Elodiän y a mí me dijo que se llamaba... algo así como Légolas, el personaje de Orlando Bloom en El señor de los anillos.

—¿Todo lo relacionás con películas, vos?

—¿Qué tiene?

—No, nada, nada —respondió riendo y abandonó el mate que ya se había lavado debido a las pausas en el cebado.

—El tema es que yo tenía razón. ¿Por qué mentir en el nombre?... es más, me juego la cabeza de que este también es falso.

—No te ofendás, pero creo que tenías razón: te estás volviendo paranoica —bromeó, pero se puso serio al ver su semblante alterado.

La ansiedad que sintiera la noche anterior comenzaba a invadirla de nuevo.

—Acá está la dirección; es en el barrio vexiano. Vayamos a hablarle, le preguntamos por esos tipos que me siguen, y que te atacaron a vos. Agradezco que no te pasara nada, pero ¿y si vuelven? Hablemos con él para nos aclare qué pasa...

Después de una pausa, agregó:

—Anoche estaban afuera de mi edificio...

—¿Qué? ¿Estás segura?

—No les vi la cara pero sí, por la contextura física, estoy casi segura de que eran los mismos. Pasé una noche de mierda, Niko. No quiero que se repita, ni que te pase nada a vos. Vayamos a hablar con este elfo ya, para que esto se acabe.

Lena había comenzado a temblar de los nervios por lo que Niko la tomó por los hombros y, sosteniéndole la mirada, le dijo:

—Tranquila, lo vamos a resolver. Pero prometeme que, si algo así te vuelve a pasar, me vas a llamar.

—Eran tres... ¿qué podías hacer?

—Vos no te preocupés por eso, que algo se me iba a ocurrir.

—No te quise joder con mis problemas.

—¿Qué decís? Si soy yo el que te metió en este quilombo. Lo menos que puedo hacer es sacarte. Esta tarde, después del último turno, lo voy a buscar para que me explique qué está pasando.

Lena recuperaba de a poco el control, regulando su respiración y él, al verla más tranquila, la liberó del agarre. Ella reaccionó de golpe.

—¡Voy con vos!

—No, a vos te llevo a tu casa para que duermas. Te ves hecha mierda.

—Ah, bueno, ¡gracias por el halago! —hizo una mueca exagerada, pero después le obsequió una sonrisa, que el tatuador agradeció con el mismo gesto.

No tenía sentido protestar: la voluntad de Niko era inquebrantable; ella lo admiraba por eso.


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El celular sonaba sin cesar. En la última media hora, había llamado reiteradas veces.

—¿No lo vas a atender?

—Disculpa —dijo él, y se apuró a cortar. El sonido paró en seco.

—No, si no me molesta que suene, pero no puedo verte así. Es tu amigo de toda la vida y te necesita.

Umäin permanecía con la cabeza gacha, sentado en el borde de la cama. El largo cabello azabache le cubría parte del rostro, pero ella adivinó el brillo de una lágrima deslizándose por su mejilla.

—Y vos lo necesitás a él —agregó.

—Lo he defraudado.

—Estoy segura de que si le explicás, él lo va a entender. Es más, yo creo que si te llama es porque te quiere en su vida, si no, ni se molestaría en buscarte.

Umäin miró los pálidos ojos celestes de su compañera parada frente a él y no vio en ellos más que dulzura. La atrajo y besó su vientre. Una sonrisa asomó en la comisura de sus labios; ella tenía razón. Amaba su capacidad de volver simple hasta el problema más complejo. Aläis lo comprendería, tenía que hacerlo. Cuando volviera a sonar, lo atendería y le contaría todo.


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El móvil cruzó volando la habitación y fue a dar contra la puerta del placar. Se desquitaba con el aparato de comunicación, pero estaba enojado consigo mismo. No había llamado a su kiodäi el día anterior como le pidió, porque su desconfianza fue más fuerte que su deseo de hacer las paces. Decidió que iba a esperar hasta averiguar más y ahora Umäin no lo atendía.

Sabía que estaba bien; su conexión era tan profunda que, si algo grave le pasara, lo sentiría. Sin embargo, su amigo no era propenso a la venganza. No, si no lo atendía, no era por enojo. Él le había fallado; incluso con la distancia que los separaba, podía sentir la tristeza de Umäin comprimiéndole el pecho. Necesitaba verlo, confortarlo como tantas veces su kiodäi lo había hecho con él.

Bufó de frustración y se fue a levantar el celular del piso. No insistiría por el momento; tenía que seguir con lo que había planeado. A última hora, lo intentaría de nuevo, pero ahora, lo mejor era ponerse en marcha.



Remisse (remise, remis o rémis): vehículo de alquiler con chofer que se contrata en una agencia, por lo general, llamando por teléfono.


Remisero: conductor de remisse.


Chirlo: Golpe que se da con la mano abierta, especialmente a un niño, en las nalgas.


Mate lavado: mate que se ha vuelto insípido tras las reiteradas cebadas sin renovarle la yerba.


Quilombo: situación o asunto confuso, problemático o difícil de resolver.

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