Capítulo 12
—¿Agus?
Con las manos en los bolsillos y apoyado en el umbral de la puerta, Agustín levantó las cejas, algo avergonzado.
—Ey, Niko... ¿podemos hablar?
—Sí. Pasá. ¿Cómo sabías que estaba acá?
—No lo sabía. Pero pensé ¿dónde podría estar mi amigo si no está en su casa un domingo a la tarde?
—¿Y para qué fuiste a mi casa? ¿Necesitabas algo? Me hubieras llamado al celu, boludo.
—Es que lo que te quiero decir es para hablarlo cara a cara.
Niko vislumbró la gravedad del asunto en el semblante de Agustín así que, después de que éste se instalara en el sillón, trajo un par de cervezas, acercó una silla y se sentó a horcajadas frente a su amigo y de espaldas al mueble con el televisor.
—¿Qué pasa, che?
El muchacho inspiró profundo, no se lo veía nada bien: el robusto cuerpo tensionado, la cara demacrada; aunque Niko adivinó que sería porque había salido la noche anterior.
—Mirá...yo sé que vos pensás que Sebas y yo somos unos pelotudos bárbaros. Y sí, la mayor parte del tiempo nos comportamos de ese modo así que, en sí, somos unos pelotudos...
—Agus, yo no...
—Pero quiero decirte algo —lo interrumpió—: no es lo único que somos.
—Yo sé que no son solo...
—Dejame terminar, que lo vengo maquinando desde el viernes. Hace dos noches que no duermo, con esto dándome vueltas en la cabeza —hizo una pausa, para tomar impulso—. A lo mejor no somos los más vivos. ¡Bah!, hablo por mí, porque Sebas se hace el idiota, pero de idiota no tiene un pelo. Bueno, igual vos conocés un montón de gente y tenés millones de amigos y de seguro que nosotros no somos los mejores, ni los más brillantes... pero para mí, sí sos uno de mis dos mejores amigos. Y con Sebas siempre hemos estado con vos, en las buenas y en las malas. —Hizo una breve pausa y enumeró con los dedos regordetes—. Cuando la mudanza, estuvimos ahí poniéndole el hombro. Y cuando aquella chica te dejó echo bosta, hace como dos años, te hicimos el aguante... No somos de esos amigos que solo están cuando te pagás una ronda en el boliche, o que se te acercan en los momentos que estás rodeado de minas, para ver si levantan algo...No, nosotros hemos sido de fierro...
Se le quebró la voz y, con un burdo movimiento del brazo que tenía desocupado, se secó las lágrimas que se le estaban desbordando de los ojos con la manga de la camiseta, mientras se sorbía la nariz.
—Así que, te quiero decir que la forma en que nos echaste el viernes, no estuvo bien. Nosotros te queríamos ayudar. Intentábamos ser buenos amigos, nada más. A lo mejor quedamos como unos pesados, pero lo hicimos de corazón.
—Boludo, yo...
Un nudo le cerraba la garganta a Niko. El tamaño de Agustín a veces le hacía olvidar que era un tipo sensible. De hecho, pensaba que el más sentimentaloide del grupo, aunque lo disimulara en público, era él y lo cierto era que esa sensibilidad que compartían era lo que los había unido en primer lugar.
—Sebas me dijo que no viniera, que no me anduviera arrastrando. Pero yo le dije «si mi amigo no se da cuenta, yo le tengo que ayudar a verlo». Porque para eso son los amigos ¿no?, si no ¿para qué? —razonó.
Le dio dos grandes tragos a la bebida que empezaba a calentarse en su mano y la apoyó en el suelo, junto a sus pies, para luego dejar escapar sonoramente el gas que subía por su esófago.
Niko no sabía cómo remontar la incómoda situación, porque él ya ni se acordaba de que dos días antes los había sacado afuera del estudio. Pasaron tantas cosas desde entonces, que aquello había quedado totalmente relegado a segundo plano. Finalmente, con toda la sinceridad de la que fue capaz y mirándolo a los ojos, expresó.
—Tenés razón, me porté como la mierda. Yo no estaba bien... pero igual, no es excusa. Creo que últimamente he estado dejando que las emociones me controlen.
Agus sonrió con satisfacción y, con la inocencia de un niño, exclamó:
—¿Viste como hablando todo se arregla? ¡Sebas no me creía!
Levantó la botella del suelo y se terminó lo que quedaba de un solo trago.
Niko lo dejó solo durante un momento porque tenía que recambiar el agua de sus pigmentos y luego le contó a Agustín todo lo que había pasado el sábado, excepto por el llamado a Lena. Estaba decidido a sacarla de su sistema, así que mejor ni nombrarla si no era absolutamente necesario.
—¡Qué garrón, boludo! Entre los elfos y los canas, no sabés con cuál quedarte —comentó Agus, cuando finalizó el relato.
—Sí, la verdad... ¿nos echamos una campaña? —invitó, señalando con el pulgar por sobre su hombro la destartalada PlayStation 6 que estaba debajo del televisor.
—¡Dale!
—Andá prendiendo, que yo voy por más birras.
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Eran casi las nueve de la noche cuando Lena regresó a su departamento. Rechazó la invitación para quedarse a cenar pero, al final, se había demorado como una hora más, charlando en la puerta.
Adoraba a los López. No eran su familia biológica, aun así los quería más que a nadie en el mundo. Le encantaba cómo todos le decían Leny cuando los visitaba; incluso Maia, que siempre la llamaba Lena o «amiga»; en su casa, usaba el diminutivo cariñoso.
Miró para todos lados antes de poner la llave en la cerradura. Desde hacía un tiempo, tenía esa molesta sensación de que alguien la vigilaba y, después de enterarse del ataque a Niko, había aumentado su sensación de inseguridad. Corrió escaleras arriba los cuatro pisos y entró apresuradamente a su departamento. Echó llave, puso el pasador y se quedó apoyada en la puerta hasta recuperar el aliento.
Pensó en cómo estaría su jefe y en un impulso, lo llamó para cortar de inmediato. Se maldijo por tenerlo en marcado rápido. Esperó unos instantes en suspenso, abrazando la posibilidad de que la llamada no se hubiera alcanzado a conectar.
Pensó que, si Niko hubiese visto la llamada perdida, la hubiera devuelto de inmediato; pero los minutos pasaban y el celular no sonaba así que, se relajó.
Fue a la cocina y se preparó un sánguche con lo que encontró en la heladera y lo devoró de pie, con la cadera apoyada en la encimera. La vista se le perdió en el vacío mientras rememoraba el programa que vio en el almuerzo, sobre el androide super avanzado y la mujer alienígena que estaba allí.
Más tarde, había intentado hablar sobre el tema con su amiga, pero Maia se limitó a opinar que de seguro se habría cruzado con cientos de «féminas élficas» solo que, al ser hombres y mujeres tan altos y llevar el cabello tan largo, era probable que le hubieran pasado desapercibidas.
Ella asintió en ese momento, pero ahora que lo meditaba bien, estaba segura de que lo habría notado, por más parecidos que pudieran ser.
Terminó de tragar el último bocado del tentempié y se giró hacia la ventana para lavarse las manos que le habían quedado untadas con mayonesa, cuando vio las tres siluetas en la calle.
Estaba en un cuarto piso, así que no podía distinguirlos en detalle, pero las delgadas figuras de largo cabello que se encontraban en la vereda de enfrente eran, sin lugar a dudas, alienígenas. ¿Serían los mismos vexianos que la acosaron cuando llevaba la sangre y que después asaltaron el estudio?
No iba a esperar para averiguarlo. Marcó el 101 sin perder tiempo.
—Comisaría... —se oyó que decía una voz femenina.
—Sí, quería denunciar la presencia de tres tipos sospechosos. ¿Podrían mandar una patrulla?
—¿Ha sido testigo de un crimen o delito cometido por estos sujetos?
—No.
—¿Se encuentran visiblemente armados?
—No, pero le digo que parecen sospechosos. Creo que me siguieron a casa y están parados en la calle, frente a mi ventana.
—Lo siento mucho, señorita, pero si no cometieron ningún delito, no se puede hacer nada. En esta provincia la «portación de rostro», dejó de ser un crimen hace mucho tiempo —comentó con mordacidad.
—Entiendo... creo haber visto que tenían armas.
—Le recuerdo que la falsa denuncia sí es un delito punible, con penas que van desde los dos meses a un añ...
Lena le cortó antes de terminar de oír la condena por tratar de prevenir un ataque.
—Tendría que haberle pedido el número de larga distancia para llamarla más tarde, desde el más allá... —comentó con sarcasmo, mientras corría las cortinas y se iba para su dormitorio.
Se convenció que estaría a salvo en su departamento. Tenía miedo, pero se dijo que no se atreverían a atacarla mientras estuviera dentro del edificio.
Casi no pegó un ojo en toda la noche; cada ruido que oía, la sobresaltaba. Varias veces estuvo a punto de llamar a Maia, sin embargo, la idea de que su amiga se viniese corriendo a enfrentar a los alienígenas en piyama y pantuflas, y armada con un palo de escoba, la hizo desistir.
También se le cruzó por la cabeza avisarle a Niko. Pero lo descartó enseguida; no podía ni pensar en ponerlo en peligro.
Como a las cinco de la mañana tras despertarse por enésima vez, se fue de puntillas hasta la cocina y espió entre las cortinas para verificar si los vexianos seguían allí. La luminaria de la calle bajo la que estaban parados horas antes, se encontraba sospechosamente apagada.
Estaba muy oscuro y no podía distinguir nada, excepto un fulgor. Aguzó la vista y vio que eran tres fulgores que iban aumentando de intensidad, como brazas de cigarrillo al dar una pitada. Las mejillas de los vexianos se estaban iluminando. De algún modo, sabían que ella estaba ahí y esto los perturbaba.
Lena deseó con todas sus fuerzas que amaneciera pronto; estaba convencida de que se sentiría más segura a la luz del día.
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Aläis se revolvía en la dura cama del hotel de baja categoría que eligió para pasar la noche. No había vuelto a hablar con Umäin y eso lo tenía muy preocupado. No podía concebir que su kiodäi lo traicionara y se reprendía por considerarlo, pero a la vez, estaba seguro de le ocultaba algo y ello podía ser peligroso para ambos, especialmente para él. Si no podía confiar su único amigo, estaba solo y esto lo perturbaba.
Suspiró mientras se giraba para ponerse boca arriba. Observó su reflejo en el espejo del techo y rememoró la conversación que tuvieron antes de dejar su vivienda. Umäin le había dicho que no iba a acompañarlo. ¿Se había cansado de correr como él pensó en ese momento?, ¿o estaba tratando de advertirle que era peligroso seguir juntos? ¿Alguien estaba vigilándolo o presionándolo para sonsacarle información? No quería creer que su kiodäi lo expondría por propia voluntad.
Lo que lo llevó a la siguiente pregunta: ¿fue casualidad que atacaran a Julián justo cuando se disponía a pedirle su ayuda una vez más, después de tanto tiempo? El único que sabía de su decisión repentina de partir, y por consiguiente que iba a contactar al asesor, era Umäin. Él también estaba al tanto de que había entregado sangre ese día. La humana que tomó la muestra podría haber sido atacada también. Tendría que corroborarlo antes de hablar con su kiodäi, para saber qué tan comprometido estaba. Aunque fuera duro, no podía permitir que sus sentimientos nacido del vínculo que los unía, le impidiera ver la verdad.
Una nueva tanda de gemidos dio comienzo y Aläis decidió que ya había escuchado suficiente. Se levantó, juntó sus pocas pertenencias, se enfundó en su capucha y abandonó el establecimiento con el convencimiento de nunca más volver a pisar un lugar llamado «Motel».
Cana: lunfardo, usado en este caso con el significado de: policía.
Birra: cerveza.
101: número telefónico de emergencia, para llamar a la policía.
Motel: albergue transitorio u hotel alojamiento. Establecimiento similar a un hotel, pero orientado a facilitar las relaciones sexuales de los clientes. Vulgarmente se los llama mueble o telo (hotel, al revés).
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