Capítulo 10
—¡Shhh! ¡Aläis! —se oyó un susurro proveniente del exterior.
—¿Umäin?
—¿Estás despierto?
—Lo estoy ahora. Es tarde, no deberías venir a verme tan cerca del amanecer. Es peligroso.
—No podía dormir, quería estar contigo...
Aläis se incorporó y abandonó el mohoso catre. Se acercó a la única abertura de su celda que daba al exterior y, encaramándose a la piedra que le servía de asiento, asomó su cabeza para estrechar a su amigo.
Pero el niño no estaba allí.
—¿Umäin?
—Aquí estoy... —oyó que decía desde algún lugar que la estrecha ventana no le permitía ver.
—¿Qué ocurre? No estás bien...
—¿Cómo lo sabes?
—Lo percibo en tu voz...
—¿Es eso posible?
—Supongo...
Sobrevino el silencio. Tras un momento, Aläis descendió de la piedra y se sentó en el suelo, respaldándose en el muro.
Cerró los ojos y se concentró en la roca, áspera y fría, que estaba en contacto con la llagada piel de su espalda. Su mente lo transportó a través de los minerales que conformaban la gruesa pared, hasta su amigo apoyado del otro lado. Pudo verlo por completo, tal como era: un niño aún, inocente y frágil; confundido y asustado.
Apretó los párpados y sintió la energía de todo su cuerpo fluir hacia Umäin.
—¿Cómo lo haces? —preguntó éste, unos instantes después.
—No lo sé, simplemente sucede.
—Yo debería ser quien te conforte. Estás aquí desde que eras demasiado pequeño para recordar. Yo solo vengo a veces de visita, pero tú estás encerrado, esperando el día que el asesino de tus padres venga a buscarte... ¡¡YA NO LO SOPORTO!!
Aläis abrió los ojos sobresaltado, con aquel grito retumbándole en la cabeza. Esa noche, tan vívida ahora en su memoria, sucedió un considerable tiempo atrás, mucho antes de que siquiera existiera la idea de rescatarlo de su encierro.
Había estado totalmente solo en prisión durante dos largos ciclos solares, hasta que el padre de Umäin trajo a su hijo por primera vez en una de sus esporádicas visitas furtivas, para que tuviera contacto con otro niño.
Él había perdido sus habilidades sociales —si es que las tuvo alguna vez— pero, en poco tiempo logró vencer su timidez y agradeció tener a alguien de su edad para conversar y jugar, aunque más no fuera, a través del muro.
Umäin no se perdía una visita junto a su progenitor y, con el correr del tiempo, empezó a escabullirse a media noche, sin supervisión, para pasar el rato con él.
Por ese entonces se forjó el vínculo kiodäi que compartían. Al principio, no se lo dijeron al padre de Umäin por miedo de ser reprendidos. Sabían que ese tipo de unión era único y para toda la vida. Estando condenado a muerte, tarde o temprano, su amigo iba a quedar incompleto cuando él ya no estuviera. Esto lo atormentaba y a la vez, lo hacía feliz saber que mientras viviera, no volvería a estar solo nunca más.
Amanecía. Aläis masajeó ambas sienes con la yema de sus delgados dedos, para luego deslizarlos hasta hundirlos en los cenicientos cabellos sueltos. Había conseguido estar totalmente calmado tras una noche de descanso y, luego de haberse sentado a meditar sobre la alfombra ancestral, veía las cosas con mayor claridad.
Le resultaba evidente ahora que la razón de la inexplicable falta de apoyo de parte de Umäin la noche anterior, era que su amigo no tenía un buen nivel de tolerancia frente a las situaciones que escapaban de su control. Desde pequeño, le costaba lidiar con sentimientos como la impotencia y la desesperanza.
Sin embargo, había algo más. Podía sentirlo. La energía que emanaba de él no tenía la misma fluidez que de costumbre. Y, si bien antes lo dejara pasar, lo cierto es que llevaba meses percibiéndolo. Parecía estar conteniéndose, como si hubiera algo que no quisiera revelarle...
Sí, eso era: por primera vez desde que lo conoció, Umäin estaba ocultándole algo.
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—¡Leny! llegaste temprano.
—¡Uh!, Sarita. No quería joder.
La señora, enfundada en un delantal de cocina sucio de harina, la estrujó en un abrazo en puntas de pie debido a su baja estatura y al liberarla, la regañó.
—Calláte, si vos nunca jodés. Pasá, pasá. Te digo que llegaste temprano, porque tu amiguita sigue en el «quinto sueño».
Lena se rio.
–¡Tendría sueño atrasado!
—No te creas. Ayer se durmió todo y hoy, de nuevo.
—Mentira, no le creas nada —se oyó la somnolienta voz de Maia, desde lo alto de la escalera.
—Ahí está: la que me iba a ayudar a preparar los tallarines para su mejor amiga...
—Es tu culpa porque no me despertaste... —contestó, sacándole la lengua, mientras se restregaba los ojos, aún pegados.
Lena le entregó a la señora López el taper que cargaba en las manos.
—¿Qué traés acá? —preguntó con genuina curiosidad, mientras tanteaba el peso del recipiente hermético, del tamaño de una fuente para horno pequeña. — ¡No me digás que me preparaste una chocotorta!
La visitante asintió con una mueca risueña.
—¡Aprendé, vos! Leny hizo el postre ¡y vos no le cocinaste nada!
La aludida abrió exageradamente los ojos y, con una sonrisa burlona, reprendió a su amiga, que seguía asomada de la baranda del piso superior.
—Ya oíste a tu madre: ¡aprendé!
—Yo solo les digo algo: el día que cocine, se lo van a tener que comer, así que ¡cuidado con lo que desean!
La señora López, riéndose por lo bajo, se volvió para la cocina, llevándose el postre para guardarlo en la heladera. En tanto, Lena subió corriendo la escalera a reunirse con Maia, quien seguía en piyama. La acompañó a su habitación, para que terminara de vestirse, lo que hizo calzándose un jean y zapatillas, y enseguida bajaron a colaborar en la cocina.
Maia removía constantemente la salsa, mientras Lena distribuía los platos y cubiertos sobre el mantel rojo, bordado a mano.
Lo observó con nostalgia. Era una pieza única, la reconocería donde fuera. Con cariño acarició una de las margaritas labradas, que ya empezaba a deshilacharse de lo viejo que estaba.
—¿Sarah? Hace añares que no lo veo, pero... ¿este no es el mantel que hiciste vos y lo estrenaste en mi fiesta de cumpleaños de ocho años?
—¿Lo recordás? —preguntó con ternura.
—Como si fuera ayer...
—Me acuerdo que terminamos todos llorando, así que había quedado duro de mocos —comentó Maia, con desparpajo.
—¡Ay, nena! No seas asquerosa, que estamos por comer.
—¿Qué? ¡Si es la verdad! —exclamó, indignada, y continuó— Te traje engañada, ¿te acordás, Leny? No te esperabas una fiesta de cumpleaños sorpresa.
—No me lo esperaba para nada —contestó Lena, con los ojitos humedecidos—. Fue mi primera fiesta de cumpleaños. Había niños que no conocía, aunque no me importó: yo hablaba y jugaba con todos. ¡Estaba chocha! Nunca supe quiénes eran, pero fue genial. ¡Y los regalos! La muñeca que me dieron ustedes, Marilú... todavía la tengo. —Y en un tono más bajo, agregó—. Solo que está guardada en el armario por su aspecto... perturbador.
—¿Por qué perturbador? Me acuerdo que era re-bonita. Maia la eligió para vos. "Esta es la más linda, má, llevemos ésta".
—Era preciosa, Sarita; pasa que a medida que crecía, le fui haciendo «mejoras». Una vez le dibujé tatuajes y cicatrices con lapicera. Otra vez le pinté los labios y las uñas con esmalte negro. Todo eso no salió más...
—¿Y te acordás que una vez le planchamos el pelo con la plancha?
Las dos rieron con ganas.
—Me acuerdo del olor a plástico quemado y la plancha que quedó con un pegote negro, del pelo chamuscado de la muñeca —rememoró Lena.
—Casi la dejamos pelada esa vez...
—Pero le quedaron algunos pelos. Entonces tiempo después ¿qué hicimos?
—¡¡Otro cambio de look!! —gritaron las dos, y estallaron en una carcajada.
—No quiero ni saber qué le hicieron a la pobre Marilú ustedes dos juntas...
—Le teñimos el pelo con papel crepê, ma. Pero cuando la bañamos, se le salió todo.
—¡Qué desilusión que teníamos!
—Entonces yo voy a buscarlo al papá al galponcito y le digo... (así, con la vocecita de ardillita que tenía): "Pá, ¿tenés alguna pintura que no se salga con el agua?" ¡Y a que no sabés lo que nos dio!
Sarah se llevó a la boca el repasador que tenía en las manos y cerró los ojos. Lena se sostenía la panza, que le dolía de tanta risa.
—¡Pintura látex, nos dio! ¡Verde!
—¡No sabés lo que fue eso, Sarita! —exclamó Lena, que apenas podía hablar.
—El pelo se convirtió en una única masa verde que, como no se lo pudimos peinar más, se lo terminamos enroscando alrededor de la cabeza.
—Le quedó como un turbante.
—Pero duro...
Las tres estaban tan tentadas que, por turno, hacían pausas para respirar y secarse las lágrimas, y volvían a reír a carcajadas.
—Tiempo después le saqué todo el pelo plástico —continuó contando Lena, en cuanto pudo recuperarse—, y se lo cambié por lana de distintos colores. Quedó como un payaso tenebroso, surcado de cicatrices. Y cuando quise acordar, me empezó a dar miedo encontrármela al entrar a mi pieza de noche. Pero la gota que rebalsó el vaso fue una madrugada que me estaba desmaquillando antes de dormir. Marilú, a mi espalda, apoyada en la almohada de mi cama. La miro por el espejo y veo que se empieza a resbalar para un costado, despacito, despacito, hasta que quedó acostada. No había motivo para que se moviera, estaba bien sentadita, así que ahí fue que la exilié en el placar.
—¿¿Qué pasa acá!! —prorrumpió la voz grave del señor López, apareciendo de golpe en la puerta de la cocina y dándoles un susto.
—¡George! —exclamó Lena— Justo nos estábamos acordando de cuando nos diste la pintura verde para hacerle el cambio de look a mi muñeca.
El padre de Maia se unió al coro de risas.
—¡Qué plato! Cuando vi lo que estaban haciendo, no sabía dónde meterme. Había que desaparecer la evidencia. Así que la mandamos a dormir a la caja de herramientas a la pobre Marilú. Todo fuera por la supervivencia... Si mi señora se enteraba, ¡nos mataba a los tres! ¡Es chiquita, pero brava, la Sarita! —dijo con picardía, señalando a su esposa con la cabeza y haciendo muecas exageradas con la cara.
Todos volvieron a reír mientras Lena se fundía en un abrazo con Jorge, su papá postizo y cómplice de travesuras infantiles. ¡Era tan divertido! Siempre las hacía reír con sus chistes pavos y morisquetas.
—¡Qué lindo verte, Leny! —le dijo, besándola en la frente—. Hace bastante que no venías a vernos, nos habías olvidado... Deben ser los muchachos, que te tienen muy ocupada...
—¡Uy, sí! Tengo una fila de muchachos, me tienen loca, ¡no sabés!
—¡Bueno, vamos! Todos a lavarse las manos, que se pasan los fideos —ordenó Sarah y los demás corrieron a hacer lo que mandaba.
De tanta risa, no se habían percatado de que estaban muertos de hambre. Pero en cuanto tuvieron los tallarines a la boloñesa en frente, se los devoraron en dos minutos.
Chocotorta: postre argentino, sin cocción y de fácil preparación, en el que se intercalan capas de galletitas de chocolate (por lo general «Chocolinas») embebidas en leche chocolatada, café o vino oporto, y una mezcla de dulce de leche y queso crema.
Hacer añares: expresión que significa que ha transcurrido mucho tiempo desde que el hecho del que se habla tuvo lugar.
Estar chocho: estar loco de contento.
Galponcito: construcción simple o rústica, que muchos hogares suelen tener en el fondo de la propiedad y que se utiliza como depósito o taller para desarrollar alguna labor manual o afición.
Tentadas (de risa): que no pueden parar de reír.
Pieza: cuarto, dormitorio.
Placar: armario, normalmente ropero, empotrado en la pared. Clóset.
¡Qué plato!: Expresión que significa: ¡qué divertido! o ¡qué gracioso!
Chiste pavo: chiste tan tonto, que da risa.
Morisqueta: Mueca que se hace con la cara para provocar la risa de otras personas o para burlarse de alguien.
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