Capítulo 1
—Venae, ¿me oyen?
—Venae, tanëo, se escucha con claridad. ¿En qué podemos servirle?
—Tengo una misión para tu familia.
—Lo que ordene, tanëo. La familia Ronsoj está a su servicio. Somos sus leales súbditos, desde el comienzo de su regencia. Estaremos complacidos de llevar a cabo la tarea que nos encomiende y...
—¡Es suficiente! Estoy enviándoles las coordenadas del asentamiento humano donde deben rastrear y eliminar al... —dudó por un momento, antes de revelar la verdadera identidad de la presa— «Traidor de Vexia».
—¡¿Cómo?! ¿Está aquí en la Tierra? —cuestionó, exaltado, el más viejo del grupo.
—De más está decirles que esta misión requiere de su mayor discreción. Lo que voy a revelarles no puede ser difundido bajo ninguna circunstancia.
—Claro, por supuesto...
Se oyó un largo suspiro del otro lado del intercomunicador. No confiaba en esos idiotas —en realidad, no confiaba en nadie—; pero los Ronsoj eran los únicos que no cuestionarían sus motivaciones ni se le volverían en contra, ambas cosas, por el mismo motivo: no tenían opción.
—El traidor está en la Tierra desde el principio. Fue ayudado por cómplices vexianos a infiltrarse entre los refugiados. Tengo que advertirles que no son los primeros a los que se les ha encargado esta tarea. Todos los anteriores han fallado y en su mayoría, terminaron muertos o heridos de gravedad. Se ha escapado cada vez y es sumamente peligroso que ande por ahí entre los humanos. Puede destruir la paz y la integración que he logrado crear.
—No la defraudaremos —contestó con seguridad, quien era la cabeza de la familia.
—Eso espero; el futuro de Vexia depende de ello. Mis fuentes me informaron que está cerca de su locación actual. No deberían tener problema de estar allí para mañana a primera hora.
—Lo encontraremos, tanëo. Le estaremos informando en cuanto tengamos novedades.
—No. No traten de contactarme; yo los llamaré.
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La ciudad estaba tranquila por ser día de semana. Mientras Lena terminaba de lavar los trastos sucios de los últimos dos días, miró por la ventana de la cocina y comprobó que no se veía a nadie circulando por la calle.
—Está muerto afuera. Parece la cuarentena del 2020.
—No me hagás acordar; los peores cinco años de mi infancia... —suspiró su amiga—. ¿Sabés qué? No entiendo por qué dejás que se te acumulen las cosas; si vivís sola, no tenés mucho que lavar —rezongó, mientras se bajaba del desayunador y tomaba un repasador para secar lo que Lena iba dejando en el escurridor.
—Por eso mismo, porque vivo sola y me da fiaca. Lavo ahora porque sé que, si no, vos sos capaz de ponerte a lavar los platos, el piso, la ropa y cuando me quiera acordar, me limpiaste toda la casa...
Maia soltó una sonora carcajada.
—Cómo te quiero, amiga, vos sí que me conocés.
Lena cerró la canilla, se secó las manos con otro repasador y procedió a correr las cortinas. Si bien vivía en un cuarto piso, a veces se sentía observada, como si alguien la estuviera espiando.
—Bueno, amiga. Sabés que me encanta que vengas a desayunar conmigo, y no es que te quiera echar, pero en un ratito me tengo que ir a trabajar...
—Sí, claro, no me querés echar, porque si no, quién te va a secar los trastes...—esbozó una sonrisa burlona, mientras colgaba el repasador—. Y a todo esto ¿cuánto hace que estás con Niko? No me digás que la gran Lena Martínez al fin fue "domesticada" —indagó la muchacha de cabello bordó, y se volvió a sentar, esta vez en una de las banquetas del desayunador.
Lena no solía quedarse mucho en un mismo trabajo, así lo había hecho desde que empezó su vida laboral, a la edad de dieciséis.
—¡Nah! ¡Ni ahí! Primero, que no estoy «con» Niko: trabajo para él, que es distinto. Segundo, ya van a hacer cinco meses y no me pienso quedar mucho tiempo más —respondió, mientras se encaramaba en la otra banqueta.
—Yo sé que lo que vos no te aguantás son los jefes imbéciles... pero Niko es un divino. ¿No has pensado en sentar cabeza?
—Exacto. Es re-piola y su trabajo es un arte que aún me sorprende. Pero cuantito me aburra, me busco otra cosa. Vos sabés que odio los trabajos repetitivos... aunque Niko sea un divino, no puedo con mi naturaleza —declaró.
—Vos le dijiste que en realidad no sos enfermera, ¿no?
—Sí. No te preocupés que fui muy clara con él desde el principio: le dije que he hecho muchas cosas en mi vida, pero que no he durado en ninguna y entre ellas, una vez asistí a una enfermera profesional y estuve estudiando enfermería, pero nunca me recibí. Así que lo único que sé hacer es tomar la presión, sacar sangre y poner inyecciones, aunque no tengo nada que lo acredite.
—Ese flaco está loco por vos, no hay otra...
—¡Tampoco es que realice procedimientos de alta complejidad, che! Si lo máximo que hago la mayoría de las veces es darles un Ibuprofeno con un vaso de agua.
—Mmm, no sé, no sé... —comentó con picardía, Maia.
—No empecés vos también, que ya me tienen loca en el trabajo...
—¿Quién? ¿Niko?
—No, Agustín y Sebastián. Ya te he contado de ellos, me parece. Son los otros empleados... ¡bah! que no son empleados. Trabajan ahí, pero tienen un sector de barbería artesanal y cobran lo suyo aparte —explicó.
—Sí, los has mencionado, pero bueno, no te vayás por las ramas... ¿por qué te tienen loca?
—Es que se la pasan cuchicheando y son puras risitas disimuladas todo el día; como si yo no me diera cuenta...
—¿De qué?
—De que hablan de nosotros. Lo cargan todo el tiempo, le dicen cosas con doble sentido refiriéndose a mí. Si Niko quiere mucho a alguien, es a esos dos, si no, no se explica por qué no los ha echado todavía; lo viven atormentando.
—Es muy bueno, Niko... y taaan lindo... —suspiró con exageración.
—¡Qué tarada! —rio—. No te hagás ilusiones. No lo veo de ese modo. Y como te dije antes: en cuanto me aburra, me voy.
—Igual, fijate de tener algo seguro antes de renunciar. Mirá que cada vez es más difícil conseguir trabajo. Los vexianos son tan buenos en todo, que es mucho más fácil encontrar laburo si sos un elfo que si sos humano.
Ahora Lena fue quien rio.
—¡¿Ahora vos también les decís elfos?! ¿Qué pasó con eso de que «son aliens, no elfos», que repetías hasta el hartazgo la semana pasada? ¿Eh?
Maia iba a dar una gran argumentación, tenía la boca abierta y una mano extendida para acompañar con ademanes sus complicadas explicaciones, pero al saberse acorralada, dejó caer los hombros, abatida.
—No pasó nada..., me dejé arrastrar por el poder de las masas. Parecen elfos, qué se le va a hacer...
—Sos terrible. Espero que no se los digas en la cara.
—¿Estás loca, vos? Mirá si me fulminan con la mente, o lo que sea que hagan. Además, nunca he tenido la suficiente confianza con uno de ellos como para hablarle.
—Hay mujeres que quieren que se las «fulminen» de otra forma...
—¿En serio? ¿Andan con elfos? Pero... somos especies distintas —razonó, arrugando la nariz, de la que pendía una pequeña argolla de un lado.
—Sí, así es; pero "anatómicamente" somos compatibles.
—¡Wow! ¿Vos se lo viste a alguno?
—¿A qué cosa?
—Ya sabés... ahí abajo.
—¿Qué? ¡¡No!!
—Bueno, no pongás esa cara. A lo mejor cuando se tatúan, les habías visto algo.
—Como decís vos: "nunca he tenido la suficiente confianza con uno de ellos..." como para verle "ahí abajo" —respondió, entre risas—. Pero mañana me voy a reunir con uno, quien te dice...
—¡¡¿Qué?!! ¿A qué hora? Lo quiero ver.
—Olvidate, no estás invitada.
—¡Qué mala amiga que sos!
La convincente cara de indignación que puso, casi hace ceder a Lena.
—¡No! Dejá de hacer pucheros. No estás invitada y punto. Si querés, cuando nos veamos a la noche, te cuento cómo me fue.
—¡Y con lujo de detalles! —exclamó, mostrando su expresión más radiante.
—Está bien —respondió, Lena, al tiempo que negaba con la cabeza con una sonrisa: era increíble cómo Maia la podía—. Pero ahora me tengo que ir que, si llego tarde otra vez, no va a ser necesario que renuncie porque Niko me va a echar a patadas.
Con Maia eran amigas desde la infancia. Se conocieron en el jardín de niños y desde entonces eran inseparables. Después de que Lena dejó su casa, cuando no tenía para pagar el alquiler, solía alojarse en el garaje de Maia López. Los integrantes de la familia López eran muy generosos y jamás le negaron un lugar para dormir, ni un plato de comida caliente. Hasta la ropa le compartían. Eran geniales y Lena los adoraba, como la familia que le hubiese gustado tener.
Además, sin siquiera proponérselo, Maia muchas veces le cantaba la justa, como ahora. Tenía toda la razón al decir que, desde que llegaron los vexianos, ya no se podía andar despreciando un empleo.
Tras despedirse de su amiga partieron cada una en direcciones opuestas y, mientras se dirigía —casi corriendo, porque era tarde— hacia su lugar de trabajo, Lena reflexionaba sobre los dichos de Maia.
Habían sido tres millones de nuevas bocas que alimentar las que arribaron a la Tierra, hacía ya más de dos años. Tras la crisis que se desató, los gobiernos de la mayoría de los países donde aterrizaron, decidieron fomentar la integración entre las especies.
Así, debieron ser ubicados en complejos habitacionales construidos especialmente; se les enseñó las técnicas de agricultura y ganadería terrestres, para que produjeran su propio alimento y a algunos se les asignó puestos de trabajo, que les proporcionaran un sustento económico.
Recordaba bien la anarquía reinante durante los primeros meses tras la llegada. Manifestaciones todos los días, disturbios y saqueos por doquier. La gente repudiaba a los gobernantes por darles prioridad a los extraterrestres, por sobre los millones de pobres y desocupados existentes en el planeta.
Fue un caos total. Pero, con el paso de las semanas, se fue calmando la situación. Era evidente que no se podía hacer nada al respecto y pronto la población llegó a la conclusión de que los reclamos eran una pérdida de tiempo: los vexianos habían llegado para quedarse.
Entonces, dio comienzo la etapa de unificación. El temor que generaron al principio los desconocidos, fue disipándose en cuanto comenzaron a circular por las calles, a mezclarse y comunicarse. En un tiempo sorprendentemente corto, supieron ganarse a los terrícolas con su carisma y buena predisposición para aprender y compartir sus conocimientos, siendo esto último, crucial para la armonía y el progreso que vinieron después.
Como bien había comentado su amiga, eran buenos en casi todo: reservados, eficientes y veloces para aprender; nunca se les oía una queja y sus habilidades casi mágicas de percepción extrasensorial los volvían valiosos recursos para cualquier empleador. Todo esto, sin contar su exótico atractivo. No por nada la gente los llamaba elfos.
Eran, en general, un poco más altos que el humano promedio; esbeltos y de movimientos elegantes. Poseían largos cabellos lacios, muy finos, que variaban del negro azabache, pasando por todas las tonalidades de gris, hasta llegar al blanco níveo.
Una piel muy blanca, casi translúcida, cubría sus cuerpos. En sus angulosos rostros destacaban los ojos, de grandes iris, que iban del rojo al violeta, en todas sus tonalidades; y las no menos llamativas pecas iridiscentes, que dibujaban patrones únicos en sus frentes, párpados, mejillas y mentón. Para completar su aspecto élfico, sus orejas, en las que solían llevar numerosas argollas y pendientes de metal y pedrería, se afinaban en la parte superior.
En la actualidad, casi nadie se resistía a contar entre sus filas con uno de estos extraordinarios especímenes. Aunque al principio los contrataron a regañadientes, por la obligatoriedad que impuso el estado de darles un lugar; luego, empezaron a priorizarlos en casi todas las áreas.
En poco tiempo, los inmigrantes del espacio habían demostrado su potencial. Comenzaron a ser codiciados y se convirtieron en una temible competencia para los simples hombres y mujeres terrícolas, que no tenían nada extraordinario que ofrecer.
A pesar de ello, la situación general había mejorado, en tanto se generaron nuevos puestos de trabajo, como los necesarios para la construcción y mantenimiento de los complejos de viviendas vexianos, los centros sanitarios especializados en la fisiología alienígena; caminos, redes de luz y gas, para llevar los servicios a los asentamientos, y muchas cosas más. A cambio de todo lo recibido, los inmigrantes de Vexia había compartido sus adelantos en medicina y, lo más fascinante para los gobernantes humanos: su tecnología, aquella que les permitió surcar la galaxia y arribar a la Tierra.
Un bocinazo la trajo de vuelta a la realidad. Había cruzado la calle sin mirar y casi la atropella un auto.
Observó alrededor para tratar de orientarse y se dio cuenta de que faltaba muy poco para el estudio. No recordaba nada del camino recorrido. Tan perdida en sus divagaciones estaba, que era un milagro que hubiera llegado hasta allí ilesa.
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Venae: saludo formal y distante, entre individuos sin relación, que pertenecen a diferentes clanes o estratos sociales.
Tanëo: tratamiento respetuoso hacia una dignataria. Significa literalmente: «dignidad suprema»
Repasador: Lienzo para secar platos, cubiertos, y vajilla.
Fiaca: pereza, desgano.
Canilla: grifo.
Bordó: castellanizacióndel nombre del color burdeos, del francés bordeaux. Comprende una variedad de colores rojooscuro, también conocidos como: guinda, borgoña, vinotinto, borravino, granate.
Piola: que es divertido, buena onda.
Cargar: Bromear, chancear, fastidiar, molestar, importunar, ridiculizar.
Laburo: trabajo que realiza una persona.
Hacer pucheros: hacer gestos, previo al llanto, real o fingido, en los niños.
Cantar la justa: argentinismo. Decir la verdad sin tapujos.
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