🍷01. El encuentro de los primos🍷

Capítulo 01
🍷El encuentro de los primos🍷

Mi día a día siempre comenzaba de una manera común y corriente, tanto que habían días que simplemente no me apetecía levantarme, después de todo, no había nada sugestivo que me hubiera hecho querer despertar con ganas últimamente... Excepto hoy.

Sentía en el cuerpo una sensación extraña que me hacía querer salir de la cama. Había calma en el ambiente. Podía sentir los rayos del sol entrando por mi habitación, mientras seguía enrollada bajo las sábanas; también sentí mi celular vibrar en la mesita de noche pero no le presté tanta atención.

Tenía en la mente un episodio imaginario de mi amor platónico, el cual ni conocía, pero siempre aparecía en mis sueños. Tal vez si prestara más atención a ellos podría recordar su rostro al despertar, tan sólo quedaban escasas imágenes borrosas creadas por mi subconsciente y abandonadas a la deriva en mi mente, rondando por ahí hasta olvidarlas y quedándome con la esperanza de volver a soñarlas. En fin, sabía que este día no sería como cualquiera de los que ya había tenido en el mes, y lo presentía en cada poro de mi piel.

Sintiéndome aún acurrucada en los brazos de Morfeo, a lo lejos escuché ruidos que provenían del piso de abajo, seguramente eran mis padres que ya se habrían levantado. En mi casa no hay un día en el que no hagan ruido, a menos de que esté sola —lo cual adoro—. Supongo que tenía los típicos padres que se acoplaban perfectamente para hacer de nuestro hogar una maraña de monotonía.

—¡Ana baja ya! —escuché decir a mi madre. Yo sólo tomé la almohada y me tapé los oídos.

Ugh, bien. Te extrañaré, Morfeo.

Tomé mi celular y eran las once y media de la mañana. ¡Tanto he dormido!

—Mierda... —susurré al ver cuatro llamadas perdidas de mi primo. Marqué rápido mientras me levantaba e iba al baño.

Apenas estás despertando, ¿eh? —contestó él.

Kalum, sabes que soy muy floja —dije frotando mis ojos, frente al espejo.

Lo sé, tonta. Pero debías despertarte más temprano, se te hace tarde.

¿Para qué? —puse el alta voz para poder cepillarme los dientes.

¡¿Cómo que para qué, Ana?! Ya casi estamos llegando —escupí toda el agua que tenía en mi boca.

Mierda, cierto. Dios, pensé que vendrían mañana. Lo siento.

No. Es hoy. Así que ya vístete que ya vamos a tu casa.

Está bien, nos vemos —colgó.

Me había olvidado por completo que hoy venían mi tía y mi primo. Aunque lo que aún no podía creer era que mis padres se iban de vacaciones con mi tía y no nos llevarían a nosotros. Eso me parecía una completa falta de integración familiar. Pero bueno, tampoco podía quejarme del todo, a final de cuentas teníamos la casa sola para nosotros, por un mes.

Luego de una ducha me vestí simple con unos pantalones altos, una sudadera y mis vans.

—Dios, mi cabello es un desastre. Bueno, ¿cuándo no? —dije mirándome al espejo. Sólo recogí la mitad en una cebolla y el resto lo dejé suelto.

Bajé a ver qué podía comer, mi estómago rugía y casi podía sentir que caería desmayada por las escaleras. Torcí mis labios tras ese pensamiento. Nota mental: dejar de ser tan dramática. Al llegar a la sala, me di cuenta que ya estaban las maletas de mis padres organizadas y esperando ser llevadas al auto. Me adentré a la cocina y allí estaba mi madre.

—Hola, mami —saludé caminando a la nevera para buscar agua.

—Hola, hija. Oye necesito que compres algunas cosas, ¿sí? Ya que yo no puedo. Ya vienen en camino tu primo y tu tía. Pero necesito que vayas a comprar estas cosas ahora —me entregó una lista —, son para ustedes. Escucha, quizás no nos dé tiempo de despedirnos así que me despido ahora. Ya saben, nada de fiestas ni cosas raras y si van a invitar a alguien más me llamas, quiero encontrar esta casa igual o mejor de como la estoy dejando. ¡Cuídense muchísimo! No quiero que me llame la policía. Tampoco quiero que me llamen del hospital así que ya saben. Les dejamos un auto, nos llevamos la camioneta. Cuiden ese carro como si fuera un diamante. Te llamaré cada que pueda. Te amo mucho, mi niña —habló rápidamente lo que me dio a entender que estaba estresada, como siempre. Comprensible, se preocupaba por todo. Se acercó y me abrazó muy fuerte, para luego depositar un beso en mi frente.

Camila Smith, o como yo la llamo: mamá; era una señora estricta pero muy amable, de estatura promedio, unos cuarenta y tantos años, experta en dar órdenes, sonrisa perfecta, un poco conservadora, ansiosa y muy meticulosa. Luego estaba mi padre: Oscar Maltes, un señor pasivo y muy comprensivo, de carácter fuerte pero muy carismático y simpático. De figura alta y estilizada, era en edad contemporáneo con mamá.

—Tranquila, mamá, todo estará bien —le sonreí honestamente —. Antes de ir a comprar las cosas, me quiero despedir de papá. ¿No sabes dónde está?

—Sí, hija. Está afuera, en la camioneta.

—Okay. Adiós. Te amo. Espero que tengan un excelente viaje —salí de la casa guardando en mis bolsillos la lista y el dinero que me había entregado.

—¡Papá! —le dije acercándome a la camioneta.

—Hola, Ana. ¿A dónde vas?

—Mamá me dijo que comprara unas cosas y como tardaré, no podré despedirme cuando ya se vayan así que lo haré ahora. Ya me despedí de ella.

—Oh, está bien. Ven a acá —corrí a abrazarlo —. Mi pequeña —dijo besando mi cabeza.

—Los extrañaré, espero que la pasen muy bien y se tomen muchas fotos y me las manden. Y me traigan algo de recuerdo —sonrió.

—Claro que sí, mi niña. Ustedes cuídense mucho. Hey ya sabes, nada de muchachos. Tu primo Kalum te cuidará, ya le di órdenes estrictas —rodé los ojos por eso.

—Sí, papá, tranqui. Como si los chicos me prestaran tanta atención.

—Bueno, eres hermosa y el que no lo haga es porque está ciego. Pero mejor que no lo hagan, no quiero tener que ser responsable de la muerte de un muchacho.

—¡Papá! —le pegué en el hombro y él rió.

—Es broma, hija. Bueno, te amo mucho. Cualquier cosa no dudes en llamarnos —asentí con la cabeza y él besó mi frente. Nos separamos y yo me dispuse a caminar —. ¡Hey! Hija —volteé a verlo —. No vayas caminando —dijo sacudiendo las llaves del carro.

Agradecí mentalmente a quién estuviera allá arriba porque ya tenía mi licencia de conducir. No es que antes ya no hubiera conducido, lo había hecho un par de veces pero nunca me dejaban el carro para mí sola. Y a mis veintiún años recién cumplidos, obtener por fin ese documento me parecía un gran logro.

Corrí hacia mi padre, tomé las llaves y en pocos minutos ya había salido en el auto rumbo al supermercado. Recorrí las calles hasta llegar a mi destino, y al hacerlo me di cuenta que me tomaría poco tiempo hacer mi diligencia, el estacionamiento apenas tenia un par de coches estacionados, así que encontrar un puesto libre fue pan comido. Aparqué cerca de la entrada y me bajé, sosteniendo la lista de compras en una mano y con la otra deslicé mi teléfono en mi bolsillo trasero. Me dirigí hacia donde se encontraban los carritos, tomé uno y entré.

En la lista tenía escrito a bolígrafo negro algunos productos como: papel higiénico, desinfectante, servilletas, tomates, pasta, arroz, galletas y refrescos, con una nota al lado de los dos últimos que decía "comparte con tu primo"; lo cual me hizo reír ligeramente.

Luego de comprar todo lo necesario, fui al pasillo de dulces y bebidas o como le llamo: "El camino a la felicidad". Tomé varios paquetes de galletas de chocolate, mis favoritas. Algunas bocadillos salados y para beber agarré dos refrescos.

Caminé a la caja a pagar y la cajera me miró con el ceño ligeramente fruncido. Luego soltó como descaradamente:

—Te dará diarrea con tantos dulces —le sonreí falsamente, pagué, tomé las bolsas y salí del recinto.

Caminé al auto pensando en lo grosera e inoportuna que había sido la señora antes. Aunque en parte, no me sorprendía la frecuencia con la que uno se encontraba con personas así en la calle. De igual forma, no me iba a detener a pensar y analizar la opinión de una desconocida sobre mis hábitos alimenticios. Así que rápidamente guardé las cosas en el asiento trasero. Me subí y en poco tiempo ya estaba en marcha.

En el camino había un tráfico terrible que me hacía perder un poco la paciencia porque estaba ansiosa por llegar a casa y ver por fin a Kalum.

—Supongo que ya habrá llegado mi primo y ya se habrán ido mis padres con mi tía —pensé en voz alta.

Debido al ambiente tan tedioso que comenzaba a formarse, decidí colocar algo de música para al menos pasar el tiempo de una forma más agradable. Siempre me había gustado escuchar música, era una actividad que me relajaba y me desconectaba del mundo exterior para adentrarme al mío. No me pude resistir y a los segundos ya me encontraba cantando. Gracias a Dios los vidrios eran ahumados y nadie podía verme.

Cuando logré salir del tráfico, me di cuenta que el mismo había sido por un accidente. Suspiré y mentalmente me preocupé por las personas que pudieron salir afectadas, esperé que se encontraran bien, después de todo. No me sorprendió lo sucedido, siempre había accidentes en épocas de lluvia y recordé que esa tarde estuvo lloviendo temprano, probablemente la carretera estaba tan nublada que el conductor no pudo ver el otro vehículo segundos antes de colapsar. Afortunadamente, no fui la afectada o ninguno de mis seres queridos.

Al llegar a casa guardé el carro en el estacionamiento y bajé las bolsas. Ya eran alrededor de las siete de la tarde. Entré por la puerta trasera que daba a la cocina. Dejé las cosas guardadas y subí a mi habitación. No se escuchaba ruido en casa, así que pensé que mi primo había salido. Usualmente cuando venían a visitarnos, él salía a caminar por el vecindario. Ya era un hábito suyo, supongo por hacer ejercicios o algo como eso. No solía decirme por qué lo hacía ni a dónde se dirigía. Y tampoco era como si yo se lo estuviera preguntando.

Entré en mi cuarto y cerré la puerta suavemente hasta dejarla entreabierta, el ambiente era tenue y podía ver cómo se oscurecía de a poco. Sin embargo, la claridad de la luz del computador se mezclaba con la opacidad de la habitación y reflejaba un haz hacia el suelo. Me quité los zapatos, me saqué mi sudadera y los pantalones, quedando solamente en ropa interior. Me acerqué a una gaveta a buscar algunas prendas para ir al baño y ducharme. Pero justo cuando la cerré y me enderecé, de repente unos brazos fuertes me abrazaron por detrás, cargándome y dándome unas ligeras vueltas.

—¡Dios como te extrañé, Ana! —dijo Kalum en mi oído. Rápidamente se detuvo y me soltó—. Mierda, no vi que no estabas vestida. Lo siento, Ana. ¡Dios! ¡Qué pena! —dijo mirándome de arriba a abajo haciendo que mis mejillas se pusieran mega rojas. Con la poca claridad que había en la habitación podía ver la figura de mi primo, que estaba presente en ella.

—Hola... eh... no pasa nada. Ah... bueno... yo... eh... me iré a duchar, ¿sí? —dije caminando al baño apenada.

—Ah, sí. Vale, te espero abajo —dijo nervioso y salió fugazmente de mi cuarto. Entré al baño y cerré con seguro. Solté un gran suspiro, mi corazón iba muy rápido, cerré mis ojos y reí nerviosa.

Me di una corta ducha, salí del baño y fui directo a vestir mi pijama, que consistía en un pantaloncillo y una blusa de tirantes, ambos de seda. Acostumbraba a dormir con ropa ligera porque en las madrugadas me daba calor, y al encontrarnos comenzando el verano, con más razón evitaba dormir bañada en sudor. Al terminar mi ritual, me dirigí hacia el pasillo, bajé las escaleras y me encontré con la imagen de mi primo recostado en el sofá viendo televisión. Me senté a su lado y él pasó su brazo por mis hombros acercándome.

—Entonces nos dejaron aquí por un mes —lo miré atenta buscando iniciar conversación.

—Simón —respondió y reí.

—Sólo somos nosotros... —afirmé volteando a ver a la nada.

—Sip —dijo y por el rabillo del ojo noté que estaba viéndome.

Sentir su cercanía me alegraba, tenía mucho tiempo sin verlo y compartir con él. Al saber que vendría a pasar este mes acá conmigo me había emocionado enormemente. Kalum era lo más cercano a un mejor amigo para mí. Realmente esperaba que estas vacaciones a su lado fueran divertidas y memorables.

Hubo un silencio durante unos minutos hasta que Kalum decidió romper el hielo.

—¿Y los novios, primita? —me sonrió de lado guiñando un ojo.

—¡Pff! Nada de eso. Soy invisible acá —suspiré—. Además, todos son unos idiotas.

—¡Oh vaya! Parece que a alguien la han lastimado por aquí, ¿eh? Tranquila, igual que ni se te acerquen, yo te protejo —dijo abrazándome.

—No tienes que hacerlo. Nadie se me acerca —fruncí mis labios y lo vi desganada.

—Sí, claro. Por Dios, prima. Eres hermosa y tienes un gran cuerpo y una increíble personalidad —sentí un leve rubor subiendo por mis mejillas al escuchar aquel comentario.

—Gracias... A veces pienso que eres el único que lo nota —torcí los ojos y suspiré dejándome caer en el respaldar del mueble.

—Más que suficiente —logré escuchar su voz baja, seguido de haber volteado la mirada hacia el frente.

¿Acaso quiso decir algo más con eso? Porque sonó un tanto extraño viniendo de su parte. Preferí cambiar de tema y ahora preguntar sobre él.

—¿Y qué hay de ti? ¿Sigues siendo un rompecorazones? —rió y me miró fijamente.

—No tengo la culpa de ser tan irresistible.

—Ay disculpa, papacito —me burlé.

La verdad es que sí era atractivo, Kalum tenía una complexión atlética que lo hacía llamar la atención de cualquier chica que lo viera pasar. Tenía una sonrisa reluciente, ojos marrones y profundos, su corto cabello era lacio y moldeable. Ni hablar de su gusto en vestimenta, parecía sacado de una película; siempre había tenido buen gusto a la hora de lucirse físicamente. Además de que portaba esa voz un poco gruesa que te cautivaba, y su altura era intimidante para cualquiera. No era sorpresa para nadie que tuviera admiradoras y pretendientes, y hasta donde sabía no había estado en una relación estable nunca, todas habían sido casuales y para nada serias. Era un chico bastante reservado y ocupado, y para alguien que apenas lo estuviese conociendo no debería esperar ver su lado cariñoso y atento. Sin embargo, era una persona respetuosa, con determinación pero poca paciencia. Me atreviera a decir que la confianza entre nosotros era, al menos, más abierta que la que había tenido con alguna de sus parejas. Igualmente en varias ocasiones me he dado cuenta que apenas conozco poco de él. Tal vez pasar tiempo juntos nos iba a servir para descubrir cosas que no sabíamos el uno del otro, habíamos tenido unos años separados y sin saber noticias de ambos, así que ya comenzaba a preguntarme qué cosas nuevas había en nuestra relación.

—Digamos que últimamente me he mantenido solo. No quiero a nadie ahora, me siento bien así —dijo recostándose en el sofá. Sus facciones faciales se veían relajadas y su cuerpo emitía un ligero calor que llegaba hasta el mío. Me sentí satisfecha con su respuesta y opté por no seguir haciendo más preguntas.

Estuvimos viendo Los Simpson por un rato hasta que el hambre atacó. Entonces, me levanté y en eso Kalum tomó mi mano haciendo que me detuviera un segundo.

—¿A dónde vas?

—A la cocina. Tengo hambre.

—Uff... Yo igual, vamos —se puso de pie y fuimos juntos.

Busqué un paquete de galletas y lo abrí caminando de nuevo a la sala, y él me confesó:

—Ya estoy aburrido de ver Los Simpson. Hagamos otra cosa, ¿sí? —lo observé parpadeante por unos segundos tratando de buscar alguna respuesta en mi mente.

—¿Y si subimos y ponemos algo de música? ¿Te acuerdas cuando lo hacíamos antes? Que nos quedábamos bailando y cantando hasta que mamá nos regañaba —noté como una sonrisa se dibujaba en su rostro—. No lo sé —me encogí de hombros—, tal vez podamos hacerlo como en los viejos tiempos —solté inocentemente. Él tomó mi mano y se apresuró escaleras arriba soltando unos grititos agudos y algo escandalosos, que me hicieron negar con la cabeza y reír.

Al entrar a mi habitación, él se echó en mi cama y yo fui a la computadora, y puse una lista de reproducción en aleatorio. Cantamos varias canciones y bailamos espontáneamente, saltamos en la cama mientras comíamos las galletas saladas. Después de un rato tonteando, encontrándome parada en mi colchón, perdí el equilibrio y casi caigo hacia atrás si no fuera por Kalum, que parado a mi lado, como acto reflejo me haló hacia él fuerte. Tan fuerte que caímos en la cama rebotando un segundo. Hubo un silencio y luego soltamos varias carcajadas. Me acomodé en su pecho y esperamos a que nuestras respiraciones volvieran a la normalidad. Podía escuchar su corazón latir muy rápido, y como lentamente iban bajando sus latidos igual que el mío. Él comenzó a acariciar mi cabello y me sentí completamente dopada de relajación, así que cerré los ojos y en segundos ya me había dormido.

¿Qué les parece este primer capítulo de SDMS? 🤭🤭

Déjenme sus comentarios, su opinión es muy importante 👀.

Veremos qué sucede en el segundo día de Ana conviviendo con Kalum 😳

XOXO 💋
Nuvenave

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top