Capítulo 25 | Maratón 2/3

Einar volteó para encontrarse con las personas que están llamándolo.

No obstante, el pánico lo obligó a quedar estático cuando contempló a Lizzie correr en su dirección.

—¡Te voy a matar! —exclamó.

—¡Elizabeth! —gritó—. ¿Qué estás haciendo? —cuestionó inquieto.

Agarró los antebrazos de la adolescente con preocupación. Luego llevó una de las manos hacia la mejilla de esta a fin de buscar algún rasguño.

—¡No! ¡Tú dime qué rayos estás haciendo! —reprochó—. ¿Piensas abandonarme? —siguió con rabia, dando golpecitos en el pecho del contrario—. ¡¿Por qué no me lo dijiste?! —reclamó mostrándose emocional.

Las lágrimas cristalizaron los ojos azules de Elizabeth y Einar no fue capaz de apaciguar la ansiedad de su niña.

—Ve a casa con tu amiga. Allí estarán seguras —recomendó viendo a la chica pelirroja detrás de ella—. Sé que estás preocupada por mí... pero corres peligro estando aquí afuera.

—¡No voy a dejarte solo! —afirmó, separándose de él—. Estamos en esto juntos, ¡eres mi padre! —aseguró, temblando por el miedo de saber que tal vez sea la última vez que lo vea—. Tú no viste... ¡Hay muchos de ellos! ¡Y nada me garantiza que vaya a volver a verte! —confesó entre lágrimas.

Elizabeth se encuentra alterada, es más, ni siquiera sabe cómo expresar los sentimientos que mantiene en el estómago, los cuales le producen dolor.

El miedo de quedar sola la sofoca. No es esa la única razón de estar gritando desesperada, también tiene muy presente lo que Audrey confesó. El terror de que vengan por ella la está volviendo loca.

Los recuerdos de haber jugado con él cuando era una niña aparecieron con rapidez. Al igual que las veces que lloró de tristeza y enojo por no ser capaz de integrarse con los demás.

—¡Mírame! He sido enseñada por ti —gruñó, mostrando el artefacto de plata—. No voy a abandonarte, ¿oíste?

—Ahí vienen —balbuceó Audrey, viendo hacia el bosque—. ¿Qué debemos hacer? —preguntó asustada.

Einar se giró sintiendo la presencia de bestias nocturnas.

Luego volteó la vista a Elizabeth, de hecho, le sorprendió haberse topado con la determinación de ella como nunca antes. Además, sabe que ahora las palabras sobran cuando se trata de la hija de sus amigos.

—No se separen —ordenó.

—Por cierto, tienes que volcar un poco de sangre en el orificio para activarla —explicó Audrey viendo a Elizabeth—. Ella será tu arma hasta que mueras, ¿entiendes?

—No es necesario que se involucren en esto, pero no bajen la guardia —carraspeó Einar.

Por su parte, Elizabeth cortó su muñeca y volcó algunas gotas de sangre en el orificio del afecto cilíndrico.

Entonces sintió vibrar el objeto de plata y sin querer se produjo un corte en el antebrazo gracias al filo de la katana que apareció ante ella.

—¡Oh! Qué preciosa es —chilló Audrey, viendo el arma filosa en el suelo—. Tengo algunas vendas en mi mochila, déjame buscarlas —declaró.

Se acuclilló con el objetivo de cubrir la herida de 10 centímetros que se hizo Elizabeth en el brazo debido al filo.

—La katana era de tu madre —balbuceó Einar—. ¿Cómo la obtuviste? —preguntó molesto, quizá, porque teme que se haya metido en líos por ella.

—Se la dio mi maestro —aclaró con rapidez Audrey—. Él la robó para Elizabeth.

La mirada de la recién nombrada contempló con admiración el brillo del arma blanca e ignoró la herida que se hizo al tomarla con orgullo.

—Cubre su brazo.

—¡Sí!

Audrey se aferró a la extremidad de Elizabeth y lo empezó a vendar con una rapidez que podría dejar helado a cualquier profesional de la medicina.

—No son vampiros, pero la sangre puede alterar a los licántropos, más cuando se trata de prisioneros sanguinarios en luna llena —explicó Einar.

—Además, adquieren más fuerza gracias a ella —agregó Audrey.

A continuación, los aullidos anunciaron la presencia de bestias sobrenaturales y, sin querer, ambas retrocedieron. Por lo que, Elizabeth llegó a una conclusión en el momento que humanos semi-transformadas fueron visibles por la luna. La realidad de haber vivido entre familias de hombros lobos a lo largo de su vida le hizo pensar que eran incapaces de ser peligrosos.

No obstante, cuando llegó al pueblo, su teoría de que se hallaban seres inofensivos se vino abajo en el momento que vio a su mejor amigo.

Él era un niño atormentado por dos monstruos llamados padres, de manera que, esto traería consecuencias desastrosas en un futuro.

Sin embargo, al momento de actuar, los licántropos pasaron de ellas porque la realidad es que no estaban buscando asesinar a humanos, sino enfrentar a los causantes de las heridas de un niño, su Alfa.

En cambio, Einar está de pie sin inmutarse en espera del primer hombre lobo arrogante que decida enfrentar a un cazador con su presencia.

El mensaje que recibió fue claro, tenía prohibido moverse de la entrada del pueblo hasta el amanecer. No obstante, había algo extraño en el comportamiento de los licántropos.

—¡Van por Adalsteinn! —afirmó Elizabeth—. Es una guerra para tomar su cabeza —confesó atando los cabos sueltos.

Aun así, escuchar los gritos de personas al ser arrastradas al centro de la ciudad los obligó a girar.

—¡Cuidado! —exclamó Audrey.

Un enorme lobo gris se lanzó hacia Einar.

Por lo cual, el viejo Especialista estiró una de las manos enseñando su látigo y lo envolvió en el cuello del animal, arrojándolo en otra dirección.

Las chicas gritaron emocionadas por la fuerza abismal del mayor al haber lanzado como si nada a un licántropo que supera en peso a un humano promedio.

Pero los chillidos se esfumaron cuando un grupo de bestias los rodeó, por lo que las adolescentes se tomaron de la mano de manera temerosa.

Einar se encontraba protegiendo y resguardando el futuro de las dos chicas, porque los licántropos solo desean acabar con él. Una persona poderosa que ha matado a más de un Alfa. Así que, en estos momentos, su objetivo es obvio.

La sangre de las bestias salpica el pavimento; la plata se adhiere a los cuerpos peludos y rasga el cuero; la humillación de ser acorralados por un hombre los enfurece y las heridas tardan en recuperarse.

A continuación, uno de ellos aulló con furor llamando a uno de sus líderes.

—Viene uno peligroso —tragó Einar, viendo de reojo a las jóvenes.

Observó su látigo ensangrentado y analizó los movimientos de los que se encuentran a su alrededor. Ellos retrocedieron liberando sutiles gruñidos, demostrando que no están contentos con los resultados.

De modo que, le abrieron paso a un lobo enorme, incluso se atrevió a pensar que es igual de inmenso que un Beta o mayor.

—Estoy demasiado viejo para enfrentar a un Alfa —escupió con perversidad, haciendo crujir el cuello al moverlo de un lado a otro.

Es un depredador que camina con lentitud hacia su presa, observándola con atención mientras es consciente que el cazador se fatigó por el desgaste gracias a su respiración y pulso acelerado.

El primer movimiento lo dio el Especialista, moviendo el látigo en dirección al licántropo, pero este tiene más presencia y al parecer más experiencia que los anteriores porque esquivó su bienvenida.

—¡Cuidado, Elizabeth! —gritó Audrey, activando su arma para apuntar con su arco al lobo que se arrojó a la chica.

Einar volteó.

—¡Corran!

La flecha que lanzó Audrey acertó en el pecho del licántropo, haciéndolo caer al suelo y suplicar por el dolor. En cambio, con el rostro salpicado con la sangre de este, Lizzie tembló viéndolo quejarse.

—¡Vamos al juego! Allí estaremos seguras —reclamó Audrey con fuerza.

—Pero Einar —susurró Elizabeth viendo a su tutor.

Entonces el de ojos verdes volteó y esbozó una sonrisa.

—No pretendo morir hoy —concluyó mostrándose seguro—. Ve.

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