Capítulo 18 | Herida

Elizabeth Hoffman

—No guardes silencio, Einar —reté.

—¿Qué debería decirte? —preguntó, por lo bajo, encogiéndose—. Sé que sabes la respuesta —balbuceó.

Golpeé la mesa rabiosa.

—Pero no la he oído de ti —murmuré melancólica.

Me preocupa que de todas las personas en el mundo él sea capaz de mentirte.

Creí que eras sincero conmigo.

Él hizo una pausa antes de continuar.

Sé que Einar es un padre adoptivo excepcional, pero nunca ha sido sincero y me está ocultando muchas cosas que quizás tengan que ver con mi identidad. Me lastima no saber quiénes somos y por qué siempre estamos en continuo movimiento.

No sé cómo él consideró que nos quedáramos en esta ciudad por mucho tiempo, pero pienso que fue por mí. Y verlo empacar de la nada hace que mi corazón se estruje, porque deduzco su respuesta.

Oprimí los labios, bajando la mirada con los ojos repletos de lágrimas. Sintiendo el fuerte palpitar de mi corazón mientras recuerdos de mi infancia revolotean en mi mente.

—No soy como tú —susurré, ahogándome en un vaso de agua gracias al nudo que tengo en la garganta.

Él se detuvo, levantando con rapidez la cabeza de las cajas para mirarme. Su labio tembló, porque supongo que no esperaba verme llorar en silencio.

—¡Esta ciudad es mi hogar! Aquí tengo una vida por delante y si lo haces porque estuve en riego... carajo, ¿por qué no me cuentas toda la verdad? —lloré desesperada, sintiendo ardor en mi pecho mientras no puedo encontrar las palabras exactas—. S-Sé... —hice una pausa al empezar a balbucear—. Sé que es difícil para ti y estoy muy agradecida por todo lo que realizaste por mí. Pero anhelo que me comprendas —musité, sentándome en el sofá y cubrirme los ojos—. Quiero ser entendida.

Lloré con fuerza, golpeando los cojines con las pocas ganas que tengo porque me estoy hartando de la situación.

Te detesto.

Sollocé, sintiéndome desconsolada, viendo el techo de nuestra casa mientras todo se está yendo al demonio, porque Aren hizo algo que no voy a perdonarle y es haberme abandonado. Me dejó sola como lo hicieron mis padres antes de morir y eso me hace arder de la furia.

Me pongo de pie, apretando los puños y con el ceño fruncido, observo a Einar molesta.

—¡Adelante! —grité a fuerza de pulmón—. ¿Quieres abandonarme? Hazlo. ¡No vuelvas! —estallé enojada, más de lo que debería.

—Oh, niña... —murmuró sorprendido, sintiéndose agitado por la situación.

Él dio un paso en mi dirección, pero levanté la mano para detenerlo.

—No, ya no más "oh, niña" porque merezco más que esa maldita basura —aclaré, pateando la mesa del living que se interpone entre nosotros.

—Sé que estás enojada, Elizabeth —murmuró con calma, a lo que intenté replicar, pero me frenó para poder continuar—. Te entiendo —susurró.

A cambio, mi mirada se aflige porque siento que mi mundo se desvanece a mi alrededor gracias a esas palabras.

—Pero también quiero que me entiendas a mí —murmuró, relamiéndose los labios con los ojos vidriosos por las lágrimas—. Para mí no es fácil contarte cómo se dieron las cosas. Yo aún no estoy preparado —hizo una pausa—. Pero quiero que sepas que eres mi vida, Elizabeth —musitó, acercándose para estrecharme entre sus brazos—. Haría lo que fuera por verte feliz, porque ese era el deseo de tus padres.

Me deshago, ya no hay palabras, no quedan pensamientos claros y sé que aquí no va a terminar el sufrimiento. Hay mucho más que la desaparición de Aren, mi pasado, la manada y los cazadores. ¿Qué tengo que hacer?

¿Por qué no pudiste cumplir tu promesa?

Hago un mohín, cerrando los ojos para frenar el llanto.

(...)

Narrador Omnisciente

—¡Vamos, Elizabeth! —gritaron al unísono los tres mosqueteros.

La chica solo trota detrás de ellos con la mirada perdida en el camino de tierra, no es que sea difícil llevarles el ritmo. De hecho, Einar hace que Elizabeth corra todas las mañanas y tardes para estar en forma, ya que no le gusta que ella se quede atrás cuando salen a recorrer el bosque. Pero, todo lo que ha sucedido, provocó que divague en más de una ocasión.

La pérdida de un amigo le produjo una grieta en el corazón. Sin embargo, eso no va a quedarse así, Elizabeth pretende cambiar el rumbo de la historia, empezando a ponerle límites a los demás.

No voy a sufrir en vano.

Asumió.

No obstante, se detuvo de golpe, enterrando con fuerza los pies en un charco de agua, porque algo había llamado su atención.

¿Qué es esto?

Frunció el ceño, acuclillándose a un lado del camino para analizar con cuidado la rendija que refleja por los rayos de la mañana, la cual es camuflada por el pastizal de la zona.

—¿Qué es esto? —musitó, retirando el lodo de su alrededor para observar hacia adentro—. ¡Miren! Hay un sótano —anunció emocionada—, ¿dónde estará la entrada? —preguntó, aferrándose al metal a fin de aventurarse por el estrecho lugar.

—¡Aléjate de ahí! —estalló Félix.

No obstante, cuando Elizabeth volvió la vista a la rendija, se encontró con una mirada amarillenta y su mano aprisionada por unas garras bien afiladas.

Ella gritó aterrada, cayendo hacia atrás al tirar de su brazo para ser liberada, pero el hombre lobo cada vez enterraba más las afiladas uñas en su muñeca gracias a que la mitad de su brazo se encuentra adentro.

—Oh, Luna —murmuró Bennett, siendo paralizado por la situación.

Las manos del rubio abrazaron por la cintura a la chica, quien patalea y grita por los nervios de no ser liberada. A su vez, el brazo prisionero por el licántropo fue agarrado por Trevor y Félix.

El segundo, no dudó en hacer crecer sus garras y, con rapidez, enterrarlas en la carne del agresor para que libere a su amiga.

—¡Duele mucho! —sollozó Elizabeth, enrojecida por aguantar el ardor de percibir como su muñeca es desgarrada.

—¡Llama a nuestro Alfa! —ordenó, Trevor, por sentir el aroma de la sangre de Lizzie.

—¡Nos vamos a ganar un castigo! —bramó, desesperado, Bennett, respirando con dificultad por el shock.

—¡¿A quién carajos le importa?! ¡Me está arrancando la muñeca!

—¡Suéltala!

A pesar de los arañazos de Félix, el contrario no muestra signos de querer soltar a Elizabeth, por lo que, no hubo otra alternativa.

Es ahora cuando Admes se hizo oír por toda la ciudad de los lobos. A través de un aullido que solo los Betas utilizan para comunicarse con sus Alfas. Los licántropos temblaron por el llamado.

Los pájaros revolotearon en el bosque. Y, al cabo de unos minutos, Bennett cayó al suelo con Elizabeth recostada en su pecho.

Sus cuerpos no dejaron de temblar gracias a lo acontecido, la sangre inundó las fosas nasales de los tres hombres lobos jóvenes, quienes contemplaron por primera vez una escena sangrienta hacia un humano.

El corazón de Félix palpita con frenesí, porque no puede dejar de contemplar en un estado de shock la muñeca de Elizabeth. Ella se encuentra hecha un desastre, peor que eso, las garras del licántropo por poco arrancaron toda su piel y miembro, por lo que la carne expuesta de su extremidad está a la vista de los cuatro y la sangre no solo mancha su ropa, también se encuentra en sus rostros.

—P-Por poco... m-me arrancan el brazo... —hipó, en un tono bajo, aguantándose las lágrimas.

Entonces el grito desgarrador de Elizabeth se escuchó por el bosque.

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