Capítulo 09 | Fuerza
Narrador Omnisciente
El puño de Aren fue detenido por Félix, quien abandonó su pequeño cuerpo con el objetivo de igualar la situación. No solo una vez lo detuvo, de hecho, equilibró la diferencia con la fuerza para tratar de seguirle el ritmo porque un humano que tiene la capacidad de estar en sintonía con su lobo es mucho más fuerte que cualquier otro.
El chico de ojos verdes alejó el brazo para poder golpearle el estómago, haciendo que retroceda por el impacto del derechazo.
Sin embargo, la fuerza que fluye por el cuerpo del futuro Alfa es diferente, un puñetazo vuelve colisionando en el rostro del chico, dejándolo casi noqueado. Este se arrodilló en el suelo, quedando atontado, sintiendo como su mundo empezó a dar vueltas, hasta que escuchó un grito.
—¡Déjalo!
El tronco se partió a la mitad cuando hizo contacto con la espalda de Aren, sepultándolos a los tres en un silencio abrumador.
—¡Félix es un idiota, pero eso no te da el derecho a golpearlo! ¡Estúpido! —gritó molesta, ardiendo de la furia.
Las manos de Elizabeth temblaron cuando se quedó enfrente de su mejor amigo, sin contenerse y reprimirse por los acontecimientos recientes.
—Deja de controlar a Aren —susurró rabiosa, encontrándose con la mirada del lobo—. ¡Porque voy a enfadarme!
Félix se quedó sin aliento antes de percatarse y asumir que Elizabeth jamás tendría arreglo, es decir, siempre ha sido una persona audaz y arrebatada.
No sé por qué no me sorprende su comportamiento.
«Eres una humana desagradable».
El cuello de la joven castaña fue agarrado por una de las manos del hombre lobo con fuerza y sin temor a romperlo en miles de pedazos.
«No eres importante para él. El chico solo está llenando su soledad contigo».
—No me interesa lo que digas... —balbuceó, aferrándose a la muñeca del más alto, seguido de picarle los ojos.
A cambio, él la lanzó lejos de su cuerpo.
—Tú no conoces a Aren. ¡Estás alardeando porque eso es lo que hacen los débiles! —escupió, acariciándose el cuello para apaciguar el dolor de aquel estrangulamiento.
La mirada de la bestia detonó enojo cuando se encontró con la pequeña chica en el suelo.
Él avanzó dando largas zancadas hacia Elizabeth y ella retrocedió, arrastrándose, lastimándose las manos y piernas con las espinas que abundan en el suelo del bosque.
—¡No tengo miedo, ¿oíste?! —gritó a todo pulmón, sintiendo como se aferró a su tobillo para atraerla hacia él.
«Entonces, ¿por qué estás temblando?».
Las garras del lobo rozaron con perversidad las piernas de la chica, dejando sutiles rastros de arañazos en su piel. Por lo que, oprimiendo los labios con fuerza, ella negó de un lado a otro, incapaz de aceptar el dolor.
Esto es por ti, Aren.
—Tú no tienes valor —sentenció siendo agarrada brutalmente del cuello—. No serás un Alfa si sigues creyéndote superior a los demás. ¡Un líder es un guía! Y tú careces de fortaleza para proteger a la manada. No eres un... —Alfa.
El puñetazo que Lizzie recibió en la cara los dejo a ambos en silencio.
La nariz de la chica, completamente enrojecida, empezó a sangrar debido al fuerte golpe de la bestia. Aun así, a pesar del dolor y las lágrimas que se deslizan por sus mejillas, se tragó el nudo que se le formó en la garganta y lo miró rabiosa.
Tensó la mandibula para no lloriquear por el golpe que recibió, pero tampoco va a rendirse cuando se trata de su mejor amigo.
—¿Piensas que es la primera vez que me dan un golpe? —murmuró con enojo—. Eres lamentable, bestia.
¿Qué tan poderosos pueden llegar a ser los humanos cuando la determinación recorre sus venas?
—Algún día.
—¿Algún día? —repitió.
—No voy a poder retenerlo por mucho tiempo, te lo ruego, cuando suceda no te acerques a mí, Elizabeth —murmuró.
—¿Ah...? ¿Cómo dices...? —tartamudeó—. Yo no quiero hacerlo, no puedo dejarte solo en esto.
—Tendrás.
—¡Aren!
—¡Te lo ordeno! —gritó.
Los ojos de Elizabeth se humedecieron por la impotencia que le generaron las palabras de su mejor amigo. Aun así, se encogió en el lugar.
Tú nunca me tomarás en cuenta. ¿Así cómo pretendes que yo te proteja de ti mismo?"
—Elizabeth.
No respondió.
Su mirada en el suelo, las lágrimas cayendo de sus ojos cristalizados y el paso apresurado no contuvieron su amargura. La misma que envenena su corazón separándolos, sin querer, a los dos cuando él sigue construyendo de a poco aquel molesto muro de hierro.
—Déjame —musitó, en un susurro, sintiendo los brazos de su compañero aferrarse a su cuerpo.
—No quiero hacerlo, por favor —suplicó.
Eso fue lo que colmó la cordura de la joven, quien se volteó dispuesta a separarse del chico.
—¡Estoy harta de esto! —exclamó, dejándolo atónito—. Ya no quiero que sigas protegiéndome. ¡¿Crees que por ser humana no sé defenderme?! ¡Estás equivocado! ¡¿Qué hay de ti?! ¡Solo sé que te llamas Aren! —sollozó rabiosa—. ¡No quieres abrirte! ¡No deseas hablar! No dejas que comprenda el dolor que sientes, pero déjame decirte algo... —murmuró, acercándose a él— yo sí me doy cuenta de que estás sufriendo. ¿Sabes qué es lo que me molesta? Que, a pesar de quererte, me alejes cada vez que intento protegerte. Eso me duele, ¡pero tú no te das cuenta! —lloró con más fuerza, apretando sus manos sin temor a lastimarse.
—Lo lamento.
—¿Eso es lo único que piensas decirme? ¡¿Lo siento?! ¡Yo debería sentirlo! —exclamó molesta.
—No puedo asegurarte seguir siendo el mismo luego de que él aparezca —confesó.
—A mí no me importa quién seas en ese momento —afirmó.
Las palabras de Elizabeth conmovieron a Aren porque no comprende por qué ella intenta seguir aferrándose a él cuando no es nadie.
Yo no puedo darte nada, Elizabeth.
—Lo juro.
Su mirada se conectó con la de la chica, quien con elocuencia prometía algo que él no comprendía. Aun así, luego pudo entender sus palabras cuando ella mismo se aferró a su cuerpo.
Aren permitió que su mejor amiga llorara en su pecho porque es cálida y sus sentimientos le producen comodidad. No logra comprenderla, pero las lágrimas que se liberaron de sus propios ojos vacíos lo habían entendido todo.
Aren empezó a llorar en silencio.
—Yo voy a quedarme porque no quiero alejarme de ti —balbuceó, en un hilo de voz—. Sin importar qué, nosotros seremos amigos y si tu bestia intenta apartarme, voy a seguir aferrándome a ti, ya que... eres mi familia —confesó entre lloriqueos—. No le quites valor a tu vida porque no la comprendes, sino que trata de buscarle un sentido.
El corazón de Aren dio un vuelco gracias a las palabras de Lizzie que calaron en lo más profundo de su alma, por lo que no pudo evitar abrazarla con más fuerza, atrayéndola, si se puede, más a él.
Ya no duele más porque estás tú, Lizzie.
La diferencia de altura no lo privó de hundir su rostro en el cuello de la más baja.
—Te amo —balbuceó.
Fue la primera y última vez que Aren confesaba lo que sentía.
Volviendo a los acontecimientos recientes, las lágrimas no fueron capaces de borrar los recuerdos, ni tampoco el sentimiento que guarda hacia su mejor amigo.
—Me duele, Aren. Me lastima que no seas fuerte ante él —declaró.
«Eso es. Tú sigue balbuceando hasta que no puedas más».
Las garras de la bestia rasgaron la blusa de la chica, rasguñándole el estómago. A lo que, retorciéndose de dolor, ella se mordió la lengua para no gritar por el ardor de su lastimadura.
Sin embargo, la luna fue sublime en aquel momento, un gruñido poderoso hizo temblar a los presentes, produciendo que ambos voltearan y se encuentren con el protagonista de aquella presencia significativa.
Los ojos de Elizabeth vacilaron cuando la realidad de estar en una manada había tomado forma. Félix, de complexión pequeña, cedió su cuerpo humano para enseñarles la verdadera imagen de un Beta poderoso.
«Me he enfadado, Alfa».
Gruñó.
«En ese caso, ¿qué estás esperando?».
El lobo corrió en dirección a la bestia sacándolo sobre la chica, la cual se alejó de los licántropos en el instante que estos empezaron a pelear.
Los gruñidos, las mordidas y los arañazos no se hicieron esperar, más cuando los dos buscan salir victoriosos.
Alfa y Beta, futuro líder y mano derecha, ambos siendo acorralados por la furia que corre por las venas de sus lobos, los mismos que no piensan ceder hasta que uno caiga.
¿Por qué?
Las manos de Elizabeth temblaron debido a las imágenes devastadoras que pasan enfrente de ella. Su piel erizada por el miedo que le producen las mordidas de Félix en Aren la congelaron, porque no solo ahora el lobo de aquel chico pequeño supera en tamaño a su mejor amigo.
Además, se cuestionó la habilidad que posee la bestia de Aren: ¿por qué él es diferente a su humano? ¿Acaso lo ha contenido porque sabe su verdadera naturaleza como licántropo?
Se cubrió la boca con las manos.
¿Es esto lo que has intentado ocultarnos a todos?
El cuerpo semilobuno de Aren tomó distancia para retomar el aliento, tronando su cuello mientras ve con un eje de superioridad al contrario que está tenso. La sangra se desliza por su torso desnudo, pero no se permite liberar una queja, es más, la sonrisa macabra que lleva en el rostro es perturbadora.
En cambio, Admes, el lobo de Félix, en la parte del muslo le cuelga un pedazo de piel que le arrancó el chico.
«Así me encuentre en este estado, mi voluntad será incomparable. No puedes igualarme a mí, a un Alfa, pero pienso reconocer la fuerza de mi mano derecha».
Elizabeth hizo presión en la herida de su estómago para evitar desangrarse, pero las cosas están pasando a ser historia debido a las imágenes borrosas que se hacen con ella.
«Aun así, voy a matarte».
Ese tono de voz en su mente la paralizó de pies a cabeza, porque captó que el lobo de Aren no tiene límites.
«Lo estoy esperando».
Por favor. Detente.
La sangre se desliza por sus pieles mientras las garras defienden sus cuerpos heridos, los dientes de Admes se enterraron con fuerza en el antebrazo de Aren generándole balbuceos incoherentes. Y, lastimosamente, no solo los huesos de la pata del lobo sonaron, sino que el corazón de Elizabeth se deshizo cuando la bestia mostró su verdadera naturaleza, oyendo al menor aullar por el dolor.
La voz se le había estancado en la garganta cuando Admes cayó al suelo, liberando quejidos e intentando por todos los medios de ponerse de pie. Aun así, es una tarea inútil. Entonces Elizabeth, a pesar de estar tambaleándose por la pérdida de sangre, se encaminó hacia su compañero para poder ser su escudo y no dudó cuando él levantó el brazo enseñando sus garras ensangrentadas.
—¡Detente! ¡Vuelve, Aren! ¡Vuelve, por favor!
Lloró, posicionándose en medio de ambos, haciendo que la misma bestia detuviera el golpe final.
—¡No me quites lo único que tengo! —lloró sin consuelo al dejar de hacer presión y abrazarlo con fuerza.
Las lágrimas mancharon el pecho del más alto, pero la chica cayó de rodillas en medio del gesto por no poder seguir estando de pie.
—Devuélveme a Aren —rogó—. Te lo suplico —suspiró, deshaciendo el agarre.
En consecuencia, ella cayó al suelo, desvaneciéndose mientras las lágrimas eran protagonistas de su visión distorsionada.
Lo último que Elizabeth recuerda, antes de cerrar los ojos, es un fuerte aullido seguido de una melodía de lobos que empatizaron con aquel llamado.
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