Capítulo 08
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(...)
Narrador Omnisciente
—¡Se supone que debes llevar a Elizabeth al hospital! ¡Deja de seguirnos! —estalló Trevor—. ¡¿Bennett?! —gritó, viéndolo correr a su lado con la chica en brazos.
—¡No pude evitarlo! —chilló abrumado, observándolo a los ojos—. ¡Estoy nervioso! —confesó.
«El niño no puede olvidar lo que él le hizo al brazo de Trevor. Bennett es asustadizo».
Félix tragó con dificultad oyendo la honestidad de su lobo con los demás, porque siendo sincero con sus amigos y consigo mismo, afirma las palabras dichas por su bestia. Él se percibe asustado. De hecho, a día de hoy, no puede sacarse de la cabeza el sonido de los huesos al romperse del brazo de su compañero.
—No deberían alarmarse —musitó, en un tono tenue, quien corre detrás de ambos.
—A veces me inquieta la armonía que posees en los momentos de vida o muerte, Félix —comentó con seriedad.
El recién nombrado esboza una sonrisa al escuchar las palabras de Trevor, el mismo que decide mantenerse neutral.
—No, por favor —tarareó divertido—. No puedo darme el lujo de perder la calma, porque mi bestia debe estar en sintonía conmigo para poder ser el futuro Beta de la manada. Mi padre me ha enseñado por años a manejar situaciones de este estilo, más cuando a su lado yace un Alfa que es incuestionable —aclaró ensombreciendo el semblante, recordando a su padre, un hombre extraordinario, ponerse de rodillas ante alguien como Adalsteinn.
«No debería juzgar de esa manera de nuestro líder, joven Félix».
Me he dejado llevar. ¡Qué impertinente!
Recordó.
—Siento el aroma de Aren, pero es... diferente —comunicó Bennett, sus ojos verdes brillaron bajo la luna.
—Él no está solo —bramó, percatándose de la abrumadora presencia de su próximo líder—. Eso, eso quiere decir que él la ocultó.
—En resumen, alguien se ha intentado pasar de listo. Pero, ¿por qué Aren y Elizabeth? —cuestionó, el más pequeño, viendo a sus compañeros.
—Él no tiene la capacidad para controlar a su lobo, ¿acaso lo hemos visto convertido? —cuestionó molesto, el de mirada oscura, sintiendo el sudor deslizarse por su frente.
Esto no tiene buena pinta.
Pensó Trevor.
—Estás en lo cierto, por lo que no solo tendremos que defender a Elizabeth, sino que apresar a los maleantes y tratar de no salir heridos por las garras del hijo de nuestro líder —manifestó con ironía Bennett, aferrándose al cuerpo de su compañera.
—Al fin —suspiró en un tono tenue—. Me emociona la idea de conocer a la bestia de Aren.
—¡Concuerdo contigo, Félix!
Trevor, Bennett, Félix y Elizabeth, en los brazos de su compañero rubio, se dirigen hacia la posición de la explosión impacientes por saber qué está ocurriendo y qué conflicto envuelve al hijo de su Alfa, Adalsteinn.
Las preguntas abundan en la mente de todos y las respuestas empiezan a ser escasas con el tiempo. ¿Quién sería capaz de atacar a un hijo de dos Alfas? ¿Quién generaría un conflicto atroz?
Sin embargo, la adrenalina es presa de ellos, saber que podrán contemplar la verdadera apariencia de aquel lobo que es una incógnita es excitante. ¿Qué tan poderoso será su próximo líder? ¿Acaso superará las fuerzas de sus padres?
Hay muchas preguntas rondando por sus cabezas que el simple hecho de cuestionarse tantas cosas les produce ansiedad.
—¡Lo veo! —estalló un eufórico Bennett.
La mirada de Trevor vaciló por unos segundos cuando percibió la inestabilidad de Aren.
—Protege a Elizabeth —ordenó con rapidez.
El chico de cabellera rubia frunció el ceño, siendo incapaz de comprender las palabras de su amigo. Aun así, tuvo que aferrarse con fuerza al cuerpo de su compañera de instituto cuando en medio de aquella polvareda los ojos del lobo destellaron bajo la luz de la luna.
«Protégete a ti mismo, Bennett. Elizabeth será protegida por el joven Félix».
Demandó siendo elocuente, el lobo del más bajo en la mente de los tres chicos.
«¡Esto va a ser divertido!».
Estalló con fiereza, esta vez, la bestia de Trevor.
—¡Aren! Hemos encontrado a... —Elizabeth.
Las palabras de Bennett se quedaron en el aire cuando se dio cuenta de que el chico nuevo se encuentra moribundo en el suelo.
—¡No tiene capacidad de autocontrol! ¡Él no es Aren!
Los tres presentes se impactaron por las palabras dichas por Aiden. Además, no es que su tiempo de reacción fuese malo, pero Aren salió disparados hacia ellos y las circunstancias empezaron a tornarse complicadas cuando las posibilidades se convirtieron en una bestia difícil de domar.
No solo se vieron obligados a detenerse, sino que estaban entre la espada y la pared cuando el líder de su trío detuvo a la bestia enfrente de ellos.
Los pies de Trevor se enterraron en la tierra húmeda y sus manos se aferraron con fuerza a las contrarias que ejercen presión.
—No voy a permitir que te acerques a mis amigos —declaró, observando a los ojos oscuros de su compañero.
«Buena suerte con eso, debilucho».
«No ofendas a mi chico».
La camiseta negra de Trevor se rompió en el momento que su cuerpo empezó a crecer, dando la bienvenida a su lobo cuando sus ojos negros alabaron a la noche y a su diosa.
A cambio, Félix hizo posesión del cuerpo de Elizabeth para poder hacerse cargo de ella sin la necesidad de preocuparse por el idiota de Bennett que tiende a meter la pata.
—¡Les ordeno que retengan a la bestia de Aren! —demandó en un susurro antes de desvanecerse con Elizabeth en brazos.
«Es incuestionable el hecho de que el lobo de nuestro futuro Alfa sea más fuerte que Trevor y Bennett, joven Félix».
—Lo sé, pero no puedo permitir que Elizabeth salga herida. Ella es una humana, Admes.
—¡Félix!
El grito desde el fondo de la garganta de su compañero Bennett llegó a sus oídos con rapidez. Él volteó ligeramente la cabeza para encontrarse con el rostro de Aren o la bestia que intenta tener dominio de su cuerpo.
En ese preciso momento, el joven de contextura pequeña vaciló, admitiendo que fueron los segundos más decisivos que ha tenido para tomar una decisión. Por lo que, sin dudarlo, abrazó a Elizabeth contra su pecho recibiendo un golpe en las costillas que lo hizo volar.
En el trayecto de haber rodado por el suelo llenándose de tierra y comiendo césped no pudo evitar apretar más a su compañera, la misma que mostró signos de estar despertando.
—¡¿Félix?! —gritó consternada.
El cuerpo de ella quedó agazapado sobre el suyo y sus cabellos marrones acariciaban su rostro. Sin embargo, en un movimiento rápido, se aferró a la cintura de Elizabeth para ponerla debajo de su cuerpo y así esquivar a la bestia incontrolable de su superior.
—¿Puedes correr? —musitó agitado cerca de las facciones de la chica.
A lo que ella, ardiendo por la vergüenza e incomodidad, asintió eufóricamente.
—¡Sí!
—Hazlo sin detenerte porque el lobo de Aren está atacando a todos.
Elizabeth movió la cabeza en dirección al cuerpo de su amigo, que ha cambiado por completo.
Lo miró afligida e impactada debido a las importantes cicatrices que decoran su complexión, pero no dijo nada para tragarse el nudo que se le formó en la garganta y se puso de pie con ayuda de Félix.
—Cuídate, Elizabeth —la curva que nació en los labios de él la conmovió—. No vuelvas, por favor. Él no es ese chico que a menudo anda detrás de ti.
—Tú... —balbuceó preocupada, sin poder quitarle la vista a lo que queda de su mejor amigo— cuídate, Félix —suspiró viéndolo a los ojos—. No le hagas daño, por favor. Él es un chico muy bueno.
El pequeño joven, a comparación de la bestia que tiene enfrente, se quedó parado sin inmutarse, percatándose de que su compañera había empezado a correr dejándolos atrás. La curva en sus labios desveló armonía, más las manos en sus bolsillos llamó la atención del lobo.
—Es obvio que intenta apoderarse del cuerpo de Aren, pero no puede porque él sigue teniendo el control —empezó a decir, levantando la mirada del suelo—. Entonces, ¿por qué hace tanto escándalo, Alfa? ¿Acaso no comprende que su humano no pretende dañar a los demás? —musitó divertido, enseñando su sonrisa imperturbable.
Es así como debe referirse a su futuro compañero sabiendo que ambos tarde o temprano tendrán que ser uña y carne, alfa y beta.
«Eres diferente. ¡Qué emocionante! Me he cansado de tratar con inútiles, ¿cuál es tu nombre?».
El cuerpo de Aren se adelantó para acortar la distancia entre ambos, aun así, quedó a diez pasos del más bajo.
—Admes.
Anunció, haciendo una reverencia, para mantener la cortesía.
—¿Tú?
«Solo voy a decirte una cosa, Admes».
Félix entrecerró los ojos debido a la desconfianza de verlo levantar su mano, mostrando una garra.
«Yo no soy un lobo común y corriente».
—En ese caso, esto será interesante, Alfa —aclaró, enseñándole una sonrisa a su superior.
Los ojos verdes del chico se oscurecieron cuando hicieron contacto con aquella azulada y lúgubre mirada. Su cuerpo, que es de contextura pequeña, creció, tanto como la bestia de Aren, pero no se convirtió del todo enseñando la ventaja de ser uno con su lobo.
«Insolente».
El licántropo frunció el ceño debido a la acción de Félix.
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