Sangre Conjurada
Fuegos artificiales eran lanzados al cielo como si se tratara de la Despedida del Año, pero dentro de la oscura casa reinaba el silencio.
El reloj a su lado tocaba la medianoche mientras él recordaba el brillo en los hermosos ojos ambarinos de su esposa. Parecía que era ayer aquella noche que la conoció junto a la Garita del Diablo hacía doscientos cincuenta años atrás. Jamás olvidaría la manera como ella le había sonreído e invitado a una cacería al reconocer su verdadera naturaleza.
Desde el principio Inés había sido su mundo. Uno que ahora yacía roto en pedazos, tirado en el suelo.
Jamás perdonaría al bastardo que la asesinó como tampoco lo harían sus hijos. Catalin fue la más afectada con toda la situación. Ella nunca imaginó que un ser, tan importante para ella, llegara a traicionarla de aquella manera... pero lo hizo y, en cierta forma Razvan se sentía responsable por la tragedia. Si tan sólo hubiese matado al bastardo aquel día, su amada Inés nunca hubiera experimentado la segunda muerte.
Una solitaria lágrima de sangre resbaló por su mejilla para caer sobre la hoja de papel que esperaba por algo de tinta.
Ya eran las doce y dos de la madrugada, era hora de saber si la leyenda funcionaría con su sangre híbrida.
El miedo a decepcionarse le caló en los huesos, pero con tan sólo recordar la voz de su Inés, su resolución se fortaleció. Vació su mente de cualquier duda, tomó la pluma fuente que había llenado con su propia sangre y la apoyó sobre el papel.
Cerró los ojos, recordando las palabras del anciano claramente y luego comenzó a escribir.
Oye mi voz, Inés Montes Vera, y acude al llamado de aquel que te convoca. Ven a mí, que por un día tu voluntad se doblegará a la mía. Ven a mí y comparte estas horas santas conmigo.
Una energía extraña le recorrió el cuerpo desde el momento que trazó la primera letra. Le recordaba a la tibieza que lo invadía al beber un poco de sangre, pero a su vez le parecía tan distinta. Era como si la euforia y la melancolía atacaran su cuerpo por turnos... como si aquel rayo de energía ya lo estuviera preparando para lo que venía.
Cuando terminó de darle forma a la última letra, las palabras se amontonaron en su garganta y tuvo que recitarlas en voz alta o temía que su boca estallaría. No bien terminó, varias ráfagas de viento frío azotaron la casa, abriendo las antiguas ventanas de madera y haciendo volar las oscuras cortinas.
—Sólo hasta la próxima medianoche —susurró el eco fantasmal de una profunda voz masculina, erizándole todos los vellos del cuerpo—. Luego será mía por siempre y no volverás a verla jamás.
Frío se coló dentro del hueco que debería ocupar su alma, mientras su corazón inerte pareció dar un salto dentro de su pecho. Hacía mucho tiempo que una criatura no lo atemorizaba de esa manera, pero esa voz era como ver a la propia muerte en persona. De hecho, estaba casi seguro que era la Muerte quien lo acababa de visitar.
Un enorme silencio se apoderó de la habitación. La sensación de frío desapareció y el terror abandonó su cuerpo antes que una suave voz lo llamara a su espalda. No podía creerlo. No quería creerlo, pero aún así se moría por abrazarla.
—¿Razvan?
Hubo una breve pausa en el que él no quiso moverse por temor a que todo sólo fuera una cruel ilusión. Su cabeza necesitaba la confirmación de que su conjuro había funcionado... de que su amada esposa se hallaba parada detrás de él.
—Razvan, ¿eres tú?
Se giró sin poder responderle y sus ojos se llenaron de lágrimas escarlatas al verla tan bella como el día que había abandonado su mundo hacía tres años.
El cabello negro azabache le caía como una cortina sobre el hombro izquierdo mientras lo miraba con una mezcla de melancolía y enojo en sus brillantes ojos ambarinos. Sus pequeños labios pintados de bronce se apretaban en una fina línea a la vez que luchaba contra sus propias lágrimas; y sus delicadas manos halaban la blusa negra con estampados florales hasta el borde de unos jeans que moldeaban a la perfección sus esbeltas piernas.
Ella siempre hacía eso cuando se cohibía de decir o hacer algo—. ¿Qué pasa, Inés? —preguntó él con una triste sonrisa.
La mujer cruzó la habitación en menos de un segundo y se lanzó a sus brazos, rodeando su cuello con fuerza—. ¿Por qué demonios te cortaste el pelo? —le reclamó sollozando contra su clavícula—. ¡Yo no te dí permiso en ningún momento para que te lo cortaras!
—Mi amor —susurró, besando su cabeza pues sabía muy bien que su rabieta era sencillamente una débil forma de ocultarle sus verdaderos sentimientos. A su esposa nunca le enseñaron a decir un "te amo" ni un "te extrañé", pero sí sabía exteriorizar todos sus sentimientos negativos. Sin embargo, no cambiaría su personalidad por nada del mundo pues cuando ella decía "te amo", era porque lo sentía con cada fibra de su ser.
Se quedaron abrazados mientras ella lloraba por lo que le pareció una bellísima, pero triste eternidad. El inmortal sólo se permitió soltar a su amada dama nocturna cuando el último de los sollozos se detuvo por completo; fue ahí que la apartó suavemente para mirarla directo a aquellos ámbares que tanto habían atormentado sus sueños.
Las leyendas humanas decían que los vampiros no sueñan porque no poseen alma, pero al tener sangre de hombre lobo corriendo por sus venas, Razvan Văcărescu siempre había sido distinto a la norma, haciendo que esas historias pocas veces aplicaran a su persona. Quizás debería agradecerle al dios cristiano porque ese no fuera el caso con el conjuro.
—¿Dónde están los niños, Razvan? Quiero ver a mis hijos.
—En Rumania con su abuelo —le respondió bajando la mirada. Sabía perfectamente que sus hijos lo odiarían por el resto de la eternidad si llegaban a enterarse que él conjuró a su madre de vuelta a la vida a sus espaldas—. Andrés incluso se llevó a Cintia y a tus nietos con él.
Inés sonrió por la imagen de Grigore rodeado por sus bisnietos. Le costaba trabajo creer que el vampiro original permitiera híbridos humanos en su castillo, pero al parecer el tener nueva esposa había cambiado bastante a su suegro—. ¿Entonces mis niños no saben que estoy aquí?
—No. Perdóname —dijo él juntando sus frentes y cerrando sus hermosos zafiros en un esfuerzo por controlar sus emociones—. No estaba seguro de si funcionaría y no quería que se decepcionaran si mi sangre mixta no servía para el hechizo—. ¿Hice mal?
—No, mi amor, hiciste lo que pensaste correcto —Ella le rodeó el rostro con sus suaves manos y lo besó delicadamente en los labios. El cuerpo de su esposo tembló bajo sus manos y ella se apresuró a estrecharlo contra su pecho—. Te amo. No pude decírtelo el día que morí, pero quiero hacerlo ahora. Te amo, Razvan, te amo con todo mi corazón.
—Inés —No pudo contener más sus emociones y lágrimas terminaron bajando por su rostro—. Han pasado tantas...
—Shh, no quiero saber cuánto tiempo ni qué ha pasado, sólo deseo disfrutar... sólo quiero hacerte feliz durante estas veinticuatro horas que nos permitieron estar juntos de nuevo —susurró antes de compartir otro beso, esta vez más largo y apasionado.
Lentamente las manos se aferraron al cabello, sus caricias se fueron haciendo más urgentes y los besos más febriles. Sonidos emergieron de sus bocas, calentando sus helados cuerpos con la llama del amor y provocando que la ropa terminara siendo descartada al suelo. La pasión, el anhelo, el pasado, el presente, los planes inconclusos de un futuro ahora inalcanzable... todo lo que alguna vez fueron o desearon se transformó en el fuego que unió sus cuerpos bajo el abrigo de la fría y oscura noche.
Luego de tres largas y exhaustivas sesiones de amor, Inés dejó a su marido dormitando en su ataúd para luego bajar las escaleras hasta el primer piso de la casa. Cuando miró la sala, su rostro decayó y se mordió el labio inferior hasta sangrar en un esfuerzo por lidiar con las fuertes emociones. Los adornos navideños, que alguien había tenido mucho cuidado en colocar, se hallaban destrozados en pedazos por todos lados.
Las guirnaldas y líneas de lucecitas yacían rotas y sin bombillas sobre los lugares que originalmente habían sido colocadas. Cada uno de los nacimientos sobre las mesas estaba en pedazos a excepción de los ángeles, cuyas figuritas colgaban del techo siendo ahorcados por algunas líneas de luces que aún poseían unas pocas bombillas intactas. Lo único que se había salvado de los brutales asesinatos era el árbol de navidad, el cual todavía parecía estar intacto en su acostumbrado lugar junto a la chimenea decorativa.
¿Acaso ya no soportas ver los adornos navideños, cariño?
De repente sintió las ondas de poder de su compañero y le lanzó un comentario sin dejar de mirar el caos en la sala—. Quien sea que adornó te mandará pa'l casino cuando vea este desastre.
—Ya estoy acostumbrado a los gritos de tu hija.
—¿Fue Ali? —La voz le salió baja y algo quebrada. Lo único intacto, el árbol de navidad, había sido decorado exactamente como a ella le gustaba: con tantos adornos que no se veía ni una pizca de verde por ningún lado. A pesar de odiar decorar de esa manera, su niña le concedió ese regalo.
Sintió un escalofrío de pronto y tuvo que frotarse los brazos para librarse de la sensación que permaneció en su cuerpo. El aliento de Razvan le rozó el cuello un segundo antes que éste la envolviera en un abrazo y luego le besara la piel descubierta de su hombro.
—Te ves tan tentadora con una de mis camisas puestas —susurró él en su oído mientras la apretaba más contra su cuerpo—. Me recuerda lo traviesa que eras cuando aún no teníamos a los niños.
Ella sonrió a sus avances, pero cambió el tema. No quería que las pocas horas que le quedaban juntos, las pasaran teniendo sexo. Por más delicioso que sonara, no parecía lo justo—. ¿A qué fecha estamos?
El rió, haciendo que ella sintiera las vibraciones por toda su espalda—. Hoy es Navidad, mi amor.
—¿Lo es? —Tristeza invadió su semblante de inmediato—. Debí imaginarlo. Supongo que no habrá fiesta.
Razvan se tornó rígido tras ella—. ¿Realmente crees que podría celebrar sin tí? —Su cuerpo se relajó mientras su voz se quebró—. Tú eras nuestra navidad, Inés, y te nos fuiste.
—¡Oh, mi amor! Entonces celebremos una última navidad juntos —Inés se giró para acariciar el rostro de su amado. Sus claros ojos azul celeste brillaron rojizos, pero no derramaron más lágrimas mientras ella deslizaba sus dedos sobre la mandíbula cuadrada. Levantó la mano izquierda para enredar los dedos entre las rubias hebras que su marido había cercenado hasta dejarlas a la altura de los hombros y sonrió perversamente antes de susurrarle al oído—. Pero antes debo castigarte por cortar tu hermoso pelo largo. No habrá más sexo para tí por el resto de mi estadía —Sus ojos brillaban divertidos mientras le empujaba el pecho con su dedo índice.
—Eso es cruel, mi dama nocturna —Pero antes que pudiera sujetarla ella deshizo su cuerpo, transformándose en niebla y resbalando de entre sus dedos, serpenteó hasta la cocina.
Razvan la encontró frente al mostrador subiendo el volumen del radio que descansaba allí a un nivel alto, pero tolerable para ambos, y observándolo sobre el hombro con otra de sus sonrisas pícaras. La voz de Elvis Crespo comenzó a sonar cantando su clásica Suavemente—. ¿Qué te parece si bailamos un merenguito o dos antes de que el gallo cante anunciando la llegada de mi tan odiado amanecer? —dijo mientras lo devoraba con la mirada y lo llamaba a su lado con el dedo.
Bailaron no una ni dos, sino tres canciones antes que Inés decidiera que era hora de preparar los regalos e irse a dormir. Él no quería perderla de vista ni por un microsegundo, pero al final accedió a regañadientes tan sólo por verla seguir sonriendo como si al final del día no tuviera que desaparecer para siempre.
Con su corazón sangrando por la cada vez más próxima despedida, Razvan salió al patio de su casa mientras su esposa permanecía adentro buscando un regalo de improviso.
Los rayos del sol naciente le pegaron justo en los ojos, haciéndolo taparse el rostro mientras caminaba hacia los rosales que Catalin había plantado en honor a su madre. Se detuvo frente a las flores rosadas, extendiendo sus garras y cortando una sola— su hija se enfurecería si llegaba a cortar todo un ramo— la llevó a su nariz, recordando la noche que conoció a su mujer por segunda vez ese día. Aquella velada él también le había regalado una rosa.
****
Inés corrió al cuarto de Ali y llamó a Draeknir para luego morderse el dedo, dejando caer una gota de sangre al suelo. Ya que ella no era la ama del dragón, debía hacer una ofrenda para que éste la reconociera como familia y acudiera a su llamado.
La sangre desapareció del suelo un segundo antes que un joven drako apareciera frente a ella—. ¿Tienes lo que te pedí antes de morir?
El joven asintió y el objeto en cuestión apareció en las manos de la vampira antes que Draeknir desapareciera. Inés corrió a envolver el obsequio, dejándolo bajo el árbol navideño para luego acostarse en el ataúd de su marido a esperar su llegada.
****
Razvan despertó cuando los rayos del sol ya agonizaban sobre un cielo pintado de colores pasteles. Podía sentir la pronta llegada de la noche al igual que los ojos de su mujer mirándolo con atención. Se giró hacia la izquierda y ahí estaba ella, como una estatua griega, vigilando cada uno de sus movimientos sin decir una palabra. Permanecieron observándose por largo rato hasta que su vampiresa se inclinó hacia adelante y posó sus fríos labios sobre los de él, reclamando estos últimos como suyos.
—Te amo, Inés —dijo él con dificultad cuando la magia del beso se rompió.
Ella le sonrió, susurrando seductoramente en su oído un "yo también" antes de halarlo fuera del féretro y guiarlo escaleras abajo con entusiasmo. Su mujer parecía un huracán arrastrándolo de una actividad a la otra para sacarle el máximo provecho a las horas, pero él sólo deseaba permanecer observándola entre sus brazos hasta la medianoche; y sin embargo, su boca no quería detenerla. En cierta manera, él también deseaba celebrar una última navidad a su lado.
Al llegar a la sala, se dió cuenta que todos los adornos rotos habían sido retirados, dejando solamente las figuras de los ángeles que colgaban de las luces navideñas en el techo. Miró a su esposa levantado una ceja, preguntándole silenciosamente, pero ella sólo se encogió de hombros.
—Pensé que te haría sentir mejor el tener a los ángeles ahorcados cuando me vaya —explicó mientras intentaba mantener una expresión seria, pero fallaba miserablemente—. Además, debía dejar algo para que Ali te regañe luego.
Razvan suspiró, negando suavemente, y se inclinó delante del árbol para recoger la rosa que había dejado bajo éste en un pequeño florero para que no se marchitara—. Este es mi regalo para tí, mi dama de la noche. Una rosa como la que te obsequié aquella noche que nos conocimos en San Juan.
—Gracias, mi príncipe —susurró ella tomando la flor y apresurandose a darle el regalo que había encargado un mes antes de su muerte—. Fue hecho para tu cumpleaños, pero nunca pude dártelo así que tómalo como regalo en esta navidad tan especial.
Razvan tomó la pequeña caja envuelta en papel de regalo con estampados de renos e hizo pedazos la bonita envoltura. En su mano había caja de lava volcánica que sólo pudo haber sido labrada por los dragones y en cuyo interior descansaba un raro colgante. La hermosa gema amarilla pulida en forma de rayo que lo adornaba, parecía destellar luz como si contuviera verdadera electricidad.
—Es un rayo comprimido en arena volcánica —susurró Inés acariciando la superficie de la piedra—. Se dice que protege a su poseedor con la furia de una tormenta.
Debiste usarla tú, cariño. Quizás así no te hubiésemos perdido.
—No quiero que te lo quites jamás —Tomó la cadena con eslabones dorados y la colocó alrededor del cuello de su marido; acomodándola de tal manera que el rayo quedara sobre su corazón.
—Es una promesa —le respondió él, posando un beso sobre el pendiente mientras le sostenía la mirada.
Luego de los regalos, Inés insistió en preparar el desayuno para ambos. Sus conocimientos culinarios no iban más allá de lo extremadamente básico, pero lo poco que sabía lograba hacerlo sin crear un desastre. Cortar unos pedazos de cerdo en cubitos, echarlos en la licuadora y luego añadir varias bolsas de sangre no era una cosa de otro mundo; mucho menos el tomar ese licuado y ponerlo a calentar en el microondas.
Bebieron de un alto vaso de cristal, mirándose el uno al otro mientras reían y recordaban los buenos momentos que pasaron juntos a lo largo de su matrimonio.
Cuando la noche dominó el cielo con su manto oscuro, Razvan invitó a su amada a ver películas, acurrucados en el enorme sofá. Las horas parecieron pasar demasiado rápido mientras sus caricias y besos eran presenciados por los diversos actores que aparecían en el ignorado televisor.
Dos horas antes de la medianoche, la vampira se apartó pidiendo ver el lago por última vez y salieron de la casa tomados de la mano. Se tomaron su tiempo caminando a orillas de las oscuras aguas que resplandecían de plata para luego sentarse sobre la hierba a observar el bello paisaje nocturno.
Juntos y con los dedos entrelazados sobre la hierba del patio, miraron a la luna tomar su punto más alto en el firmamento. Esa noche miles de estrellas aparecieron en un cielo completamente despejado de nubes. Era como si los luceros le estuvieran dando una última despedida a los trágicos enamorados.
Razvan se volteó a mirarla mientras ella continuaba observando el lago del pequeño pueblo montañoso que había sido su hogar por más de cinco décadas. Se veía tan hermosa y tranquila que nadie imaginaría que desaparecería en cualquier momento.
—Inés —la llamó con la voz cargada de pesar y cuando ésta se giró hacia él, no perdió tiempo en robarle un beso—. No quiero que te vayas. No podré soportarlo una segunda vez. Pensé que podría, que sería fuerte, pero no puedo. ¡No quiero! —susurró con fiereza mientras la tumbaba al suelo y hundía su rostro en la curvatura del cuello de ella.
Ella lo abrazó fuerte mientras sus lágrimas descendían por su rostro, manchando de escarlata el cabello de él. Quería decirle tantas cosas, pero no podía; su garganta estaba cerrada por la emoción que la estrujaba desde adentro.
Él se levantó, apoyando su peso en los brazos a cada lado de la cabeza de ella. Sus músculos se marcaron y algunas venas se hicieron visibles bajo la pálida piel. Su Razvan siempre había tenido todo un cuerpazo... Alzó una mano para acariciarle el rostro mientras sentía el golpe del gélido viento que comenzó a soplar—. Sólo veinticuatro horas —le dijo mientras escuchaba la voz de la Muerte llamándola a su lado.
—No te vayas, por favor.
—Ya es hora, mi príncipe de la noche —susurró, sintiendo cómo su cuerpo comenzaba a resecarse desde el interior—. Sólo prométeme que continuarás celebrando la tradición de mis padres. Continúa celebrando la navidad... aunque solamente sea junto a nuestros hijos.
El híbrido cerró los ojos para no derramar lágrimas sobre ella. Su esposa se estaba deshidratando frente a sus ojos y temía que una sola gota fuera a arrebatársela antes de tiempo—. Te lo juro, Inés —Limpió su rostro y continuó sosteniendo su mirada mientras el cuerpo de su amada lentamente se convertía en un cascarón seco y marchito—. No permitiré que muera tu recuerdo.
Ella le sonrió antes de murmurarle un te amo y secarse por completo. Frente a él quedó una estatua de tierra fina que al soplar otra ráfaga de viento frío, le fue arrebatada por completo. El aire cargó a su dama nocturna lejos, pasando sobre su casa y besando las aguas oscuras del lago que tanto amó para luego perderse entre los árboles de la otra orilla.
—¡Inéeeeess! —gritó al viento para luego dejarse caer sobre la hierba, sufriendo por segunda vez la partida de su eterna compañera. Ya nunca volvería a verla por el resto de su no-vida.
Ya nunca volvería a amar otra mujer.
*************
N/A: La leyenda utilizada fue la del conjuro en Noche Buena, aunque técnicamente en mi relato es la madrugada de navidad.
Razvan, un vampiro híbrido, revive a su esposa durante la madrugada del 25 de diciembre.
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