45. Nubecitas rosas

—¡Una feria!

Me despierto de un susto, alguien ha gritado a mi lado. También oigo una musiquita a lo lejos. Me incorporo de golpe y me siento. En el techo de la caravana solo estoy yo, miro a los dos lados y veo correr al caballero, se aleja de la caravana a toda velocidad. Es su voz la que me ha despertado del grito.

Observo que sus zancadas le llevan a una especie de feria. Hay un montón de carpas coloridas y también veo una noria. Me calzo a toda velocidad y, mientras lo hago, hablo con los conductores.

—Nosotros nos bajamos aquí. ¡Muchas gracias por la ayuda!

—Aún os queda un poco para llegar a donde nos dijisteis —comenta el hombre negro.

—Sí, no os preocupéis. Muchas gracias igualmente. Haremos una parada aquí en la feria. —¡Qué remedio! Salto de la caravana y aterrizo en la arena seca. Ha sido una caída fuerte, he tenido que doblar mucho las piernas. Empiezo a caminar rápido en dirección al caballero.

—¡Adiós!, ¡buen viaje! —me gritan desde la caravana.

—Adiós amigos, ¡muchas gracias! —contesto mientras corro y giro el torso para agitar la mano.

¿Qué hace una feria en medio del desierto? Corro en esa dirección a toda prisa hasta que llego. Hay mucha gente por todas partes y el bullicio es importante. El lugar está muy animado. Se ven globos de colores, carpas, puestos de venta de todo tipo, animales exóticos, gente variada y gente exótica. Además, arena por los suelos. Esto es un desierto, claro. Bajo el ritmo y empiezo a caminar, ya he llegado a la feria así que buscaré a mi amigo con calma. Si voy muy deprisa no creo que lo vea, y además hace demasiado calor.

Doblo una esquina en un puesto de venta y me lo encuentro absorto frente a un tenderete. Tiene una bola en la mano y está muy concentrado, como a punto de lanzarla. Tras pasar unos segundos en esa posición la arroja con fuerza en dirección a la carpa. Se oye un ruido metálico y el caballero grita.

—¡Si! —Al gritar aprieta el puño por delante de él, celebrando algo.

Llego a su lado y veo que está jugando a tirar latas. Es un puesto de esos donde las apilan y las tienes que tirar con bolas.

—¿Has ganado? —pregunto.

—Sí. ¡Las he tirado todas!

—¡Muy bien señor!, ¿ha decidido ya el premio? —Detrás del mostrador hay un enano con barba y una especie de casco vikingo.

—¡Las nubes de algodón de azúcar!, ¡por supuesto! —La verdad que tienen una pinta estupenda.

El enano le da dos palos con unas nubes de color rosa intenso al caballero.

—¡Toma! —exclama y da saltitos al recoger las nubes. Está alucinado con su tamaño—. Ésta para ti, cógela —dice alargando el brazo para ofrecerme una.

—¡Gracias!

—Vamos a ver qué más hay. —El caballero está encendido. Me indica para que le siga con la mano.

Empezamos a caminar por la feria para ver todo lo que hay. La nube está riquísima, hacía mucho que no me comía una de éstas. Es suavecita y tiene muy buen sabor. A veces sopla algo de viento que me dispara briznas en la cara, pero no me importa lo más mínimo. ¡Está tan dulce!

—¿Quieres subir en la noria? —Pues nada, mi compañero de aventuras ha encontrado algo que le gusta. Con mi amigo, una feria es una bomba de relojería.

—¡Vale! —Me gustan las norias. Yo tampoco le hago ascos, pero seguro que no me entusiasma tanto como a él.

El caballero acelera el paso y nos acercamos a la señora que gestiona la noria.

—¡Hola! —saluda maravillado a la encargada. Queremos subir—. El caballero le da una moneda a la mujer y sale disparado a una de las cabinas. ¡No me espera!

Apuro mi paso para alcanzarle. Él ya está sentado dentro, con su nube de algodón en la mano.

—¡Vamos, vamos! —me anima gesticulando con la mano. Parece que tiene prisa.

Me subo en la cabina y cerramos la puerta. Al momento, la noria empieza a girar con suavidad. A medida que subimos, compruebo que las vistas del desierto son impresionantes, metros y metros de paisaje se descubren desde esta posición. Con mi nube de algodón todavía es mejor el paseo. El movimiento suave y tranquilo de la noria es tranquilizador. Mi amigo está completamente maravillado con las vistas y su nube. De repente el tiempo se para, el suave traqueteo de la noria nos hace sentir en calma. Es como si nada importase. Todos mis pensamientos se hacen a un lado y puedo disfrutar de una sensación extraña. Estar allí con mi amigo, en una noria, se transforma en algo estupendo. El sol parece mucho más brillante y amigable que hace unos instantes. Me siento como si pesase veinte kilos menos.

Una vez terminado el paseo en la noria, paseamos entre las carpas con ánimo. El ambiente del desierto es muy emocionante cuando hay una feria en él. Los puestos de feria y comercios, asentados sobre la arena, dan la sensación de haber sido diseñados para este efecto. Algunos tenderetes son de juegos, como el de tirar las latas con bolas u otro de puntería con cuchillos, y otros, son de venta. Cualquiera de ellos tiene objetos de todo tipo como armas, escobas voladoras, sombreros, bisutería, preciosos muñecos vudú con sus agujitas... La feria está a tope de gente. El poder de convocatoria de este lugar es sorprendente y el ambientazo es impresionante.

—¡No puede ser!, ¡tú por aquí! —Escucho emocionado al caballero que sale apurado hacia uno de los puestos. ¡Está el mago atendiéndolo!

Me acerco apresuradamente y me pongo a la par de mi colega.

—¡Hola qué tal! —saluda el mago con mucha alegría mientras se incorpora. Estaba sentado en una especie de butacón, inclinado hacia atrás en una postura semitumbada, muy relajada.

—¿Cómo tú por aquí? Te vimos hace poco por la laguna.

—¿Sí? No os vi, lo siento. ¡Qué rabia! —El mago parece sorprendido—. ¿Dónde estabais?

—En una barca navegando —indica el caballero.

—Pues qué lástima —dice contrariado—, habría sido genial haber coincidido allí.

—¡Ya te cuento! —exclama el caballero entre risas—. Pero te vimos a lo lejos. Con la niebla que había es muy difícil que te dieras cuenta.

—Sí. Menudo sitio tétrico aquel. ¡Qué cantidad de niebla! Oye, ¿no estás un poco lejos tú para cazar un dragón? —pregunta con curiosidad.

—Me he desviado un poco sí. Pero Supersabio me dijo que en esta dirección podría encontrar un dragón con facilidad.

—¿Supersabio? ¿El de la montaña? —pregunta el mago buscando confirmación.

—Sí. Él mismo.

—Pues sí que te has desviado un poco... —Se ríe.

—Ya me conoces. —Sus tonos de complicidad muestran que son viejos amigos—. Por cierto, tu pala no creo que pueda dártela... Se la llevaron unos piratas.

—Vaya... —El mago no parece darle mucha importancia—, bueno, si puedes conseguirme una estaría bien. La pala me viene genial para recoger plantas subterráneas.

—¡Por supuesto! No lo dudes, te conseguiré una pala tan pronto vuelva de la caza —contesta con convicción el caballero.

—Vas libre de pociones y cachivaches, ¿no? —El mago se incorpora y camina por el interior del puesto. Con su aspecto tan informal parece cualquier cosa menos un mago. Sin embargo sí que se le nota rebosante de energía. Aunque no parezca un mago, sí que es alguien sorprendente a la vista. Se le nota especial, diferente.

—Sí. Bastante ligero de peso. Usé tu poción. ¡Es increíble!

—Pues tengo aquí un trabajo que es una auténtica pasada. Lo he estado probando y el resultado es impecable.

El mago recoge unos cocos que tiene en una cesta y nos da uno a cada uno.

—Les he llamado cocomorfos.

—¡Qué nombre más bueno! —digo entre risas. La verdad suena genial. El mago también se ríe.

—Sí. Básicamente se lo puse porque me pareció divertido. Y de algún modo es un nombre descriptivo. Los cocomorfos son unas frutas que hacen que el portador se transforme en aquello en lo que está pensando. ¿Que quieres ser un árbol? Piensa en un árbol y tira el coco al suelo, que se rompa. Te convertirás en un árbol al instante.

—¿De verdad? —pregunta el caballero maravillado por las propiedades del invento.

—Sí. Bueno..., lo cierto es que algunas formas dan problemas y no se obtiene buen resultado. Pero por lo general, con seres vivos al menos, funcionan bastante bien. Puedes ser un orco, un hipergolem rocoso, cualquier cosa.

Menudas creaciones tiene el mago. Son sorprendentes. Me parece un invento superútil. Si por ejemplo hay que infiltrarse entre seres hostiles, podemos ser uno más.

—¿Es de efecto permanente? —pregunta el caballero.

—No. Dura entre unas horas y unos días. No sé su duración exacta y es algo en lo que estoy trabajando. Pero os garantizo que se pasa el efecto seguro.


¡¡¡Cocomorfos para todos!!! :)

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