40. Heroicidad

Los esqueletos están eufóricos. El acordeonista toca una música folk muy animada y el barman no para de traernos cervezas. Conforme se la beben los esqueletos, cae de nuevo al suelo después de mojar sus huesos. Claro..., los esqueletos no tienen estómago.

El camarero pasa tanto tiempo fregando la cerveza como sirviendo más. Miro de reojo el cubo donde recoge toda la cerveza desparramada. Espero que estos esqueletos no sean especialmente ecológicos y no les dé por el reciclaje.

Yo con una tengo más que suficiente, me estoy mareando. La fiesta es divertida y unos cuantos me están animando para que juegue al billar con ellos, así que me traen un taco. Me encantaría poder jugar y disfrutar de esta fiesta en el interior de la montaña, pero mi amigo está en apuros. Quiero interrumpir el jolgorio lo antes posible e irme a buscarle.

Me acerco al mi amigo huesitos, el que parece el capitán de esta tropa.

—Mi amigo está en problemas —digo esperando que me entienda.

El esqueleto se queda quieto, mirándome con interés. No sé si me está entendiendo o solo prestando mucha atención. Continúo explicándole.

—El Maxitauro le está atacando. Tengo que rescatarlo, me tengo que ir.

El esqueleto inclina ligeramente la cabeza hacia adelante. No consigo interpretar bien el gesto, pero semeja que quiere decir que me ha entendido. Empiezo a caminar en dirección a la salida del bar y, de repente, el esqueleto se interpone en mi camino. Me coge de un brazo, me mueve despacio por la sala y me empuja suavemente intentando que me suba a una de las mesas. Me quedo de pie encima de la mesa, viendo todo desde arriba. La música ha cesado y se han girado todos para mirarme. ¡Ya lo entiendo! ¡Quiere que hable!

—Chicos... —creo que he escogido mal la palabra—, tengo un amigo en apuros. El Maxitauro nos ha atacado y nos hemos visto obligados a separarnos. Quiero ir a buscarle. Muchas gracias por la fiesta, me he alegrado mucho de veros, pero me tengo que ir con urgencia. Cuanto más tarde, peor será. —Discursazo.

Los esqueletos se cuadran en posición de firmes y se golpean el esternón, dejando la mano cruzada a la altura del hombro contrario. El esqueleto líder se coloca delante de ellos y se pone en la misma posición. Todos están congelados en esa posición, como la foto de un desfile militar. Esperad un momento, ¿tengo una tropa?

—¿Podéis ayudarme a rescatarle? —Los esqueletos se dan un golpe en las costillas todos al unísono, provocando un sonido estremecedor. Pues sí, tengo tropa. ¡Qué pasada! Ya puedo tachar dirigir a un ejército de ultratumba de la lista de cosas por hacer.

Hay una cosa que me apetece mucho hacer. ¿Sabéis la típica escena de las películas en las que el líder del ejército pronuncia unas palabras que perduran para la posteridad? Solo me falta una música de fondo para que sea épico.

¡Un momento! Acabo de tener una idea.

—Oye, amigo del acordeón, ¿podrías tocar algo que suene a batalla? —digo mirándole.

El músico obedece al instante y comienza a tocar una melodía lenta, que suena increíble. Es mi momento.

—¡Amigos! —Hago una pausa heroica—. Maxitauro cree que tiene el control de la situación. Su inmenso tamaño y sus bíceps de machaca de gimnasio le hacen creer que puede golpearnos a mí y a mi amigo. Pero eso es algo que se acaba hoy. —Otra pausa heroica. Me dedico a caminar por delante de los esqueletos con cara de saber lo que estoy diciendo—. Hoy es el día en que le vamos a enseñar —Pausa técnica—, que puede ser grande, pero jamás será más grande... —Redoble de tambores— ¡que nuestro honor! —Esto lo digo gritando. Sinceramente no sé qué he dicho, pero creo que ha quedado genial.

Los esqueletos se agitan y los que llevaban armas enfundadas las levantan sacudiéndolas con mucha energía. Parece que el discurso les ha motivado. Un escalofrío recorre mi piel. Estar al mando de una tropa tan peculiar me produce mucha impresión. Bueno, al mando de cualquier tropa, en realidad esto no es lo mío. Pero lo de dar un discursito ha sido la bomba.

—¡Vayamos a buscar a mi amigo! —grito con todas mis ganas. Los esqueletos corren de un lado para otro. Empiezan a coger todo tipo de armas y objetos: espadas, escudos, arcos, flechas, bombas, un pogo..., ¿un pogo?, ¿acabo de ver a uno cogiendo un pogo?

El esqueleto líder se pone a mi lado y me hace un gesto indicándome que le siga. Comienzo a andar y todos los esqueletos nos siguen al mismo ritmo. Se empiezan a oír tambores de guerra: "¡bum, bum!". Su ruido resuena a la vez que mi tropa de piratas huesudos marcando el paso. Quien escuche esto, sentirá auténtico miedo. Caminamos a través de los pasillos montando un follón impresionante. No sé si ésta es la mejor idea, pero a medida avanzamos empiezan a surgir esqueletos de todas partes y se unen al grupo, como si los tambores fuesen una llamada para ellos.

Tomamos un camino que nos sube al nivel superior, la altura a la que vi al Maxitauro por última vez. Miro hacia atrás y veo que me sigue una cantidad enorme de esqueletos. Al fondo veo, al esqueleto que cogió el pogo, saltando de manera muy graciosa de un lado para otro como si estuviese divirtiéndose. Muchos soldados de mi improvisado ejército portan antorchas encendidas en sus manos y otros van empujando cañones que parecen de barco pirata.

"¡Bum, bum!" Los tambores siguen sonando al mismo tiempo que nosotros avanzamos. Mi batallón me sigue con una lealtad increíble, me siento como Juana de Arco que, aunque no era militar, mandaba un montón. Veremos si dura tanta lealtad cuando me vean disparando con el arco...

Al fondo vemos al Maxitauro que se ha quedado de pie mirando hacia nosotros. Nos mira fijamente desde una zona sombría. Eso hace que sus ojos amarillos brillen con más fuerza. De repente empieza a arrastrar una pierna contra el suelo, al igual que hacen los toros antes de cargar. La formación de marcha se abre en abanico, ofreciendo un frente muy amplio. Se forma un hueco en el centro y mis esqueletos artilleros surgen heroicos empujando los cañones hasta que quedan dispuestos en batería delante de mí y mi acompañante. El toro empieza a correr a sprint y mi tropa prende las mechas de los cañones. Pese a no haber hecho ni un solo gesto, creo que mis dotes de mando son increíbles.

Un estruendo azota la montaña con el sonido de todos los disparos sonando a la vez. Las balas golpean al enemigo en todas partes haciéndole recular. Poco después veo cruzarse al esqueleto del pogo por delante del animal, saltando con su particular alegría. "¡Poing, poing!" Yo creo que no se ha enterado todavía de qué va la cosa.

—¡Oye! ¡Aquí! —Veo al caballero asomándose por detrás de una roca, en un área cercana a donde estaba el animal.

—¿Estás bien? —le pregunto a voces, intentando hacerme oír por encima del sonido de los tambores, los cañones y el entrechocar de huesos.

—¡Como nunca! Veo que has hecho amigos —grita desde lejos.

—Sí. Hemos venido a buscarte.

Me giro y miro al comandante del grupo.

—Él es mi amigo —le digo señalando al caballero—. ¿Nos podéis sacar de aquí?

El pirata asiente con la cabeza. Levanta su mano con la que sostiene la espada y le hace un gesto al caballero para que venga.

—¡Corre! —grito acompañando el gesto. Me está gustando esto de mandar.

El caballero sale disparado a toda velocidad hacia la zona en la que nos encontramos yo y mis compinches. Tan pronto llega a nuestro lado, el esqueleto líder nos hace un gesto para que le sigamos y sale corriendo. Vamos en dirección contraria a la batalla. El resto de esqueletos, en modo automático, cargan ahora contra el Maxitauro, tratran de retenerle para que nosotros nos vayamos. Haciendo uso de mi verbo favorito del momento, corremos y corremos con el huesudo a través de interminables pasillos. Detrás de nosotros dejamos el gran estruendo de la batalla, se está montando un lío enorme.

Recorremos muchas galerías de la cueva hasta que tomamos un camino donde vemos la luz del cielo por la abertura del fondo. Alcanzamos la salida y nos paramos a tomar aliento.

—Gracias —le digo a mi nuevo colega el flaco.

El comandante huesitos gesticula señalando la abertura de la montaña.

—¿Quieres que cerremos la entrada? —digo instintivamente.

La calavera asiente con la cabeza. Es posible que quiera evitar que Maxitauro salga detrás de nosotros.

—¡Pero os quedaréis encerrados dentro! —digo pensando en ellos. Pobrecillos, no quiero dejarles allí.

El esqueleto sacude su calavera hacia los lados, diciendo que no. Me señala en todas direcciones, como diciendo que hay más salidas. Que no es el único camino al exterior. Poco después de explicarse, me extiende la "mano esqueleta". La cojo con firmeza y nos la sacudimos. Es una gran despedida.

—Adiós —le digo.

Sin pensárselo ni medio segundo da la vuelta y corre hacia el interior de la montaña, sable en mano. Se va a defender a los suyos.

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