36. Día de San Valentín

—¿Quieres bizcocho o pasas? —pregunta el caballero.

—Creo que paso de pasas —me río—. Yo lo que quiero es que Maxitauro no aparezca.

El pasillo por el que caminamos se ensancha y el entorno se transforma en una cueva enorme, del tamaño de una catedral por dentro, o quizás más grande. En el suelo se ven a nuestro alrededor todo el repertorio de huesos humanos: calaveras, tibias, costillas... Osarios completos desperdigados por todas partes. También hay huesos de otros seres extraños, alguno creo que puede ser de alguno de los que me he encontrado en este viaje, pero no podría asegurarlo, las clases de anatomía de animales fantásticos y dónde encontrarlos las pasé bostezando.

Caminamos hasta una zona donde la estancia se vuelve abalconada. Ahora hay dos niveles de altura, nosotros caminamos por el superior. Desde aquí se puede ver toda la parte de abajo a pesar de la penumbra. La amplitud del lugar multiplica el eco por lo que nuestros pasos se oyen todavía más.

—¿Tú crees que eso de ahí es el Maxitauro? —pregunta exaltado el caballero señalando hacia abajo, a lo lejos de la galería inferior. Sí señor, muy discreto.

Antes de que el eco repita Maxitauro por sexta vez, veo aparecer un ser bípedo desde el otro lado de la megacueva. Unos ojos de color amarillo intenso brillan en la oscuridad. También se escucha una respiración intensa, como el de las reses pero mucho más elevada en volumen, debido a su gran tamaño. El sonido que emite la criatura es muy grave, cada vez que realiza una expiración se me eriza la piel. Puedo ver que cada vez que respira sale una nube de vaho, será por el frío que hace aquí.

Su cuerpo es enorme y la musculatura del torso es parecida a la de un humano, si no igual, con un cuerpo muy musculado, como los grandes héroes de acción. Los brazos son largos e igual de robustos, tiene toda la pinta de que podría partir piedras de un golpe.

En la cabeza tiene dos enormes cuernos dispuestos igual que los de un toro. Las piernas, éstas con forma de animal, están completamente cubiertas de pelo y rematadas en dos grandes pezuñas negras. Su tamaño es colosal, diría que es como de quince metros de estatura. Schwarzenegger a su lado parecería una débil princesita.

—Está viniendo hacia nosotros... —susurra el caballero esta vez más comedido.

—¿Qué hacemos? —pregunto con inquietud en busca de una respuesta rápida.

—Yo prefiero correr... ¿Qué te parece? —contesta a la vez que comienza a caminar hacia atrás, de espaldas.

—Yo creo que también —digo con el cuerpo casi paralizado del miedo.

—Me da la impresión que no tiene pastitas. ¿Le preguntamos?

Súbito, el toro XXL comienza a bufar y a correr hacia nosotros. No sabemos dónde puede haber un camino de subida hacia donde nosotros estamos, pero instintivamente los dos echamos a correr presas del pánico.

—¡Corre! —grita mi amigo que sale disparado.

—¡Ya lo hago, mira!

Salimos a toda velocidad. Tan rápido que apenas puedo controlar las zancadas. Temo tropezar y quedarme en el suelo a la merced del bicho.

—¡Está arriba! —berrea el caballero. El Maxitauro ha alcanzado el nivel superior, tiene camino directo hacia nosotros.

Miro hacia atrás y veo a esta especie de Megatrón peludo a nuestra altura, corriendo a una velocidad superior a la nuestra. Nos va alcanzando poco a poco, es inevitable.

—¿Qué haces?, ¡por aquí! —Oigo los gritos del caballero detrás, a mi izquierda. Echo un vistazo sin parar de correr y veo que ha tomado una bifurcación..., y yo no. No sé cómo me he despistado pero no puedo para de correr ahora y dar la vuelta.

—¡No te preocupes!, ¡sigue! —Oigo su voz desde la galería por la que se ha metido.

—¡Vale! —grito con energía esperando que me oiga.

El animal corre con una fuerza y velocidad dignas de su tamaño. Cada paso que da puedo oírlo con claridad. Noto cómo vibra el suelo cada vez que sus pezuñas golpean el suelo. Vislumbro un pasillo accesorio por el que él no cabría y sin pensarlo dos veces, cambio de dirección y me meto por él.

El animal para de sopetón a la entrada del pasillo, y en ese instante lanza un tremendo golpe que hace que salten en pedazos rocas enormes. Pues sí que podía romper piedras. Continúa golpeando una y otra vez la galería. Cada vez que lo hace se oye un ruido monstruoso. Las enormes rocas que saltan podrían aplastarme.

Miro hacia atrás y lo veo lanzándome una roca de un tamaño superior al mío. La roca se acerca a toda velocidad, me paro inmediatamente y me agacho para que me pase por encima. Casi me da. ¿Se ha pensado que está jugando a los bolos? En ese momento le cae encima de la cabeza una roca de un tamaño parecido a la que me acaba de lanzar. Por cómo gruñe le ha debido hacer daño, así que ahora sigue en pie y más cabreado. El animal coge una roca y la lanza hacia arriba, presa de la furia.

—¿Estás bien? —oigo la voz del caballero. El animal sigue ensimismado mirando hacia arriba. Por de dónde viene la voz creo que el caballero ha venido a por mí e intenta ayudarme desde una altura superior. Se ha convertido en el nuevo entretenimiento del primo mayor de Churrispi.

—¡Sí! —grito alargando la "i" con todas mis fuerzas en espera de que oiga mi histérico chillido.

—¡Escóndete! —oigo gritar al caballero.

El miura loco se ha movido y ya no está a la entrada de la cueva. Ya no puedo verle. Debe de estar persiguiendo al caballero.

¡Ni de broma! Salgo corriendo a toda velocidad de nuevo hacia la entrada por la que me metí para buscar al caballero. Mientras corro, me descuelgo el arco de la espalda como puedo y cuando lo consigo, con la mano libre, cojo una flecha que coloco en la cuerda sin tensar. Corro en posición de lanzamiento inmediato, ahora mismo debo tener una pose impresionante. Me encantaría hacerme un selfie.

Llego a la entrada de la galería y veo a una distancia considerable al Maxitauro. También veo al caballero en otro nivel superior. Se mueve de un lado a otro esquivando rocas que le lanza nuestro anfitrión, el de las pastitas.

—¡No podemos pelear mano a mano! —grita el caballero desde arriba al verme. Sale corriendo para evitar otra roca que le ha sido lanzada y continúa con su recital de gritos amortiguados por los mugidos histéricos del engendro de toro—. ¡Tenemos que hacerlo separados!

Ni me lo pienso. Estiro el arco con todas mis fuerzas y enfilo al animal en la trayectoria del arco. Con toda la tensión que puedo darle, alejo la flecha lo más posible del arco hasta un punto que no lo había conseguido anteriormente.

Rápido y sin demorar lo más mínimo, porque el animal está en continuo movimiento, suelto la flecha que sale silbando a toda velocidad y pasa a muchos metros hacia la derecha de mi blanco. ¿Pero cómo puedo fallar contra un blanco tan gigaenorme?

El animal la ha oído pasar "cerca" de él y golpear las rocas que tiene a su lado. Se gira y me mira fijamente con sus ojos amarillos llenos de furia. Brillan en la tenue oscuridad. Siento un escalofrío que me recorre toda la columna.

Otra piedra de las gordas le cae en la cabeza al animal. El caballero la ha empujado encima de él. Le hace temblar ligeramente pero no lo derriba.

—¡No te preocupes!, ¡sigue así!, ¡lo haces muy bien! —me anima el caballero echando a correr. Está claro que prevé que el animal va a tomar represalias.

El Maxibruto se acerca a otra roca enorme que levanta con las dos manos y lanza con furia contra el caballero, en un movimiento lateral desde la cadera. La rabia le ha hecho lanzarla con tanto desorden que colisiona contra la pared delantera, estallando en gravilla. Este lanza piedras peor que yo flechas.

—¡Odio el bizcocho con pasas! —grita el caballero corriendo hacia el otro lado.

Cojo otra flecha. Ésta es la mía. Cargo con todas mis fuerzas y alzo el arco. Tenso la cuerda con toda mi alma, apunto.

—¡Vamos Cupido! —vocifera el caballero con mucho ánimo mientras se ríe escandalosamente.

Cojo un poco de aire, retengo, y suelto la flecha.

¡¿Hacia arriba?!, ¿cómo ha podido salir hacia arriba? La flecha saledisparada a toda velocidad, la pierdo de vista en segundos. Vaya éxito delanzamiento. Mi disparo estilo Cupido no ha conseguido que el animalito seenamore.

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