33. Laguna Siniestra

Tomamos dirección hacia los bosques de Suven por indicación de Supersabio, esto implica adentrarnos más todavía en la región. Nuestro camino en descenso es mucho más fácil que por el que veníamos. El desnivel es menor y hay definido un camino natural en mejores condiciones que el anterior, así que caminamos deprisa.

Una vez alcanzado el llano, el caballero saca un mapa de un bolsillo.

—Nunca he estado aquí —me dice mientras se detiene para ojearlo.

—Fíjate —comenta mientras señala el mapa—, ahora mismo esta es nuestra posición. Si vamos en línea recta, tendremos que atravesar esta extraña laguna. No pone el nombre, pero tiene una calavera dibujada encima y un signo de admiración.

—Ahá —contesto mientras observo el mapa con mucho interés. Me gustan los mapas.

—Rodear la laguna me da mucha pereza. Creo que mejor iremos a través ella. ¿Qué te parece?

—Sí. A mí también me da mucha pereza andar. Llevo cargando estos trastos por días —confieso. Además me gusta la calavera que han dibujado en el mapa. Me pregunto si marcará un monumento. Sí, definitivamente quiero ir a ver ese sitio.

—¡Vamos entonces! —propone el caballero con animosidad mientras reemprende la marcha.

De repente, estamos en un lugar lleno de niebla. No recuerdo cómo hemos llegado hasta aquí, sé que hemos venido andando, pero no recuerdo un cambio de paisaje tan súbito. Hay una parte del camino que es como si la hubiese soñado. ¡No sabía que podía soñar mientras ando!

El entorno es muy lúgubre y sombrío. La densidad de la atmósfera se siente en el interior de nuestros corazones. La niebla emerge desde el agua, enfriando el ambiente desolador, donde el único atisbo de luz puede entreverse entre el denso follaje de los enormes árboles que cubren el cielo. El silencio es mortecino y solamente se ve interrumpido por el ruido de criaturas que no consigo vislumbrar, pero presagian almas oscuras como el manto del suelo por el que caminamos. ¿A que me ha quedado súper barroco? En serio, este sitio da bastante miedo, yo le llamaría Laguna Siniestra. Eso sí, la calaverita del mapa es muy mona.

La niebla no permite ver los límites de este paraje. Es un lugar amplio, pero con la niebla parece infinito. Caminamos bastante cerca del agua, rodeando la laguna. Nos cuesta mucho avanzar, porque el terreno es muy irregular y resbaladizo. Está todo húmedo y las piedras están cubiertas de musgo. Cada ciertos pasos tenemos que esquivar plantas frondosas que interrumpen nuestra ruta.

En el agua, a lo lejos, puedo ver una silueta. Es una especie de barca. Sobre ella se ve una silueta. Conforme nos vamos acercando me percato que la silueta es de alguien que está completamente cubierto con una túnica y lleva una gran capucha puesta. Rema pausadamente. Cada vez que da una palada se queda inmóvil hasta que se agota la inercia de su barca, así que avanza muy lentamente. La mayor parte del tiempo es una silueta inmóvil. Eso le confiere un aspecto bastante tétrico.

—¡Oye!, ¡oye tú!, ¡aquí!

El caballero interrumpe a viva voz el silencio de este lugar gritando con todas sus fuerzas. Mientras vocea, agita los dos brazos y salta con intensidad. El barquero se detiene de repente y gira su cabeza para mirarnos. Se queda congelado en esta posición.

—A ver si nos puede llevar en su barca. Me da mucha pereza rodear toda la laguna —confiesa mi colega.

El barquero cambia la dirección que llevaba y ahora se dirige hacia nosotros, remando con la misma parsimonia que antes llevaba. A medida que se acerca con lentitud, se hace más fácil ver su aspecto a través de la niebla, aunque no consigo verlo por completo hasta que llega a nuestro lado.

La capucha le tapa la cabeza por completo. En su interior hay una especie de calavera, parecida a la de los esqueletos musicales con los que tuve que enfrentarme aquella tarde, cuando iba en el pogo. Ésta sin embargo, tiene un aspecto mucho más tétrico que los esqueletos del valle. Su estatura es enorme, diría que mide dos metros y medio. La túnica es negra y está muy raída, o al menos eso parece con esta luminosidad. Las manos son huesos desnudos, algunos insectos las recorren alrededor.

—¿Puedes llevarnos en tu barca?, ¿podrías cruzarnos la laguna? —le pregunta el caballero sin pestañear siquiera y con su tono siempre afable.

El ser siniestro ni se inmuta. Se queda paralizado, sin moverse lo más mínimo. Después de unos cuantos segundos de espera, su voz empieza a sonar.

—¿Sois lo suficientemente dignos para subiros a mi barca? —pregunta con una voz espectral que sale muy de su interior, no del interior de la capucha, sino de mucho más adentro. Es una voz oscura y grave, y resuena en mi pecho cuando habla. Este tipo podría ganarse la vida en la ópera.

—Claro que sí. Mira esto —dice el caballero cogiendo mi colgante pirata. Lo levanta de mi pecho y se lo acerca todo lo que la cadena le permite.

El calavérico ser gira la cabeza para mirarlo. Después de un breve lapso, vuelve a hablar.

—Subíos —pronuncia su única palabra con una frialdad que me hiela la sangre.

Abordamos la barca. Al dar la zancada a su interior, puedo sentir su flotación. Me da la sensación de que podría caerme en cualquier momento. La embarcación se balancea con nuestro movimiento y el barquero nos aleja de la orilla remando con su estilazo lento y parsimonioso. Avanzamos con lentitud hasta que perdemos todas las referencias de la tierra firme. Solo se ve agua alrededor de nosotros. Además estamos limitados por la profunda niebla de este lugar. A medida que pasa el tiempo, da la sensación de que este es un lugar infinito o que el barquero está remando en círculos. El silencio y la neblina provocan una sensación de desasosiego, como si nunca fuésemos a llegar a ninguna parte. De vez en cuando, veo flotar fugazmente entre la espesa niebla algún tipo de espíritu o espectro en los límites de mi visión. No tienen una forma muy definida, son como una especie de nubes alargadas y estrechas. No tienen forma humana, pero se mueven como si tuviesen vida propia.

—Contemplad el espíritu en la oscuridad del eterno presente —manifiesta por fin el barquero. Parece que a este también le gusta ponerse barroco. Lo cierto es que el lugar inspira a ello —. Las ánimas se atormentan en el lúgubre valle de las almas en pena. Solo aquí pueden regocijarse de su angustia, desolada por los sueños que nunca alcanzaron.

—¡Vaya chapa! —susurra el caballero entre risitas. Su comentario me ha pillado de improviso y casi estallo de risa. Aprieto los labios para no soltar la carcajada del siglo al mismo tiempo que me tapo con las manos.

—La desesperanza se cierne sobre el mañana. El presente se llena de los lamentos quebrados de aquellos que la vanidad ha consumido. —Tiene razón mi colega. Menudo sermón nos está dando la calavera esta. Va a ser un viaje larguísimo.

Un rumor creciente suena por babor. Al momento observamos una silueta avanzar a toda velocidad por el agua. Poco a poco empiezo a distinguir su forma. Veo una ola pequeña, de un metro de ancho por un metro de alto. Es una ola extraña porque no afecta a toda la superficie del agua. Sobre ella hay alguien montado en una tabla de surf, cabalgando una ola que la empuja a toda velocidad.

—Ya nadie queda para lamentarse por los sucesos del pasado. Ya nadie encuentra el aliento para suspirar cuando no queda futuro. El tiempo se ha consumido.

¡Es el mago! Pasa tan rápido que no nos da tiempo de saludarlo. ¿Pero cómo puede venirse a surfear aquí? ¡Este sitio es espantoso! Su estela sacude las aguas y provoca que nuestra barca se zarandee con intensidad.

—La desolación es el alimento de la realidad. Las sonrisas se apagan con el devenir de los días. La desdicha ha quedado instalada el alma del penitente.

—¡Uf, esto es insufrible! —me susurra el caballero mientras se sienta en la barca.

—Después de la luz siempre viene la oscuridad. La ficción del alba se desmorona ante la realidad de las sombras.

—Bla,bla, bla... —El caballero imita el tono funesto del barquero en voz baja mientras sube os ojos y los pone en blanco, con gesto de aburrimiento, haciéndole la burla. Una vez más tengo que aguantar la risa. La calavera me mira fijamente y yo aprieto los labios, intentando fingir normalidad, incluso pesar. ¿Alguna vez os ha dado la risa en algún sitio que no podíais reíros, como en clase, en un funeral o algo así? Así estoy yo ahora mismo. A punto de explotar.

—Solo el final del espíritu llenará de nuevo de vida el hogar de los vencidos. Ahora las sombras señalan el camino. Tan solo queda la nada en la espesa conciencia del hombre.

El caballero se levanta y se gira con brusquedad. Estira una pierna hacia el exterior de la barca, va a saltar. Justo en el último momento, le agarro por la parte de atrás.

—¿Pero qué haces? —le pregunto.

—Yo esto no lo aguanto. Me voy nadando —contesta con tono agotado en susurros.

—¡Qué dices! ¿Y si en el agua hay algo peligroso? —replico en voz baja.

—Yermos están los prados, áridos por el frío invernal de almas condenadas. Despojados quedan los páramos de toda vida sin luz que brille en su oscuridad. Vacíos los cielos de pájaros han quedado, cobijo hallan ahora bajo la losa de una negra nube infinita.

—Bueno...—contesta suspirando en tono de frustración mientras se sienta—, aunque más peligroso que escuchar al muermo este no creo que haya muchas cosas. —Guiña un ojo.

—El viento susurra al vacío de los corazones del otoño de nuestra soledad. El momento ha pasado, son tiempos para el lamento— continúa el barquero su poético recitar. Espronceda a su lado habría sido la felicidad personificada.

—Tienes razón —le digo al caballero en voz muy baja—, es pesadísimo.

El caballero se sienta y yo también, a su lado. En esa posición resguardada de la vista del lúgubre barquero, empezamos una conversación en voz baja.

—Estoy por tirarlo al agua —susurra mi amigo señalando al deprimente ser que nos acompaña.

—¿Qué dices, estás loco? —Bien pensado, no es tan mala idea, la verdad.

—Una brecha de desconcierto se abre en los sentimientos de las almas errantes mientras el inmenso orbe solar apaga sus rayos con la oscuridad del sueño eterno. El infierno absorbe ahora los latidos de sus corazones emponzoñados de inquietud y miseria en vida.

—No te preocupes. Al fin y al cabo nos está llevando gratis, no nos ha pedido nada. ¡Pero el precio que nos hace pagar es carísimo!

—Ya. Tienes razón —reconozco.

Se hace una larga pausa entre él y yo. Nos quedamos viendo el poco paisaje que nos deja la niebla y que viene siendo: el barquero y unos pocos metros de agua. El silencio es desolador, parece que no vamos a llegar nunca. La niebla es tan densa, que parece que la puedo coger con mis propias manos y hacer una bola con ella. No hay nada de viento. El único ruido que podemos oír es el del agua cada vez que el barquero rema y un leve crujir de la barca.

—Pero no lo tires —le pido al caballero—. Por si acaso.

—No, no. De verdad —ríe entre dientes mi querido amigo.

—La soledad es la forma más sincera de descubrir cómo nuestras vidas se sumergen en el silencio de la noche.

—Cielos, ¿en serio no quieres que sumerja al tipo este en la inmensidad de estas turbias aguas de almas despojadas de vida? —dice el caballero imitando el tono del barquero. Creo que está desesperado.

—No sé remar —me limito a responder—. ¿Cuánto crees que quedará? —pregunto.

—No lo sé. ¿Trescientas estrofas? —contesta el caballero.

—Espero que menos —digo con desesperación.

—¿Nos queda poción de surf? —inquiere mi colega con cara de haber tenido una gran idea.

—No. La usamos entera. ¿No te acuerdas? —El caballero me mira pensativo.

—Tienes razón —concluye al rato mientras busca una postura cómoda tumbado—. Voy a dormir. Cuando lleguemos avísame.

—Yo creo que voy a hacer lo mismo —contesto mientras también me tumbo en el cascarón en el que viajamos.

—Los corazones helados irrumpen con su silencio el compás de las manecillas de un tiempo que nunca llega. El final del camino nunca llega.

¡Y dale con la cantinela! Espero que no sea verdad.


¡¡Hola!!

Quise esperar a publicar este capítulo en el día de Halloween. Aquí lo tenéis. Acaso os dan miedo los fantasmas? La muerte? Uniros a la gran fiesta de Halloween de Sándwich de Dragón.

Yo me vestiré de terrorífico pandicornio. Y tú?

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