19. La pista
Me levanto y me visto. No sé cuántas horas llevo durmiendo, podría haber pasado más de un día perfectamente. Mirando la luz a través de la ventana, me da la impresión de que es media mañana, ¿o es media tarde? Es lo único que os podría contar ahora mismo. Miro a una esquina y observo mis cosas colocadas en un orden casi Zen, eso hace juego con el ambiente Feng Shui. Esto y Kawasaki creo que son las únicas palabras que sé decir en japonés, no está mal. Encuentro el arco apoyado en la pared y el resto de objetos a sus pies. Yo no recuerdo haber hecho eso así que debió ser Aila quien las colocó mientras dormía.
Me dirijo hacia la especie de cocina. Ahora que me doy cuenta, voy caminando despacito. No sé por qué, pero necesito moverme con suavidad por aquí. Me encanta esta casa. En la cocina veo un montón de frutas que no puedo reconocer, tienen una pinta deliciosa. También hay una especie de quesos y frutos secos. Cojo lo primero que veo, un trozo de queso. ¡Sí, es queso! También tomo una fruta cítrica muy rica y dulce. Estoy comiendo sin orden ni criterio. ¡Está todo buenísimo! Y me da la sensación de que me sienta muy bien. Es una comida muy energética y alegre. No sabía que la comida podía calificarse de alegre, pero si se puede, esta sin duda lo es.
Oigo la puerta abrirse desde mi flanco derecho.
—¡Hola! —Aila sonríe con increíble amplitud. Es la sonrisa más relajada y feliz que he visto nunca.
—¡Hola! —le contesto con la boca llena de Happy Fruit.
—Te he traído ropa. La tuya estaba destrozada. Puedes quedártela si quieres aunque si no te gusta tampoco pasa nada, podría traerte otra o coser la que llevabas —dice en tono amistoso.
¡Qué simpática es! Me está tratando genial. El estilo de la ropa que ha traído es muy parecido al de ella. Es ropa holgada, muy cómoda y de tejidos naturales. Los tonos son blancos y azules muy suaves. Casan a la perfección con su aspecto físico, porque ella es suave y sutil. Ella tiene el pelo largo y completamente blanco, y esos tonos hacen que no destaque nada por encima de lo demás. Aila en conjunto ofrece una visión suave y tranquila. Sus ojos son de un color violeta precioso, que jamás había visto.
—¡Gracias! —Es tanta la alegría que tengo que no me doy cuenta que se lo digo casi gritando.
—Vístete, salimos. —Emplea un tono amigable mientras abandona la habitación para dejarme intimidad. Parece como si supiese que iba a aceptar su sugerencia.
Me visto rápidamente y salgo a buscarla. No se hacia dónde ha podido ir, pues cada vez que esta chica se mueve apenas oigo su movimiento. Supongo que habrá ido hacia la puerta de salida, así que bajo rápidamente las escaleras. ¡Bingo! Está aquí abajo. La encuentro comiendo un trozo de queso, mastica muy pausada y comedida, con muchísima calma. Parece mágica también en eso.
Salimos por la puerta y comenzamos a andar. El pueblo tiene un toque muy "casual". Está tan bien integrado con el paisaje que da la impresión de que estamos caminando por el bosque, a pesar de estar rodeados de casas por todos los lados. Ahora que me fijo, alguna casa aislada también está elevada en un árbol, no es una ciudad en los árboles como Evaph. Mientras nos desplazamos, nos cruzamos con gente haciendo sus tareas. Tienen pinta de ser amigables, pero su semblante no es como el de mi anfitriona. A ella se le ve especial, distinta. Ir a su lado me hace sentir importante.
Llegamos a un edificio que está en una zona ligeramente más despejada de árboles. Nos acercamos a la puerta y Aila la abre a la vez que se da media vuelta hacia mí.
—Ven, ven —indica susurrando mientras gesticula con la mano para que la siga—. ¡Hola! —saluda a alguien al introducirse en el interior del edificio.
—¡Hola! —le contesta un montón de gente, casi a coro. Noto enseguida que ella es muy querida en la comunidad. Todo el mundo que la mira sonríe.
El edificio está muy concurrido. Hay seres de todo tipo. Por un lado, abunda la gente "humana", con un aspecto parecido al mío o al de Aila, pero también hay otras especies de seres extraños, algunos iguales a otros que ya he visto anteriormente.
Una especie de lagarto enorme se me acerca. Un hombre lo acompaña.
—Pasad, sentaos —nos invita el lagarto.
Nos sentamos en una mesa redonda de madera junto con el lagarto, su acompañante, un enano barbudo y fuerte y una especie de Yeti. A mi lado se sienta mi nueva amiga.
—Aila nos ha contado qué te ha ocurrido y hemos estado investigando. Pudimos averiguar que a tu amigo se lo han llevado unos piratas. Pretenden que tu amigo les construya un barco o en su defecto, que alguien pague un rescate por él para comprar un barco nuevo. No sabemos muy bien por qué, pero es obvio que la causa última es conseguir un barco —dice el hombre—. ¿Por qué han escogido a tu amigo para eso? No lo sabemos. Quizás sea un buen armador de barcos. Eso es todo cuanto podemos decir —sentencia.
—Ehm... —Mejor no digo nada. Menudo lío.
—Si quieres, podemos acercarte hasta la zona donde se han afincado, la isla de Guble. Podríamos acompañarte hasta el puerto para que vayas hasta allí —sugiere el enano—. Nos encantaría ayudarte y darte la cantidad que pidan por el rescate, pero apenas tenemos dinero.
—Yo tengo esto, toma. —Aila me extiende un pequeño saco del tamaño de su mano—. Aquí dentro están mis mejores semillas. Puedes venderlas o negociar con ellas. Quizás te sirvan para recuperar a tu amigo. Son muy valiosas, puedes pedir un precio alto por ellas.
—Y aquí tienes estas especias que hemos reunido entre todos —ofrece el peludo y enorme Yeti con una voz muy grave—. También son muy exquisitas y puedes negociar con ellas por un alto valor. No alcanzarían para pagar un barco, pero sí tienen un valor suficiente como para comprar tres espadas o doscientos galones de ron.
—Muchísimas gracias. —No sé decir nada mejor ahora mismo.
—Mañana te acompañaremos hacia el puerto. Desde allí podrás partir a Guble. Saldremos temprano, así que estate aquí entonces. Ahora vamos a divertirnos, ven con nosotros —dice el enano sonriendo bajo su peluda barba.
—Eso es una buena idea —contesta Aila dando unas palmaditas.
Salimos por la puerta y caminamos a través del pueblo. Pasamos por detrás de la casa de Aila y continuamos el camino. Está atardeciendo. Se ve mucha gente en la calle en actitud amable. Veo a dos personas jugando a algo fabricado con piedra y madera en una mesa. Justo al lado hay un ser de aspecto vaporoso mirando la partida. Le brillan los ojos como dos puntos de luz.
Nos dirigimos a una casa construida dentro de un tronco de un árbol de dimensiones gigantescas. El propio tronco ha sido ahuecado y tallado por dentro para obtener los espacios y aberturas de ventanas y puerta. La puerta está abierta de par en par. Hay una luz suave en su interior que proviene de antorchas colocadas a lo largo de la amplia estancia. Al entrar puedo ver que hay una barra de bar a mano izquierda. El local parece estar regentado por una mujer pelirroja. Tiene un semblante parecido al de Aila. Muy sonriente e intensa, su presencia se nota desde la puerta. Levanta la mano sacudiéndola inocentemente para saludar a los que entramos. Es increíble la sonrisa explosiva que se dibuja en su cara.
Nos sentamos en una de las mesas del local. Bueno, en la mesa no. En los taburetes que tiene al lado, hablemos con propiedad.
—Lo de siempre. Para todos —grita el enano a la camarera con un brazo en alto.
Miro alrededor, es un lugar genial. Imaginaos lo que es un árbol cuyo tronco se ha convertido en una taberna. No sé cómo lo habrán conseguido, pero es de lo más genial que he visto nunca. El ambiente, además, está impregnado por la personalidad de la camarera. Solamente veo sonrisas alrededor. También aquí tengo esa extraña sensación de que todo es mejor de lo que debería, como si el campo magnético de la camarera transformase este sitio en un lugar feliz. Es un efecto muy parecido al de la casa de Aila que, por cierto, está mirándome fijamente. Se inclina hacia mí sin quitarme ojo.
—¡Vaya pelo más largo tienes! —me dice.
Es cierto. No me había dado ni cuenta de todo lo que me ha crecido. El pelo ya me llega a la altura de los hombros. En todo este tiempo no me he preocupado demasiado por su estado, de hecho no recuerdo haberme peinado. De hecho, ni siquiera sabría decir cuánto tiempo llevo en este... "lugar". Esto habría sido impensable en mi anterior vida. Creo que estoy asalvajando. Me gusta no preocuparme de cosas banales.
Aila se inclina un poco más y extiende una mano hacia mi pelo. Después peina hacia arriba con sus dedos mi pelo en un gesto sutil.
—Ven que te arreglo un poco —dice en su tono eternamente cortés. Es curiosa la forma que tiene de hablar, no me pregunta, simplemente me informa de lo que va a hacer; sin embargo, la sensación siempre es la misma, son sugerencias irrenunciables, como si fuese lo más evidente del mundo.
—¡Toma! —escucho decir al Enano. Tiene una navaja en la mano y al momento, la impulsa a lo largo de la mesa en un movimiento perfecto que hace que se pare frente a Aila. Ella extiende la mano, la coge y la abre.
Aila usa la navaja con destreza para cortarme las puntas y hacerme un arreglo en general. Con mucho cuidado, me desbasta el pelo, dejándome muy buena sensación. Después toma mi cara y me gira la cabeza. Cuando me tiene en la posición que ella quiere, me hace una trenza. Al acabar, saca un trozo de hilo de su camiseta y me ata la trenza con él. A continuación inclina mi cabeza hacia el otro lado y empieza a hacerme otra trenza. Por el rabillo del ojo veo que están todos mirando cómo me lo hace. Por algún motivo, no me da vergüenza ninguna estar así, aunque eso de que me miren todos mientras me acicalan, es la típica situación que me incomodaría.
—¡Mira que bien estás! —dice Aila cogiéndome por los hombros y alejándome para mirarme. Sonríe con gesto de plena satisfacción por lo que acaba de hacer.
—¡Muchísimo mejor! —dice el pariente del Yeti.
Me ha hecho tres trenzas: dos del lado izquierdo y una del lado derecho de la cabeza. Aila tira de mí por los hombros y me planta un beso en la mejilla. Después vuelve a apartarme y a mirarme fijamente, como si estuviese orgullosa de mí.
Ese beso casi me quema. Ha sido un gesto de pureza que me ha electrizado todo el cuerpo. Es el beso más inocente que jamás nadie me había dado.
—Ahora sí que estás genial —dice mientras me suelta los hombros. Los actos de esta chica son imprevisibles, pero son todos geniales. No me había sentido más importante en mi vida.
—Muchísimas gracias. Nunca nadie me había hecho algo tan bonito —le digo.
—¿Unas trenzas? —pregunta con cara de asombro.
—No, tratarme así —contesto, aunque tampoco recuerdo haber llevado trenzas nunca y seguro que menos todavía tres.
—¿Así cómo? —Aila es tan pura que mis afirmaciones la descolocan.
—Así de bien.
—¡Ah! —contesta con cara de sorpresa—. Vaya, qué lástima —dice mientras se apena su rostro. Tras una breve pausa continúa—. ¿Y tú? —me pregunta a los ojos.
—¿Y yo?... —¡Vaya golpe! Con una pregunta tan simple me ha desarmado por completo, me incomoda la realidad que acaba de mostrarme acerca de mí. Lo cierto es que no soy como ella. Nunca he sido tan amable con nadie. Un nudo se asienta en un segundo en mi garganta. No puedo decir nada.
Creo que Aila se ha dado cuenta inmediatamente de las emociones que me invaden y percibe de mi silencio que responder a eso sería incómodo, así que en lo que tarda un pestañeo le da la vuelta a la situación.
—¡Es divertido! —dice. No hay rastro de decepción hacia mí. Creo que si se apagasen todas las antorchas de la taberna, la sonrisa que ha aparecido en su cara, daría suficiente luz como para iluminar hasta el último rincón de la estancia. Al mismo tiempo, algo hace "clic" en mi cabeza y el nudo de mi garganta desaparece, instalándose una alegría enorme en su lugar, algo tan intenso que no recuerdo haberlo experimentado nunca.
La camarera llega a nuestro lado con una bandeja que posa en la mesa. Ha traído jarras con zumos y una bandeja de verduras a la plancha. Una vez servido todo, recoge la bandeja y, mientras se estira, sonríe al resto.
—¿Fuiste al concierto de Roisas al final? —le pregunta una chica de nuestro grupo que está sentada al otro lado de la mesa.
—No. Al final se me hizo muy tarde —contesta la mujer con la vista puesta en ella. Mientras, sin girarse, posa la mano en la cabeza de Aila momentáneamente, haciéndole una caricia en un gesto cordial. Aila no se inmuta, sigue sonriente, como si fuese algo normal en ella el recibir caricias. Viendo ese gesto tan natural entre las dos me hace pensar que son de la misma especie. Mi instinto me dice que no son familiares ni tienen lazos de sangre. Me dan una cierta envidia sana.
—Fue una pena. Me dijeron que invitaron a los asistentes a crepes —contesta el enano.
—Son las mejores crepes de la comarca. Me habría encantado, pero se me hizo tarde —responde la mujer del pelo rojizo mientras sigue acariciando un poco la cabeza de Aila. Poco después la retira. Ha sido un gesto extraño, no es maternal o protector, sino de excelente amistad. Muy cariñosa.
—Tú también podrías hacer crepes aquí —afirma Mister Yeti a la mujer.
—Mira, tienes razón. Nunca lo había pensado, pero sería muy buena idea poder hacer algo así en esta taberna—contesta ella amablemente.
La chica se retira de la mesa, despidiéndose con la mano para seguir con sus quehaceres.
Devoramos la parrillada de verduras. ¡Están buenísimas! No sé cómo las ha condimentado, pero es de las mejores comidas vegetales que jamás he probado. ¿Se transmitirá su magia también a la comida? En cualquier caso, he de admitir que he tenido mucha suerte con este grupo.
¡Hola majos@s! ¿Qué tal os va a tod@s? Ojalá os lo esteis pasando genial.
Cuando escribí este capítulo me quedé muy contento con el resultado. Me apetecía mucho que llegara el momento de meterle a la trama un giro y aun por encima poder incluir partes emotivas.
Así que ahora que ya conocéis más del universo de Sándwich de dragón, podemos hacer un poquito de charlita (un poco más, sabéis que me encanta charlar con vosotr@s).
La pregunta de hoy es, ¿quién os gusta mas?
Caballero
Protagonista
Mago
Roisas
Aila
Churrispi
Mesera
Las Basketbrujas
Algún otro personaje que no haya nombrado...
En cualquier caso y votéis a quien votéis, #AilaLoPeta. Yo creo que es genial ¿verdad?
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