13. Mercaderes y objetos
Hemos caminado una larga distancia desde que abandonamos la cancha de baloncesto. Llegamos a una zona despejada, donde parece que podremos despegar con la escoba con facilidad. El caballero la coge y se coloca en posición sobre ella.
—Este es buen sitio para arrancar con la escoba. Súbete, yo conduzco —me indica.
Esta escoba voladora, no es para nada como yo me esperaba. Tiene forma de escoba normal, con algunas modificaciones. En la parte frontal tiene un manillar como las motos, dos marcadores de agujas entre las manetas y palancas de freno justo por delante de las manos. Para nosotros hay dos asientos acolchados. El de atrás tiene su propio manillar, pero sin acelerador ni freno, es sólo de sujeción.
Me siento en el asiento trasero e inmediatamente, el caballero, para no tener que sostener nuestro peso, acelera suavemente, provocando que la escoba se desplace y comience a flotar horizontalmente por encima del suelo. Por lo que veo, la forma de acelerar es igual que en una motocicleta, hay que utilizar la mano derecha y rotar la agarradera hacia atrás.
—¡Ahí vamos! —Parece que el caballero ya ha usado este tipo de vehículo alguna vez. Está pletórico y sonriente, para variar.
Nos movemos a medio metro del suelo. Es una sensación muy agradable, indescriptible. Miro hacia abajo y veo mis pies y el paisaje desplazándose por debajo de ellos, muy cerca, a velocidad moderada. La sensación es parecida a la de flotar en el agua, pero más fluida.
El caballero cambia la dirección de la escoba y comienza a elevarse paulatinamente. La escoba se inclina poco, en un ángulo suave, mientras nos alejamos del suelo. Da la sensación de que nos vamos a caer y, a medida se aleja la escoba, mi vértigo aumenta. Es una sensación rara despegarse del suelo y mucho más con todo el cuerpo expuesto al aire. Al sentirlo por el movimiento, la sensación de vuelo es directa y hace que cualquier mínimo cambio de altura o de velocidad se aprecie mucho más.
La escoba se eleva a una altura un poco superior a la de los árboles y volamos sobre ellos. Es impresionante ver desde lo alto el bosque. Aquí tengo más perspectiva de observación, me gusta lo que estoy viendo. No sé por qué pero ver las cosas desde arriba, siempre es divertido.
Mi colega da un acelerón. Nos ponemos a una velocidad considerable. Aprieto con más fuerza el manillar. Como me caiga, verás que fiesta.
—Mira, ¡una manada de lumis salvajes! —dice el caballero señalando en una dirección hacia el suelo.
¿Sabéis esa típica escena de los documentales cuando hacen una toma aérea y se ven manadas de animales desplazándose? Pues estamos viendo algo muy parecido. Los lumis son una especie de búfalos raros, con el pelo largo. La manada debe tener como cuarenta ejemplares. Son muy grandes, diría que cada uno puede pesar como una tonelada. Lo mejor de todo esto es que van en pogo. Sí, sí. ¡Los lumis se están desplazando en pogo! Es una de esas escenas migratorias de los programas que echan a la hora de la siesta.
Seguimos avanzando a toda mecha por los aires. Desde aquí diviso una pequeña villa a lo lejos. Empezamos a descender poco a poco hasta que nos encontramos muy próximos a la villa. En una zona despejada donde apenas hay desniveles ni nada contra lo que podamos chocar, tomamos tierra con más suavidad de lo que cabía esperar.
—¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Tienes algún plan? —le pregunto al caballero. Noto que he cogido confianza como para tomar la iniciativa de las conversaciones. Creo que ahora ya puedo hablar en cualquier momento. Hasta hace poco, no me atrevía a decir gran cosa.
—No tengo ningún plan.
—¿No tienes ningún plan? —contesto. y al momento se ríe el caballero amistosamente.
—Siempre me hará gracia tu manera de preguntar como si fueses el eco, repitiendo mis frases—dice riendo—. ¿Tú crees que estamos como para planes? ¿Viste cómo ha salido todo?
—Pues sí. En eso tienes razón.
—Podría decirte que tengo un plan, relativamente. Sé lo que tengo que hacer y por dónde tenemos que ir. Pero no es un plan, es un objetivo. No podemos, de hecho, diría que no debemos ceñirnos a un plan. ¿Qué ocurriría por ejemplo si perdiese mi espada? Tendría que dar la vuelta a por otra, cuando quizás por el camino tenga una manera de conseguir una sin perder tanto tiempo volviendo hacia atrás. Básicamente estoy improvisando.
—Improvisar también está bien —contesto con convencimiento.
Caminamos entre las personas de la villa. Es pequeña pero con mucha actividad. La gente parece muy entretenida con sus asuntos.
—Después de aquí, tendremos que atravesar los montes de Sía. Te va a gustar el viaje, tiene unas vistas preciosas. Voy a entrar en esa posada a hablar con el posadero, es amigo mío y le voy a preguntar si podríamos quedarnos esta noche. Si quieres, puedes aprovechar y darte una vuelta por este lugar, estoy seguro de que te va a gustar. Te recomiendo que veas el mercado, es muy bonito. —Tiene razón, creo que voy a pulular por este sitio que no conozco de nada. Es una buena idea, así conozco el lugar. Me gusta la propuesta.
—De acuerdo. Iré al mercado. Nos veremos allí.
—Bien. Si te cansas antes de que yo acabe, vuelve por esa posada —me dice señalando en dirección a una casa que se encuentra a escasos metros de donde nos encontramos.
Me acerco hasta la zona del mercado de aspecto medieval. No sé mucho de arquitectura y este lugar no comparte mucho parecido con los sitios que yo conozco, por lo que no puedo daros una comparación buena. De algún modo, creo que la descripción de "mercado medieval" es bastante acertado, para que me entendáis.
Algo que me llama especialmente la atención de este lugar, es que el suelo es un césped que está cuidado con muchísimo mimo. Muy verde y sano, cortito. Hay varios puestos a lo largo de este barrio de la ciudad, y todos están sobre este césped. Toda esta área es una zona urbana, pero es un jardín en sí mismo. Me encanta la propuesta.
Veo que la gente camina descalza por esta zona, así que voy a hacer lo mismo, no vaya a ser que esté prohibido y me meta en algún lío. Creo que ya llevo buen ritmo, no tengo que buscar más. Me descalzo y llevo mi calzado en una mano.
Hay bastante gente, pero puedo caminar con fluidez. No está abarrotado, ni hay demasiado ruido. El ambiente es más bien tranquilo. Los puestos tienen de todo, pero mucha de la mercancía consiste en cachivaches que yo no conozco. No puedo deducir para qué podrían servir muchos de estos utensilios.
Los seres que están detrás de los mostradores también son dignos de mención. Hay todo tipo de personajes, con formas muy variadas. Hay una especie de gorila, aunque no es un gorila; tiene un comportamiento mucho más inteligente y cuatro brazos. Hay otro ser que tiene escamas y dientes afilados, algo así como un dinosaurio... parece simpático.
Por suerte, no llamo demasiado la atención. Es una zona normal de comercio, donde parece que son habituales los foráneos. Ninguno de estos señores ni señoras —si es que así se les debe llamar— me mira fijamente. Quizás, de vez en cuando, alguno de ellos levanta la vista momentáneamente, pero enseguida vuelven a sus cosas. Lo bueno de este sitio es que al haber tanta variedad de bichos no llama la atención nadie en especial, y mucho menos yo.
—¡Oye! ¡Aquí! —Alguien me llama desde un tenderete.
Giro la cabeza en dirección a donde venía la voz y descubro a un humano a pocos metros de mí que, con la mirada, me confirma que era a mí a quien llamaba. Me acerco caminando hasta él.
—¿Qué tal? ¿Cómo estás? —pregunta sonriendo.
Espera..., ¿quién es esta persona? Su cara me suena. ¡Es el mago!
—¡Hola! —Le contesto sonriendo. ¿Por qué sonrío? Tenía razón el caballero. Es el carácter más peculiar que he visto nunca, pero el mago tiene algo en su personalidad que no sabría describir y que te inspira a sonreírle.
—¿Te has perdido?
—No, he venido con el caballero. Está comprando cosas.
—¡Ah! Perfecto. Quería saber si necesitabas ayuda. —Qué atento. Es genial el hombre este—. ¿Y vuestro compinche? El hombrecillo dibujado. ¿Dónde está?
—Lo hemos liberado —contesto.
—Eso está bien. Es bueno liberar a los golems en algún momento. Además acaba siendo pesado tenerles todo el día detrás, ¿verdad?
—Sí. Aunque la razón principal por la que lo liberamos fue porque nos metimos en líos.
—Qué típico... —contesta el mago riendo. Parece que lo de meterse en aventuras es típico del caballero.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquiero con curiosidad.
—He venido a vender mis cosas, a hacer un poco de dinerillo. Aunque en parte también vengo por el ambiente. Me gustan este tipo de mercados. Para mí es más la oportunidad de estar aquí disfrutando del sitio, que el dinero que gano.
—¡Hola! —Escucho a mi espalda la voz del caballero.
—¡Buenas tardes! —contesta el mago al caballero—. Supongo que todavía no te habrá dado tiempo de cazar ese dragón. ¿Me equivoco?
—En absoluto. En ello sigo.
—Tengo algo que podría ayudaros. Es un artilugio de mi invención.
—¿Para qué sirve? —pregunta mi colega.
—Es un objeto místico con el que puedes saber en todo momento en qué ubicación te encuentras. Incluso aunque nunca hayas estado en ese sitio, puedes encontrar la ruta de vuelta a casa, o cualquier otro lugar se sea de tu interés.
—Suena muy bien —contesta el caballero entusiasmado—. ¿Qué nombre le has puesto a tu invento?
—Se llama mapa. —El caballero y el mago se ríen al unísono—. Estaba bromeando. Ahora en serio, llévate el mapa. Seguro que le das buen uso. Te lo regalo.
—Muchas gracias —responde el caballero—, seguro que si me desvío de la ruta será muy útil.
—¿Qué dirección lleváis? —pregunta de nuevo el mago.
—Vamos a cruzar los montes de Sía.
—Una ruta tranquila. Se dice que hubo orcos allí, pero en esta región no se han visto orcos durante años —asegura el mago.
—Si nos encuentran, se encontrarán con mi espada —contesta el caballero todo fardón—, y con su arco. —dice señalándome. ¿Con mi arco? No esperará que yo sepa usar el cacharro este. ¡Apenas he practicado!
—Tendréis que acampar, es un viaje largo y las villas no están muy próximas entre sí. No os dará tiempo a cruzar los montes andando en un solo día —explica el mago.
—Lo sé. Acabo de comprar útiles de acampada en uno de estos puestos —el caballero parece que ha sido previsor.
—¿Por qué no vamos en escoba? ¿No sería más rápido? —pregunto.
—Esa zona es de vientos muy fuertes. Al haber tantos montes se genera mucha inestabilidad en el aire. Ya sabes, la inversión térmica y la convección provocan un viento transversal racheado, es decir, te sacude a rachas. Nos derribaría sin ninguna opción. No es una zona segura para sobrevolar en escoba —contesta sonriente el caballero que parece que sabe mucho de vientos. Tal vez antes de ser cazadragones fue vientólogo.
—O sea, que vais a tener que caminar —dice el mago confirmando mis sospechas.
—Eso haremos. ¡Hasta luego! —se despide el caballero mientras emprende el camino de vuelta a la posada.
Entramos en la antigua casa de madera envejecida. El posadero nos saluda con amabilidad y nos dirigimos a la única planta que hay escaleras arriba. Caminamos a lo largo del pasillo hasta llegar a la mitad.
—Esa es tu habitación —señala después de pararse frente a una puerta, indicándome la siguiente.
—¡Qué descanses! —digo a mi colega.
Entro en mi habitación, la puerta se abre sin llave. Hay una cama con un colchón muy gordo en el medio de la estancia. ¡Super gordo! Pego una carrera y salto en plancha sobre la cama. ¡Menudo salto acabo de hacer! Reboto suavemente sobre el colchón, siempre he querido hacer esto pero no recuerdo cuándo fue la última vez que lo hice.
Sin bajarme de mi blandito lecho, me deshago de todos los trastos decombate y los pongo al lado de la cama. ¡A dormir!
Yo me daré un paseo en escoba voladora, ¿y tú?
¡Un abrazo!
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