Capítulo 24 | Mi más dulce debilidad.

        Cuando las horas de la tarde empezaron a caer y el frío ya no era un gran problema, nos encontrábamos todos sentados alrededor de la mesa de la cocina bajo la tenue luz amarillenta que entraba por la ventana, yo no podía dejar de mirar el lugar en el sucio suelo junto a mi silla donde había encontrado el cuerpo de mi padre. Brandy se encontraba en el asiento a mi lado, al darse cuenta de mi mirada se puso de pie y se sentó sobre mi regazo, una de sus manos en mis hombros desnudos y la otra apartando el cabello de su rostro. Me dedicó una sonrisa de lado y se inclinó para besar la punta de mi nariz, se acurrucó junto a mi y dejó que la envolviera entre mis brazos.

—Y... —repasé con la mirada a mi madre y a su novio—. ¿De que querían hablarme?

Mi madre lucía nerviosa, lo noté al ver como mordía su labio color rojo escarlata y movía sus dedos con ímpetu contra la tabla de la mesa. También por el hecho de que no dejaba de jugar con las puntas de su cabello o beber repetidas veces a pequeños sorbos el agua frente a ella. Ryan le dio un suave apretón a sus manos, lo que sirvió como un pequeño tranquilizante.

—Tienes que volver a Inglaterra con nosotros —pronunció ella atropelladamente y evitando mi mirada a toda costa.

Entrecerré mis ojos y mis dedos se clavaron en las caderas de la chica sobre mi quien tembló, no sabía si había sido por mi o por las palabras de mi madre. Gruñendo respondí: —De ninguna maldita manera eso va a suceder.

Mi madre abrió sus ojos perpleja ante mi uso de palabras quizás no tan adecuadas para ella. —¡Pero Samuel...!

Ryan volvió a apretar sus manos sobre la mesa, le dedicó una tensa sonrisa a mi madre y ella respondió con un asentimiento de cabeza. —Dejame esto a mi.

Rodé los ojos y escondí la cabeza en el cuello cálido de Brandy, con mis labios tracé un camino de besos lentos y suaves y poco a poco ella se fue relajando, lo que significaba que yo también podía relajarme ahora. Si ella era feliz, yo también lo era.

—Como sabrás, Samuel —Ryan empezó diciendo. No le presté mucha atención y me concentré en la piel de la chica bajo mis labios—, aún eres un menor de edad hasta que se cumpla el trece de abril, ¿cierto?

Asentí despreocupadamente sintiendo las manos de la pelinegra trazar el camino hasta mi cabello. Al principio sentí la mirada incómoda de mi madre sobre nosotros, luego ésta transformándose en una de reproche.

—¡Samuel, por favor! —me reprendió extendiendo sus manos abiertas sobre la mesa.

Levanté la cabeza abruptamente volviendo a apretar las caderas de Brandy. —¿Que, madre? —escupí.

—Lo que tratamos de decirte es algo importante, no te comportes así.

Volví a rodar mis ojos y le indiqué a Brandy que volviera a su silla, me acomodé sobre la mía y me crucé de brazos. Miré tanto a mi madre como a Ryan con desgano y él continuó con lo que trataba de decirme. —Junto a los papeles del divorcio se firmó un acuerdo legal en donde tu padre tendría la total custodia de ti durante el tiempo en que ambos permanecieran en Estados Unidos, al él fallecer tu custodia le pertenece de ahora en adelante a tu madre hasta que cumplas la mayoría de edad. Lo que significa que si tu madre vuelve a Inglaterra, cosa que hará ya que su vida allá se encuentra, tu te ves obligado a ir con ella.

—¿Y que hay de mi vida?, ¿que pasa con lo que yo quiero?, ¿acaso eso no importa? —espeté.

—Debe haber alguna otra manera —intervino Brandy por primera vez, se acomodó en su asiento mirando a Ryan—. Yo soy mayor de edad, podría quedarse conmigo y mis padres. Son sólo un par de meses hasta que cumpla los dieciocho.

—No es tan sencillo, querida —la miró con algo parecido a fingida tristeza. Mi acuerdo de paz con este sujeto se estaba llendo por la borda—. Requeriría mucha cantidad de papeleo, y una cantidad aún mayor de tiempo, lo cual resulta algo imposible en estos momentos dado el hecho de que sólo nos permitieron estar aquí hasta el fin de semana.

—No voy a irme —les afirmé.

—Aún eres un niño, no sabes lo que quieres —mi madre habló.

Me puse de pie y aparté la silla ruidosamente, las palmas de mis manos golpearon con fuerza la mesa color caoba haciendo temblar los vasos de cristal sobre ella. —Pues este niño lo único que quiere es quedarse en esta maldita ciudad, en esta maldita casa, con su preciosa novia —le dirigí una mirada furiosa a Ryan—, a la cual ama más que a nada en el mundo, y nunca volver a aquel lugar en donde todo se fue a la jodida mierda cuando tu apareciste.

—¡Samuel! —chilló mi madre poniéndose de pie también.

Me giré a mirarla, mis dedos temblando, mis ojos ardiendo por las lágrimas que se avecinaban peligrosamente. —Lo siento, madre, pero no voy a irme de aquí.

Di un paso atrás y con pisadas firmes corrí hasta el cuarto de baño, cerré la puerta fuertemente detrás de mi asegurándome de pasar el pestillo. Corriendo la cortina de la ducha, entré en ella abriendo el grifo del agua. Mi espalda chocó contra las baldosas frías y me dejé caer hasta que mi cuerpo estuvo completamente reposando sobre el suelo. Llevé las rodillas a mi pecho y las rodeé con mis brazos dejando que el agua helada me empapara por completo. Escuché las sillas restantes ser arrastradas contra el suelo y luego las disculpas de Brandy a lo lejos.

Transcurrieron exactamente tres segundos en mi mente hasta que escuché como trataba de girar la perilla de la puerta, fallando en el intento. —Samson... —murmuró pero aún así pude escucharla.

Mi cabeza cayó hacia atrás contra la pared, lágrimas calientes desbordándose de mis ojos, el agua de la ducha salpicaba el suelo del baño y no me importaba en absoluto. Aunque era mi padre quien solía limpiarlo, solía quejarse en voz baja por lo terco que yo era ya que nunca cerraba bien la cortina. Sonreí tristemente sólo al imaginarlo con el ceño fruncido tratando de absorber toda el agua esparcida, luego entrando a mi habitación haciéndome soltar mi guitarra y explicarme por milésima vez que le podría salir moho a toda la casa porque yo era un tonto descuidado, y él usaba exactamente esas palabras. Luego simplemente le sonreía tímidamente y me disculpaba en silencio, y él sonreía también y me pedía que tocara algo que bonito para él

—Samuel, por favor... —volvió a decir, esta vez con un poco más de fuerza.

Recordaba también cuando llegaba tarde a casa y todas las luces ya se encontraban apagadas, incluso la de su habitación, me escabullía en mi habitación tratando de no hacer ni un sonido. Cuando me despojaba de mis ropas y me preparaba para dormir, me metía en la cama tapándome con las sábanas, le daba una última mirada a la luna asomándose por mi ventana y cerraba los ojos. Siempre cuatro minutos después escuchaba la puerta abrirse silenciosamente, su mano en mi hombro y un beso dejado en mi cabello, me susurraba que me amaba y volvía a su habitación. Una vez me confesó que no podía irse a dormir con tranquilidad sin saber si yo había llegado en perfectas condiciones a casa. Sabía a la perfección que a él no le gustaba que saliera tan tarde, pero no me decía nada, se lo guardaba para si mismo y me dejaba a mi hacer lo que quisiera, pero siempre manteniendo un ojo protector en todas mis acciones.

Las lágrimas no dejaban de caer mientras traía al presente cada uno de los buenos recuerdos que tuve con mi padre en San Francisco. Las risas por la mañana, los chistes malos por las tardes y los momentos de reflexión por las noches. Ya casi teníamos una rutina en donde nos incluíamos únicamente él y yo, Brandy nos acompañaba a veces, pero al final siempre éramos nosotros dos.

—Cariño, abreme la puerta por favor.

Ignoré su pedido y me acurruqué aún más, recordando aquella noche de tormenta donde las luces no dejaban en paz al cielo y los ruidos eran demasiados como para poder soportarlos. Y me fui a su cama, y dormí junto a él. Pasar una noche de fuerte lluvia se hace más fácil cuando estás junto a alguien que amas. Mi padre me perdonaba cada vez que la cagaba en grande, me aconsejaba lo mejor que podía, y me miraba como si fuera su pequeño secreto, como cuando me dijo que quizás en estos momentos no tenía el suficiente dinero, pero que se había ganado la lotería conmigo. A veces desearía tener una máquina del tiempo, para retroceder todo lo posible, vivir todos esos momentos de nuevo, y repetirlos cada vez que pueda, pero no la tengo, nunca la tendré, nunca podré.

—Samuel... ¡Maldita sea! —su voz tembló y podía jugar que estaba llorando también—. Te lo ruego, mi amor, dejame entrar.

Si yo sufría, ella también lo hacía. Así eran las cosas, pero no podía permitir que ella sintiera dolor por mi culpa.

Me puse de pie, el agua deslizándose desde mi cabeza hasta mis pies, mi ropa interior empapada y sintiéndose pesada. Con pasos temblorosos llegué a la puerta, y con dedos aún más temblorosos desbloqueé la puerta y la abrí. Ésta se abrió lentamente dejándome ver a tres pares de ojos observarme con dolor, los únicos que me importaron fueron los de color azul tan claro como el cielo. Me analizó rápidamente de pies a cabeza, cuando di un paso atrás en el cuarto de baño ella entró conmigo. Mi madre trató de entrar también pero Brandy se lo impidió colocando una mano frente a ella. —Ustedes han causado esto, ahora dejenme a mi solucionarlo —espetó con furia cerrando la puerta en sus narices.

Cuando se dio la vuelta pude notar el dolor y la preocupación latiente en su mirada. Por un segundo nos quedamos así, simplemente mirándonos el uno al otro sin decir ni una palabra. No sabía que me dolía más, escuchar su voz rota o no escucharla en lo absoluto.

Al cabo de un rato, cuando mi cuerpo dejó de sacudirse debido al llanto y al hecho de que me encontraba empapado en agua helada, finalmente habló. —No vuelvas a hacerme eso nunca más. —Levantó su barbilla y lamió su tembloroso labio.

—Lo siento —murmuré, ladeando mi cabeza y teniendo que volver puños mis manos para no estirarlas y tocar su rostro.

Ella se cruzó de brazos y negó, su cabeza ahora gacha mirando los dedos de sus pies retorcerse. —No lo sientes.

—No, no lo hago. Me asusta la manera en que me conoces tan bien.

Dando un paso adelante, mis manos buscaron a tientas los lados de su cintura sobre mi camiseta, mi frente apoyándose a la suya, pequeñas gotas de agua resbalando de mi cuerpo al suyo, cosa que no nos importaba a ninguno de los dos.

—Tu estabas tan alterado, y te encerraste en el baño, y no respondías cuando te llamaba y luego escuché como llorabas tan fuerte —titubeó cerca de mis labios—, y-yo tenía miedo de que cometieras una locura. No vuelvas a hacerme algo así, Samuel, hablo en serio.

—Lo lamento, no pensaba con claridad.

Su mirada temerosa se alzó hacia mi, sus dedos acariciando mis mejillas. —¿Por qué llorabas, mi amor?

Sin previo aviso sentí las lágrimas volver a resbalar por mi rostro, mezclándose con el agua fría de la ducha que aún adornaba mi rostro. Tomé una bocanada de aire, mi pecho inflándose y volviendo a caer en su sitio. —Yo... no sé si podré seguir sin él —admití casi inaudible.

—No digas eso, claro que podrás —habló suavemente, mi piel buscando desesperadamente el toque de sus manos, lo notó y empezó a acariciarme el cabello y el cuello.

—Ya no puedo fingir que soy fuerte. Esto... ya es demasiado. No quiero irme —sollocé.

—Vamos a solucionarlo, debe haber algo que podríamos hacer.

—¡Deja de hacerte ilusiones, Bryana! —exclamé, apartando tanto sus manos de mi cuerpo como las lágrimas de mi rostro con furia, inmdiatamente su expresión cambió a una de confusión con su ceño fruncido—. No hay finales felices para alguien como yo, deberías saberlo ya. Van a llevarme lejos, de vuelta al vacío en el que me encontraba, y esta vez no estarás tu ni Finn allí para rescatarme.

—¡¿Por qué tienes que actuar siempre así?! —chilló golpeándome en el pecho.

—¡¿Así como?!

—¡Tan a la defensiva!, ¡tan negativo cuando sólo quiero ayudarte!, ¿crees que me gusta verte así, o que me gusta el hecho de que vas a estar a miles de kilómetros de distancia lejos de mi?, pues no lo hace, idiota. Hace tan sólo pocas horas creí que habíamos avanzado la mayor parte del camino, pero ahora has retrocedido de nuevo al principio. No me hagas perder el tiempo y dejame ayudarte a resolver tu maldita mierda de una buena vez.

—No sabes lo que se siente —gruñí frustrado tirando de mi cabello.

—¡No me digas que no sé lo que se siente! Pasé más tiempo con Robert estos últimos meses que con mis propios padres, así que no vengas con eso de que no sé lo que se siente perder a alguien como él, porque si lo sé. —Se cruzó de brazos y empezó a dar vueltas a mi alrededor dentro del pequeño espacio del cuarto de baño.

—No es lo mismo —refunfuñé, actuaba como un bebé en estos momentos.

—Quizás no lo sea —lanzó sus manos al aire—. Tu extrañas los momentos con él, yo extraño la sonrisa que esos momentos ponían en tu rostro.

Junté mis cejas frunciendo la frente pemdando en lo que había dicho. —Yo... —balbuceé torpemente.

—Te dije que tenías que aprender a callarte —espetó, pero en su mirada ya no había enojo alguno.

—Como te gusta hacerme sentir como el más grande idiota del universo. —Le dije con tono divertido.

Era curioso como podíamos pasar de estar al borde de las lágrimas, a gritarnos hasta deteriorar nuestras cuerdas vocales y luego simplemente bromear como si nada hubiese sucedido.

—Cuando te comportas así, lo eres —rodó sus ojos, una sonrisa tirando lentamente de sus labios.

—Lo siento —puse ojos de cachorrito arrepentido y me incliné para besar su mejilla.

—Claro que lo haces, ahora quitate eso —dijo señalando mi ropa interior—, vamos a darnos una ducha.

—¿Vamos? —me crucé de brazos, una suave risa brotando de mi garganta—. Me gusta esa idea.

—No te emociones mucho, campeón —negó sonriendo, su mano se extendió sobre mi pecho y me empujó de nuevo a la ducha—. Quiero cuidar de ti, lavar tu cabello, enjuagar tus lágrimas, abrazarte hasta que te quedes dormido.

—Eso es lo que haces siempre —le recordé, dudé un poco en si debía bajar mis bóxers cuando finalmente me encontraba ya dentro de la ducha. Le hice la pregunta silenciosamente con la mirada.

—No puedes lavarte bien con ropa, cochino. ¿Es que acaso ahora te da vergüenza?

—No —respondí velozmente y retiré la única prenda que me restaba, deslizando la tela por mis piernas y apartándola a un lado con una patada.

El agua volvía a caer sobre mi como una cascada, inclinando la cabeza hacia atrás y pasando las manos por mi cuero cabelludo dejé que esta me volviera a empapar de nuevo. Sentí las delicadas y pequeñas manos de Brandy deslizarse por mi resbaladizo pecho con jabón líquido en ellas, dejando un rastro de blanca espuma tras ellas. Cerré mis ojos y me relajé ante sus caricias.

—Hablame, Samson —murmuró mordisqueando mi mandíbula.

—¿De que quieres que te hable? —respondí somnoliento, sus dedos hacían magia sobre mi piel tensa.

—De lo que sea. No me gusta que te cierres, te lo he hecho saber, y lo primero que hiciste fue salir huyendo y encerrarte en el baño. No es bueno para ti.

Solté un suspiro tembloroso. —No sabía que más hacer. Cuando discutía con mi madre o con Ryan en mi antigua casa, siempre me iba y corría hasta donde Finn estuviese, él siempre hacia que las cosas mejoraran, pero ya no está y no se a donde tengo que correr ahora para olvidarme de todo. Es difícil.

—Entiendo —se puso de puntas y besó tiernamente mis labios—, pero quiero que sepas que ahora puedes correr hasta donde yo estoy, siempre te esperaré con brazos abiertos.

La miré por un largo segundo, lamí mis labios y con mis dedos aparté el cabello húmedo de si rostro.Hablando en voz baja le dije: —¿Que voy a hacer cuando estemos en países diferentes?

Dudó un momento quedándose en silencio, me tomó por el cuello y se abrazó a mi. —Ya lo veremos cuando el momento llegue, pero ahora estamos aquí y ahora, juntos, aprovechemos esto, ¿de acuerdo?

Asentí y busqué rápidamente el contacto de sus labios contra los míos. Media hora después ambos salimos del cuarto de baño cubiertos con toallas, con el pelo mojado, la piel de manos y pies arrugadas y nuestras ropas empapadas entre nuestras manos. Caminamos por el pasillo en puntas tratando de no llamar la atención hasta adentrarnos en mi oscura habitación. Presionando el interruptor en la pared las luces amarillentas nos iluminaron.

Lancé la ropa al suelo y Brandy hizo lo mismo. No emitió ningún sonido cuando aparté la toalla blanca de su cuerpo y la envolví en su cabello para eliminar el exceso de agua. Tembló bajo mi tacto y le di una rápida mirada a ella y luego a la ventana abierta. Me disculpé en silencio, y entregándole la toalla fui a cerrar la ventana. Cuando regresé a ella se encontraba rebuscando entre los cajones en busca de ropa interior para ambos. Bóxers de Superman para mi, y uno de Linterna Verde para ella. Volvió a colocarse una de mis camisetas, olfateándola con minuciosidad y luego corriendo hasta la cama. Sonreí con ternura y cogí unos pantalones de pijama de algodón, al colocármelos lancé las toallas mojadas sobre el escritorio.

Ella observó toda la habitación en busca de algo, y yo sabía lo que era. —¿Donde está Mikey? —preguntó con tristeza.

—Ya estaba curado e intentaba varias veces salir por la ventana, así que tuve que dejarle ir. —Caminé hasta la cama junto a ella, me tumbé y le indiqué que se acostara sobre mi ya que me gustaba la sensación de su blando cuerpo contra el mío.

—Nuestro pequeño —murmuró acomodándose arriba de mi cuerpo, bostezó y dejó caer su cabeza sobre mi pecho. Me dediqué a acariciar su cabello cayendo sobre su espalda hasta que ella se quedó dormida minutos después.

La puerta se abrió rechinando en silencio, mi cabeza se giró inmediatamente para ver a mi madre asomar su cabeza por el espacio que se había creado. Con sus manos hizo señas para que saliera afuera junto a ella, asentí mirando a Brandy dormir sobre mi y ella se retiró volviendo a cerrar la puerta. Admiré el rostro de la pelinegra un rato más, hasta que en mi mente podía crear una perfecta imagen de ella sin tener que mirarla.

Ella suspiró entre sueños y aproveché la oportunidad para levantarla y dejarla sobre las sábanas. Su largo cabello se esparció sobre la almohada y sus labios se entreabrieron.

Cuando me levanté de la comodidad de la cama salí al pasillo, cerrando la puerta detrás de mi con sumo cuidado para no despertar a Brandy. Si algo sabía perfectamente de ella, es que no era una persona muy dormilona, por lo general podía irse a dormir a altas horas de la noche y estar lista para la batalla a primera hora de la mañana, y tampoco era de esas que se tomaba una siesta a mitad de la tarde, justo como lo estaba haciendo ahora, lo cual me preocupaba de cierta manera. Tal vez sólo se encontraba cansada físicamente por los hechos recientes y las muy pocas horas de sueño, o quizá era mi culpa, mis problemas ya no estaban agotándome tanto física como mentalmente sólo a mi, si no también a las personas de mi alrededor.

Entendí en ese momento que quizás si debía largarme definitivamente de este lugar, estoy acabando con las personas de aquí que me quieren, justo como lo hice alguna vez en Yorkshire. Lo menos que quiero es causarle dolor y sufrimiento a quienes claramente no se lo merecen. Pero como era tan malditamente necio y egoísta, no podía hacerlo, ya no podía alejarme de ella. Sabía que iba a destruirla, pero también sabía que juntos éramos invencibles.

Encontré a mi madre en la sala cambiando sus zapatos de tacón por unas pantuflas, su cabello recogido de alguna manera extraña y con el trapeador en sus manos. Cuando alzó la vista hacia mi me lanzó un viejo pedazo de tela.

—Yo trapeo y tu quitas el polvo, ¿de acuerdo? Este lugar parece una pocilga —dijo sumergiendo el objeto dentro de la cubeta de agua con olor a detergente.

Asentí, aunque la verdad no había mucho a lo que quitarle el polvo, no había casi muebles en la casa. Llegué hasta la ventana que daba vista a la calle y observé con asco como el polvo y la suciedad se habían acumulado en ella, al igual que las telas de araña en las esquinas. También observé el césped amarillento en frente de nuestra casa debido al frío y la falta de agua y cariño, la nostalgia me llenó por completo al darme cuenta de que en todo mi tiempo aquí no me concentré en las cosas pequeñas pero importantes como lo era el césped. Una persona feliz no tiene un césped muerto, por supuesto que no, y quizás ese césped nos esté contagiando a todos los demás. Pude sentir a mi madre detrás de mi mirándome con atención varios minutos luego.

—¿Te encuentras bien, hijo? —preguntó apoyando su mano en la parte baja de mi espalda.

Mi cabeza cayó hacia abajo entre mis hombros, mis manos apretando con fuerza el borde de la ventana, cerré los ojos durante un segundo y cuando volví a abrirlos todo era gris nuevamente. —No lo sé —respondí en un murmullo—, no lo sé.

—¿Que te preocupa? —No recordaba jamás que ella hubiese usado ese tono tan dulce conmigo, era como una oleada de calor cuando sentía que me estaba congelando de frío.

—No ser suficiente, que las cosas cambien, lo mismo de siempre —divagué, me detuve frunciendo el ceño—. En realidad, lo que en verdad me preocupa es volver allá. Se supone que me fui para tratar de ser alguien mejor, ¿y si vuelvo a retroceder todo lo que he avanzado?

Ella me miró con ojos tiernos y besó mi sien. —A ti lo que en verdad te preocupa es el tiempo, ¿no es así?

—¿De que manera?

—Sé que ya no podré amarrarte a mi, perdí mi oportunidad para eso, y en cuanto tengas la oportunidad vendrás corriendo hacia acá porque sientes que es aquí donde perteneces, pero tienes miedo de que las cosas hayan cambiado a la hora de tu regreso. A eso le temes, al paso del tiempo.

—Supongo que si. Pero no es sólo eso, no se como podré volver allá después de todo lo que ocurrió. Cuando me fui... allá ya no me quedaba nada a lo que aferrarme por los que se me hizo muy sencillo, pero estando aquí incluso la mínima idea de tener que alejarme me parte el corazón. Estoy cansado de sufrir.

—Cariño, ¿aún te culpas por la muerte de Finn?

—¡Por supuesto! —exclamé—, ¿como no voy a hacerlo cuando fue mi culpa?

Ella acarició mi cabello con lentitud llevándolo hacia atrás, pero este siempre volvía a caer sobre mis ojos. —No fue tu culpa, a veces las cosas simplemente pasan.

—Eso no «simplemente» pasó. Debí haberle dado la maldita patineta así él no se enojaba y cruzaba la calle. Así como también debí haber estado aquí en casa y no con Brandy, así quizá mi padre aún estuviese con vida.

—No puedes vivir a costa de los «y si...», no es sano. Tienes que enfocarte en el presente, o nunca vas a lograr superarlo.

—¡Pues este presente es una mierda! —alcé la voz más de lo debido, mi madre pestañeó repetidas veces conmocionada. En ese momento la puerta de entrada se abre, dejando revelar a Ryan luciendo tan asquerosamente perfecto como siempre con algunas bolsas plásticas en sus manos.

—¿Está todo bien? —nos miró curiosos.

—Que te importa —gruñí, ganándome un pellizco en el brazo por parte de mi madre. Rodé los ojos y lancé el pedazo de tela al suelo, me recosté sobre el sofá y empecé a jugar con uno de los cojines esponjosos.

—Eres terriblemente necio.

—Me lo han dicho ya —respondí sonriendo falsamente.

Ella me ignoró y caminó hasta su novio plantándole un beso en la boca, hice una mueca de asco y les lancé el cojín. Sonreí al ver como éste golpeaba al niño rico en la punta de la cabeza. Mi madre me regañó, por supuesto, pero yo estaba bastante complacido conmigo mismo. Ryan sonrió también, se encontraba de un muy buen humor hoy.

—He traído la ensalada que te gusta —le habló a mi madre con ojos risueños—, y para los niños un par de hamburguesas de pollo, ¿que estabas haciendo por aquí? —preguntó observando la cubeta con agua y el piso mojado.

—Algo de limpieza, se suponía que Samuel iba a ayudarme pero se asustó con las arañas de la ventana.

Él rió y me dio una rápida mirada. —Te creía más valiente que eso, amiguito.

Lo fulminé con la mirada y rodé sobre el sofá hasta darles la espalda.

—Oye, chico —volvió a hablar—, ¿donde está esa linda novia tuya?

¿Esto es en serio? Tiene que estar jodiéndome.

—Linda será la marca que mi puño deje en tu rostro —escupí.

—Ya dejalo, amor, está de mal humor.

Me quedé dormido sobre el sofá escuchando la melodía de las aves afuera de la ventana, cuando desperté ya había anochecido considerablemente. Mi estómago rugía con fuerza y unas tibias manos me acariciaban el cabello, reconocí el aroma de su piel tan sólo pocos segundos después por lo que no tuve que alzar mi mirada para saber de quien se trataba. Las yemas de sus dedos se deslizaron con ternura por mi frente y sien, sonreí ante su tacto y ella se removió haciéndome levantar la cabeza. Se veía por lo menos tan adormilada como yo lo estaba, seguramente no llevaba mucho tiempo despierta tampoco. Me incorporé quedando sentado a su lado, estiré mis brazos sintiendo a mis músculos agredecerlo. Soltando un suspiro la rodeé por los hombros y al acurrucarme junto a ella sentí que casi me volvía a quedar dormido.

—Hey —murmuró, pestañeé ante el toque de su dedo en la punta de mi nariz.

—Uhmm —tarareé.

—Tus labios no tienen color, deberías comer algo.

—Estoy famélico —admití dejándome caer sobre el respaldo del sofá.

—Lo sé, fue tu estómago lo que me despertó —bromeó.

Abrí uno de mis ojos y la vi sonriendo ampliamente, lo volví a cerrar cuando trató de hacer que me pusiera de pie. Se levantó en un salto y tiró de mis brazos, pero sin lograr moverme más de unos pocos centímetros.

—Nena, por favor —rogué—, estoy cansado.

—No has comido ni bebido nada desde esta mañana, hazlo por mi aunque sea —hizo pucheros y cuando rodé los ojos ella sonrió con sus hoyuelos a la vista.

—¿Escuchaste eso? Él la llama «nena» —Mi madre le susurró a Ryan emocionada mientras lavaba los platos sucios—. Se les ve tan enamorados.

Tanto Brandy como yo nos giramos a verlos. Ryan nos dio una rápida mirada sobre su hombro y volvió a su tarea de secar los cubiertos mojados para luego guardarlos en el estante. —Jamás creí que viviría para contarlo —le respondió en el mismo tono.

A la final la pelinegra logró convencerme con uno de sus besos en el cuello, que débil era, incluso quiso darme la cómoda como si yo fuera un bebé de tres años, aunque cuando estallé en risas y lo escupí todo supongo que lo parecí. Alrededor de las nueve volvimos a encerrarnos en mi habitación, mientras Ryan y el Sr. Williams —quien acababa de llegar de la estación de policías, aún con su uniforme puesto— hablaban en la cocina sobre cosas que en estos momentos no quería saber, como los preparativos para el funeral de mi padre a la primera hora de mañana.

Brandy me miró confundida cuando me puse de pie y salí de la habitación, esa mirada seguía allí cuando regresé y le tendí las viejas tijeras oxidadas. Las analizó un momento, con dedos firmes las tomó y me hizo señas con la cabeza para que me sentara justo frente a ella sobre la cama. No necesité decirle lo que quería que hiciera, porque ella ya lo sabía. El lado afilado de las tijeras se deslizaba con soltura sobre mi cabello y yo sólo podía observar como los mechones caían ante mi. Ella fruncía el ceño y dejaba asomar la punta de su lengua entre sus también fruncidos labios, cerré mis ojos y la dejé hacer.

—Cortalo bastante, no quiero que nadie más a parte de ti corte mi cabello, y nos veremos dentro de un buen tiempo. —Tomé una larga y profunda respiración luego de hablar.

—Son sólo cuatro meses, mi amor.

—Ciento veintiséis días sin ti sería una eternidad.

Ese número se encontraba grabado a fuego en mi mente. Había contado los meses, días, horas y minutos que restaban para volver a encontrarnos, y ni siquiera nos habíamos despedido aún. Noté como su respiración quedó atorada en su garganta y tragaba con dificultad, alcé la vista hacia ella solo para verla con los ojos cristalizados. No se lo había dicho, pero ella sabía que esta sería mi última noche entre las frías calles de San Francisco.

—¿Que sucede?

Ella negó y se limpió las mejillas, dejando la tijera a un lado. —Tenías cara de niño asustado cuando llegaste aquí, y mirate ahora, todo un hombre.

—Sigo teniendo diecisiete —respondí, tomé sus manos y la arrastré sobre mi regazo.

—La edad, un simple número, no define la madurez.

—Eres tan sabia —murmuré contra sus labios.

—Voy a extrañarte tanto —sollozó con voz ahogada.

—Shhh —cubrí sus labios con los míos y no dejé que dijera una palabra más.

De esa simple manera ambos dejamos que nuestros cuerpos demostraran lo que las palabras no podrían jamás explicar, esa necesidad de estar uno al lado del otro, aunque sea el roce de una mano era suficiente para hacernos suspirar, con una mirada nos decíamos todo, y con un beso sellábamos el trato de no olvidarnos aunque el tiempo pasara y quisiera llevarnos con él.

Abracé su cintura y me dejé caer contra el colchón, su pecho fuertemente presionado contra el mío, sus manos siguiendo el camino hasta mi cabello. Se encontraba sobre mi, su larga y oscura melena cayendo alrededor de nuestras cabezas. Me alejé de ella sólo un segundo para susurrarle: —Lo has hecho muy bien con mi cabello.

—Pero si ni siquiera te has visto en un espejo —replicó pero con voz suave.

—No me hace falta.

Vi como sus azules ojos volvían a llenarse de lágrimas y me encargué de besar cada rastro de ellas sobre su rostro. —Eres mi más dulce debilidad —confesé en un murmullo.

Ella se apretó más a mi, nuestros cuerpos fundiéndose. No podía negar que no sentía como me entregaba su alma, su amor y su corazón porque hasta casi podía tocarlo con la punta de mis dedos. Finalmente el sueño volvió a hacer efecto en nosotros, pero me negaba a dejarme vencer por él, no cuando podía observarla a ella toda la noche en cambio.

—Duermete, Samson. —Ella batió sus pestañas y sus dedos recorrieron la piel de mi cuello causándome escalofríos.

—No quiero cerrar mis ojos, no quiero quedarme dormido porque ya te extraño, cariño, y no quiero perderme ningún detalle.

—¿Estás citando a Aerosmith?

—Tal vez.

—Te amo mucho, ¿lo sabías, verdad?

—Ahora lo sé —besé su frente y mientras ella se quedaba dormida yo también lo hacia.

Así pasó mi última noche en San Francisco por lo que para nosotros sería un largo tiempo. Fue aquí, en esta misma habitación una noche de fuerte tormenta, donde dos almas perdidas se rindieron y se entragaron la una a la otra, sintiendo la seguridad de estas cuatro paredes envolverlos, mientras el calor y la cercanía del cuerpo del otro los llevaba a un lugar donde el miedo ya no existía nunca más.

Se despide; Marié.

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