Capítulo 21 | Apuesta de amor.

        No le resultaba fácil a cualquiera el levantarse a tempranas horas de la mañana cuando no has podido pegar un ojo en toda la noche, y tanto tus músculos como cerebro se encuentran increíblemente cansados. Nadie debería irse a dormir con el corazón roto, o al menos siquiera intentarlo.

¿Porqué dejamos en manos de alguien más algo tan valioso como lo es nuestro corazón, aún sabiendo que pueden hacerlo añicos en un sólo pestañeo? ¿Porqué amamos tanto, y la mayoría de las veces sin esperar nada a cambio? ¿Porqué siendo la especie que más razona en el mundo, cuando nos hablan de amor la mayor parte del tiempo se nos olvida hasta pensar?

Era muy temprano en la mañana cuando me hice todas estas preguntas a mi mismo, sentado frente a la ventana contemplando como los brillantes rayos del sol empezaban hacerse paso a través de las rosáceas nubes. Maldigo el momento en que dejé que mis pensamientos tomaran control de mi, porque ahora no sé como volver a sentirme dueño de mi mismo.

Me preparé con lentitud para comenzar el día y salí de la casa cuando aún algunos podían decir que era de noche. No tenía sentido quedarme mucho más tiempo en la cama, cuando lo único que haría era rodar y rodar de un lado para el otro pensando en todo a la vez, y sin poder dormir cinco minutos más. Me dirigí hacia el taller, inclinándome hacia el suelo e introduciendo la llave en el candado y empujando luego la puerta de metal hacia arriba. Dándole un vistazo al interior me di cuenta de que nadie había llegado aún, lo cual no me sorprendía en absoluto.

Presioné el interruptor a un lado y las luces pestañearon varias veces antes de iluminar por completo el lugar. El viejo auto rojo descapotado del señor Morrison se encontraba arrimado al final del taller, recordando que necesitaba que alguien le echara un vistazo me dirigí a éste. Me quité la camiseta a mitad de camino y la lancé sobre la mesa en una esquina. Me deslicé debajo del auto con una linterna en una mano y la caja de herramientas muy cerca de la otra.

Aproximadamente veinte minutos después risas invadieron el lugar, no necesité salir de mi escondite para descubrir quienes eran.

—Está bieeeeeen, como digas. Pero sigo creyendo que Capitán América es mucho mejor que los otros.

—Sólo porque la última película lleve su nombre no significa que sea mejor.

—¡Claro que si! —chilló Callie.

¿Había incluso alguien mejor que Capitán América? Y ni hablar de Chris Evans.

—Hey, se supone que tu turno es el de la tarde, aún faltan varias horas para eso, Sammy —habló Brandon. Vi como se agachaba y su cabeza aparecía en mi campo de visión debajo del auto.

—Lo sé, es que necesito distraer mi mente un momento. Estar encerrado está acabando conmigo. —Me deslicé fuera del viejo cacharro, limpiando el sudor que goteaba de mi frente con mi antebrazo.

Brandon me observó un rato en silencio, hasta que no pudo contenerlo más. —Luces terrible, bro. Tienes una ojeras gigantes.

—Muchas gracias —dije con ironía. Apoyé las palmas de las manos sobre el suelo y me impulsé hacia arriba, sacudí el polvo de mí y froté mis pantalones.

Callie corrió hacia mi y me rodeó con sus bronceados brazos. —Ambos están hechos pedazos, ¿que ha sucedido? —habló en mi cuello.

—Mejor preguntáselo a ella —espeté

—Te lo estoy preguntando a ti, cabrón.

Rodé los ojos y aparté sus brazos lentamente de mi para no parecer odioso. —Hemos roto.

—¿Que? ¿Por qué?

—Callie, no seas entrometida, que no ves que el pobre la está pasando mal —la riñó su castaño novio.

—Estoy bien —gruñí—, sólo tengo que terminar de asimilarlo. Al final no fui lo suficientemente bueno para ella.

Caminé con lentitud hasta la mesa de la esquina y tomé mi camiseta pasándola por mi cabeza hasta volvermela a colocar.

—¡Eso es pura mierda! —chilló la rubia—. Voy a tener que hablar seriamente con esa perrita...

—Ya basta, Callie. Déjalo en paz. Mejor vámonos a clases de una vez, ¿vienes con nosotros, Sammy?

—Adelántense, los alcanzo luego. Ah, y Callie, Capitán es el mejor.

—¡Si! Te lo dije —Ella empezó a reír y a chillar burlándose de su novio, incluso llegando a sacarle la lengua en varias ocasiones, quien sólo rodó sus ojos y pasó su brazo por sobre su hombro, para luego besar su cabello y lentamente salir del taller.

Me aseguré de dejar todas las herramientas en el mismo sitio donde estaban, porque si había algo que el señor Guzmán odiara era no saber donde se encontraban sus preciados objetos, luego apagando las luces y volviendo a cerrar el taller. No había hecho mucho allí adentro, pero logró animarme un poco. Seguí a a la joven pareja con pasos lentos, varios metros por detrás. Mientras ellos charlaban animadamente yo me sujetaba el corazón, mientras ellos reían yo observaba con melancolía el espacio a mi lado que antes solía ocuparlo ella, llenándome de besos y palabras bonitas. Estaba tan absorto en esa imagen de ella que literalmente no me di cuenta cuando ambos se detuvieron, mientras yo seguía caminando por inercia, y cuando pasé junto a ellos Brandon tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos, y con la restante sujetando la de Callie. Lo miré boquiabierto y él sólo sonrió de lado, pero la tristeza invadía su mirada.

Los chicos pueden tomar de la mano a otros chicos, los chicos pueden besar a otros chicos. Somos sólo personas, ¿por qué estaría mal?

—Casi todos saben ya lo que ha sucedido entre Brandy y tu, no se cómo mierda ha volado tan rápido la información —habló el castaño, le dio un apretón a mi mano y me jaló para que siguiera caminando.

—Sus comentarios no son nada... bonitos. Pero estamos aquí contigo, cariño. —Habló esta vez la rubia haciéndome sentir inmensamente querido.

—En verdad lo aprecio chicos, pero estaré bien.

—De acuerdo —lentamente Brandon desentrelazó nuestros dedos, para luego sacudir mi cabello con esa misma mano—, pero si alguien llega a decirte alguna cosa fea te juro que le patearé el trasero tanto que no podrá sentarse en un maldito mes.

Reí ante su último comentario, pasando las manos por mi maraña de pelo tratando de domarlo un poco. —Gracias Brandon, pero mejor manten un ojo en Brandy, ¿si? Supongo que ahora que no estoy a su lado para cuidarla querrán usarla como blanco para todos sus juegos otra vez.

Las facciones del chico se endurecieron de inmediato y asintió secamente. —Dalo por hecho —le echó un vistazo a la rubia a su lado y la jaló del brazo suavemente—. Vamos Callie, seguro Brandy querrá un poco de café con leche esta mañana, mejor llevárselo antes de que se ponga gruñona.

La chica asintió, me lanzó un beso y se alejó junto a su novio, dejándome a solas en las puertas de entrada de la escuela. ¿Que tan terrible podría ser? Por supuesto, podrían estar todos esperándome adentro para atacarme con tomates podridos, lenguas afiladas y quizás algunas antorchas también, ¿por qué no? O, podrían simplemente pasar de largo a mi lado e ignorar mi ridícula existencia.

Y eso fue claramente lo que no sucedió.

Al parecer a todos hoy les parecía de lo mas interesante lo desastrosa que ha resultado ser mi deprimente vida amorosa. Me miraban como si fuera carne fresca lista para ponerse sobre las brasas. Sentí mi pecho arder al darme cuenta de que eran exactamente las mismas miradas que me daban todos los días, pero en aquellos tiempos iba de la mano de aquella chica salvaje y en lo único que podía concentrarme era en ella. Ahora estoy solo a la deriva, a la espera de que algo simplemente suceda.

Todo resultó ser más incómodo de lo que esperaba, pero empeoró cuando subía las escaleras al segundo piso. Su cuerpo delgado chocó contra el mio mientras ella bajaba esas mismas escaleras como si su vida dependiera de ello, su cabello alborotado y cubriendo todo su rostro. Su maquillaje se encontraba corrido, ocultando su hermosa piel lechosa. Su voz sonó ahogada y apurada cuando se disculpó con su mirada fija en su vaso de café, y del mismo modo en que llegó se fue, sin llegar a reconocerme siquiera.

La seguí con la mirada, como apresuradamente bajaba el resto de los escalones casi tropezándose al final hasta que desapareció entre la multitud. Donde mierda se habrían metido Brandon y Callie.
Sujetándome de la barandilla terminé de subir los pocos escalones que faltaban, al levantar la mirada no me gustó para nada lo que vi.

Brett estaba allí, cruzado de brazos al final de la escalera, justo la dirección de donde ella provenía, y con su mirada fija a donde ella exactamente se había ido. Fruncí el ceño y se me tensó la mandíbula. Todo cobraba sentido ahora. Me apresuré y terminé justo frente a él, le tomó algunos segundos despegar su mirada del pasillo para prestarme atención a mi. Maldito idiota.

—Dejala en paz, Brett, última vez que te lo pido —le hablé lo más calmadamente posible, en comparación a como me sentía en el interior.

—Quizá deberías ser tu el que se aleje, así ella y yo podremos recuperar lo que teníamos. —Cada maldita palabra que salía de sus labios me hacía odiarlo mucho más.

—Sabes que eso no sucederá. Ella preferiría pasar el resto de su vida sola a volver a estar contigo. Porque se dio cuenta de lo que en realidad siempre fuiste en su vida, un error. No seas egoísta, Brett. Si no amas la manera en que arruga su nariz cuando ríe, entonces dejala ir. Si no la ves como una maldita obra maestra, dejala ir. No es sólo cruel lo que estás haciendo, la estás apartando de alguien que podría dárselo todo, y no me refiero a mi, si no también a cualquier otra persona. Alguien que sienta olas chocar contra su caja torácica cuando la ve caminar, alguien que ha tenido el peor de los días pero arcoiris aparecen sólo con el sonido de su voz, alguien que al despertar y la primera cosa que vea sea a ella dormida sobre su hombro y sienta que su corazón va a explotar. Si ese no eres tu, por favor, dejala ir, porque alguien más mataría por todo eso.

Dicho eso me aparté a un lado y seguí mi camino, asegurándome de que nuestros hombros chocaran. No iba a rendirme, y a todo el mundo tendría que quedarle bien claro.

(...)

Llegando ya el último período de clases del día el profesor decidió dejarnos el resto de la tarde libre, cosa que pasa muy rara vez, así que aprovechando el momento simplemente me dirigí al jardín y justo como lo supuse los tres mosqueteros se encontraban allí también. Sentados sobre un banco, Brandon junto a Callie, el castaño deslizaba los dedos descuidadamente por sobre la pantalla de su teléfono, cuerpo inclinado hacia adelante y codos sobre sus muslos, mientras Brandy se encontraba de pie en la parte de atrás trenzando el cabello de la rubia, quien parecía disfrutar bastante que le acariciaran el cuero cabelludo.

Brandon levantó su cabeza sólo un segundo cuando me acerqué a ellos y tomé asiento a su lado, inmediatamente volviendo la atención a su teléfono. —¿No deberías estar en clases, pequeño Sammy? —habló con su tono sobreprotector.

Después de convivir diariamente con el trio, llegué a descubrir las personalidades de cada uno de ellos. Brandon era el mayor, por lo tanto se tomaba muy seriamente su papel como el protector del grupo, aunque a veces era él quien se metía más en problemas, pero ¿como culparlo? Luego le sigue Callie (que aprendí por las malas, y muy malas, que jamás hay que llamarla por su nombre completo, Calliope), la bailarina, la Barbie, o simplemente la más graciosa de todas, esa era ella. A veces costaba un poco entenderla, podía tomarse las cosas con mucha calma o simplemente perder la cabeza, y hacérsela perder a todos los demás, Brandon está muy cerca de eso. Y finalmente Bryana, mi hermosa Bryana, ¿que podría decir de ella que ya no haya dicho? Un espíritu libre, pero al mismo tiempo un ave enjaulada. Ella lo es todo y nada a la vez. De esas que pueden ofrecerte la vida, y arrebatártela en tan sólo un segundo. De ese tipo de personas que nunca llegarás a conocer en su totalidad realmente.

La miré de reojo, aprovechando la oportunidad de que ella se encontraba concentrada en Callie.

—Quizá sólo quise hacerme el rebelde —le respondí a Brandon.

—Uff, parece que hemos sido una mala influencia para el inocente Sammy.

Negué con la cabeza sonriendo, mi mirada bajando hasta el suelo.

—Hay un partido de fútbol el viernes por la noche. —Brandon golpeó mi hombro con el suyo ganándose toda mi atención.

Mis cejas se levantaron. —¿Ah, si? ¿Tu jugarás?

Él asintió emocionado. —Soy segundo capitán, el entrenador dijo que si sigo así de bien podría robarle el puesto a Brett como capitán principal.

—¡Amén! —respondió Callie, estirándose para dejar un sonoro beso en la mejilla de su novio. Brandy quejándose de que su modelo no se quedara quieta.

—¡Auch, Brandy! —se quejó la rubia cuando la pelinegra le tironeó el cabello.

—Quedate quieta —gruñendo respondió.

—Pero ser segundo capitán no está tan mal —me dirigí a Brandon.

—No, pero quiero aprovechar cualquier oportunidad que tenga para aplastar al maldito de Ward. Su ego por las nubes y su constante alardeo me tienen completamente loco, ¡y lo peor de todo es que ni juega tan bien! —se quejó rodando sus ojos y haciendo muecas con su rostro.

—¿Que tipo de fútbol juegan aquí? —me sentí estúpido preguntando, pero en Inglaterra una cosa era fútbol, y otra muy distinta el soccer.

—¡Americano! —los tres respondieron mirándome acusadoramente.

Rodé los ojos. —Me refería a que si el fútbol para ustedes es patear la pelota, o lanzar el balón.

—Ambos —habló el jugador aquí—, es bastante confuso de explicar en realidad. No lo entenderías a menos de que hubieses nacido aquí.

—Gracias —mascullé.

—A mi no me hables así jovencito, tienes que respetar a tus mayores —y luego me sacó la lengua. Y ese era el mayor del grupo—. Pero el partido del viernes es fútbol americano, ya sabes, bueno en realidad no sabes...

—Es el de lanzar el balón y empujarse los unos a los otros hasta dejarse echos mierda. Ese fútbol —lo interrumpió y terminó Callie.

—Oh, cool.

—Si, lo es. —Brandon sonrió fijando su vista en la cancha de basketball frente a nosotros.

Mi atención se encontraba al cien por ciento en Brandy cuando vi su ceño fruncirse y sus labios apretándose. —Ups —murmuró.

—¿Ups? ¡¿Que quieres decir con "ups"?! —chilló la rubia.

Brandy suspiró pesadamente. —Creo que mi mano se ha atascado en tu cabello.

Lo siguiente fue Callie chillando y tratando de soltarse de Brandy, pero logrando todo lo contrario.

—¡Quedate quieta, lo estás empeorando! Si me hubieses hecho caso desde un principio nada de esto hubiese sucedido —se quejó la pelinegra.

—Eres una estilista terrible. Si tan sólo dejaras de mirar al pobre de Samuel cada cinco segundos y comértelo con los ojos quizás hubieses logrado peinarme sin medio arrancarme la cabeza. —Callie sonó terriblemente acusadora, no me gustaría estar en el puesto de Brandy. Pude jurar que me sonrojé con las palabras de ella, ¿Brandy había estado mirándome, y comiéndome con los ojos?

—Mejor callate, rubia —gruñó la pelinegra.

—Oye, ¿quieres jugar? —me habló Brandon señalando la cancha.

—Claro. —Asentí. Cualquier cosa por estar lejos de estas gatas con garras afiladas.

Dejando las mochilas junto a las chicas trotamos hasta la cancha donde se encontraba únicamente un chico rubio no tan alto que veía algunas clases conmigo, practicaba lanzamientos mientras el sudor corría por todo su cuerpo, era muy bueno.

—¿Quieres compañía, Matthias? —le preguntó Brandon.

Matt sujetó el balón en sus manos, se inclinó un poco hacia abajo y lo lanzó, logrando encestar perfectamente. Nos dio una mirada rápida antes de ir en busca del anaranjado objeto. —Un poco de compañía no está tan mal —habló, su voz era más gruesa de lo que me esperaba, limpió el sudor que se deslizaba por su frente con su antebrazo y lanzó el balón en mi dirección.

Lo atajé rápidamente y Brandon sonrió a mi lado codeándome. —Muestrame lo que aprendes en Inglaterra, Sammy.

Todo fue paz y tranquilidad, hasta que alguien más decidió unirse al juego seguido por dos de sus amigos. Brett sonreía hipócritamente mientras Brandon le lanzaba el balón, éramos nosotros tres, contra él y sus dos amigos. La tensión podía sentirse en el aire cuando me miró, ambos soltando chispas. No sabía por cuanto tiempo este juego iba a mantenerse amistoso.

Minutos pasaron, al igual que varias anotaciones. Cuerpos sudorosos se deslizaban de aquí para allá, zapatillas rasgadas sobre el áspero suelo de cemento, respiraciones agitadas, corazones desbocados.

Luego de quince minutos éramos nosotros los que íbamos a la delantera por tres puntos, los chicos empezaban a arremolinarse alrededor de la cancha llevando la cuenta. El sol empezó a arder más de lo usual sobre nuestra piel y tuve que detenerme un segundo con el balón en mis manos para tomar un respiro. Mi mirada viajó hacia el banco donde Callie se había subido con algunas hojas de árboles en sus manos a modo de pompones.

—¡Dame una S! —chilló.

—¡S! —el resto respondió en el mismo tono, aplaudiendo emocionados.

—¡Dame una A!

—¡A!

—¡Dame una M!

—¡M!

—¡Dame una S!

—¡S!

—¡Dame una O!

—¡O!

—¡Dame una N!

—¡N!

—¿Que dice?

—¡Samson!

—¡Wohooo!

Reí a carcajadas al ver a Callie armando semejante espectáculo, lanzándome besos desde las alturas, mientras Brandy sólo se sonrojaba y negaba con la cabeza a un lado de ella, pero también siguiéndole el juego con "pompones" en sus manos. Escuché la risa de Brandon, gritando luego: —¡Esa es mi chica!

Estaba tan distraído que no vi el codo que se dirigió directamente hasta mi mandíbula, el balón siendo arrebatado de mis manos y mi cuerpo empujado hacia atrás con fuerza, tanta que terminé cayendo en el suelo apoyándome en mis manos. Sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca, tocando mis labios confirmé que estaban sangrando. Al levantar la vista vi al culpable, nada mas y nada menos que Brett.

Brandon se acercó corriendo a mi, ayudándome a colocar de pie. —¿Estás bien?

Asentí torpemente algo mareado. Tanteó mi rostro en busca de más heridas, luego mis brazos, pero yo estaba perfectamente bien además de mi labio partido.

—¿Que está mal contigo? —espetó mi castaño amigo hacia Brett—. Es sólo un estúpido juego.

Brett me miró de arriba a abajo y luego de regreso. —Hay que mantener la atención siempre en el juego, nunca sabes cuando puede aparecer otro jugador y arrebatarte el balón.

Fui consciente del doble sentido en que sus palabras fueron dirigidas hacia mi. Apreté la mandíbula y negué con la cabeza. Di un paso adelante hasta estar justo frente a él. Todo el mundo se había acercado hasta nosotros, incluyendo las chicas que llenaban de preguntas a Brandon.

—Arreglemos esto, Brett, de una vez por todas.

Entrecerró sus ojos y me observó. —¿Que propones?

Una mano pequeña tomó la mía y trató de apartarme de Brett, pero sin lograr nada. Vi los ojos de Brandy llenos de pánico. —Samson, por favor...

—Dejame hacer esto.

Me volví hacia Brett, quien me miraba divertido con sus cejas levantadas.

—Tu dime.

Sus dedos fueron a su barbilla, mirando alrededor, analizando nuestro entorno. La mayoría de las personas se alejaron volviendo a sus actividades, aburriéndose ya de nosotros. Brett sonrió socarronamente. —¿Que tal un partido de póquer?

Tuve que tomar cada minúscula parte de mi voluntad para no sonreír de oreja a oreja. —Por mi está bien.

Con su mano me señaló el pequeño banco, nos dirigimos allí, Brandon y las chicas acompañándome de cerca. Me senté con mis piernas a cada lado del objeto de metal, Brett ubicándose de cara a mi en la misma posición, dejando un espacio en el medio para las cartas.

—Como todo juego de póquer, tiene que haber una apuesta —habló tranquilamente, mientras uno de sus amigos colocaba el mazo en su mano extendida.

Brandy se encontraba a mi lado, la miré un segundo, pidiéndole perdón con la mirada. —Ella, la apuesto a ella.

Brett me miró sorprendido. —¿Seguro?

Asentí. —Completamente. Si gano, te alejarás de ella y de sus amigos para siempre.

—¿Y si yo gano? —sonrió de lado, revolviendo las cartas con su mirada fija en mi.

—Yo me alejaré, volveré a Inglaterra y tu podrás retomar la relación que tenías con ella. Sólo si ella está dispuesta.

Él la miró y le guiñó el ojo. —Me parece justo.

—Siempre juego limpio y justo.

Me tendió las cartas sonriendo. —Como buen jugador que soy te dejaré repartir.

Tomé el mazo con la mano izquierda y le tendí la derecha. —¿Tenemos un trato?

Extendió su mano y estrechó la mía con fuerza, haciendo sonar mis dedos y doler mis nudillos. —Trato. Buena suerte, Samuel.

Las cartas se sentían suaves bajo mi tacto, tenían ese aroma a nuevo y se veían de la misma manera. La última vez que había tomado unas cartas para jugar póquer fue mucho antes de que siquiera pensara en venir a los Estados Unidos, y volverlas a tener en mis manos se sentía demasiado familiar.

Con las cartas boca abajo, tomé dos de la parte superior y las coloqué entre mis piernas. Tomando otras dos se las di a él. Les dio la vuelta y sonrió, fruncí los labios y coloqué una carta boca abajo sobre el banco para "quemar". Seguida de esta tres cartas más pero esta vez destapadas. Un siete de corazones, un cuatro de picas y un diez de diamantes. Dejé el mazo en su lugar y con cuidado vi mis cartas, un tres de diamantes y un cinco de corazones. Puta mierda, mis probabilidades de ganar se reducieron a muy pocas.

Brett silbó sonriendo. —Me quedo. ¿Y tu?

Si me iba perdía instantáneamente, pero aún faltaban por descubrir dos cartas más. Aún sabiendo que podría perder, decidí continuar. Los mejores guerreros luchan hasta el final. Volví a colocar mis cartas en mis piernas y tomé el mazo. Coloqué la carta de arriba y esta se fue al área de "quemar", la siguiente se destapa y revela y una K de trébol y veo a Brett sonreír.

—Esto se pone cada vez mejor. Pon la última carta.

Mis manos temblaban, mi corazón bombeando con fuerza, sentía el sudor frío correr por mi nuca. Una última oportunidad.

Otra carta es llevada al área de "quemar", y levanto la próxima revelando un seis de picas. Suspiro con fuerza y dejo caer el mazo. Brett ríe y enseña sus cartas, un siete de trébol y una K de diamantes que concordaban con las que se encontraban sobre el banco.

—Doble par, Samuel. Supera eso.

Volví a mirar mis cartas un segundo con suma atención. Miré a Brandy quien se mordía el labio con nerviosismo. —Lo siento mucho, Brandy.

Brett se cruzó de brazos, su sonrisa completamente extendida en su rostro.

—Pero no voy a irme de San Francisco en un largo tiempo. —La sonrisa extendiéndose en sus labios y los mios.

Fue allí cuando revelé mis cartas, una perfecta escalera desde el tres hasta el siete si se juntaba con las cartas sobre el banco. Tres de diamantes, cuatro de picas, cinco de corazones, seis de picas y siete de corazones.

Sus brazos me rodearon el cuello y besó numerosas veces mi mejilla, ignoré el hecho de que sólo se comportaba así porque estaba agradecida de que hubiese ganado. Corazón, tienes que calmarte. Nada cambiaría después de esto, ella no cambiaría de opinión, y yo tampoco. Tendría que aceptarlo. Se había acabado, y este era el punto final de la historia.

Vi a Brett observar todas las cartas con asombro y enfado. —Eso... no puede ser —gruñó. Me miró con odio y se puso de pie. Se alejó de allí con sus puños apretados, seguido de ambos de sus amigos.

Callie y Brandon se abalanzaron sobre mi, llenándome de emoción. Luego de eso los cuatro juntos agarrados de las manos fuimos a recorrer las calles mientras la noche caía sobre nuestras cabezas.

Está de más decir que Brett no volvió a tratar de acercarse a Brandy después de eso.

Nunca te metas con el rey del póquer, porque perderás.

—Se despide; Marié.

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