Capítulo 17 | La chica de sonrisa salvaje.

        —¡Samuel! —Escuché a mi padre gritar mi nombre con exigencia y algo de reproche. O quería que le hiciese un favor o yo la había cagado y bien grande, esperaba con ansias que no fuera la segunda.

Rodé sobre la cama con holgazanería, suspirando fuertemente, para al final terminar colocándome de pie y caminar hasta donde él se encontraba. Lo vi sentado en la mesa de la cocina, contando una y otra vez los varios billetes que tenía en sus manos. Sus lentes de lectura se deslizaban por sobre el puente de su nariz hacia abajo, pidiendo a gritos que los volvieran a acomodar en su lugar. Me miró por sobre sus pestañas mientras cruzaba el lugar hasta colocarme a su lado.

—Samuel, necesito que vayas a la panadería y compres un paquete de pan integral, y algunas rebanadas de queso... No, mejor no, después no alcanzaría para la renta de este mes. Dios. —Sus manos se fueron a su cabeza, tomándola con las palmas abiertas, masajeando un poco.

—Hey viejo, tranquilo —coloqué mi palma sobre su hombro para darle a entender que estábamos juntos en esto-, yo lo pago. No he gastado nada aún de lo que gano en el taller. —Me encongí de hombros sin darle importancia.

—Creí que habíamos dejado claro que era yo el que tenía que mantenerte a ti, no al revés. —Me reprendió.

—Lo sé, pero quiero hacer esto, también quería ir porque pienso comprarle un chocolate a Brandy —sonreí de lado.

—¿Y eso? —preguntó, sin separar sus ojos de los billetes.

—No es nada, sólo que me enteré de que le encanta el chocolate, entonces... ya sabes.

—No necesitas comprarle nada para ganarte más puntos con ella, creo que ya tienes demasiados tomando en cuenta todas tus escapaditas y donde pasas las noches —me miró de reojo, sus labios curvándose muy ligeramente.

—Demasiado nunca es suficiente, esta noche conoceré oficialmente a sus padres. —Él abrió su boca para comentar algo pero lo interrumpí, dejando sus palabras en el aire— Y además, ¿donde mierda queda la panadería?

Golpeó la mesa con sus manos haciéndome estremecer, mirándome con los ojos entornados y furiosos. —Maldito seas Samuel David, voy a meterte una barra de jabón en la boca a presión.

Temblé ante sus palabras, pero me lo tomé con gracia ya que yo a él también tendría que lavarle la boca con jabón. —De acuerdo, le preguntaré a Brandon.

[...]

Normalmente, cuando estás nervioso el tiempo se pasa mucho más lento, pero en este caso, estaba casi volando. Mientras anudaba el nudo de mi corbata en lo único que mi mente podía pensar era en la reacción de los padres de Bryana cuando conocieran al verdadero yo. "Van a amarte" Recordaba perfectamente sus palabras, pero, ¿y si no lo hacían? No es como si pudiera volver en el tiempo y repetir o dejar de hacer una acción, una sola palabra errónea y mi relación con la chica que amaba se iría al completo desastre. Había leído en libros y visto en películas, que padres como los que ella tenía eran extremadamente perfeccionistas y cautelosos cuando se trata de su única hija llevando un chico a casa, y luego estaba yo, que si me miraban sólo un poco de cerca cualquiera se daría cuenta del desastre andante que soy y siempre seré.

Nunca había ido a la casa de una chica con la plena intención de conocer a sus padres, porque simplemente no me tomaba las cosas en serio, era un adolescente la mayor parte del tiempo borracho que sólo buscaba un poco de diversión fácil. La relación más seria que tuve antes de Bryana, fue con Finn, y ni siquiera estábamos saliendo o algo, éramos sólo mejores amigos que se amaban el uno al otro, y tampoco llegué a conocer a sus padres ya que ni el mismísimo Fin sabía quienes eran. Aunque ellos, los muy sinvergüenzas, se presentaron el día del funeral.

Maggie, la dueña cincuentona de la casa hogar, me había informado que se encontraban en la última fila de sillas que se dispuso en el cementerio, pero yo sólo negué con mi cabeza, me coloqué de pie besando el ataúd y dejé una hermosa rosa roja sobre este, ya que Finn amaba las flores, y mucho más el color rojo, y me fui de allí, porque sabía que no soportaría ver como a esa caja de madera con su pequeño y frágil cuerpo dentro lo sepultaban en la fría tierra. Esa fue la última vez que vi a Maggie o a otro de los chicos del hogar, hace tan solo siete meses. Esa misma noche, mientras lloraba entre las sábanas de mi cama observando el reflejo de la luna sobre las lágrimas acumuladas en mis manos, me sentí feliz por Finn, porque no tuvo que conocer a esas personas de mierda que lo dejaron abandonado a las puertas de la casa de alguien siendo tan sólo un bebé, perdiéndose de conocer a la persona más maravillosa del mundo. Y luego me sentí triste por él, porque no se lo merecía.

Le di un vistazo a mi yo reflejado en el espejo y le doy una pequeña sonrisa nerviosa, para luego suspirar frustrado cuando el nudo de la corbata no queda justo como yo esperaba. Mi mano temblorosa corrió por la extensión de mi cabello dándole un aspecto más alborotado e informal al muy lindo traje que Brandon me obsequió, él al ser unos cuantos centímetros más alto y más corpulento que yo, este traje ya le quedaba algo pequeño.

Salí del baño y me adentré en la habitación de mi padre, se encontraba sentado en el borde de la cama leyendo el periódico de hoy. Me coloqué frente a él, su mirada subiendo de las páginas de papel hasta mi rostro. —¿Me ayudas? —le sonreí señalando el mal trabajo que había hecho con la corbata.

Me miró enternecido y dejo el periódico a un lado, me hizo señas para que me acercara. Corrí hasta él emocionado y me senté en su regazo.

Arqueó sus cejas. —Wow, hace mucho que no hacías eso.

—Sí, desde que tenía doce y empezaste a beber con más frecuencia. Me asustabas.

Suspiró con cansancio aflojando el nudo de mi garganta. —Estos son mejores tiempos, ¿verdad? —Su voz sonando quieta y apagada.

—Lo son —estuve de acuerdo.

—Sólo que ahora pesas más —se burló, desatando por completo la corbata y retirándola de mi cuello.

—Sí, bueno, tu tampoco estás tan bien como antes. Mira esas arrugas —me burlé también señalando su frente y la esquina de sus ojos.

Él se echó a reír pellizcando mis costados, haciéndome dar un pequeño respingo. Le sonreí con melancolía recordando todos los momentos que pasábamos así cuando yo era tan sólo un niño. Observé el largo rectángulo de tela blanca que quedó en sus manos. —¿No puedes anudarla?

—No la necesitas, y el chaleco tampoco. Con la camisa negra y el pantalón es suficiente. No querrás parecer demasiado formal —me informó.

Me coloqué de pie, dándole una última mirada a mi vestimenta. —De acuerdo, gracias pá.

—Podré ser viejo pero aún conservo algo de estilo para la moda.

—Claro —traté de aguantar la risa—. Mejor me voy —me despedí con la mano y él volvió a concentrarse en su periódico.

Absorbí todo lo que pude de su fragancia y su imagen tranquila, para guardarla siempre en mi memoria, no sabiendo cuando podría perderlo.

[...]

Asomé mi cabeza por sobre la ventana, dándole un vistazo a la habitación poco iluminada, mis manos y pies aferrándose con fuerza a las tuberías. Me impulsé hacia arriba cuando vi que se encontraba sola en su habitación, pasando mis piernas por sobre el borde de la ventana hasta sentarme sobre ésta, tratando de causar el menor ruido posible para no alarmarla o interrumpirla.

Ella pasaba las páginas de su libro, completamente ajena a quien se encontraba observándola desde una esquina. Se encontraba cruzada de piernas usando sólo una camiseta algunas tallas más grande que le llegaba a la mitad de los muslos, su cabello recogido en la parte superior de su cabeza en un moño desordenado, pequeños mechones cayendo sobre su rostro pálido y libre de maquillaje, amaba verla tan natural y sencilla. Rebuscó con su mirada su teléfono celular colocado sobre uno de los almohadones a su lado, se quedó quieta como piedra cuando me vio sentado sobre su ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho y los tobillos igualmente cruzados. Una pequeña sonrisa tiró de mis labios cuando su boca se abrió formando una pequeña o.

—Samson —murmuró sorprendida—. Esto definitivamente es invasión a la propiedad.

—Ya lo sabrás tu —sonreí de lado guiñándole un ojo, la camisa negra manga larga aferrándose perfectamente a mi pecho, me encargué de doblar las mangas hacia arriba esperando a que ella saliera de su estado de shock.

Sus mejillas se habían vuelto de un muy rápido color rosa, mientras trataba de cubrirse más con la camiseta. —Se suponía que vendrías dentro de una hora y media —dijo revisando la hora en su teléfono móvil.

—Me aburría en casa, y quise hacerle una visita a esa hermosa chica de cabello y sonrisa salvaje. Pero no durará mucho, pues tengo que ir a cenar luego con mi novia. Voy a conocer a sus padres.

Ella rió cuando entendió lo que estaba diciendo. —Dichosa esa chica a la que llamas tu novia, me hace sentir celosa.

Me coloqué de pie, acercándome con pasos lentos a su cama. —No deberías, no se compara contigo.

Ella apartó el libro de sus piernas y se arrodilló sobre la cama, cuando estuve de pie en el borde se inclinó sobre mi, atrayéndome hasta sus labios. Me besó con locura como si el mundo fuese a acabarse ya mismo, y como siempre, me hizo sentir que el afortunado y dichoso era yo.

—Hola —murmuró despacio, separándose sólo unos pocos centímetros de mi. Su frente pegada a la mía, su labio retenido entre sus dientes.

—Hola —respondí de vuelta, incliné mi cabeza hacia arriba dejando un delicado beso en su frente.

Le dio una mirada detallada a mi atuendo y gimió por lo bajo. —Maldición, Samuel. Te ves demasiado guapo —lloriqueó, sujetándose a mis hombros, sus manos luego bajando por mis brazos, subiendo de nuevo hasta llegar a mi pecho. —Estás más fuerte —observó.

Asentí despacio, el taller estaba haciendo milagros con mi cuerpo. Ella murmuró algo y luego volvió a atacar mis labios.

—Oye —se separó de repente—. ¿Sabes pintar uñas?

Esa definitivamente era la pregunta más rara que me habían hecho, pero si sabía como hacerlo, Finn a veces necesitaba ayuda con sus pies. —Em... si —respondí algo dudoso.

Sonrió encantada. —Excelente, me serás de gran ayuda de ahora en adelante.

Cuarenta minutos y veinte uñas pintadas de negro después, y aún sintiendo la presión y dulce sabor de sus labios sobre los míos, me escabullí por la ventana de la misma manera en la que había entrado para dejar que Brandy se arreglara para la cena, no sin antes haberle entregado la gran barra de chocolate y ver como sus ojos casi se salen de sus cuencas. Sigiloso caminé por el jardín, con mis manos en mis bolsillos, observando cada uno de los diferentes tipos de flores que se encontraban plantadas en éste. Hubo una flor en especial que me llamó la atención, de color rosa y con muchos pétalos suaves que cambiaban de tonalidades, desde rosa pastel hasta casi fucsia, la arranqué por el tallo y la guardé en el bolsillo de mis pantalones. Luego me dirigí a la puerta de entrada, esperé algunos minutos antes de presionar el timbre.

Un hombre de cabello blanco, alto y luciendo un traje negro con moño abrió la puerta, me observó de pies a cabeza con expresión seria y luego me invitó a entrar. —Pase adelante, señor Johnson, sea bienvenido. Hemos esperado con ansias su visita —habló con acento inglés increíblemente marcado y eso me hizo recordar a Yorkshire.

Le sonreí cuando asintió con su cabeza y caminé por el pasillo que ya conocía hasta el gran salón, la mesa del comedor se encontraba bellamente adornada con vajilla de porcelana e instrumentos de plata, candelabros y flores en el centro. Vi a Brandon y a Callie haciéndome señas desde el sofá y fui a donde ellos gustoso. Saludé tanto a la rubia chica como al castaño con un beso en la mejilla, éste último limpiándose el rostro con una mueca de asco en su cara. Me eché a reír para luego notar la presencia de una pequeña niña, de no más de seis años, sentada junto a Brandon.

Ella jugueteaba con sus dedos con su mirada fijada en el suelo. Me incliné frente a ella y alzó sus ojos color café, justo como la de Brandon, sonrió tímida cuando le tendí la mano, dudó un poco pero luego la estrechó con gusto, sus mejillas tornándose de un color casi vinotinto. Llevaba un pequeño vestido color rosa y zapatillas a juego, su cabello castaño recogido con dos coletas, era la viva imagen del chico a su lado.

—¿Es tu hermana? —pregunté hacia Brandon, aún con la mano de la niña entre las mías.

—Si, su nombre es Rosie —sonrió de lado viendo a la pequeña—. Mis padres salieron y no podía dejarla sola en casa.

—Es muy linda —le dije sonriendo suavemente.

Rosie ahogó un grito, cubriendo su boca con sus manitos para luego echarse a reír, su cara completamente roja. Brandon rodó sus ojos y bufó molesto. —Genial, le gustas a mi hermanita. Oye, donjuán, mejor vete a esperar a tu novia a otra parte.

Callie y yo nos echamos a reír mientras Brandon regañaba a su pequeña hermana por fijarse en hombres mayores y explicándole que no la dejaría tener novio hasta los treinta y cinco. Vaya dolores de cabeza le iba a hacer sufrir cuando entrara en la adolescencia.

Escuchamos el taconeo de varios zapatos y nos dimos la vuelta, encontrándonos con Brandy y sus padres. Lucía tan hermosa, con un vestido color rojo con lunares blancos a la altura de la rodilla, con la parte superior amoldándose a su piel y la falda libre para ondear en el aire. Su largo cabello se encontraba suelto y llevaba sus labios de ese color rojo escarlata que sabía lo mucho que me gustaba. Mi hermosa chica lucía como si viviera en varias décadas atrás, donde predominaban los rockanrolleros y ese color de labial que usaba con tanta frecuencia.

Apartó su cabello de su hombro y me tendió la mano sonriendo y fui a su encuentro. Tanto su padre como su madre me miraban muy atentos. Cuando sus dedos se entrelazaron con los mios mi corazón se tranquilizó un poco, su dulce fragancia me hipnotizo y me dejó atontado por algunos segundos.

—Mamá, papá, él es Samuel Johnson, mi novio —pronunció con voz suave pero segura, sin arrepentirse de ello.

Su madre me tendió la mano y estreché gustoso con la que no estaba sujetando a Brandy. —Soy Lauren, cariño, es un placer conocerte.

La mujer sonrió cálidamente, apartando algunos mechones de cabello oscuro de su rostro. Se parecía bastante a Brandy, la forma de sus cejas y sus delicados pómulos. El color pálido de su piel resaltaba bastante en ese vestido negro de cuerpo entero que llevaba.

—El placer es mío, señora Williams. Debo decir que me encuentro fascinado por su último libro, aún no lo he terminando, pero cada página es más adictiva que la anterior —la adulé.

La noche que dormí con su hija en su habitación se me fue obsequiado uno de sus libros y lo leía en mis tiempos libres, y a pesar de que la trama era interesante, lo que más me atraía era la manera que tenía de narrar las cosas.

Lauren sonrió. —Muy guapo, educado y aprecia la buena lectura. Creo que te quiero para mi —terminó con una pequeña risa.

—Oh —murmuré, tocando los bolsillos de mis pantalones hasta sacar la pequeña flor, y se la tendí con una gran sonrisa—, para usted.

Ella la tomó y la observó hasta notar que provenía de su jardín, se echó a reír con ganas y palmeó mi mejilla con cuidado, sus manos eran muy suaves. —Eres adorable.

Sonreí de lado y observé al señor Williams tendiéndole la mano, él la estrechó con su rostro serio. —Un gusto verlo de nuevo, señor Williams.

Al principio frunció el ceño, observando nuestras manos juntas, era casi como si una pregunta se formulara en toda la extensión de su rostro, sus facciones algo tensas, y luego de repente, todo se esfumó, como si nunca hubiese sucedido.

—Igualmente, Samuel. Puedes llamarme Christian —pronunció con su voz ronca, vi a Brandon y Callie detrás de él alzándome sus pulgares y sonriendo. Fijé mi mirada de nuevo en el señor Williams viendo la sombra de una sonrisa, mis hombros se relajaron porque esta iba a ser una buena noche.

[...]

El resto de la velada transcurrió con tranquilidad. Todos nos sentamos en la gran extensión rectangular de la mesa, y luego de lo que parecieron mil preguntas sobre mi vida antes y después de llegar a Estados Unidos, la cena se sirvió constando de un primer plato de rebanadas de pan tostado con aderezo, siguiéndole el plato principal que la verdad no tenía ni la menor idea de como se llamaba pero constaba de pollo al horno, ensalada de lechuga y tomate, arroz blanco y una copa de vino.

Me había congelado en mi silla cuando el mayordomo había llenado la copa por completo de vino tinto, mis manos empezaron a sudar y mis dedos a temblar, no podía despegar la vista de la copa. No había bebido ni una sola gota de alcohol desde la muerte de Finn, todo me parecía demasiado doloroso, y aunque sabía que podía hacerme olvidarme de todo nunca volví a beber. La mano de Brandy se movió debajo del mantel, posándose en mi muslo y apretando suavemente, solté un suspiro tembloroso, ella sabía lo que sentía en ese momento.

—Está bien —murmuró solo para nosotros, mientras los demás compartían una animada charla completamente ajenos a nuestra conversación—, no tienes que hacerlo. Puedo pedir que te traigan agua.

Justo cuando ella levantó su mano al aire para llamar al mayordomo yo tomé su mano y besé sus dedos uno por uno, me miró curiosa, pero no dijo nada. Cerré mis ojos y dejé mis labios sobre el dorso de su mano y sólo negué débilmente. Ella ladeó su cabeza y apartó su mano de mi tacto, llevándola a mi cuello y acariciando mi nuca, luego acarició mi mejilla con sus dedos y murmuró: —De acuerdo.

Volví a observar la copa de vino y decidí que esta no iba a atormentarme más, todos mis miedos se encontraban en esa copa y tendría que afrontarlos sea como sea. Así que estiré mi brazo y la tomé, acercándola a mi rostro, sintiendo el dulce olor inundando mis fosas nasales, no lo pensé muchos porque sabía que si lo hacía iba a arrepentirme. Entonces le di un pequeño sorbo, mis labios apenas se mojaron y mi lengua casi ni percibió el sabor. Sentí como mis entrañas se revolvieron y por un segundo creí que iba a vomitarlo todo, pero no lo hice, sólo volví a colocar la copa en su sitio. Seguía sintiéndome débil ante su presencia, pero esta vez no tanto.

Brandy se inclinó sobre mi costado, acercando sus labios a mi oído: —Mi chico valiente —besó mi mejilla cortamente y terminó su cena. Yo sonreí el resto de ella.

Cuando todos terminamos de comer charlamos un rato más sobre temas aleatorios y luego Brandy me invitó a bailar una melodía clásica. Me negué riendo al principio, pero al final caí ante sus encantos y me rendí por completo, dejé que ella me guiara y luego de varias risas por parte de ambos, me confesó que lo hacia muy bien, yo le recordé que una relación se basa en la sinceridad. Sus padre bailaba animadamente con Callie, mientras su castaño novio se movía con ritmo alrededor del salón con su hermana risueña en brazos. Lauren nos observaba a todos desde la mesa, claramente contenta de que todos estuviésemos pasando un buen rato, hasta que el mayordomo —Steve—, la sacó a bailar no sin antes pedir el permiso de su marido quien asintió con ganas. Todos pasábamos una muy buena noche. Sentía que me había ganado la aprobación de sus padres, y lo más importante, lo había hecho siendo yo mismo.

Al final de la velada el señor Williams me hizo señas con la cabeza para que lo siguiera a través del pasillo. Me despedí de Brandy con un beso en la frente asegurándole que volvería pronto, y luego me encaminé detrás de él. Dejó la puerta de lo que asumí era su oficina, abierta para que yo entrara. —Cierrala cuando entres —habló, sacando una carpeta amarilla de su escritorio de madera. Caminó alrededor de la oficina, mi mirada viajando desde los cuadros abstractos que colgaban en la pared, hasta su título de jefe de policías colocado en todo el medio de su escritorio con su nombre escrito en él con letras doradas.

Al final tomó asiento en la silla giratoria tras su mesa de trabajo, me invitó a que tomara asiento también frente a él. Ojeó un poco la carpeta para luego darle vuelta, abrirla por completo y empujarla a través del escritorio hasta mi. Fruncí el ceño levemente y tomé la carpeta, Christian me miraba sin ninguna emoción reflejada en su rostro. Lo que leí me hizo palidecer: era mi expediente criminal. Mi mirada corrió rápidamente por toda la extensión de la hoja donde explicaba detalladamente cada uno de mis delitos, con una foto mía anexada de aquella vez que terminé pasando una noche en la cárcel para menores. Santo Dios.

—Así que... Samuel David. —Empezó a hablar, desabotonando su saco y entrelazando sus dedos sobre el escritorio, inclinándose hacia adelante.

Mi garganta se secó y no confiaba en mi voz para emitir una respuesta clara. Sabía perfectamente que esto era lo más parecido a un final que ella y yo íbamos a tener, ningún padre en su sano juicio dejaría a su hija en manos de un tipo como yo, y mucho menos después de leer todas las cosas que había hecho no hace mucho tiempo atrás.

—Ayanamiento a la propiedad privada, hurto, actos delictivos contra lo que era tu antigua comunidad en Yorkshire, y vandalismo tan sólo con dieciséis años de edad. —Pude notar la dureza en su voz y su feroz mirada atravesándome.

Me encogí de hombros. —Tengo diecisiete años, señor —lo corregí avergonzado, no quería ni mirarlo a los ojos.

—Lo sé, pero en estos meses de tus diecisiete años no ha habido nada que empeore tu historial, ¿puedo saber por qué? Me causa mucha curiosidad. —Su cabeza se apoyó sobre su puño, su codo flexionando sobre la madera.

Sólo había una respuesta: Finn.

—Yo... —temblé un poco, sin saber claramente que responder—, he tratado de ser una mejor persona. No me gustaba quien era antes.

Pestañeo varias veces pero su mirada no se suavizó. —Y lo decidiste ¿solo así, tan de repente?

Yo negué, mis ojos ya casi no pudiendo soportar el peso de las lágrimas que amenazaban con brotar, tragué duro y respiré profundo antes de responder. —Mi mejor amigo murió... el día que cumplí los diecisiete.

—¿Era él quien te animaba a hacer esas cosas?

—No exactamente, lo hacíamos porque nos gustaba sentirnos libres en aquel entonces, era liberador, como una terapia. Era algo que hacíamos juntos, y cuando se fue no volví a siquiera intentarlo.

Me revolví en el asiento algo incómodo. ¿Hasta donde quería llegar con estas preguntas?

Él asintió analizando mis palabras. —¿Te sientes culpable de lo que le sucedió a Finlay Davis aquella noche? ¿Es por eso que te cuesta tanto hablar de ello? —preguntó, sacando una nueva carpeta de su escritorio. El expediente de Finn.

Quise gritarle que nunca lo llamase por el nombre que le habían colocado sus progenitores, ya que su verdadero nombre, por el que todos lo conocíamos era Finn. Finlay simplemente estaba manchado con horrorosos recuerdos que él se encargó de sepultar.

Apreté mis ojos, masajeando mis sienes y recostándome en el espaldar de la silla, dejando caer todo mi peso en éste. Los volví a abrir cuando habló de nuevo.

—¿Sabes, Samuel? A pesar de todo lo que he investigado y leído sobre ti, no me siento... preocupado, por así decirlo, de que tengas una relación con mi hija. Sé que ella es una señorita muy inteligente, pero también hay algo sobre ti que no me hace entrar en mi papel de padre sobreprotector. Lamento lo de tu amigo, por cierto.

«No lo haces, deja de tratar de parecer cortés cuando lo único que quieres es meterme tras las rejas» pensé.

Él extendió su brazo sobre el escritorio con la palma abierta y le entregué la carpeta con mis datos.

—Me impresiona tu capacidad de dejarlo todo atrás ante semejante acontecimiento en tu vida, cuando la mayoría se hubiese involucrado más en esos actos delincuentes. Siento la sinceridad en tus palabras cuando dices que ya no te gustaba ser ese tipo de persona. Y mi hija, ella ve algo bueno en ti y no soy nadie como para privarla de eso, ella necesita probar y cometer sus errores, para luego aprender de ellos. Pero me niego a dejar que vuelva a suceder algo similar a lo que sucedió con ese tal Brett Ward, mi sangre merece lo mejor y espero que tu puedas ofrecérselo. Si no es así será mejor que te alejes antes de que la herida sea tan grande que no pueda cicatrizar.

Mi cabeza estaba dando vueltas después de todas esas palabras que el señor Williams me había dicho. Él de alguna manera ¿confiaba en mi? ¿y después de todo lo que había hecho? Era casi irreal, demasiado, tanto que me costaba confiar en él.

Me apuntó con su dedo. —Pero eso no significa que dejaré de observarte, Samuel. Sólo necesitas una falta, sólo una aquí en San Francisco, para conocer un lado de mi que sé no te gustará. ¿Me estás entendiendo?

—Si señor —asentí rápidamente, bastante aturdido—, no tiene nada de que preocuparse.

—Bien —respiró profundo y se colocó de pie, tomó las carpetas y las introdujo dentro de una caja fuerte en la pared, para luego cerrarla—. No me hagas tener que volver a sacar esas carpetas de allí. Ahora, largate de mi oficina —espetó, mientras se acomodaba su traje.

Salí de allí con pasos rápidos y la respiración agitada, aún sin poder creer lo que había ocurrido, necesitaba averiguar que estaba tramando. Los chicos se encontrabab todos en la sala y me dirigí hacia ellos, Brandy me tomó por el brazo cuando pasé junto a ella y me besó en los labios, un beso que me dejó aún más aturdido que antes. Me costó volver a abrir mis ojos después de semejante muestra de cariño, y cuando lo hice la vi sonriendo ampliamente. Me empujó sobre el sofá y se sentó de lado sobre mis piernas, enredando sus brazos en mi cuello. Brandon y Callie se encontraban sentados a mi lado, él con su hermanita dormida sobre su regazo y ella con la cabeza apoyada sobre su hombro. Pero todos lucían muy sonrientes.

—¿Que sucede? —pregunté, al final contagiándome de sus sonrisas.

—Saldremos esta noche, haremos algunas travesuras —respondió la chica sobre mi alzando sus cejas emocionada.

Dudé un poco, tomando en cuenta la conversación que tuve hace pocos minutos con el señor Williams, pero al final no le tomé importancia, era su hija quien me arrastraba a hacer ese tipo de cosas, aunque no sabía a donde nos dirigíamos o que haríamos.

Después de todo, la vida es una sola y hay que disfrutarla. Tomé sus mejillas y acerqué sus labios a los míos, saboreándola por completo con delicadeza por varios minutos. Y si que lo estaba disfrutando.

—Me siento tan orgullosa de ti —pronunció mordiendo su labio, sus manos jugando con mi cabello.

—¿Por qué?

—Sé que la muerte de Finn te dejó heridas demasiado profundas, pero poco a poco estás empezando a rellenarlas, y te amo por eso. Puedo imaginar también de que iba la conversación con mi padre, y sólo tengo que decirte que conocerte fue lo mejor que pudo pasarme en la vida, con tus defectos y todo.

Su voz sonaba suave y sincera, y quise llorar en ese momento. Me miró con adoración, como si yo fuese la cosa más hermosa que jamás haya visto. Sus palabras me hicieron vibrar por dentro, llenándome de regocijo y acelerando mi corazón, creo que la amaba más ahora de lo que lo hacía hace cinco segundos, si es que acaso se podía. Quería ponerme de pie a mitad de la calle y gritar a los cuatro vientos que estaba loca y perdidamente enamorado de la chica inalcanzable, y que ella me correspondía.

—¿Como es posible que un corazón como el tuyo pueda amar a uno como el mio?

—¿Aún no te das cuenta de lo increíble y fácil de amar que eres? —susurró mirándome con sus ojos vidriosos.

Me dejé vencer y enterré mi cabeza en su cuello tibio, sus manos acariciando la piel de mi nuca. El mundo podía empezar una tercera guerra mundial y yo lo único que sentiría era su piel sobre la mía, su aroma invadiéndome y sus dulces palabras.

—Te amo —murmuré sólo para ella, con mis labios rozando la piel de sus hombros desnudos.

Ella era una chica refinada de aspecto dulce, pero con sonrisa traviesa y sangre salvaje en sus venas, y yo era el típico chico de barrio que no encajaba para nada con las características que ella poseía. Pasé la mayor parte de mi vida creyendo que haber nacido era una error del universo, hasta que la conocí y me demostró que estaba bien ser un poco diferente al resto. Hicimos de las calles de esta ruidosa ciudad nuestro hogar, nos adueñamos de ella de la manera más humilde posible, y como si hubiese sido obra del destino, terminamos enamorándonos.

Se despide; Marie.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top