Capítulo 16 | Así era ella, enigmática y adictiva.
Yo llevaba aproximadamente unos veinte minutos deleitándome con lo angelical que se veía su rostro cuando estaba durmiendo, tan plácidamente. Su pecho subía y bajaba lentamente y apenas podía escuchar el murmuro de su respiración chocando contra mi barbilla. Pocos minutos después, sus pestañas se movieron perezosamente dándome los buenos días. Mis dedos se paseaban por la larga y suave extensión de su cabello oscuro mientras ella detallaba cada pequeña imperfección de mi rostro, ambos respirábamos pausadamente, con ojos somnolientos sin pronunciar palabra alguna porque simplemente no nos hacia falta.
La fresca mañana había llegado rápidamente de la misma manera en que la noche se fue; tranquilamente, llena de besos y caricias. A través de la persiana empezaba ya a entrar la claridad de un nuevo día esperando por nosotros para hacerlo nuestro.
Me sentía increíblemente a gusto con sus manos sobre mi piel, sus piernas enrolladas entre las mías, su cálido aliento mezclándose con el mío, frentes juntas y corazones danzando al compás de una melodía que ambos juntos habíamos creado. Pero por supuesto que habíamos escuchado el dicho que después de la tormenta viene la paz, pero en este caso primero se avecinó la paz, haciéndonos caer en un abismo de hermosas ilusiones para luego darle paso a la temida tormenta, donde todos esos sueños flotaban en globos de colores que corrían con el riesgo de ser reventados por puntiagudos alfileres, me había enamorado de una persona que sabía a aventura pero lucía como la calma.
Abrí mis ojos de golpe cuando escuché la puerta de entrada cerrarse en el piso de abajo. Un par de tacones golpeteando el piso brillante de cerámica del salón, y luego la gruesa voz de Christian Williams hablándole a su esposa.
Mi torso se levantó del colchón, quedando sentado sobre este. Cuando miré el cuerpo a mi lado vi a Brandy observándome con el pánico latiente en sus ojos, apretando mi cintura con fuerza. Su cabello revuelto cayendo por su rostro, sus cejas fruncidas y ojos bien abiertos, sus labios en una gruesa línea.
—¡Dios mio! ¿Que están haciendo ellos aquí? Se suponía que volvían mañana —Brandy exclamó, claramente entrando en pánico cuando empezó a apartar todas las sábanas de nuestros cuerpos—. Tienes que irte —me informó.
Asentí y me puse rápidamente de pie, los shorts del padre de Brandy deslizándose por los huesos mis caderas, tuve que sostenerlos en su lugar. Ella se levantó también, empujándome a través de la habitación, aún en ese momento lo único en lo que podía pensar era en sus dedos corriendo por la superficie de mi espalda. Mi pulso acelerado, corazón a punto de explotar. El taconear de los zapatos se escuchaba más y más cerca, subiendo las escaleras.
Llegamos hasta el borde de la ventana, tropezando un poco. —No pensarás que voy a saltar del segundo piso ¿o si? —arqueé una de mis cejas, dudoso.
Me miró con arrepentimiento. —Lo siento mucho, pero no puedo esconderte aquí. —Una vez dicho eso abrió la ventana.
—¿Quieres que muera acaso? —casi grité, ahora el que estaba entrando en pánico era yo. No es que le tuviera miedo a las alturas, por supuesto que no, el problema era que esta ventana estaba exageradamente a gran distancia del suelo, y era más grande mi miedo a ser atrapado con unos cuantos huesos rotos que simplemente estando sentado en la ventana.
Ella rodó sus ojos. —Hay un juego de tuberías justo debajo de la ventana, puedes bajar a través de ellas. Sé un hombre y por favor no hagas ruido.
Mis cejas se alzaron y quedé boquiabierto. —¿Es que acaso no te he demostrado lo suficiente hombre que soy, niña?
Y luego un toque en la puerta.
—¡Maldición! —exclamé. Brandy me empujó a través de la ventana, sus manos se sentían temblorosas en mi piel.
Corrió hacia la cama, acomodando rápidamente las sábanas y metiéndose entre ellas como si apenas se acabase de despertar. Una de mis piernas colgaba hacia afuera y la otra se encontraba aún adentro.
Otro golpe en la puerta y los ojos de Brandy se abrieron como platos.
—¿Bry? ¿Cariño? —su madre la llamó través de la madera.
—¡Largo! —me susurró, lo suficientemente fuerte para que la escuchara. Me eché a reír.
Le di una mirada a la ciudad desde aquí arriba, las luces se encontraban aún encendidas, el cielo de un hermoso tono rosa y amarillento. —Pero aún está muy oscuro afuera ¿y si me pierdo? —bromeé.
Sus labios se apretaron y lanzó una pequeña almohada en mi dirección, la esquivé y esta cayó hacia el suelo de afuera. —Que salvaje —me volvió a mirar de mala manera—. Me voy —levanté mis manos en señal de rendimiento.
Ella suspiró y le gritó a su mamá que entrara.
—Hey, Brandy —susurré, ella me miró—, fue la mejor cita de mi vida.
Sonrió ampliamente y me lanzó un beso, lo atajé con mi mano y lo estampé en mis labios. Desaparecí por la ventana en el momento exacto en que la puerta de su habitación se abrió. Me deslicé por las tuberías, justo como ella me había informando, cayendo en el suelo con un golpe seco, para luego correr por las calles de San Francisco como el ave salvaje que sentía que era.
[...]
Cerré la puerta dándole un pequeño golpe con mi pie. Había pasado gran parte de la mañana caminando por las calles desoladas, mirando las fachadas de las casas y como las diversas tonalidades del sol caían sobre cada una de ellas, con una melodía que se repetía una y otra vez en mi mente pero aún tratando de colocarle una letra con un significado especial, lo curioso era que la melodía sólo se adhería a mi mente cuando estaba yo junto a ella. Quizás había encontrado a mi musa sin ni siquiera buscarla, sin ni siquiera saber que estaba en busca de una.
—¿Papá? —hablé en voz alta al ver la mayoría de las luces de la casa apagadas—. ¿Pa, estás en casa?
—¡En mi habitación! —escuché.
Lancé las llaves de la casa sobre una de las cajas que se encontraban en el rincón y caminé a través del estrecho y corto pasillo. Me apresuré a encender todas las luces a mi paso, tanta oscuridad estaba rápidamente asustando toda la mierda en mi. Mis dedos recorriendo la suave superficie color crema de la pared en toda su extensión, palpando cada minúsculo detalle que sería imperceptible a los ojos de cualquiera.
Nueve largos pasos desde la puerta de entrada, cruzando todo el pasillo, hasta llegar a la puerta de su habitación. Nueve pasos que se conviertieron en realmente sorprendente saltos cuando lo escuché toser ruidosamente y luego un sonido como si estuviese ahogándose, y por último un cristal rompiéndose en el suelo. Azoté la puerta, haciendo que esta impactara en la pared posiblemente dejando una fea marca, pero eso era lo que menos me importaba en estos momentos.
Vi su cuerpo retorcerse en el suelo, los viejos y dolorosos recuerdos de la primera vez que lo encontré así me invadieron, la angustia apoderándose de mi de nuevo. Ágilmente me lancé al suelo a su lado, sujetando su cuerpo e impulsándolo hacia arriba para que pudiese sentarse y respirar mejor. Mi mirada recorriendo la habitación desesperadamente en busca de aquel cilindro de metal, lo divisé debajo de la cama.
En un rápido movimiento alcancé el tanque de oxígeno, desenredando la cánula que daba a la mascarilla mucho más rápido de lo que podría desenredar mis propios audífonos, y luego desesperadamente colocándolo en su boca y nariz, sujetándolo en su lugar, dándole vuelta a la manilla para dejar salir el oxígeno. Resulta poco creíble que tu vida dependa de un frágil hilo del cual se encuentra colgando un frío tanque de oxígeno.
Su rostro empezó a tornarse de un color entre rojizo y morado debido a la falta de oxígeno. Todos mis dedos temblaban de miedo, incluso los de mis pies. In-cre-í-ble, eso había dicho.
—Respira —mascullé entre dientes, mis ojos recorriendo la extensión de su rostro—. ¡Vamos, respira! No te puedes morir ahora, me faltan muchas cosas por joder aún. ¡Maldición!
Creo que incluso llegué a zarandearlo un poco, preso del pánico, cuando su cuerpo se quedó inmóvil en mis brazos, sus pupilas mirándome, sus párpados sin pestañear. Lágrimas formándose furiosamente en mis ojos. Y luego fue cuando sus extremidades se revolvieron con fuerza, su pecho inflándose tomando una larga y profunda respiración, sus ojos cerrándose, sus manos aferrándose a las mías sobre su mascarilla.
Enterré mi cabeza en su canoso cabello, sollozando y temblando en silencio. —Gracias a Dios —murmuré en una exhalación de alivio.
Un gemido ronco, algo más como un graznido, brotó de su garganta. Me alejé un poco hacia atrás tratando de darle un poco de espacio, colocando las palmas de mis manos sobre el frío piso de madera. Noté el vaso de cristal hecho añicos cuando uno de esos trozos se clavó en la palma de mi mano, siseé de dolor sacudiendo un poco mi mano, viendo como la sangre empezaba a salir lentamente de la abertura. Con mucho cuidado, utilizando la punta de mis dedos, retiré el pedazo de vidrio sintiendo toda mi mano arder violentamente.
—Maldición —gruñí al ver que el flujo de sangre que salía de la herida había aumentado considerablemente.
Los ojos de Robert empezaron a abrirse lentamente, mirando todo a su alrededor con bastante desconcierto. Lo miré de reojo, diciendo: —Oye, deberías tener un poco de consideración, nos vas a dejar sin vajilla si sigues rompiendo vasos cada vez que sucede esto.
Miró con preocupación como presionaba con fuerza la cortada para detener el sangrado, pero le dije que no se preocupara por eso, aún así se disculpó: —Lo siento. —Murmura, para luego, con bastante esfuerzo, acomodar su cuerpo y sentarse.
—¿Que voy a hacer contigo viejo? —Pregunté más para mi mismo.
—Podrías empezar por dejar de llamarme viejo —espetó con dureza, su voz aún ronca, se aseguró de acomodar su mascarilla luego de hablar.
Me apoyé en el costado de la cama, viendo el desastre que habíamos causado alrededor, tendría que limpiar eso luego, y el resto de la casa también, el lugar empezaba a parecer un chiquero. —Al menos aún estando al borde de la muerte mantienes tu sentido del humor. Vas a ser la maldita razón de que me dé un ataque al corazón a tan temprana edad —refunfuñé, cruzándome de brazos.
—Apenas pueda ponerme de pie, voy a lavarte la boca con jabón —amenazó rodando sus ojos.
—Trato hecho —solté un suspiro—, con la única condición de que luego de cada incidente como este puedas levantarte y echarme la bronca.
Me miró con lástima, sabiendo que mi rostro expresaba eso mismo, extendió su brazo y tomo mi mano sana. —Sabes que no puedo prometerte nada, pero lo intentaré.
Asentí lentamente, removiéndome un poco para alejar su mano de mi, pero sin que pareciera un acto rudo o odioso. —¿Y Mikey? —le pregunté, preocupado por el pequeño animal.
—Le gusta bastante picotear tu escritorio luego de comer. Cambié la tela que cubría su pata herida también, ya que su dueño andaba por allí jugueteando con su novia —dijo algo burlón.
Creo que me ruboricé un poco incluso. —Lo siento, soy un mal padre.
—Descuida, no me importa, al contrario, me entretiene tener una mascota que cuidar. No olvides cerrar la ventana de tu habitación o el pequeño tratará de escapar y su pata no sanará debido al esfuerzo.
Asentí. Me coloqué de pie para ir en busca de los artículos de limpieza, me esperaba una laaarga tarde.
[...]
Caminaba por las calles solitarias con las manos metidas en los bolsillos delanteros de mis pantalones, mi chaqueta de cuero resguardándome del gélido frío de la noche. Había pasado la gran parte de la tarde asegurándome de que la casa quedara tan brillante como un diamante, y la otra parte durmiendo profundamente. Me había despertado a eso de las diez de la noche sintiendo unas pequeñas garras caminar por mi espalda y luego un pequeño pico tirando de las hebras de mi cabello.
Jugué un poco con Mikey, dándole de nuevo un poco de semillas, quería que terminara de crecer sano y fuerte. Luego me dirigí a la cocina y encontré un plato de comida en el microondas, mis tripas rugieron de inmediato. Lo devoré rápidamente y luego recordé que debía verme con una muy linda chica a las once con once. Caminando de regreso a mi habitación, di un vistazo a la de mi padre, examinando su pecho este subía tranquilamente y bajaba de la misma manera, luego de eso pude irme con un sentimiento de tranquilidad expandiéndose en mi pecho.
Divisé el semáforo de la esquina con sus luces parpadeantes y me apoyé en la pared de ladrillos de un oscuro callejón, escondido en una esquina, desde ese lugar nadie podía verme pero yo si podía verlo todo. Miré mi reloj bastante extrañado, eran ya las once y no había rastro de ella por ninguna parte, no quería preocuparme pero en el fondo lo hacía porque ella no faltaba a nuestros encuentros con las estrellas. Esperar se me hacía tan aburrido, tanto, que me puse a contar uno por uno todos los ladrillos de la pared. Llegué a doscientos cuarenta y siete, con mi cuerpo ya completamente tirado en el suelo, cuando escuché pasos lentos y silenciosos acercarse.
Me puse de cuclillas y me acerqué al borde de la pared, espiando un poco, para ver quien se acercaba. Tenía la esperanza de que fuera ella, y lo era. Sus manos guardadas en los bolsillos de su chaqueta, jeans ajustados y sus converse negras. Su cabello caía en ondas cubriendo la mayor parte de su rostro, no pude evitar sonreír al verla. Me coloqué de pie y cuando pasó por en frente del callejón estiré mi brazo, tomándola de la cintura y apoyándola en la pared.
Me aseguré de tapar su boca con mi mano sana para que no gritara, la otra la llevé a mi rostro, colocando mi dedo índice sobre mis labios simbolizando que hiciera silencio. Ella asintió y la mano que se encontraba sobre sus labios se aseguró de apartar todos esos cabellos que no me dejaban ver su hermoso rostro. Un hermoso rostro... bañado en lágrimas.
Fue como recibir una daga en el corazón. —¿Que sucede? —pregunté suavemente, deslizando mis dedos por sus mejillas empapadas.
¿Por qué lloras tanto mi amor? ¿Tanto daño te han hecho?
Ella no respondió, evadió mi mirada y se concentró en observar las luces del semáforo que se reflejaban en un charco de agua en el suelo. Sacudí sus hombros y ella apretó sus ojos. —¡Te he hecho una pregunta!
—¡Te he escuchado! —respondió casi en un grito.
A la mierda el silencio.
—Entonces ¡¿Por qué mierda no me respondes?! —Y yo ya estaba perdiendo mi calma.
Ella suspiró y me miró, enredando sus brazos en mi cuello, sus uñas rascando suavemente la piel de mi nuca, acercando su rostro al mio y juntando nuestros labios. Estaría mintiendo si dijera que no me calmé de inmediato. Me besó con ternura y delicadeza, justo como era ella. Pero yo necesitaba respuestas.
—Brandy —apenas pude murmurar porque sus labios atacaron los mios de nuevo.
—Bésame, Samson. Cállate y ámame —exigió con voz suave.
—Ya lo hago. —Tomándola de la barbilla la besé, entregándole todo el amor que necesitaba, esperando a que fuera suficiente para reparar todas las piezas rotas de su frágil corazón. La besé como me gustaba besarla, dándoselo todo, y recibiendo ese mismo todo de ella a cambio. La besé por lo que parecieron horas, pero fueron en realidad alrededor de unos diez, quizás quince minutos hasta ella que se separó de mi lentamente.
Ella era esa extraña combinación entre lo enigmático y lo adictivo. Cada minúscula fibra de su ser estaba cargada de misterios inrevelados que me atraían como polilla a la luz, cegándome por completo, enredándome en su trama sin dejarme escapar. Pero no podía quejarme, porque después de todo me gustaba sentirme envuelto en su belleza y poder de atracción, tanto, que podría morir en este momento y moriría feliz, con el simple hecho de haber pasado mis últimos minutos deleitándome con ella.
Me miró con ojos cautelosos, mordiendo su labio. Sabía que estaba luchando fuertemente para no soltar de una vez todo lo que me quería decir. Acaricié su brazo con las yemas de mis dedos, hasta que suspiró. —El director Ward ha hablado con mis padres —dijo de una vez.
—¿Que? —Me encontraba bastante confundido en estos momentos.
—Los ha llamado y les dijo todo sobre Brett, por eso llegaron un día antes. Me ha destrozado el corazón ver a mi mamá llorar así, y mi papá me ha dicho cosas bastante hirientes por no haberles dicho nada, pero sé que no era su intención —sus ojos brillaban increíblemente debido a las lágrimas que minutos antes brotaban de ellos.
—Dios mio, Brandy...
No me dejó terminar cuando sus brazos ya estaban apretando mi cintura y su cabeza se colocaba sobre mi pecho. La abracé con fuerza, besando su cabello.
—Mi madre quiere que vea a un terapeuta, dice que puede ayudarme pero ella no lo entiende, yo no necesito a un terapeuta, yo necesito a Samson y traté de explicárselo —habló apresuradamente—. Pero me dijo que no podía solucionar mis problemas de un hombre con otro hombre, y puras mierdas así. Y ahora quiere conocerte.
Acaricié su cabeza. —¿Y tu papá? —pregunté dudoso.
—Quiere asesinar a Brett, pero también te quiere a ti en la casa, dice que me nota más tranquila luego de estar contigo. Así que han llegado a un acuerdo y habrá una cena mañana por la noche para conocerte, Callie y Brandon también irán para que así estés más cómodo. Irás ¿Verdad?
Incliné mi cabeza hacia abajo, conectando mi mirada con la suya, sonreí complacido. —Claro que iré, pequeña. Sólo si tu padre no intenta matarme a mi también.
Ella se colocó de puntas y besó mi barbilla. —Lamento haber llegado tarde, creo que he hecho molestar a nuestras estrellas.
—No te preocupes, te perdonarán, volveremos otro día. Ahora vamos a casa.
Ella asintió sonriendo y tomando mi mano herida, siseé de dolor y rápidamente aparté mi brazo del suyo. Me miró preocupada, para luego examinar mi mano minuciosamente. —¿Que te ha acurrido? —chilló, sus ojos viajando de mi herida a mis ojos repetidas veces.
—Es sólo una cortada, estoy bien. —Le aseguré.
—Oh Dios, pero está demasiado roja, puede incluso estar infectada. Tenemos que ir a casa.
—De acuerdo, doctora —reí, y como siempre, dejé que ella me guiara.
Como era de esperarse curó mi herida en el mismo segundo en que pusimos un pie en mi habitación. Aplicando algo de alcohol y crema cicatrizante.
Nos abrazamos el resto de la noche, llenándonos de palabras dulces. Y a mitad de la madrugada sentí su cuerpo caliente dejar el mio frío en la habitación, escapando por la ventana sin siquiera mirar atrás. Tenía que admitir que me dolía increíblemente ver como su cuerpo fácilmente se separaba del mio, cuando yo apenas podía respirar si no estaba cerca de ella, pero quizás ella tenía sus razones. Sólo quizá.
—Se despide; Marie.
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