Capítulo 15 | Lobos al acecho.
A Bryana Williams definitivamente no le gustaba llamar la atención, lo supe desde el primer día, pero en esta mañana de finales de otoño fue casi imposible cuando atravesamos las puertas del instituto con nuestras manos entrelazadas. Las miradas de los lobos hambrientos nos atravesaban como dagas cuando pasamos frente a ellos, toda cantidad de animales salvajes, desde los más pequeños de primer año, hasta los más grandes de último año, no era sorpresa que su manada estuviese dirigida por Brett.
Sabía que ella se sentía igual que yo en este momento, como si sus garras afiladas se clavaran en nuestra piel y sus largos colmillos desgarraran nuestros músculos. Asfixiados a mitad del bosque.
Brett nos miraba con intensidad desde un rincón del pasillo, con su balón de fútbol sujeto con firmeza en una de sus manos, su otra mano colocada despreocupadamente sobre la cintura de una de las porristas de la escuela, ella reía como tonta jugando con su cabello amarillo oxigenado, levantando su pecho tratando de llamar la atención de Brett pero él lo único que hacía era mirarnos. Cualquier rastro de la pelea había desaparecido de su rostro, luciendo igual de impecable a como lucía antes. Pero su piel se veía más... de porcelana, quizás se había aplicado un poco de maquillaje de su madre.
Ya había transcurrido la semana de suspensión para ambos, no nos habíamos dirigido la palabra desde ese día y gracias a Brandon supe que tampoco había tratado de acercarse a Brandy, pero si la observaba desde lejos, justo como lo hacia ahora.
Yo caminaba por el pasillo algo distraído pero con la mano de Brandy bien sujeta entre las mías, la apreté mucho más cuando pasamos frente al cuerpo de Brett, queriendo que ella se sintiera lo más segura posible a mi lado. Confirmé que así era cuando levantó nuestras manos unidas y plantó un beso en cada uno de mis dedos. Sin embargo no me miró en ningún momento, su mirada estaba fija en el frente, su cabeza algo volcada a un costado pero aún así pude observar la débil sonrisa que se había formado en sus labios.
Todo iba excelente hasta que el cuerpo de una de las porrista chocó contra mi. La chica hizo como si no me hubiese visto, sujetándose de mi pecho para no caer. Su cabello era extrañamente rosado, sus ojos cubiertos de demasiado maquillaje, pestañas batiéndose en el aire en mi dirección, y sus labios eran demasiado gruesos como para parecer normales, cubiertos de demasiado labial rojo. Era asqueroso. No lucía como la inocente chica a mi lado, los labios de Brandy eran la cosa más hermosa que halla visto jamás, el inferior considerablemente más grueso que el superior, y cuando los pintaba no usaba demasiado porque ya tenían un color rojizo natural.
La porrista frente a mi jaló un poco hacia abajo su blusa, creyendo que yo no me había dado cuenta, dejando a la vista el valle entre sus grandes senos. ¿Por que tengo el presentimiento de que todas son unas desesperadas por atención?
Trató de sonreír coquetamente, pero lo único que lograba causar en mi era fastidio. —Lo siento, Samson. No te vi. Soy Cami, por cierto. —Habló inocentemente, ronroneando un poco al presentarse.
Me molestó de sobremanera que ella utilizara ese nombre, era algo tan íntimo entre Brandy y yo.
_Soy Samuel para ti —espeté.
Se hizo la ofendida, llevando sus manos a su pecho. —¿Disculpa? —Y allí estaba de nuevo su horrible voz.
—Lo que oíste —interrumpió Brandy—. Sólo su novia tiene el derecho de llamarlo así.
No pude describir el sentimiento de satisfacción que corrió por mi ser cuando ella se refirió a si misma como mi novia. La utilización de ese término siempre me pareció algo ridícula, porque para mi una sola palabra tan simple no puede expresar en su totalidad lo que una persona es para ti y el lugar que ocupa en tu vida. Pero diablos, cuando ella lo pronunció de esa manera sentí que prácticamente estaba gritándole a la chica que yo le pertenecía, y así era desde el principio.
Cami entrecerró sus ojos. —¿Novia? —arqueó las cejas.
Brandy bufó y rodó los ojos. —Si, novia. ¿Acaso tanto tinte para el cabello te está afectando las neuronas?
—¡Eres una grosera! —chilló la pelirosa—. Da igual, quería saber si dabas clases particulares de guitarra, en verdad estoy interesada —mordió su labio y enrolló un mechón de cabello en su dedo.
—No se de quién mierda escuchaste que doy clases de guitarra, porque eso es todo lo que es, pura mierda. Así que olvidalo. —No quise que sonara tan grosero como en realidad sonó.
La chica frunció sus muy delgadas cejas. —Pero...
—Déjalo en paz, Cami. Él no se involucra con putas como tu. —Gruñó Brandy.
—Quizás no con putas como yo, pero al parecer si como tu. —Se defendió y luego se marchó de allí pisando fuerte.
Brandy abrió su boca y levantó las cejas, yo me había quedado sin habla desde hace tiempo, apretó la mandíbula luego y me jaló con ella hasta su casillero. Lo abrió de golpe y sacó de él los cuadernos que iba a necesitar para el resto de la mañana. Me apoyé sobre el metal de al lado, con los brazos cruzados, mirándola sonriente.
—¿Por que sonríes como el guasón? —escupió groseramente, mirándome por tan solo un segundo, sin dejar de meter y sacar elementos a golpes de su casillero.
—¿Estoy sonriendo como el guasón? No lo había notado —hablé burlonamente.
Ella cerró el casillero con fuerza y me miró duramente, volviendo a enganchar su mochila sobre sus hombros. Estuvo dispuesta a darse la vuelta e irse pero la sostuve de los hombros. —Ya, lo siento. Es que me gusta bastante ver como sacas las garras.
—Esa ridícula trataba de clavar sus garras sobre lo que es mio. Me molestó bastante.
—¿Serviría de algo si te digo que sólo tengo ojos para ti? Y, tengo la piel bastante dura, no cualquier garra se clava en ella. —Le sonreí mostrando los dientes, poniendo mirada de cachorrito.
Sus facciones tensas se suavizaron poco a poco, me tomó por el cuello y poniéndose de puntas se inclinó hasta mis labios. —Sirve de mucho —susurró antes de juntar nuestras bocas lentamente.
Me separé de ella tomando sus manos y besando la palma de ambas. —Quiero llevarte a una cita —pronuncié despacio.
Ella sonrió. —Bueno, campeón, eso tendrá que esperar un poco —se las arregló para que sus manos llegaran a mi cabello, jugando con este—. Ya has perdido una semana de clases por andar de rebelde, no creo que a tu padre le guste que quieras añadir un día más.
—No me refería a ya mismo, por la noche luego que termine en el taller, Brandon va a adelantarme la paga de la semana.
—Samson...
—No tiene que ser obligado esta noche —empecé a sudar y a tartamudear, y ella lo notó, riendo suavemente—. Puede ser cualquier noche, o en la tarde si quieres, o no. Puedo hablar con él y decirle que faltaré, no creo que le moleste. Sólo si quieres...
Tapó mi boca con sus manos haciéndome callar. —Si quiero, deja de hablar estupideces.
Suspiré aliviado, dejando caer mis hombros, respirando con normalidad de nuevo.
—Ahora, a clases, pequeño rebelde.
Me guiñó un ojo, guiándome por los pasillos hasta el salón de clases.
[...]
Sentía el sudor resbalar desde mi frente, por todo mi rostro, hasta el final de mi cuello. Me encontraba inclinado frente a la parte delantera del auto, con la capota abierta, inclinado hacia adelante aplicando la mayor presión posible sobre la herramienta en mi mano para que no quedaran flojas las tuercas a un lado del motor. Llevaba ya bastante rato asegurándome de que cada cosa estuviera bien asegurada en su lugar luego de ensamblarlo después de su reparación y limpieza. Todo lo que hacía pasaba primero por los ojos de Brandon —quien en los últimos días se encargó de enseñarme desde como abrir una caja de herramientas, pasando por como cambiar un neumático, hasta como instalar la correa del tiempo y sacar el motor sin que este sufra algún daño—, y luego por los ojos minuciosos de su padre, que sólo me miraba serio y me estrechaba la mano cuando hacía un buen trabajo.
Sentía mis músculos cansados de todo el esfuerzo realizado los últimos tres días que empecé a trabajar en el taller, pero había algo en el leve dolor que corría como corrientazos por mi cuerpo que me gustaba un poco.
Brandon salió de debajo del auto con su camiseta blanca cubierta de aceite negro, hizo una mueca cuando se observó a mi mismo. No quise mirar mi ropa porque sabía que quizás yo podía lucir de la misma manera.
—Todo está listo allá abajo. —Me comunicó.
—Ya casi termino aquí también —le respondí.
Asintió y se dirigió a la mesa de la esquina donde Brandy se encontraba sentada viéndonos trabajar con sus piernas colgando del borde moviéndose de adelante hacia atrás sin tocar el suelo, aunque la mayoría del tiempo se la pasaba tomándose fotografías y hablando con Callie sobre cosas que no entendía.
Le lanzó una botella de agua al castaño y éste la atajó en el aire, abriendo la tapa en un solo movimiento y tomando largos tragos del frío líquido de una sola vez para luego vertir todo el contenido de la botella sobre su rostro sudado.
Cuando terminó tomó asiento junto a Brandy en la mesa. —El chico en verdad es bueno, no ha parado de sorprenderme desde que empezó. —Le susurró él a ella pero aún así pude entender lo que dijo.
—Lo sé, parece que cuando se propone algo no se detiene hasta lograrlo —Brandy respondió en un murmullo—. No hace mucho me confesó que aún no había encontrado su propósito en la vida, algo verdadero además de su guitarra, y cuando lo veo tan dedicado pienso que por fin ha encontrado algo en lo que es bueno, y me siento tan feliz por él.
Se me secó la garganta porque no me había puesto a pensar en todo lo que ella había dicho, reflexionando, y dándome cuenta de que quizás después de tanto tiempo, tantas subidas y bajadas, si había logrado encontrar lo mío. Mi guitarra, los autos, y ella.
—Lo quieres. —Brandon dijo, más como una afirmación que como una pregunta.
Ella no dudó en responder. —No se como lo ha hecho, pero ha derrumbado todos mis muros de defensa y se ha adentrado en el corazón de mi castillo. No hay nadie como él.
—A todos se nos hizo imposible no encariñarnos con él, no se que será de nosotros cuando se marche.
—Reparó nuestros corazones cuando llegó, y va a volver a destrozarlos cuando se vaya. —Ella sonó seca y ácida, no me gustó para nada, principalmente porque no iba a irme. No iba a dejarlos. No iba a dejarla.
Me había encontrado a mi mismo en San Francisco, y volver a Inglaterra significaría perderme de nuevo.
Me separé del auto cerrando la capota y dando la vuelta para ver a mis dos mejores amigos mirarme de la manera más triste en que se puede mirar a alguien. Me sentí vacío.
—¿Ya hemos terminado? —Pregunté hacia Brandon.
—Si —se apresuró a contestar, dejando la botella en la mesa y poniéndose de pie—. Creo que eso es todo por hoy. Sólo queda cerrar, nos vemos mañana.
Se acercó y dio una palmada en mi espalda, sacando luego del bolsillo trasero de sus pantalones un sobre blanco. Me lo tendió con una sonrisa. —Esto es por tu duro trabajo.
Asentí, le di las gracias y tome el sobre en mis manos. Brandon le lanzó un beso a Brandy para luego desaparecer por la puerta que daba a la oficina de su padre.
Caminé hacia donde Brandy se encontraba, situándome entre sus piernas abiertas. Mis manos puestas sobre sus muslos, las suyas viajando a los cabellos que se pegaban a mi nuca, había descubierto que una de sus cosas favoritas de hacer era: 1.- Tocar mi cabello, y 2.- Ver las caras que yo hacía cuando ella tocaba mi cabello.
Me sonrió con ternura, inclinándose para besar mi frente. —Me encanta como hueles.
Quise reírme, y lo hice. Una profunda carcajada brotó de mi garganta y ella sólo se quedó observándome durante todo ese tiempo.
—Hablo en serio.
—Amor, no puedes decir que te gusta como huelo cuando estoy todo cubierto de sudor y grasa de auto —le hice saber.
Ella negó. —No, es tu piel. No hueles como generalmente huelen los chicos cuando están todos sudados y eso, extrañamente hueles a frescura, es el olor natural de tu piel, como a hierba fresca en una mañana nublada. A eso me refiero.
Escondí mi cabeza en su cuello tibio y murmuré: —Ahh —asegurándome de besar su piel.
—Campeón...
—¿Si?
-Esa cita de la que me hablaste...
Levanté mi cabeza y la miré esperando a que terminara de hablar.
—¿Que te parece si en vez vamos a mi casa, preparamos algo rico y nos acurrucamos en el sofá a ver una película. ¿Um? También puedes darte un baño si así lo deseas.
Lo medité un poco y me pareció perfecto. Pero siempre había algo que me preocupaba.
—¿Y tus padres?
—Siguen en casa de mis abuelos, yo tuve que volver antes por la escuela —respondió, rozó su nariz con la mía.
—Te encanta hacerlos enojar, que pensarán de mi —le hablé besando sus mejillas.
—No pueden enojarse sobre algo que no saben que está sucediendo. Después de todo, me estoy quedando con Callie hasta que regresen —me guiñó un ojo y sonreí ampliamente.
Di un paso atrás, tomé sus manos y la ayudé a bajar. Bromeando le dije: —¿Una cita con el sofá dijiste?
Ella río y luego ambos salimos del taller directo a su casa.
[...]
La puerta se abrió y ambos entramos rápidamente tratando de huir del gélido aire de afuera. Cuando Brandy encendió la luz me di cuenta de que el salón no se parecía en nada a lo que había sido la noche de gala de recaudación de fondos. Los pisos seguían brillantes como un diamante, y los pilares de cerámica se encontraban en su mismo lugar, al igual que el piano al fondo. Pero ahora había una larga mesa de comedor de diez puestos en todo el medio, con un mantel blanco y sobre este un jarrón de porcelana con hermosas flores dentro.
Observé el televisor en la pared, y los muebles tapizados alrededor de éste, con un pequeño bar a su costado. Se veía mucho mas pequeño ahora que estaba cubierto de nuevo con muebles, pero aún así seguía siendo más grande que mi casa.
No me había dado cuenta de que Brandy se había ido hasta que regresó a mi lado. —He encendido la calefacción —me informó.
Su mano se deslizó por mi brazo lentamente hasta llegar a la mía y entrelazar nuestros dedos. Me guió por toda la extensión de su casa hasta llegar al segundo piso, nos detuvimos frente a una puerta de madera blancuzca. Ella señaló la puerta y habló: —Este es el baño, puedes lavarte en la bañera o simplemente tomar una ducha, tengo ropa de mi padre que puedo prestarte.
Yo asentí, pero por mi mente sólo podía pasar una sola cosa: meterme en esa lujosa bañera con ella. No pensaba en nada sexual, sólo quería sentir su cercanía, su piel en contacto con la mía de la forma mas inocente posible.
Su agarre se aflojó de mi mano, haciéndome extrañar su tacto en el mismo segundo en que ya no lo tuve. Mi piel hormigueó cuando volví a entrelazar nuestros dedos antes de que ella estuviera lo suficientemente lejos, con mi otra mano sujetando su cadera y pegándola a mi cuerpo. Su labio inferior tembló y sus pestañas revolotearon, sentía el latir de su corazón en su pecho sobre el mio.
Tragó duramente. —Tengo que prepararnos algo de comer —murmuró casi inaudible.
Negué lentamente, rozando mis labios en la piel de su mejilla, la sentí suspirar temblorosamente. —No —mi aliento chocando contra su piel—. Bañate conmigo.
Se alejó unos pocos centímetros para mirarme a los ojos, vi la duda clara en ellos por un segundo, mantuvo silencio y luego de varias respiraciones ella asintió despacio.
Abrí la puerta con una mano, mientras que con la otra la sostenía a ella. Encontré el interruptor de la luz a un costado y lo presioné viendo como la claridad se hacia paso frente a nuestros ojos. Bañera blanca, cerámica blanca, paredes blancas, incluso me sentí un poco mas blanco yo también. Ambos entramos en el pequeño espacio, cerrando la puerta detrás de nosotros. Di pasos lentos hasta la bañera y me detuve frente a ella, me incliné para abrir el grifo del agua caliente, asegurándome de que no estuviese tan caliente. Vi los jabones y esencias de baño junto a algunas velas sobre la repisa a un costado. La miré a ella y asintió.
Vertí esencia de lavanda en la bañera porque me recordaba a ella, a eso olía cada vez que la abrazaba y enterraba mi nariz en su cuello. Una vez que la bañera estuvo preparada, saqué la chaqueta de cuero de mis hombros.
Brandy se encontraba estática a mi lado mirando el agua como si de allí fuese a salir un animal extraño. Sujeté su mano y me posicioné frente a ella, fue entonces cuando me miró a los ojos. Con gentileza empecé a despojar sus ropas de su cuerpo, tan lentamente sin despegar mi mirada de su rostro, esperando a que ella me pidiese que me detuviera pero no lo hizo.
Mis manos recorrieron la piel de su espalda, deleitándome con lo suave que era toda ella, hasta que encontré el broche de su sujetador y lo solté, fue más fácil de lo que creí que sería. Cuando este estuvo finalmente en el suelo me acerqué y besé su frente, sujetando los lados de su cabeza. Di un paso atrás y observé a la hermosa obra de arte que tenía frente a mis ojos, su piel lechosa, su largo cabello oscuro cayendo sobre sus senos cubriéndolos por completo, y luego estaba esa linda ropa interior color pastel con un pequeño lazo al frente. La miré a los ojos de nuevo cuando sus brazos cubrieron su estómago.
—Eres preciosa —le dije. Para luego deshacerme de mi ropa.
Ambos quedamos sólo con nuestra ropa interior de la parte inferior, el cuarto de baño se encontraba cálido, pero sentía que mi piel lo estaba aún más. Sujeté su mano de nuevo y di un paso dentro de la bañera, ella me siguió. Me puse cómodo en uno de los extremos y ella hizo lo mismo en el extremo contrario. Sus dedos apenas rozaban los mios debido a la lejanía en la que nuestros cuerpos estaban.
La miré ladeando la cabeza, preguntándome si había sido un error pedirle que lo hiciera. —Estás muy callada, no te pareces a mi Brandy —susurré.
Ella parpadeó y mordió su labio. —Me pones nerviosa.
Quise sonreír pero me contuve. —Yo ya estaba nervioso el día en que te conocí.
Y sonrió ampliamente, moviéndose a mi regazo en un sólo movimiento. Su piel en contacto con la mía. Sus manos en mi cuello, las mías en sus piernas. Nuestros rostros a sólo centímetros. Acaricié su piel de arriba a abajo.
—Tus piernas son muy suaves —hablé despacio.
Rodó sus ojos sonriendo. —Eso es lo que hace la depilación, tontito.
—No, no me refiero a eso —usé las misma palabras que ella—. Es tu piel, es suave por naturaleza.
Me miró con intensidad, entrecerrando sus ojos. —¿Te estás burlando de mi?
—Nunca —respondí rápidamente.
Ambos reímos, y después luego de lo que parecieron años nos besamos.
Nos besamos hasta que no pudimos respirar más, hasta que nuestros labios quedaron completamente hinchados, hasta que nuestros estómagos rugieron por algo de comida, hasta que el cielo oscuro y sus estrellas nos dieron la bienvenida. Nos besamos hasta que no quedó ninguna duda del amor que nos teníamos, hasta que no quedó ni un centímetro de su piel que mis manos no hayan recorrido, hasta que nuestras lenguas se cansaron de decir que el mundo estaba mejor con nosotros en él.
Jugamos con la espuma, me encargué de lavar su cabello con su shampoo también de lavanda, reímos, bromeamos, dejamos caer una de las velas en la tina y por un momento creímos que moriríamos carbonizados pero nada ocurrió. Me contó alguno de sus secretos y yo le conté algunos míos. Nos sostuvimos el uno al otro.
Una vez ya secos, vestidos, alimentados y de noche, me metió en su habitación, cubriéndonos a ambos con las sábanas, tan cerca el uno del otro que no podía diferenciar donde terminaba yo y donde empezaba ella.
—Tus padres si que van a odiarme.
Ella rió contra mi cuello. —La ventana está abierta, siempre puedes escaparte si las cosas se llegan a poner violentas.
Debí haber tomado sus palabras de manera más literal.
—Se despide; Marie.
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