CAPÍTULO 5
El pueblo habrá de responder a nuestras exigencias. Toda mujer, niña o anciana habrá de estar bajo custodia de su hombre, haciéndolas el cabello suelto, la rebeldía o los ropajes impúdicos, sospechosa de brujería, y habrán entonces de postrarse ante la ira de los dioses. Los hombres de fe encargados de cada poblado tendrán la potestad de guiar a nuestro pueblo por el sendero correcto. Poblato imperiose mandatto. Que el fuego sea la liberación, y que quienes de oscuras magias se valgan para sus propios designios caigan antes la voluntad de los dioses.
Edicto de sancta justicia
***
El reverendo susurró la palabra "bruja", alzó la mano señalándola, y justo cuando fue a gritar a viva voz, alguien agarró de la cintura a la acusada.
—Cariño —dijo una voz gruesa junto a ella—. ¿Dónde te habías metido? Has estado a punto de avergonzarme delante de toda esta gente. —Samantha, con la sorpresa tintando su rostro, miró a quien la agarraba y pudo ver a aquel hombretón de hacía unos segundos—. Vamos a casa, te enseñaré lo que son buenos modales. —El hombre miró a los guardias—. Lamento la falta de respeto que ha mostrado mi esposa ante vuestro buen hacer, señores míos. Me encargaré de que esto no vuelva a pasar.
El carapicada, a quien le tembló de nuevo el labio bajo la atenta mirada de los presentes, se acercó un tanto más, entornando los ojos. Midió a quienes tenía en frente y su voz surgió de su vibrante labio con melodía a desconfianza.
—No me sonáis en absoluto, señor. Ni vos, ni su mujer.
—Y no es de extrañar, ¿capitán? —El soldado irguió la espalda con orgullo y asintió al acierto del hombretón—. Vinimos hace poco desde el sur, pues sabemos que la verdadera fe se asienta en estas tierras. Y si queremos estar a salvo de esas malditas brujas y su magia negra, no conocemos mejor lugar que este.
El capitán se apartó un tanto, miró al reverendo allí subido y le ordenó que siguiera a lo suyo con un ademán de su mano. El pesado sermón del eclesiástico retomó poco a poco su ritmo a pesar de que quien lo soltaba no perdía de vista a la mujer encapuchada.
—Gracias, capitán —dijo el hombretón, arrastrando a la mujer del brazo.
—Quiero verle el rostro.
Ambos se detuvieron. El hombretón cerró sus ojos azules como el mar y suspiró largamente. El capitán, a su espalda, volvió a repetir la orden.
—He dicho —le tembló el labio— que quiero ver su rostro.
El supuesto marido bajó la mirada a la mujer, y bajo las sombras de la capucha pudo ver una mirada salvaje que lo hizo estremecer.
—Pues a la mierda —suspiró.
Y tras aquellas palabras que hicieron fruncir aquel ceño marcado por la viruela, el hombretón atizó un puñetazo tremendo al capitán que lo hizo contemplar las estrellas tras los ojos.
La gente gritó, los soldados llevaron sus manos a los estoques y el reverendo bramó al fin lo que tanto deseaba:
—¡Bruja! ¡Bruja!
—No lo sabes bien —masculló para sí entre dientes Samantha, que tras el tirón de uno de los guardias a su capucha, mostró su melena caoba y suelta al viento.
Flexionó las rodillas y giró como una peonza, cortando con el cuchillo en los tobillos de los soldados. Dos cayeron al suelo gimiendo de dolor. El que quedaba en pie la miró con ojos muy abiertos justo antes de recibir en el estómago uno de aquellos puñetazos que ya servía a domicilio aquel hombretón, haciéndolo doblarse como un arco, obligándolo a vomitar el almuerzo sobre sus compañeros. Ninguno dudó que el muy cabrón había comido aquella tarde pollo a la cerveza.
—¿Nos vamos? —sonrió bajo la barba aquel hombretón rodeado de gritos y alaridos.
—Buena idea —asintió Samantha, y corrieron a por su montura, abriéndose ante ellos la muchedumbre asustadiza.
»¡Detened a la bruja! —gritó el sacerdote, sudoroso, nervioso—. ¡Que el mal no escape de esta tierra!
Una piedra chocó contra la cabeza de Samantha y la sangre comenzó a brotar. Pero la hechicera, fuera de amedrentarse, se giró y gruñó dando un paso al frente. El gentío retrocedió con una exhalación de temor. El hombretón arrancó las bridas del poste donde estaba atada la yegua, monto y le tendió la mano.
—Sé que no quieres hacer algo de lo que te puedas arrepentir. Así que sube, y vámonos.
Y bajo la aterrada mirada de los parroquianos, Samantha subió y salieron de allí al galope, dejando atrás no solo los gritos, injurias y oraciones, sino la ignorancia en la que el mismo pueblo se veía sumido a causa del miedo y la manipulación.
***
Un robledal los acogió bajo sus sombras. El cántico de los carboneros y los reyezuelos puso la nota musical, y el verde desprovisto de senderos, el lienzo pintado de colores. Los cascos detuvieron su paso bajo una copa que parecía cubrir el cielo entero ella sola.
Samantha desmontó, caminó con los puños crispados a ambos lados y, tras apoyarse en el grueso tronco surcado de profundos relieves, gritó con todas sus fuerzas de pura impotencia.
—¡Maldita sea!
Un extraño viento acarició las hojas de los árboles y el caballo resopló intranquilo. El hombretón desmontó, lo acarició en el cuello y habló en voz alta con aquella voz profunda.
—¿Estás bien?
—No —gruñó Samantha—. No estoy bien.
El tipo asintió, paseó la mirada por alrededor y suspiró antes de volver a hablar.
—Un lugar precioso.
—¿Cómo dices? —se volvió hacia él con un ceño fruncido.
—Este robledal. Me parece un lugar hermoso.
La hechicera se detuvo entonces a mirarlo con atención. La rabia de cuanto había sucedido no le había dejado hacerlo hasta entonces, pero aquella calma que emanaba de aquel hombre ancho y bello...
—¿Quién eres tú?
Él la miró con una sonrisa bajo la barba.
—Jhonatan. Pero puedes llamarme Jhon.
De nuevo, aquella extraña sensación bajo su pecho, arañando en su estómago, la cuál desterró para mantener la calma.
—De acuerdo. Gracias por lo de antes, Jhonatan.
—No ha sido nada. Pero me da que tú solita podrías haberte encargado de todos ellos.
Samantha guardó silencio. Habló al cabo.
—Igual cuatro guardias habrían sido demasiado.
El hombretón negó con un sonriente ademán.
—No seas modesta. Me refiero a todos los que había en la plaza. ¿Me equivoco?
Samantha se quedó mirándolo. En silencio. ¿Quién diablos era aquel hombre?
Y, haciendo caso a aquellos arañazos que su confuso instinto le propiciaban en las entrañas, empuñó su cuchillo y se lanzó sobre él veloz como un fantasma.
—¿Quién eres? —gritó lanzando un corte que surcó el aire junto al rostro de Jhon. La afilada hoja segó pelos de su largo cabello.
Pero el tipo no se dejó sorprender, y con maestría apartó el brazo armado de la mujer y lo retorció hasta hacerla girar en el aire. Samantha cayó al suelo, con la rodilla del hombre sobre su brazo. Inmóvil, lo miró a los ojos y gruñó algo ininteligible.
—No quiero problemas, hechicera.
Jhon se puso en pie, y los murmullos de Samantha se detuvieron. Rodó por la hierba y se puso de nuevo en guardia.
—¿Cómo...?
Jhon elevó los hombros.
—Es tan sencillo como permanecer atento —se dio unos toquecillos en la sien—. El viento no suele reaccionar a los enfados de una simple humana. ¿Me equivoco?
Samantha no le quitaba ojo.
—¿Por qué me ayudaste? ¿Quién te envía?
Jhon cruzó los brazos frente al pecho, no se prohibió el volver a sonreír.
—Digamos que... yo mismo. —Samantha frunció el ceño ante aquella respuesta—. Es largo de contar. Y complicado.
La hechicera lo observó intrigada. ¿Qué había querido decir con aquello? ¿Quién...?
«¿Quién es y por qué siento como si lo conociera de formas que no he hecho con nadie jamás?»
—Mira, Jhonatan, no sé a qué estás jugando. Y entiendo que si no has intentado matarme, es porque posiblemente no sea ese tu objetivo.
—Ni por asomo —casi rió.
—El caso es que no creo en las coincidencias. Y el que tú me ayudaras con todo lo sucedido cuando nadie más alzó siquiera a voz... No hace otra cosa que despertar en mí la desconfianza.
«Desconfianza...».
—Y yo lo comprendo —asintió—. Las personas prefieren pertenecer al grupo más grande. Eso los hace sentir protegidos, seguros, a pesar de que incluso sepan que están siguiendo una doctrina equivocada. Hasta me atrevería a decir que si el precio es apedrear a una chica inocente, cualquiera estaría dispuesto a pagarlo por no sentirse fuera de esa seguridad. Pero supongamos que yo no soy como el resto. Que siempre he tirado por caminos contradictorios a los demás. Como pareces ser tú también. Y que el destino, ha decidido dibujar dos finas líneas con características similares en la inmensidad de los tiempos, que por un casual, estaban hechas para cruzarse por algún motivo. ¿Acaso no deberíamos dejarnos llevar por nuestro instinto?
—¿Dejarnos... llevar?
¿De qué estaba hablando aquel hombretón?
—Esa ha sido la premisa que me ha traído hasta aquí. Ninguna otra; mi instinto. Él me dijo que debía ayudarte, y estoy seguro de que no me miente cuando insiste en decirme que no eres una asesina, una bruja malvada, ni un monstruo venido de esos infiernos de los que tanto hablaba ese charlatán.
Samantha se descubrió aguantando la respiración y soltó todo el aire. Bajó poco a poco el cuchillo, sin apartar la vista de aquel que tantas sensaciones despertaba en ella. ¿Decepción? ¿Miedo? ¿Anhelo?
—Precisamente —dijo la hechicera— el destino es algo que no acepto con agrado. Pues no hago aquí otra cosa que tratar de cambiarlo. Así que no me puedo permitir el creer en él.
—Pues dejamos que todo fluya. —El hombretón mostró aún más los dientes—. Déjame ayudarte. Has podido comprobar que hacemos buen equipo.
Samantha, para su propia sorpresa, casi sonrió. Casi, pero no se lo permitió.
—Olvídalo. Esto te queda grande, hombretón. Y no tengo tiempo para hacer de matrona de un niño grande.
Jhon carcajeó haciendo volar a los pajarillos que merodeaban alrededor.
—Sabré cuidarme solo, te lo aseguro. Además, si pretendes moverte por estas ciudades, me da a mí que necesitarás a un hombre del brazo.
«Maldita sea —pensó Samantha—. Es cierto que han cambiado mucho las cosas desde la última vez que pisé estas tierras. La religión se ha vuelto más fuerte, más influyente. No. No puede ser que si quiera me lo esté planteando...»
—Haremos un trato —dijo al fin la hechicera—. Solo te necesito para andar con libertad y sin incidentes en la próxima ciudad. Pero después de eso, nos diremos adiós. ¿Comprendido?
Jhon asintió en silencio. Sus ojos azules como el mar profundo, donde mil secretos podrían ocultarse sin problema alguno, se fruncieron al saberse más cerca de lo que buscaba.
***
NOTA: ¿Qué estará buscando ese hombre misterioso?
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