CAPÍTULO 1


—Buenos días —saludé con una chispa de alegría en cuanto entré al comedor.

—Buenos días, mi pequeña —respondió mi padre con una sonrisa cálida. Caminé hacia él y lo abracé con fuerza—. Parece que hoy amaneciste con bastante energía.

—Así es —afirmé, mientras la sonrisa persistía en mi rostro.

—¿Y a qué se debe esa felicidad? —indagó mamá con una mirada cómplice, mientras servía café.

Me encogí de hombros y la abracé también.

—Es mi último año —dije con sencillez mientras me sentaba a desayunar—. Es emocionante pensar que pronto iré a la universidad.

—Ni me lo recuerdes. —Se quejó papá, chasqueando la lengua en señal de desaprobación—. Aún no puedo creer que mi pequeña haya crecido tan rápido.

No dije nada, solo seguí comiendo. El tema de la universidad era algo que aún estábamos discutiendo y tratando de resolver. No tenía claro qué quería estudiar; me interesaban muchas cosas, pero lo que sí sabía con certeza era que deseaba mi independencia. Anhelaba estudiar en otro condado, o mejor aún, en otro país, aunque eso era difícil de aceptar para mis padres. Ser hija única influía mucho en su dificultad para soltarme.

—Bueno, debo irme o llegaré tarde.

—Hoy no llegaremos a casa —dijo mamá, deteniéndome en seco. Me giré para mirarlos, sorprendida—. Estaremos aquí mañana en la noche. Lo sentimos, tu padre tiene una cirugía programada para las cuatro y yo debo revisar algunas construcciones y asistir a reuniones. Será muy tarde cuando terminemos.

Nora Jones, a sus treinta y nueve años, era una reconocida arquitecta, destacando en todo lo que hacía. Siempre tenía nuevos contratos que la mantenían ocupada. Y mi padre, Cedric Jones, un neurocirujano de renombre, tenía un horario aún más exigente. A pesar de sus profesiones, nunca se perdieron un evento especial en mi vida. Siempre estaban presentes.

No me entusiasmaba la idea de estar sola en casa, pero eso había quedado en el pasado. Ahora, tener la casa para mí significaba poder invitar a mis amigas y disfrutar de una noche de chicas sin ningún adulto vigilando nuestros movimientos.

—Está bien, no hay problema —aclaré, para que no se preocuparan—. Le pediré a Zoe que se quede conmigo.

Ambos asintieron, aliviados, y salí de casa.

Por alguna razón, hoy no tenía ganas de conducir. Quería caminar y reflexionar sobre mi último año en este pueblo que me había visto crecer. Siempre supe que en cuanto terminara el bachillerato, me iría de aquí. Nunca sentí que este lugar fuera mi hogar, aunque era un lugar tranquilo con una población pequeña, donde casi todos se conocían y nada malo sucedía. Era el lugar perfecto para vivir, pero simplemente no para mí.

El trayecto se me hizo corto y, antes de darme cuenta, ya estaba cruzando las grandes puertas del colegio. Todos caminaban felices, con sonrisas en sus rostros, probablemente comentando sobre sus vacaciones.

—¡Violet! —gritaron a lo lejos.

Una sonrisa automática apareció en mi rostro. Sabía de quién se trataba, así que me volteé rápidamente.

—¡Zoe! —chillé de emoción mientras corríamos a abrazarnos—. ¡Oh, por Dios, cuánto te extrañé!

Zoe era mi mejor amiga desde la infancia. La amaba como a una hermana, y había sido difícil no estar con ella durante las vacaciones.

—Yo también te extrañé muchísimo. ¡Tengo tantas cosas que contarte! —dijo emocionada, mientras entrelazábamos nuestras manos y caminábamos hacia nuestro salón—. Pasaron tantas cosas estas vacaciones.

—En mi caso, no hay nada nuevo que contar —fruncí el ceño, pensando en lo aburrida que había sido mi vida.

—¡Seguro que algo hay! —insistió.

Repasé rápidamente mis vacaciones y, no, realmente no había nada nuevo. Lo poco que había pasado, Zoe ya lo sabía por nuestras constantes videollamadas de los domingos.

—Sí, seguro. Pero tú adelántame algo porque no creo poder esperar hasta el receso.

—Primero que nada, ¿recuerdas que Samuel mencionó que tenía un hermano gemelo? —preguntó de repente.

Fruncí el ceño, confundida. ¿A qué venía eso ahora?

—Sí, el gemelo que nadie conoce —respondí rápidamente.

—Bueno, pues ayer me contó que su hermano llegó de Grecia y que se quedará con ellos este año. —Me sorprendí al escucharla. Eso sí que era una noticia, aunque no sabía qué decir al respecto. Samuel nunca había sido muy abierto con ese tema... en realidad, con ningún tema que involucrara a su familia—. Y lo mejor es que estudiará con nosotros.

—Supongo que está bien. —Me encogí de hombros, notando la cara de desaprobación de Zoe—. ¿Qué debería decir? ¿Por qué debería importarme?

—¡Qué amargada eres! —bufó, rodando los ojos.

No dijimos nada más; habíamos entrado al salón, y hablar con tantas personas alrededor era demasiado arriesgado. A pesar de que el tema no debería importarme, no podía evitar sentirme expectante ante la llegada de los mellizos. Samuel era increíblemente apuesto, con una belleza y físico que no pasaban desapercibidos. Además, su personalidad encantadora lo hacía uno de los chicos más populares del lugar.

¿Sería su hermano igual? —me pregunté mientras distraídamente garabateaba cosas sin sentido en mi cuaderno.

De repente, Samuel entró por la puerta.

Tan pronto como escuché su voz, alcé la mirada. Me confundió no ver a nadie acompañándolo. Miré rápidamente a Zoe, quien se encogió de hombros, también sorprendida. Se suponía que su hermano vendría con él.

Samuel comenzó a hablar animadamente con sus amigos mientras se dirigía lentamente a su asiento. Saludó a Zoe y luego se acercó a mí.

—Hola, Violet. —Me saludó con un beso en la mejilla—. ¿Cómo estuvo todo?

—Muy bien. Esta vez disfruté un poco más las vacaciones con la familia de papá, así que ya te imaginarás —confesé con una sonrisa, intentando mantener la conversación ligera.

—Joder, eso sí que es nuevo. Tienes que contarme todos los detalles.

Asentí rápidamente, sonriendo de nuevo.

—¿Y tus vacaciones? —le pregunté con suavidad, tratando de ser lo más amable posible—. ¿Cómo te fue? ¿Alguna novedad?

Me miró fijamente durante unos largos segundos antes de asentir. De pronto, su estado de ánimo cambió, volviéndose sombrío.

Mierda.

—Bueno, mi abuela murió y...

Doble mierda.

—¿Qué? No lo sabía, Sam. Lo siento muchísimo.

Me sentí como la peor amiga del mundo. Pero como mencioné antes, Samuel era muy reservado cuando se trataba de su familia. Era casi imposible sacarle alguna información, y aunque me gustaba saber lo que pasaba a mi alrededor, con Samuel eso no funcionaba.

—Gracias —susurró con un tono apagado—. Debido a su muerte, tuvimos que viajar a Grecia antes de lo planeado. Fueron unas vacaciones completamente diferentes. Mi hermano...

No pudo continuar, ya que el maestro había entrado, seguido de un chico físicamente igual a Samuel, quien se sentó de inmediato, visiblemente tenso.

Quedé impresionada al verlo, y por lo que notaba, no era la única. Su presencia era imposible de ignorar. Todo en él resultaba intrigante, desde su aura enigmática hasta su vestimenta completamente oscura. Pero lo que realmente me atrapó fue su mirada. Sus ojos caídos, vacíos y fríos como el hielo, eran todo lo contrario a la calidez que emanaba Samuel.

Él era la antítesis de su hermano.

—Buenos días —saludó el profesor Mario, su voz resonando con una leve nota de entusiasmo—. Es un placer estar nuevamente con ustedes. Espero que hayan disfrutado de unas buenas vacaciones. Como pueden ver, hoy tenemos un alumno nuevo. —Volteó a mirarlo—. Por favor, preséntate.

El nuevo estudiante frunció el ceño por unos segundos, su atención desviándose brevemente hacia los libros que el profesor Mario sostenía. Finalmente, alzó la mirada hacia el salón.

Su expresión era de total desinterés.

—Samael Dimou —dijo con una voz fría, tan apática que parecía que no le importaba en absoluto.

Tuve que cerrar los ojos por un momento. Su voz... su voz era como una maldita arma, cada palabra cargada de una intensidad que no esperaba.

Sin esperar la indicación del profesor, comenzó a caminar hacia el único asiento vacío del aula. Sentí un nudo en el estómago cuando me di cuenta de que ese lugar estaba justo al lado mío, gracias a que Zoe había decidido sentarse con Samuel por el reciente interés que había desarrollado por él.

Mierda, ¿por qué había aceptado algo así?

Samael ni siquiera se dignó a mirarnos, ni a su hermano ni a mí, mientras se dejaba caer en la silla con un leve bufido de disgusto.

—Bien, empecemos con la clase —indicó el profesor Mario, forzando una sonrisa que no ocultaba del todo su incomodidad.

Yo también me sentía incómoda, aunque no podía explicar del todo por qué.

¿Qué había sido eso?

A medida que la clase avanzaba, supe que tendría problemas, problemas serios, y todo por tener a Samael Dimou a mi lado. Su presencia era tan fuerte, tan abrumadora, que resultaba casi asfixiante estar junto a él. Sentía la necesidad urgente de cambiarme de lugar, pero no encontraba el valor para mirarlo siquiera.

La clase se me hizo interminable, cada segundo se alargaba mientras luchaba por respirar. Tenía la inquietante sensación de que Samael me estaba robando el aire, como si su mera existencia drenara el oxígeno de mis pulmones.

Cuando luego de tres horas finalmente terminó, todo mi cuerpo se relajó, pero en cuanto escuché las palabras que tanto había temido, supe que mi día solo iba a empeorar.

—No se emocionen, no los voy a dejar sin tarea solo porque es el primer día. Quiero un ensayo, uno pequeño, sobre la Odisea de Homero. Lo harán con el compañero que comparte su mesa.

Mi mirada se dirigió instintivamente hacia Samael, y me sorprendí al verlo dormido. Estaba recostado en su asiento, su rostro sereno, aunque pequeños gestos revelaban algo de su carácter. Incluso dormido, irradiaba una atracción oscura y perturbadora. Su cabello, algo largo y rebelde, caía desordenadamente sobre su frente, dándole un aire descuidado, pero inquietantemente atractivo.

Se veía terriblemente bien —pensé, sorprendida cuando me descubrí deseando deslizar mis dedos por su cabello.

De repente, sus ojos se abrieron, y mi corazón se detuvo al sentir su mirada fija en mí. Ver esos ojos de cerca era algo completamente distinto a observarlos desde lejos; eran como el sol, bellos pero peligrosos, y cuanto más te acercabas, más sentías que te consumían.

—¿Qué haces? —preguntó, su voz rasposa enviando un escalofrío por mi espalda.

Se enderezó en su asiento, sin apartar la vista de mí, esperando una respuesta. Si seguía mirándome así, no sería capaz de decir nada coherente; era como si sus ojos pudieran robarme las palabras.

Samael intimidaba solo con mirarte, sus ojos color avellana tenían una intensidad que resultaba abrumadora, como si te atraparan en un fuego lento del que no podías escapar.

Tragué con dificultad antes de responder.

—El... el profesor acaba de dejar una tarea —susurré, luchando por mantener la compostura. Su ceño se frunció mientras echaba un rápido vistazo al salón. Al ver que todos tomaban notas de lo que el profesor escribía en la pizarra, añadí—: Es en parejas. Y tú estás en mi mesa.

Su atención volvió a centrarse en mí, y me tensé al verlo inclinarse hacia donde yo estaba sentada.

¿Qué estaba haciendo?

—¿Por qué no veo tu nombre escrito en ella? —preguntó, su tono desafiando cualquier excusa.

—Me senté aquí primero —revelé, encogiéndome de hombros, esforzándome por mantener una sonrisa forzada.

Creí que diría algo más, pero solo asintió. Al ver que no tenía intención de continuar, volví a hablar

—La tarea.

—La haré solo —respondió, recostándose nuevamente en su asiento. Justo cuando pensé que volvería a dormirse, añadió una última cosa—. Y deja de observarme mientras duermo, así es como empiezan los dementes.

¿Acababa de llamarme loca?



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