El secreto del mar
Los días más tortuosos para tener un chisme que contar son, sin dudas, los de verano; sobre todo cuando tus dos mejores amigas tienen que trabajar.
Yo sabía que Gabi estaría suplantando a Gastón, así que la busqué directamente en la zona balnearia, ansiosa por mostrarle el video que había filmado; pero cuando la encontré, no tardó nada en pedirme que dejara el asunto para más adelante ya que su hermano se daría cuenta si holgazaneaba mirando videitos del celular de su amiga en lugar de cuidar que las personas no se alejaran mucho de la orilla.
—Es mi responsabilidad, Salyra —dijo en tono casi heroico, con el cabello castaño volándole al viento y un dejo de madurez que me hizo sentir extrañamente envidiosa.
Insistí en que aquello era importante, pero no me hizo caso y acabó por pedirme que me marchara, algo que de ningún modo iba a tolerar. Porque puedo soportar huracanes, vientos y tifones... incluso podría aguantar oír un concierto entero de la música que le gusta a mi abuela; pero ¿soportar el desprecio de una amiga? ¡Ni loca!
Fui a la panadería para poder cotorrear sobre el asunto con mi nueva mejor amiga: Male, pero ella estaba muy ocupada limpiando los fuentones todavía engrasados por el proceso de fabricación del pan, de manera que decidí ayudarla y mostrarle mi hallazgo en algún descanso.
La chica, sin perder su seriedad habitual, me confesó que no le había agradado que no la invitáramos a nuestras actividades delictivas en el faro, pero que lo dejaría pasar porque de todas formas estaría en desacuerdo.
—En cuanto a tu filmación —dijo con la voz pausada, como solía tener cada vez que necesitaba seguir pensando antes de dar una respuesta—, puede que haya sido el reflejo del vidrio de algún catamarán, o una lanchita con el motor apagado, o incluso una ofrenda a Yemanyá, la deidad del mar de las religiones africanas. Tú sabes que hay muchos gitanos por estas zonas.
—¿Ofrendas?
—Suelen ser flores blancas que sueltan al mar o caramelos de miel y aguardiente... no pongas esa cara, es una bebida alcohólica muy común.
Una fiestecita en una lancha pequeña con cantos a toda voz o la ofrenda de una diosa africana adornada por los cantos de los fieles penando por las almas de sus antepasados sonaban tan posibles que al volver a ver el video me sentí muy tonta por no habérseme ocurrido en primer lugar. Entonces, cuando quise darle una mano a Male para llevar el pan, me contó que prefería que no lo tocara porque sus papás se lo habían pedido a ella como favor, y no quería involucrar a nadie, pero yo bien sabía que era por mi cabello, que no paraba de crecer y caerse como una cascada de brea azabache, directamente sobre la comida que pretendían comercializar.
Dos amigas, y las dos —directa o indirectamente— me habían echado porque les molestaba para trabajar.
Mi mente orbitó entorno al suceso que había filmado para no tener que pensar en la maldad de estas dos chicas ingratas que no se querían dejar querer, concluyendo que lo mejor sería volver al mismo lugar, mismo horario, para ver si lograba encontrar algo nuevo. El asunto es que ese sitio es muy oscuro desde que cerraron el faro, así que una fiestecita inocente en una lancha de verdad podría terminar en una catástrofe, y mi espíritu no descansaría hasta cerciorarme de que no estaba dejado a un grupo de personas ahogarse sin hacer algo al respecto.
Mi papá llegaría tarde, como de costumbre, por eso cuando el sol cayó y los monos dejaron de aullar, acompañé el croar de las ranas andando a toda velocidad con mi bicicleta hasta estacionarla en la entrada del faro abandonado, y permanecer allí, esperando.
Mi vista se posó en el mar, el cual se veía negro, bravo y misterioso; en el brillo tímido de las estrellas y en ese sonido del suspiro del viento que atonta los oídos cuando una se para a escuchar. Tendría que volver a casa antes de las nueve, pero estaba segura que si en media hora no pasaba nada, entonces podría encontrar la calma que había ido a buscar.
Porque sí: podía fingir estar interesada en averiguar si aquello había sido un naufragio para aparentar altruismo, pero en el fondo lo único que pretendía era apagar esa ansiedad de estar frente a un misterio y no atreverme a explorarlo, aunque fuera mirándolo como a una moneda en el fondo del estanque, pero sin llegar a empaparme. Tan solo debía ser paciente y permanecer en mi sitio todo lo que fuera necesario. El reloj hizo lo suyo, pero el asunto es que cuando uno espera, el tiempo aprende a ir más lento; se calza unos zapatos de plomo y estira las rodillas porque le cuesta el doble avanzar. Entonces, los minutos se vuelven horas, y las horas se transforman en una eternidad.
No había buena señal de internet en ese punto, por lo que mantenerme tan quieta a pesar de que la ansiedad estaba dando paso a una clara sensación de estupidez por haber creído erróneamente que conseguiría algo con volver sola a ese sitio estaba a punto de dejarme, otra vez, más loca que una cabra, cuando de pronto se me ocurrió una excelente idea: si la aparición no se veía desde la costa, seguramente la podría ver desde la cima del faro.
Emprendí la marcha a las zancadas para no perderme nada interesante, por si llegaba a ocurrir mientras yo subía las escaleras. Tuve que saltar por la ventana rota, correr por escalones roídos y casi a oscuras, llegar jadeando hasta el punto más alto, aquel donde antaño encenderían el farol, y descubrir desde allí un cuadro maravilloso, como sacado de una película de fantasía, o quizás un libro de terror donde el océano se había iluminado por cientos o incluso miles de fuegos azules los cuales danzaban en un festival paranormal, en tanto la dulce y melancólica voz se hacía oír desde algún punto indescifrable, en la distancia. Me quedé anonadada mirando el espectáculo. El mar negro, el cielo con un hilo rojo perdiéndose tras la línea del horizonte, y en un trayecto entre el fuego del ocaso y el olvido de mi tierra, una galaxia de fueguitos azules flotando sobre las olas, a unos cuarenta metros de la orilla, en un danzar monótono y descabellado.
¿Alguna vez trataste de sacarle una foto a la luna con un celular de mala cámara? Salen terribles, igual que el video que estaba grabando, pero eso no importaba. Debía registrar semejante hallazgo. Otros buscarán tesoros de ciudades perdidas en medio de la selva, a mí me tocaba descubrir un inmenso secreto en el mar... ¡Y qué imponente secreto era aquel! Parecía como si un cardumen de medusas hubiera aprendido a volar y salieran flotando sobre la superficie de las olas para resplandecer junto a las estrellas en tanto el viento las saludaba en una canción majestuosa y tan, pero tan solemne que hasta diera la impresión de estar triste. Yo misma me sentía algo desencajada en una escena tan bonita al verme vestida con ropa deportiva y la cara toda transpirada.
Así había sido siempre: es como si mi vida toda hubiera sido una sucesión de momentos maravillosos para los cuales jamás había estado preparada y, por ende, no los había podido disfrutar. Desearía que hubiera alguien a mi lado para ver las estrellas danzando sobre el mar, oír la voz que cantaba sin labios, disfrutar de esa triste atmósfera que envolvía los latidos de mi corazón en tanto mi mano extendida con el celular en alto no dejaba de grabar.
No sé cuál fue la primera luz que se apagó. No pude identificar de dónde vino la primera, ni tampoco entendí bien a dónde se fue la última. Solo sé que la maravilla duró unos pocos minutos, que nadie más logró disfrutarlo y que no eran ni almas en pena, ni un velero perdido, ni tampoco una fiesta de turistas en altamar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top