Cristianno
Mi ritmo cardíaco simplemente me indica que debo calmarme, que debo alejarme, que debo correr... Como siempre, pero no estoy dispuesto hacerlo, no más. Estoy malditamente cansado de los gritos de mi madre, de oírla llorar junto al sofá mientras me dice que todo está bien y de su nariz brota un torrente de sangre y a duras penas puede verme con un ojo, porque el otro esta inflamado. Estoy malditamente cansado de sentirme un chiquillo que no pueda hacer nada para ayudarla. Estoy malditamente cansado del hijo de puta que esta a punto de matarla.
Deslizo las manos dentro de los bolsillos traseros de mis pantalones y espero con tantas fuerzas mantenerlas ahí, camino de un lado a otro por toda la habitación y de vez en cuando miro el objeto que yace sobre la mesa de noche.
Los gritos de mi madre cada vez son más fuerte y le suplica que por favor se detenga, pero ese malnacido no comprende lo que son las suplicas. No lo soporto, estoy perdiéndolo, no aguanto más...
Cojo el objeto que brilla ante mis ojos y salgo de la habitación, lo veo de pie junto al cuerpo de mi madre que se arrastra sobre el piso y patalea su estómago sin misericordia, sin descanso y con furor. Me encuentro de pie detrás del sofá y no sé cuánto tiempo le tomara darse cuenta que estoy aquí.
Mis ojos se vuelven acuosos al ver a mi madre indefensa ante sus pies como si ella fuese un perro, como si ella no valiese nada, levanto mi mano temblorosa y apunto con el arma en la espalda de aquel bastardo y, aunque soy un jodido chico de dieciséis años esto valdrá la pena.
—Cristianno, hijo por favor, vuelve a la habitación.
—No mamà, nunca más.
Y apreté el gatillo.
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