Salvando el futuro "El descubrimiento de las brujas"

    Este es un Fan–Fic de “El descubrimiento de las brujas”. Todos los personajes pertenecen a Deborah Harkness.
    Comienza con ausencia y deseo. Comienza con sangre y miedo. Comienza con la desaparición de la bruja.
    Mientras Diana está alimentando a su pequeña bebé, Raquel, la niña desaparece mágicamente de entre sus manos.
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    – ¡Matthew! ¡Matthew! Ven rápido.
      Matthew apareció frente a su esposa buscando la amenaza que la había hecho gritar de esa manera.
    – ¡Desapareció! ¡Ha desparecido! –Dijo la madre de la niña soltando el biberón que estaba sosteniendo. Se puso las manos en la boca tratando de ahogar un sollozo y las letras comenzaron a fluir debajo de su piel, tratando de darle una explicación, a pesar del hechizo que traía puesto para mantener a raya sus “particularidades” frente a visitas inesperadas.
    Matthew le sujetó el rostro intentando calmarla. Él mismo estaba asustado, su leona no se ponía así por nada.
   –Raquel, Raquel desapareció –Diana apoyó la cabeza en el pecho de su esposo.
    Los orificios nasales del vampiro se dilataron tratando de encontrar el rastro de su hija.
    – ¡Papá! –se oyó desde el piso superior de SeptTours.
    Matthew se dirigió al lugar de donde venía la voz, Diana lo siguió como pudo. Había una niña pelirroja en el pasillo. Tenía como unos doce años y sostenía un teléfono de modelo desconocido.
    – ¡¿Por qué me haces esto?! Sabía que Philip se iba a ir de lengua –la niña se arrodilló dramáticamente cuando Matthew estuvo frente a ella–. Sé que me lo dijiste. Me advertiste que no debería estar todo el día pegada a internet ¡Pero todos en la escuela juegan este juego! y la abuelita Ysa se apiadó de mí y me prestó su celular. Solo deja la Wi-fi encendida un ratito más ¿Siiiiiiiiiiiiii? Pooorfiiiis.
    La niña se puso de pie con ojos humedecidos, un puchero en los labios y las manos puestas en gesto de súplica. Por una vez en su vida Matthew no sabía qué decir. Diana al fin lo alcanzó y se quedó tan desconcertada como él pero no por las mismas razones.
    – ¿Y tú quién eres pequeña? –dijo Dayana preguntándose cómo era que la niña había llegado allí sin que los vampiros de la casa se hubieran dado cuenta–. Miró a Matthew que tenía la mandíbula desencajada.
    –Es Raquel –dijo Matthew logrando por fin hablar.
    Diana miró a su hija que hacía unos instantes estaba en sus brazos y ahora le llegaba a la altura de la cintura –Hay no–. Fue lo único que atinó a decir.
    – ¿Qué sucede? ¿Por qué mamá pregunta que quién soy? –preguntó la niña un poco preocupada.
    –Este pequeño acaba de despertar –Ysabeau salió de la habitación de los bebés cargando a Philip.
    Raquel dio un pequeño saltito olvidando sus inquietudes y corrió hacia su abuela. No la había visto en dos meses porque Ysabeau se había ido de viaje y tenía muchas ganas de abrazarla, pero disminuyó la velocidad a medio camino y solo le rodeó la cintura con los brazos. Su abuela ya tenía las manos ocupadas con un bebé intruso.
    Ysabeau miró a la niña como si fuera una cucaracha muy grande y asquerosa. Raquel no pasó por alto la expresión de su abuela y retrocedió dos pasos, asustada. Algo raro estaba pasando. Algo muy grave.
    – ¿Abuelita? –preguntó con la voz algo rota.
    – ¿¡Abuelita!? ¿Pero quién…?
    Matthew le estaba haciendo gestos a su madre para que no dijera nada. Ysabeau se calló pero lo miró pidiendo una explicación.
    –Raquel ¿Por qué no vamos un momento abajo? Tenemos que hablar  –dijo Diana.
    – ¿Estoy castigada otra vez?
    –No querida –dijo su padre preguntándose cual habría sido el motivo de ese supuesto otro castigo castigo en el futuro.
    Todos se dirigieron hacia el mismo salón donde Raquel había desaparecido. Diana cogió a Philip que balbuceó contento sabiendo que pronto lo alimentarían.
    –Calma todos. No hay que alterarse –Diana daba vueltas alrededor de uno de los sillones.
    En realidad la única que se veía alterada era ella. Matthew le estaba dando el biberón a su hijo mientras que Ysabeau escuchaba a Raquel parlotear acerca de los beneficios que tendría toda la familia si la dejaban ir a ella y a su hermano a un campamento dentro de ocho años, porque no los habían dejado ir y quería convencerla de hacer lo contrario.
    –Bien, ¿Ya te he hablado de los viajes en el tiempo? –preguntó Dayana a la niña interrumpiendo su incesante charla.
    –Nop. No había dado muestras de tener el poder necesario para viajar.
    –Entonces te tendré que llevar yo misma. Debes recordar decirle a mi yo del futuro que te enseñe.
    –Pareces muy ansiosa por deshacerte de mí.
    –No, simplemente es… Tu estancia aquí puede tener consecuencias muy peligrosas. No se puede jugar con el tiempo.
    –Vaale, pero no olviden darles mi saludos a Marthe, y al hermano Marcus, y a Jack, Gallowglass, la tía Sarah, el padre Hubbard, Fernando –mientras decía los nombres iba contando con los dedos–, Phoebe –arrugó la nariz– no mejor a Phoebe no.
    Ysabeau sonrió – ¿Y por qué a Phoebe no querida?
    –No te diré –levantó el dedo índice y puso la cara de catedrática que había aprendido de su mamá– No se puede jugar con el tiempo. Una cosa más –miró a su padre que le prestó toda su atención. Raquel adoptó un aire de solemnidad y dijo:
    –Tú eres mi padre. No importa que seas del pasado, del presente o del futuro, sigues siendo mi padre –tomó una bocanada de aire–. ¿Me dejas ir a la Fiesta de Tamara el viernes? Ya mamá me dio su autorización, te lo juro. Por favor.
    Mathew soltó una carcajada que hizo que Philip en su regazo lo mirara con curiosidad.
    –Vas a tener que convencer a mi yo del futuro, aún no  sé de lo que eres capaz y te oí decir algo acerca de un castigo –la miró con reprobación–. Espero que no seas tan indisciplinada como me imagino señorita.
    –Está bien, tenía que intentarlo. Pero no dudéis que Philip es más revoltoso que yo. Podéis darlo en adopción si queréis, la historia no cambiará.
    Sus padres y su abuela la miraron serios.
    – ¡Era broma! –Extendió los brazos a los lados del cuerpo–. Aprovechen mis abrazos, a partir de ahora y hasta un par de años más tan solo seré un sucio bebé llorón.
    Matthew sentó a Philip en el sillón y fue a abrazar a su hija, lo que era una experiencia bastante extraña teniendo en cuenta que acababa de darle el biberón al niño que había nacido con ella. Todos se despidieron y Diana se encargó de enviar a su hija al tiempo correcto.
    Raquel le contó todo acerca de ese día a su hermanita menor, Emily, que tan solo tenía cuatro años. La niña se maravilló con la idea de los viajes en el tiempo y con lo cómico que debió haber sido estar frente a Philip bebé.
     Unos meses después de lo sucedido Dayana murió, víctima de un accidente de coche que las cientos de páginas de “El libro de la vida” que estaban combinadas con ella no pudieron prever. Emily, aunque creció rodeada de amor por parte de sus familiares cargó con el resentimiento de que su madre habría podido hacerse inmortal tejiendo un hechizo que al mismo tiempo la dejara conservar sus poderes. Si lo hubiera hecho, Emily no tendría que ver a su padre triste todos los días, o sentir envidia hacia sus hermanos que recordaban a su madre mejor que ello.
    Dos días después de que Emily cumpliera los ocho años sucedió algo que ella esperaba con todo su ser aunque al principio no se diera cuenta de lo que estaba pasando:
    La niña miraba el montón de hojas que tenía delante. Llevaba toda la mañana tratando de aprenderse los diálogos de “Romeo y Julieta” para su obra de la escuela, en la que tendría el papel de Julieta. Cada vez que se confundía recordaba que su padre, que le había jurado que la ayudaría, no estaba allí. Había desaparecido el mismo día del cumpleaños de la niña, el mismo día que la madre de Emily había muerto. Deseaba con todo su corazón que su padre estuviera allí. Cogió los papeles y se fue con el vestido de “Julieta” arrastrando por el suelo. En realidad era un vestido de seda rosada que había tomado prestado de su abuela para meterse en el personaje. Bajó por las escaleras hacia el Gran Salón, seguro Marcus podría ayudarla.
    Cuando llegó al último escalón sintió un ligero temblor que casi la hace caer, pero no le dio la menor importancia porque su padre estaba conversando tranquilamente con Ysabeau.
    – ¡Volviste! ¡Volviste! –La niña soltó las hojas y corrió a abrazar a su padre.
    Matthew se tensó completamente al ver a la niña desconocida dirigiéndose hacia él a velocidad antinatural. Antes de que pudiera tocarlo la agarró por el cuello aunque sin apretarla mucho, solo lo suficiente para mantenerla inmóvil. Ysabeau se puso inmediatamente de pie, alerta.
    – ¿Una niña convertida? ¿¡Cómo entró esta aberración aquí!? ¿Y quién podría haberla enviado? –dijo Ysabeau furiosa.
    Matthew miró los ojos de Emily que eran idénticos a los de él, por lo demás, la infanta era una Diana en miniatura. El vampiro soltó a la niña presurosamente y retrocedió dos pasos mirándola con culpa.
    –No, no es una niña convertida. Su corazón late.
    Lágrimas transparentes se deslizaban por las mejillas de Emily que temblaba asustada.
   – ¿Cómo es posible? –preguntó su abuela.
   –De la misma manera que fue posible la visita de una Raquel mayor la semana pasada –respondió Matthew–. ¿Estás bien pequeña? Siento haberme comportado así.
    –Estoy bien –dijo Emily con un hilillo de voz.
    Matthew le secó las lágrimas y le sostuvo el rostro entre las manos.
    – ¿Eres mi hija, verdad?
    La niña asintió con la cabeza, ya se hacía una idea de lo que estaba sucediendo.
    – ¿Cómo te llamas?
    –Emily.
    – ¿Qué está pasando? –preguntó Diana que había llegado casi corriendo.
    Nada en el mundo habría podido preparar a Emily para ver a su madre allí de parada. Escondió todos sus sentimientos dentro de sí para no mostrarlos en su cara y que nadie sospechara la catástrofe que tendría lugar un unos años, era su oportunidad para cambiar las cosas.
    –Mamá –esta vez se tomó su tiempo para recorrer las distancias.
    A pesar de su desconcierto la bruja recibió a la niña en sus brazos.
   –Otra vez no –dijo Diana.
    Emily no pudo evitar llorar pero se obligó a calmarse para poder mirar a su madre a la cara y contarle la mentira más grande e imaginativa que diría en toda su vida.
    –Hueles extraño, más humana –Emily hizo como si olfateara a la mujer–. ¿Dónde están tus mechones dorados?
   – ¿De qué estás hablando pequeña? –preguntó Diana.
   –De las mechas doradas que te salieron en el pelo cuando tejiste el hechizo para hacerte inmortal ¿Qué les pasa a todos hoy?
    –Este no es tu tiempo cariño, has viajado –su madre le pasó la mano por el cabello.
    –Ah –Emily fingió sorpresa.
    –Háblame más sobre ese hechizo de inmortalidad ¿Por qué lo hice?
    –Se supone que no debo decirte.
    –Esto es algo muy importante y necesito saber.
    –Está bien. Fue por cargo de conciencia –la niña suspiró–. Papá estaba luchando con alguien… y tu también. Papá estaba algo inmovilizado y no pudo hacer nada cuando sucedió…a ti lograron herirte. No pudiste llegar a tiempo porque tu cuerpo estaba demasiado débil y no te curabas tan rápido… mataron a Philip –la niña trató de sacar toda la tristeza que llevaba en ese momento para dar mayor credibilidad.
    – ¿Cuándo ocurrió eso? –preguntó Matthew asustado.
    –El dos de julio dentro de doce años. Nos atacaron.
    –Muy bien pequeña te llevaré a tu tiempo –Diana le puso una mano en la mejilla a Emily y la niña desapareció.
    Cuando Emily apareció de sopetón encima de su cama no distinguió nada diferente al principio pero cuando su padre entró a su habitación con una gran sonrisa en el rostro supo que las cosas habían cambiado.
    – ¿Ya te aprendiste tus líneas princesa?
    Emily miró a su alrededor buscando el fajo de hojas de Shakespeare pero se los había dejado en el pasado.
    –Entonces ya volviste de tu viaje al pasado –le dijo su padre.
    Emily lo miró sorprendida ¿Cómo lo sabía él?
    –Ve a buscarlas con tu madre, lleva guardándote esas hojas desde hace doce años.

  
   
   
   

  
 
   
  
       

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