Capítulo 6

Las pistas llegan hasta el borde de la frontera, de ahí se desvanecen.

—No puede haberse esfumado Seth, tienen que encontrarlo.

—¡No hables como si fuera un animal!

—Puede convertirse en uno en cualquier momento.

Conversación entre Seth Meyer y Derek Miller






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Así que no recuerdas nada de lo que eres...

Caleb se sentía como un preso encerrado en una sala de interrogatorios, o sólo era la presencia del policía que lo miraba con recelo desde la ventana.

Irrumpió en la casa poco después de que Eleine lo dejó, y por poco se carga contra él con yeso y todo.

—Así es.

La placa oculta por debajo de su chaqueta confirmaba sus sospechas, el tipo era un policía, eso explicaba la presencia de las esposas que Eleine utilizó con él.  Ese pensamiento hizo conexión, y de pronto su piel se calentó, la fuerza se renovó en su interior al pensar que tal vez, aquel policía era el esposo de ella.

—¿Quién eres?

Sus rasgos se le hacían familiares, él también tenía ojos marrones, pero su tono era mucho más oscuro, rozando el café, no eran chocolates como los ojos de Eleine, sin embargo, tenían esa misma fuerza, la misma oscuridad. El policía también tenía el cabello negro, apenas recortado.

—Oliver —dijo mirándolo fijo—.  Oliver Mirianni.

Se movió y apoyó su espalda contra la ventana, la luz del sol se esparció sobre su perfil.

—¿Eres...?

—El hermano —interrumpió secamente—. Mayor —remarcó—. Y pienso que deberías estar en un hospital ¿Qué haces en la casa de Eleine?

Su tono de voz rayó en la hostilidad, ya podía confirmar que era un desconfiado y protector hermano mayor.

—Ella me dejó quedarme hasta que mi pierna sanara.

—Sí, así es ella, si un manco le pidiera su mano ella no dudaría en cortarse la suya.

—Creo que eso es muy exagerado.

—Y yo creo que me estás mintiendo.

Caleb lo miró fijo, luego miró el reloj por encima de la pantalla, apenas si había pasado una hora desde que ella se fue, y probablemente no regresaría en otras tres horas más por lo que estaría con su hostil hermano sintiéndose como si fuese el peor de los criminales.

—No recuerdo absolutamente nada anterior al día en que desperté aquí, no puedo, deberías hablar con Eleine porque yo no sirvo de mucho si necesitas explicaciones.

—Y eso es lo que voy a hacer, después de que te deje en el hospital de Addy.

Caleb tensó su cuerpo, pero nada pudo hacer, no estaba en condiciones para afrontar la fuerza y habilidad de Oliver, aún sentía dolores y el hecho de que su pierna pesaba una tonelada no le sirvió de mucho. La talla alta del policía le dio la ventaja, pues lo tomó como si se tratara de un adolescente ebrio.

—Es muy honorable de tu parte inmovilizar a un inválido —dijo entre dientes, volvió a sentir el frío del metal en sus muñecas.

—No eres un inválido, andando.

A empujones, Oliver lo llevó hasta la puerta y al sentir el aire frío Caleb se retorció en un estremecimiento.

—Camina.

—¡¿No ves que tengo una pierna rota?! —exclamó.

—¡Claro que sí! ¡No soy ciego! Obedece o te pondré en la cárcel.

Caleb levantó su pierna y el dolor la atravesó de lado a lado.

—Eres un maldito policía corrupto.

—Estoy haciendo lo correcto — avanzó por delante—. Sigueme, te guiaré por una zona segura.

—Dudo que sacar a un enfermo con una pierna rota a dar un paseo colina abajo sea lo correcto.

Oliver se giró y la luz del sol iluminó su piel ligeramente más clara que la de su hermana.

—No pienso dejar que un extraño viva con Eleine, vaya a saber quién o qué eres.

—No tengo en mente dañar a la persona que salvó mi vida.

Habló demasiado.

El policía lo analizó unos momentos, y de nuevo la sensación de ser un preso bajo la mirada de un juez llegó para hacerlo sentir incómodo.

—Nada va a cambiar mi decisión. —de su chaqueta sacó un arma—. Camina.

Caleb sonrió.

—Ahora me amenazas con tu arma de juguete, vaya policía eres ¿proteger y servir? ¿Te han enseñado eso?

Un clic lo puso en alerta, el tipo no estaba bromeando.

—Camina.

—Por si no lo sabías, el yeso me quita equilibrio y atar mis manos no me ayudará a avanzar hacia abajo ¿puedes siquiera quitarme las esposas?

—A mi no me engañas.

—¿Piensas que puedo huir con una pierna rota?

Oliver subió sin dejar de apuntarle con el arma, le quitó las esposas.

—Ahora camina —le ordenó.

Inseguro de su destino, Caleb bajó torpemente la ladera de la montaña, tardaron mucho, y al llegar a la base casi no le quedaban fuerzas.

—Atrás.

Elevó su vista y vio una camionera estacionada a unos metros. Arrastrando la pierna enyesada llegó hasta el vehículo y con esfuerzo se subió al asiento trasero. Oliver hizo lo mismo en el asiento del conductor.

—Cinturón.

Maldiciendo en su mente, cumplió la orden.

Lo único que calmaba su frustración era el rico aroma a vainilla en el interior, le recordaba al aroma de Eleine.

Atención a todas las unidades, hay un 212 en calle Wayne y Saint Wilmoore.

Oliver tomó el objeto redondo y negro que supuso que sería un intercomunicador.

Aquí oficial Mirianni, me dirijo al hospital zonal de Addy en traslado de un civil.

Copiado Mirianni ¿necesitas refuerzos?

Negativo, cambio.

El silencio fue una tortura, los nervios mantenían sus latidos apresurados y el dolor de su pierna mal acomodada en el asiento era una señal de que por culpa de ese pseudopolicía tardaría más en sanar.

Eso sin contar que la mujer que le había salvado la vida se iba a preocupar ¿por qué de pronto le preocupaba tanto alejarse de ella?

Tan solo habían pasado tres días desde que despertó en su calabozo, su apego a la mujer de ojos color chocolate podría deberse a un síndrome de estocolmo.

Sin embargo, la incertidumbre de lo que sucedería con él una vez que el pseudopolicía lo abandonara a su suerte en el hospital le incomodaba.

Suficiente tenía con sus recuerdos ahogados en el abismo de su mente.

El condado de Addy era pequeño, a Oliver no le tomó mucho tiempo manejar hasta el hospital.

—Baja.

Bufando de rabia por la falta de consideración, Caleb abrió la puerta, le costó gran esfuerzo mover la pierna enyesada, mucho más intentar sacar su cuerpo entero por la puerta. Pero para alivio, advirtió una silueta conocida acercándose a él con una silla de ruedas.

—¿Caleb?

Efectivamente, era la doctora loca.

—Hola Tanya.

Dos enfermeros le ayudaron a acomodarse en la silla de ruedas, de alguna forma se sintió acorralado e indefenso, y eso en el fondo le molestaba porque atraía la inseguridad de ser un completo extraño, vacío, sin memoria, sin historia.

—¿Conoces a este tipo? — inquirió Oliver a la doctora.

—Claro que sí —ella respondió mirándolo fijo—. Es un... Amigo de Eleine, a estas alturas debes saber que perdió la memoria al caer de la montaña y ella lo acogió en su casa para ayudarlo.

Agradeció que hubiese omitido el hecho de que había intentado suicidarse.

—Deberían haberlo enviado a un hospital en primer lugar.

—En las condiciones que estaba el traslado era inseguro y de riesgo, yo autorice que se quedase en casa y le di la atención necesaria.

Tanya se dio vuelta y empujó la silla, pero Oliver la detuvo.

—Dejenos hacer nuestro trabajo señor —ordenó uno de los enfermeros con molestia.

—Te dije que me avisaras ante cualquier cosa extraña.

El tono del policía se tornó amenazador, Caleb afirmó sus manos en puños. Aunque en su estado exhausto no haría mucho si intentaba defender a la doctora loca.

—Ella ya es adulta Oliver — tranquila respondió—. Vamos muchachos, hay que llevarlo a la sala de emergencia.

Tanya comenzó a empujar la silla.

—No parece muy lastimado — respondió un enfermero detrás.

—Necesita un chequeo médico, y un cambio de yeso ¿qué rayos te hizo el salvaje de Oliver?

—Me llevó de paseo por la montaña.

—Arggh —ella gruñó—. Si no fuera por Eleine ya le habría dado un par de golpes para acomodar sus ideas.

Tanya lo llevó por un pasillo, hasta dejarlo en la sección de camillas separadas por cortinas corredizas.

—A las tres.

Los dos enfermeros lo sostuvieron para ponerlo en una camilla.

—Uno, dos, tres... ¡Mierda! ¿Cuánto pesas?

—Ya está.

—Quedate aquí mientras busco al jefe de residentes para que te atienda.

Caleb la miró a los ojos, de un verde claro, que contrastaba con los rizos de su cabello negro.

—Creí que eras doctora —dijo frunciendo el ceño en confusión.

Tanya, que ahora parecía más amable y menos loca, le sonrió.

—Todavía no, estoy en rotación, voy a avisarle a Eleine que su prisionero está aquí.

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